Oliver Sacks: Las cartas de un médico y escritor todoterreno
Oliver Sacks (Londres, 1933-Nueva York, 2015), el autor de El hombre que confundió a una mujer con un sombrero, enamorado, en drama queen. Sacks, drogado. Sacks eufórico. Sacks deprimido. Sacks con miedo de ser esquizofrénico como su hermano Michael. Sacks, motoquero californiano. Sacks levantador de pesas (cerca del récord mundial; luego lamentaría esa afición). Sacks, el neurólogo, psicoanalizado en Nueva York y “salvado” por el psicoanálisis. Sacks joven, recién recibido, dubitativo; Sacks, adulto consagrado; Sacks viejo, generoso, viajero y nadador. Sacks vulnerable.
Todo eso contienen las 900 páginas de Cartas, volumen que abarca un período de 55 años, desde 1960 hasta 2015, el último año de vida del célebre médico y escritor.
‘Cartas’ funciona como un complemento del paisaje vital del médico que creyó en sus pacientes y los tomó como personas antes que como recipientes con un síntoma
Hay más, todavía: Sacks en contacto con el poeta W.H. Auden, con el neuropsicólogo soviético Alexander Luria, con la primatóloga Jane Goodall, con el historiador de la ciencia Stephen Jay Gould, con la Nobel de medicina Rita Levi-Montalcini, con el científico Francis Crick, con la escritora Susan Sontag, con el gurú new age Deepak Chopra, con la cantante Björk y el actor Robin Williams, que protagonizó la película que Hollywood hizo sobre uno de sus libros: Despertares. En aquel título se contaba del primer gran éxito de Sacks, al darle por azar un medicamento milagroso a pacientes que llevaban décadas en estado letárgico en un hospital neoyorquino.
Como tantas recopilaciones de la época en que escribir una misiva era un asunto importante, Cartas funciona como un complemento del paisaje vital del médico que creyó en sus pacientes y los tomó como personas antes que como recipientes con un síntoma adentro. Y que comprendió que las biografías, los intereses de las personas, sus vidas, eran lo valioso; y no otra cosa, ni ningún mecanismo.
Pero fue un camino singular, que Sacks encontró tras una formación en medicina en Inglaterra que ya entonces exhibía “una absoluta falta de excitación y asombro intelectuales, y una falta de sentimiento e interés humanos (…) la absoluta torpeza de los médicos, su falta de curiosidad intelectual y de pasión, su resistencia a entrar de lleno en los sentimientos de sus pacientes”, según se queja en una carta de 1977. Esta “idiotez sistemática” de la Facultad de Medicina retrasó –acaso– su camino hacia la brillantez. Y todo no haría más que empeorar desde entonces. Cincuenta años después, médicos como Sacks son cada día más singulares en medio de exaltaciones tecnológicas y de la hiperespecialización, que ya entonces le parecía mal al médico inglés.

En otra carta, Sacks lamenta la pérdida “del afecto por el organismo” al hablar de los excesos de la biología molecular encarnada por James Watson (codescubridor de la doble hélice de ADN, recientemente fallecido). No es de extrañar que, en ese ambiente mental, Sacks defendiera que los médicos visitaran a los pacientes a domicilio, para entender también los contextos vitales que completan las biografías, en lugar del aséptico consultorio.
Lo curioso, lo interesante, es que el libro muestra que esa característica única de Sacks fue adquirida; al menos, así lo dejan traducir las cartas del período en que escribe Despertares y las (auto)recriminaciones por la “falta de humanidad, de simpatía” que sentía ese joven Sacks. Qué lo cambió es de algún modo un misterio: fueron las drogas, el psicoanálisis, el enamoramiento, los pacientes, se plantea, siempre en el espejo del paciente que tenía más a mano: él mismo.
Lo cierto es que la exaltación de Sacks, su fervor, sus ganas de contar, de escribir con dos dedos furiosos sobre máquinas viejas al estilo Olivetti, lo transformaron en “una especie de novelista neurológico” (como dice en una carta de 1982 al dramaturgo Harold Pinter); en un escritor médico, que intenta “comprender o imaginar el mundo del paciente, tanto las alteraciones inducidas directamente por las funciones neuronales alteradas como la situación vital alterada”; a tener una imaginación empática para, a partir de ahí, comprender “la condición humana universal”. En otras palabras, que la enfermedad, la singularidad sintomática era una variación más, no una aberración o algo para desterrar sino para comprender (su libro sobre los sordos, Veo una voz, es ejemplar). Un método científico que se muerde la cola: Sacks propone generalizaciones a partir de casos para después volver a los individuos y aplicar ese conocimiento. No es solo un médico-escritor sino también un médico-filósofo que veía a sus pacientes como “formas de vida” y no como seres dañados, defectuosos o anormales, por más síndrome de Tourette o demencias varias que tuvieran. Esa es la última lección empática de Sacks.
En definitiva: estas muchas páginas de epístolas completan para los lectores el vasto mundo interior de un autor cuyo emocionado (y a la vez racionalísimo) punto de vista estaba siempre presente y no había temido en mostrar en sus otros dieciséis libros. Incluso pese a que sus secretos más profundos, como su homosexualidad por décadas monacal, solo se abrirían hacia los últimos meses de su vida, cuando apuró la publicación de En movimiento para ver algunas de sus repercusiones en vida (estaba planeada su publicación para el 1° de septiembre de 2015: salió en mayo, Sacks murió en agosto) y poder aceptar su condición ante el mundo, no solo de manera póstuma.
Párrafo aparte para la cuidadosa edición de Kate Edgar –directora ejecutiva de la Fundación Oliver Sacks– quien se ocupó de los textos de las últimas tres décadas del autor y lleva una perfecta ilación de qué le sucedía a Sacks en cada momento de su vida y por qué avenida intelectual transitaba a la hora de responder cartas a corresponsales de todo tipo. Como sea, lo cierto es que el insuperable creador de Musicofilia, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero y Un antropólogo en Marte, murió hace diez años; desde entonces, además de estas Cartas, se han publicado Gratitud, El río de la consciencia y Todo en su sitio (más su ya mencionada autobiografía semipóstuma En movimiento). Y cada día escribe, y piensa, mejor.

Cartas
Por Oliver Sacks
Anagrama. Trad.: Damià Alou
905 páginas, $ 69.500

En movimiento. Una vida
Por Oliver Sacks
Anagrama. Trad.: Damià Alou
456 páginas, $ 45.900




