
William H. Macy nunca pasa inadvertido
Quizá para muchos espectadores siga siendo sólo una cara familiar. Pero basta un personaje -el de aquel vendedor de autos usados de "Fargo" (1994) que hace secuestrar a su mujer con la esperanza de arrancarle a su suegro el dinero del rescate- para que cualquiera pueda identificar de quién se está hablando cuando se nombra a William H. Macy. Tan asociado quedó con ese papel, que cuando en alguna entrevista se menciona el film de Joel y Ethan Coen, él se ataja desviando rápidamente la conversación hacia otro tema: "Tiene que haber un límite para el número de veces que uno debe contestar la misma pregunta".
No es falsa modestia (por su labor en esa comedia negra fue candidato al Oscar) ni señal de divismo. Más allá del talento que se le reconoce, Macy está considerado uno de los intérpretes más accesibles e inteligentes de los Estados Unidos. "Es todo un caballero", dicen del actor identificado durante bastante tiempo con personajes ordinarios, torpes, faltos de carácter; "perdedores", según ese epíteto tan usual entre quienes conciben la vida humana como si fuera una competencia deportiva. Nada de eso tiene que ver con Macy, hombre de personalidad firme e ideas muy claras acerca de su profesión. No en vano ha estado más de treinta años gastando suelas en los escenarios, primero como aficionado en sus tiempos de estudiante en Maryland y después, cuando siendo alumno de David Mamet en el Goddard College de Vermont, decidió dejar las clases de veterinaria para consagrarse a la actuación.
Mamet ha estado estrechamente ligado a la carrera de Macy, quien en estos días volvió a las pantallas locales como el compasivo e incorruptible policía de "Celular". Nacido en Miami en 1950, tenía 22 años cuando se mudó a Chicago junto al autor de "Oleanna" para fundar el Saint Nicholas Theatre, con el que modificaron el panorama escénico de la ciudad. Más tarde, cuando ya había hecho sus primeras apariciones en TV y en cine, algunas de ellas a las órdenes de Mamet, los dos fundaron otro teatro en Nueva York, el Atlantic, donde Macy ha descollado como intérprete y también como director.
No hace falta decir que entre ellos hay admiración mutua. Mamet lo tiene entre sus actores favoritos. Macy asegura que su amigo-socio-colega es la persona más inteligente que conoce. "Nunca he visto un film con menos explicaciones", ha dicho a propósito de la última película de Mamet, "Spartan", y se muestra confiado en que el futuro será para los directores que sigan ese camino. "Hollywood -dice- anda dos pasos atrás del público: el público es muy inteligente, no necesita que le expliquen todo. En el film de David a ningún personaje le hace falta una introducción: se definen por lo que hacen, no por lo que dicen. Y sólo dicen lo que es indispensable para conducirnos a la siguiente escena."
Con Mamet tuvo su primer protagónico en cine: en "Oleanna" (1994), pero antes y después, por pequeño que fuera el papel, jamás pasó inadvertido. Hizo dos creaciones memorables con Paul T. Anderson, en "Juegos de placer" y "Magnolia"; fue el ajetreado director de cine de "Cuéntame tu historia", y no hace mucho lo vimos descollar entre los "desconocidos de siempre a la Hollywood" de "Bienvenido a Collinwood" y como el comentarista de turf de "Alma de héroes". Su filmografía se extiende bastante más: "Sombras y niebla", "Mentiras que matan", "Avión presidencial", "Jurassic Park III"...
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Macy ama la televisión, pero detesta lo que hacen con ella. "Hay dos clases de artistas en este mundo -dice-: los que tratan de averiguar qué queremos ver y los que tratan de averiguar qué quieren decirnos. Desdichadamente, en TV hay legiones de la primera especie y el resultado está a la vista: no tienen nada que decir."
Que paralelamente a su carrera de actor y director haya hecho experiencias como guionista, le da a Macy algunas ventajas. Por ejemplo, cuando le propusieron "Celular" y vio que debía interpretar a un viejo policía que había sufrido un ataque al corazón, agradeció la oferta, pero juzgó que no era un papel para él. "A nosotros tampoco nos convence ese personaje -le contestaron de la producción-. ¿Podrías hacer algo para mejorarlo?" Entonces se sentó a trabajar con el guionista Chris Morgan y así nació este policía buenazo que está a punto del retiro y que aunque vive pensando en el spa que inaugurará pronto con su mujer (y hasta soporta que ella le embadurne la cara con cremas coloridas y milagrosas), no ha perdido el olfato ni la agilidad para empuñar un arma cuando la situación se lo exige.
Otro papel al que supo darle cuerpo y sacarle jugo.
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