El valor de la lectura. “Un día leí un libro y mi vida entera cambió”
“Un día leí un libro y mi vida entera cambió”. Pocas frases más cortas y precisas para explicar el valor de la lectura. Valor que se define por presencia o por ausencia. Quien la dijo es Orhan Pamuk, el escritor turco autor de novelas extraordinarias y conmovedoras, como Una sensación extraña, La mujer del pelo rojo o Nieve, de memorias emocionantes, como Estambul, y de ensayos sensibles, como La maleta de mi padre. Pamuk tiene 70 años. A los 22 leyó El extranjero, de Albert Camus y decidió abandonar la carrera de arquitectura para dedicarse a escribir. En 2006 ganó el Nobel de Literatura.
Leer y escribir son acaso los saltos más extraordinarios e inigualables en la evolución de la humanidad. Logros que parecen naturales y que, sin embargo, significaron atravesar imposibilidades hoy impensables para atender una necesidad esencial: la comunicación. Por la vía de la escritura y la lectura circulan emociones, ideas, sentimientos, fantasías, creencias, memoria, historia. Quien lee nunca está solo, viaja por el mundo conocido y por mundos desconocidos, vive otras vidas, entra en otros corazones. “La lectura de unos buenos libros es como una conversación con las mejores mentes de los siglos pasados”, decía hace 500 años el filósofo y físico francés René Decartes. Hoy, cuatro siglos más tarde, una reciente investigación encarada por los psicólogos Raymond Mar y Marina Rain, de la universidad canadiense de York, encontró que la lectura de literatura de ficción potencia y expande las habilidades lingüísticas. En esto la ficción supera a los textos técnicos y a los académicos porque sale de las jergas y léxicos específicos y amplia y libera su vocabulario para entrar en los campos de la imaginación.
El estudio de Mar y Brain se centró en la historia de lectura de mil adultos jóvenes y analizó también un estudio anterior (publicado en mayo de 2013 por los psicólogos Stuart Ritchie y Timothy C. Bates, de la Universidad de Edimburgo, Escocia), según el cual, tras analizar 11 mil casos, se encontró que los chicos que eran aficionados a la lectura a los 7 años tenían un mayor grado de éxito socioeconómico y desarrollo intelectual 35 años después. De donde se podría afirmar, en este tiempo en el que éxito y productividad a destajo son banderas del capitalismo, que leer desde temprano en la vida es una buena inversión. En un comentario sobre la investigación publicado en el sitio digital The Conversation, el propio Mar sostiene: “Independientemente de las razones, el hecho de que sea la ficción narrativa y no la literatura expositiva lo que nos ayude a desarrollar sólidas habilidades lingüísticas tiene implicaciones importantes para la educación y la política”. En esos y otros campos se podría emplear esta propuesta: muéstrame cómo hablas, cómo expones tus ideas, cómo sostienes tus argumentos y expresas tus sentimientos y emociones y te diré cuánto has leído.
Se ha dicho con razón que quien sabe leer y no lee es tan ignorante como un analfabeto. O quizá más, porque el analfabeto carece de una herramienta que el otro desprecia. Y no vale el argumento de que permaneciendo horas sumergido en el mundo digital a través de pantallas se ejerce la lectura. Decodificar que una eme seguida de una a, de otra eme y de otra a significan “mamá”, no es leer. La verdadera lectura involucra comprensión, imaginación, capacidad crítica y otros dones y capacidades que en las pantallas suelen brillar por su ausencia. El gran Ray Bradbury (1920-2012), autor de clásicos como Crónicas marcianas, El vino del estío y El hombre ilustrado, entre otros, lo dijo con claridad: “No tienes que quemar libros para destruir una cultura. Simplemente haz que la gente deje de leerlos”. Como los personajes de Fahrenheit 451, su novela emblemática, estamos quienes seguimos empeñados en leer, contra el viento, la marea, la pereza mental y el facilismo reinantes.





