El teatro imagina una absurda Argentina de 2050
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En la sala Casacuberta del Teatro San Martín, de miércoles a jueves, a eso de las 20, el tiempo se dispara. Los argentinos no parecemos tan distintos en el año 2050 pero, asegura la política, pasaron cosas. De eso se trata, nada menos. Imaginar en un 2023 que, ante la inminencia de una elección presidencial, sacude sus internas como tripas en el frigorífico, como será un momento como este treinta años hacia adelante. En sintonía con The Last of Us, la adictiva distopía basada en un videojuego, en Los años el mundo y la Argentina del futuro van hacia atrás. En la obra escrita por Mariano Pensotti para el ineludible grupo Marea, tampoco hay internet, y Facebook es un asunto de arqueología nerd. Pero, a diferencia de la serie donde una dictadura orwelliana controla las ruinas de unos estados unidos por una fiebre caníbal, en la esa Argentina de 2050 siguen la democracia y las elecciones. Claro que el bipartidismo se exacerba y no queda otra que votar por un difuso Frente del Pueblo o el más explícito Partido de la Nueva Colonia, que propone el regreso al mapa español de ultramar después de unos 240 años. Entre la expectativa por el último capítulo de la primer temporada de la serie, y el mundo que crea para la obra Mariana Tirantte (sus puestas limitan con la fotografía de arte contemporáneo), el espesor de la incertidumbre rebalsa el rumor mental. ¿Si los Estados Unidos hubieran sido como la serie los muestra en 2023, al FMI le estaríamos haciendo un soberano y criollo pagadiós? ¿Quedará para 2050 el Reino de los Países Bajos bajo las aguas provocando un éxodo de holandeses a los monoblocks de Villa Lugano como se escucha en la sala Casacuberta?
"En la Argentina de 2050, el ecologismo invierte su signo y deviene amenaza"
El contrapunto entre el streaming y un teatro que echa mano a todos los medios (desde el apoyo logístico sonoro del pianista Diego Vainer a un cortometraje) para seguir siendo una experiencia irreemplazable es inevitable. El futuro (que es este año) sobreviene en la serie como un apocalipsis dónde la aparición solitaria de un ciervo es casi un espejismo. En la obra, en cambio, una de las protagonistas ejercita su idealismo empleándose como “voluntaria” los fines de semana. ¿Comedores populares? ¿Militancia en barrios marginales? Nada de eso. En la Argentina de 2050, el ecologismo invierte su signo y deviene amenaza. Los bosques han avanzado demasiado sobre la metrópoli y si hoy, este 2023, hay que apagar incendios por todo el mapa (de forma metafórica y real: el país se quema con el termómetro clavado en 38) en el 2050 del grupo Marea se pide que sean más los que salgan a fumigar campos y se fomenta la caza de ciervos para controlar la plaga. Greta Thunberg abandonaría la sala.
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En la pantalla, entonces, las ruinas de un capitalismo (los escenarios valen cada letra de la palabra dantesco) donde no quedan ni las libertades civiles ni el dinero; en el teatro expandido, el fracaso de un subcontinente que vira hacia el neocolonialismo. Con lucidez, Los Años pone bajo la lupa el dilema de un progresismo que no puede o no quiere hacerle frente al sistema que The Last Of Us imagina exhausto.
No se trata de una pieza de teatro de humor político sino una que tiene, bajo esas pinceladas de utopía invertida, la velocidad de flecha de un graffiti. Como ese de la calle Lerma, que demanda: “Que vuelva Café Fashion”. En el museo del menemismo, habría que pasar en loop aquellas trasnoches de tevé en las que el regodeo en un humor pasado de vulgar anticipó las luces del consumo irónico. El anónimo que estampó en ese graffiti su “luche y vuelve” personal podría terminar en tribunales si la sensibilidad ambiente no es capaz de reírse de sí misma. Su boutade está alimentada por el mismo hartazgo que anida en el fondo de Los Años. Sacudirnos el sentido común, a riesgo de rozar lo inaceptable a través del absurdo. O quizás haya que pensar el grafitti como un mensaje del futuro (2050) y una de las consignas dis-rup-ti-vas (la palabra más y peor usada de la temporada) de los neocolonialistas. “¡¿Qué viva el Rey?!”