Reseña: Pranzalanz, de Christian Kupchik
Acaso pocos efectos más valiosos puedan atribuírsele a un libro que el de desorientar al lector. Ofrecerle ese camino, en principio, y al final de este entregarle las certezas que sean necesarias sin permitir que la obra pueda ser reducida a sus familiaridades o a una suerte de mapa reconocible.
La referencia aleatoria a lo cartográfico no lo es tanto si se trata de adentrarse –de perderse– en el último libro de Christian Kupchik, una de esas criaturas transversales que ha diseminado sus semillas por el radar literario de las últimas décadas –desde el periodismo, la ficción, la edición o la traducción– sin volverse obscenamente visible, pero dejando sus luminosos aguijones. Pranzalanz es un libro de relatos, dividido en tres partes –dos y un epílogo–, pero valdría más considerarlo como un planisferio, o bien una breve enciclopedia de mitos y leyendas en las que el tiempo y el espacio se hallan en constante tensión.
Si existe alguna diferencia más o menos visible entre las dos primeras secciones del libro es, en todo caso, que el segundo grupo de historias pertenece en general a un marco más contemporáneo, y hasta cierto punto más palpable. Pero de una manera u otra forma todas ellas reversionan o reinventan algún tipo de mitología: de Dios y Buda a la escisión del núcleo formado por Freud y Jung; de las tierras escandinavas a ese laberinto cercano que es Parque Chas, revisitado aquí como una especie de Triángulo de las Bermudas que se deglute toda una manzana.
En una de las últimas dos piezas de Pranzalanz –significativamente las únicas narradas por entero en primera persona– se desliza, aunque referido con sobriedad a un territorio en particular, la posibilidad de que no alcance nunca con una versión de los hechos. Desde ese prisma es indispensable proyectar cada una de estas narraciones, que bajo la carcasa de la fábula o la alegoría se apropian y extreman determinados relatos míticos, de origen bíblico (“La fuerza de la naturaleza”), oriental (“Buda y el halcón”) o nórdico (“Amor divino”) en algunos casos, y en otros contienen en sí mismos el rumor de todas sus posibles entonaciones (“Versiones de Malta” o “La ciudad condenada”).
Sin anclaje, navegando libremente por ese océano que el siglo XX propuso con Kafka, Borges y Calvino situados en sus vértices, Kupchik entrega un abanico de narraciones que parecen, en cada caso, dialogar desde el inicio con un destino. De allí que el epílogo contenga tres epígrafes, todos ellos circulares, en los que el principio y el fin se desdibujan; y el único texto que lo compone, en apariencia una despedida, tal vez deba considerarse como una instancia, una versión de los hechos, o incluso un nuevo comienzo.
Pranzalanz
Por Christian Kupchik
Dualidad
189 páginas, $ 1450
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