Juan Carlos Kreimer: “La contracultura no pasa por el rock, sino por abrir conciencias”
Dedicado desde los años 70 a lo alternativo, el autor de Punk. La muerte joven afirma en su reciente libro que, en un mundo en crisis, lo necesario es cultivar una actitud artística e inquieta
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Vía Facebook, Juan Carlos Kreimer comunica en su muro que el libro Agarrate! (Galerna, 1970) forma parte de una muestra llamada Realismo capitalista (tomando el título del ensayo del suicidado Mark Fisher), en Madrid. La foto que lo atestigua se la mandó Daniel Divinsky, leyenda de la industria editorial argentina, que pasaba por ahí y se encontró por sorpresa con aquel librito (por su tamaño) que pasaba de mano en mano como una contraseña para quienes se asomaban a la cultura rock en los años 70 y 80. Pero el libro no está ahí porque la mayoría de las fotos que lo ilustran sean de Oscar Bony, cuya trayectoria como artista conceptual es reconocida en el mundo, sino porque los curadores de esa muestra lo han considerado entre los libros pioneros que mezclaban imagen y texto tal como El medio es el masaje, de Marshall McLuhan o La sociedad del espectáculo, de Guy Debord. Nada menos. Hoy inhallable, en los 90 se conseguía en los saldos de las librerías de usados de la avenida Corrientes.
A Kreimer este reconocimiento de su segundo libro editado en 1970 lo ha tomado por sorpresa. En su momento, ni él ni Bony (un Di Tella boy por entonces) pensaron en estos otros libros, influyentes a nivel global para la teoría de los medios y el marco teórico de las protestas del 68 como modelos. “Uno hace las cosas sin saber y de pronto las cosas llegan”, dice con una sonrisa franca Kreimer, 77 años, en el luminoso escritorio de su casa en Belgrano R donde, en pandemia, después de atravesar un episodio de muerte súbita escribió El artista como buscador espiritual, editado en Barcelona por Ediciones La Llave este año.
No es, claro, la primera vez que Kreimer, por años director de la revista espiritual Uno Mismo, es editado fuera del país. En 1977, mientras vivía en Londres, el sello Bruguera le encargó una investigación sobre el fenómeno del punk que, con el explosivo título de La muerte joven (tomando el caso policial de Sid Vicious) consiguió que muchos adolescentes argentinos escucharan (leyendo) una música que no llegaba al país excepto a través de azafatas entrenadas.
Parte de la escena under de los años 80 se formó a través de su escritura, que cargaba el dinamismo del nuevo periodismo norteamericano y el ritmo de los poetas beat que fueron su influencia más notoria y a los que tradujo para la revista literaria Eco Contemporáneo. Kreimer, best seller con Bici Zen (Planeta, reeditado este mes), que fue traducido al coreano y el turco entre 15 idiomas, cree que este último libro es una suerte de síntesis de todos los otros y de su vida. Por caso, la hibridez en las formas, que pasan de la entrevista al ensayo corto, es una extensión de lo que casi por accidente había probado en Agarrate!, el librito que ahora es pieza de museo en España.
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Kreimer recuerda cómo fue que llegó a ese mix de foto-epígrafes, entrevistas, ensayo crítico y hasta ready made, un molde para la escritura pop más aventurada. “Yo había escrito un libro llamado Beatles & Co, el primero que se escribió acá sobre los Beatles y me fue realmente muy bien. El problema es que Tomás Eloy Martínez me hizo una crítica feroz en Primera Plana y fue como si me clavasen un cuchillo. Él dijo que yo aprovechaba el tema del rock para hablar de otras cosas porque en ese libro escribía de pacifismo, ecología, lo que fuera. Y eso hoy es muy fácil pero entonces era inadmisible. Primera Plana era tan importante que sentí que tenían razón y por eso con Agarrate! pensé en cortar el texto y usar muchas fotos con epígrafes y así salió”.
Lo interesante de aquel libro rescatado ahora por su formato es que Kreimer mapeaba la incipiente escena del rock porteño y al mismo tiempo era escéptico sobre su potencia contracultural. “Es que yo venía del marxismo y tenía esa concepción de las cosas. Pero a medida que fueron pasando los años 60 me fui desilusionando de todo eso porque además me expulsaban de todos los círculos solo por saber leer y hablar inglés. Ni hablar ya de escuchar a los Beatles o Bob Dylan”. De esa fisura vienen las desavenencias posteriores entre la militancia revolucionaria y la contracultura. Kreimer asiente: “Recién ahora hay gente que, ya grande, se ha dado cuenta que no tiene ningún sentido pensar la vida en términos de derecha o izquierda. Hay misiones más importantes en la vida. Una luz que viene con vos. A fin de cuentas, transmitimos una energía que ni siquiera es del todo nuestra”.
En El artista como buscador espiritual Kreimer, tal como Graciela Speranza en su notable ensayo Lo que no vemos: lo que el arte ve (Anagrama), no cree que haya otra salida para un mundo en riesgo real (de ahí el subtítulo “procesos creativos y cosmovisiones emergentes ante el no-futuro actual”) que indagar en las iluminaciones de los artistas para volcar todo eso en la vida social. Lo curioso es que si bien Kreimer ha trabajado por largo tiempo en torno al conocimiento alternativo, la chispa de este nuevo libro apareció en un momento en que perdió la conciencia.
Otra mirada
“En 2019 me morí. Acá mismo fue que me caí de golpe sin registrar nada. Mi mujer me explicó después que me levanté y que hablaba incoherencias, pero yo no recuerdo nada de eso. Al otro día mi cardiólogo me explicó que había tenido una muerte súbita por un infarto y me colocaron un marcapasos”, repasa. A partir de ahí cambió su mirada del porvenir. Sintió que si seguía en el planeta era porque la vida le había dado un tiempo extra para cumplir con lo que se había invertido en él. Y así fue que empezó a escribir este libro en el que desanda el laberinto de un poeta místico como Hugo Mujica; disecciona el momento en el que Bob Dylan compuso “Blowin in the Wind” y Javier Martínez “Por qué hoy nací” o analiza el poder sanador de la obra de la performance Marina Abramovic y las poetas Alejandra Pizarnik y Patti Smith.
En la solapa de su último libro, Kreimer se presenta acaso como hace cincuenta años: periodista contracultural. ¿Qué puede querer decir eso ahora? “Bueno, cuando empecé a escribir en los medios me pedían notas sobre fenómenos que nadie comprendía. No me iban a pedir una entrevista con Susana Giménez o Ringo Bonavena. Pero la contracultura no se agotó con esa época. Vinieron otras y yo creo que sigo estando en ese lugar. En los 80, después del Proceso, aparecieron nuevas escuelas de psicología que para mí fueron una nueva forma de contracultura y que se reflejaron en las páginas de Uno Mismo. Por supuesto que no pasa más por el rock, ni las drogas ni los happenings. Contracultura es hoy abrir conciencia. Estamos ante el fin no solo en términos ecológicos sino frente a un colapso del sistema en el que vivimos. Negar esto es lo más peligroso. Antes podíamos gritar y protestar, pero hoy tenemos que conformarnos con separar la basura de forma ordenada. Quizá los grandes cambios vengan en cien años y estas normalidades van a ser caducas”.
Aquel espíritu crítico del joven Kreimer en Agarrate! y La muerte joven frente al hippismo y el punk parece hoy sosegado ante las revelaciones de artistas faro en cuyas estrategias deposita toda la confianza para “el futuro del no-futuro”. “No creo que sean importantes las obras sino el hacer mismo. Lo que me interesa propagar son vivencias”, dice. ¿La solución es un mundo de artistas, entonces? “Lo que yo quiero compartir es la habilidad de los artistas para entrar en lo que no conocen. Exploran, prueban, se equivocan. Eso hace que sean capaces de percibir cosas del inconsciente colectivo. Propongo para la sociedad el desarrollo de una mente de artista, no una carrera ni un cuerpo de obra”, explica. Y remata: “Que cada uno haga de su vida una obra de arte”.
Días después de esta conversación en su casa, el periodista contracultural, poeta y hasta por una noche músico punk viajó a Nueva York. Perdido en el Museo Whitney se encontró con Elvis Costello, uno de los jóvenes iracundos sobre los que escribió en La muerte joven. Dice que le perdonó el artículo que había escrito para la revista española Vibraciones, “El hijo del rey es un bastardo”. Manda una foto por WhatsApp: los dos sonríen con un (Edward) Hopper de fondo.