Taxi Driver, en tiempos de aplicaciones
:quality(80)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/lanacionar/7XFLLIEWPNEWVPNFGUQDXJWSQM.jpg)
“Él es un profeta y un dealer/Él es una contradicción andante, parte realidad, parte ficción”, le dice Betsy (Cybill Sheperd) a Travis (Robert De Niro), citando una canción de Kris Kristofferson para definir su personalidad en la primera cita que la bella chica, militante de un candidato a presidente, y el taxista solitario y misántropo tienen en un café. Travis no sabe ni siquiera quién es Kris Kristofferson que, para el presente absoluto de la película, filmada en 1975, ya era una estrella de la música y el cine. Para la siguiente cita, la cámara muestra a Travis recorriendo un espacio que le resulta aún más hostil que los barrios duros de Manhattan por los que se anima en la noche: una disquería. Es así. Travis, veterano de Vietnam que habita un subsuelo lúgubre no escucha música. No porque las balas lo hayan dejado sordo. No la necesita. No significa nada. Pero como Betsy le ha dicho que “no se imagina la vida sin música” va y compra el álbum The Silver Tongued Devil and I grabado por Kristofferson horas después de enterarse de la muerte de su amiga Janis Joplin. Es el que trae la canción “The Pilgrim, Chapter 33″, aquella en cuyo estribillo Betsy vio reflejada su torturada personalidad. No es para él, claro, sino un regalo para ella que ya tenía el disco. “Ahora tengo dos”, le dice cerrándole la puerta de otro taxi en la cara después de una segunda cita frustrante.
Todo esto pasa en Taxi Driver, el imborrable film de Martin Scorsese estrenado en 1976 en coincidencia con el surgimiento del punk en Nueva York y Londres. La película puede verse ahora en Netflix, pero con el subtitulado mutilando un 25% del guión original acaso porque el lenguaje de los proxenetas resulta ofensivo a la sensibilidad ambiente. Se le decía censura pero, bueno, entonces había una dictadura y especialistas en manipular el material fílmico como si fuera origami.
:quality(80)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/lanacionar/LPOZWUYP65BDBIO74MPWM2WWLI.jpg)
Lo interesante es que Scorsese prescinde de hacernos escuchar a Kristofferson (a quien había dirigido antes en Alice Doesn’t Live Here Anymore) y solo vemos la tapa con su estampa de cowboy urbano. La canción country que cita Betsy, a su vez, se había dejado escuchar con su entonación cavernosa en el estilo de Lee Hazlewood en Cisco Pike, un western de 1972. En la radio de Travis nunca suena la radio y toda la película está atravesada por la música original de Bernard Herrmann, que es pura imagen de jazz oscilando entre un swing sensual marcado por un fraseo de saxo y una fanfarria ominosa que acompaña el pasaje a la pesadilla. La banda sonora de Taxi Driver, que contiene 18 tracks, se sugiere como objeto en una escena por demás incómoda en la que el proxeneta (Harvey Keitel) pone el disco (como si no fuera de la película o como si la realidad invadiera la ficción) para bailar cheek to cheek con Iris (Jodie Foster) a la que explota con tan solo trece años.
Fuera del saxo de Ronnie Lang interpretando la última partitura de Herrmann (un veterano de Hollywood que murió días después de que fuera grabada) y la cita muda a Kristofferson no se escucha nada en Taxi Driver excepto “Late for the Sky”, una gran canción bastante olvidada de Jackson Browne de 1974. La cubierta del álbum homónimo del cantautor estaba inspirada en una serie del surrealista belga René Magritte conocida como L’empire des Lumières, veintisiete pinturas entre óleos y témperas ejecutadas entre los años cuarenta y sesenta. Al fin, se sabe, el cine desciende de la pintura.
Ahora Taxi Driver puede tener además un valor documental. Esos coches amarillos (o negros) parecen en vías de extinción ante el avance de las aplicaciones con su modus operandi de autoexplotación (bendita polisemia) que la serie Super Pumped refleja en otra plataforma de streaming. Justo, la tecnología y el formato narrativo que vinieron a darle el cross a la mandíbula al cine. Ese lugar donde el taxista termina de perder la cabeza para llamarse a sí mismo “el solitario de Dios”, empujando su monólogo ensimismado al abismo. Bienvenida Taxi Driver, adiós taxis.
Temas
Últimas Noticias
Islas perdidas y cripto-estados: un viaje por las fantasías libertarias
Ensayos. ¿Superministro para la crisis? El presidencialismo, en jaque
Graciela Speranza: “El arte puede ayudar a desvelar la dimensión del descalabro ambiental”
La gentrificación, un fenómeno de las ciudades de hoy
La mirada filial de Stanislaus, el menos conocido de los Joyce
La guerra actual, bajo la mirada del derecho
Lecturas: Cristina Peri Rossi, autobiografía y deseo de una escritora premiada
Reseña: Quiero verte otra vez, de Roberto Fontanarrosa
Reseña: Sesión en una tarde de lluvia, de Mark McShane
Ahora para comentar debés tener Acceso Digital.
Ingresá o suscribite