100 años de juventud
Con diversos actos, la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA: Young Men’s Christian Association) festejó su centenario. La historia de una institución que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1946, por la que pasaron Gardel y Borges, entre miles de jóvenes y adultos de todos los credos
lanacionarSi usted cree que su vida nada tiene que ver con la YMCA, es muy posible que esté en un error.
Aunque también es posible que sus días no tengan nada que ver con el basquet, el voley, la natación, el ajedrez, o los campamentos. Porque fue esta institución –desde mañana centenaria– la pionera en la difusión de estas actividades en la Argentina. También fueron iniciativas de la YMCA local la celebración del Día de la Madre y del Día del Padre. Y es su responsabilidad la acción solidaria que hoy reciben 3500 personas en centros comunitarios, escuelas y hogares, desde la Villa 31 de Retiro hasta Chascomús y Bahía Blanca.
Los motivos para festejar ya eran muchos, en el nivel local e internacional, cuando el grupo pop Village People cantó las virtudes de la institución, con un ritmo que todavía es éxito en todo el mundo. “No hay razón para sentirte bajoneado –dice la letra–, porque has llegado a una nueva ciudad donde encontrarás muchas formas para sentirte bien, aquí tienen todo lo que se necesita para alegrarte: puedes disfrutar de una buena comida, puedes hacer todo lo que sientas, puedes cumplir tus sueños. Lo único que debes saber es una cosa: no hay un solo hombre capaz de hacer todo por sí mismo. Just go to the YMCA.” Creada en Londres en 1844, la asociación se expandió rápidamente hacia 130 países, con más de 30 millones de miembros de distintas razas, credos y sectores sociales. Abrió su capítulo en la Argentina durante la llamada belle époque. Fue el 6 de mayo de 1902, cuando el país rezumaba prosperidad y sus habitantes ardían en un febril deseo de superación. Durante mucho tiempo, fue la yumen, espontánea porteñización de Young Men´s. Se había instalado en Paseo Colón 161, en un edificio por aquel entonces considerado de avanzada, con pileta de agua calefaccionada, el primer comedor con autoservicio de Buenos Aires y un gimnasio siempre alegrado con la música del piano. El campo de deportes se abría en la manzana que hoy ocupa la Facultad de Ingeniería.
Los porteños veían ensanchar la calle Corrientes cuando surgió la idea de un nuevo edificio. La tarea se encargó, entre otros, a José E. Tívoli, socio de la YMCA local. Poco después, en 1936, vestido con traje y corbata, pala de albañil en mano, el entonces presidente, general Agustín P. Justo, colocaba la piedra angular del edificio de Reconquista 439.
Al día siguiente, La Nacion publicaba la noticia, y una explicación: “Contrariamente a la costumbre de emplazar las piedras fundamentales de los edificios en terrenos descubiertos, la Asociación Cristiana de Jóvenes ha colocado la piedra angular de su nuevo local luego de construidas las dos primeras plantas y los cuatro subsuelos”. Al año siguiente, el Congreso habilitó un presupuesto especial (350 mil pesos moneda nacional) como donación a “una institución genuinamente nacional”.
El edificio de Reconquista (una de las sedes actuales, junto con la de Avellaneda y la de avenida Lafuente 2400) puede desorientar al huésped desprevenido con sus pisos y entrepisos: una cancha de basquet en el segundo piso, la pileta olímpica en el subsuelo, el comedor en un piso a media asta, entre dos ascensores que marcan niveles distintos pese a estar a la misma altura. Pasillos amplios y muros que guardan los secretos de diálogos agitados.
Juan R. Mott, presidente de la Alianza Mundial de Asociaciones Cristianas de Jóvenes, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1946. Poco antes, la sede argentina trabajaba con los damnificados del terremoto de San Juan y enviaba a Kenya 25 mil pares de botines, 15 mil pelotas de fútbol y 4 mil de basquetbol, además de un equipo educacional y recreativo, y 700 mil pesos para los prisioneros de guerra, remitidos por barco desde marzo de 1943 hasta octubre de 1945.
Notoria galería
Carlos Gardel entró en la asociación de la mano de Enrique Pascual, activo socio deportista y músico de vocación. “Che, Enrique, ¿qué puedo hacer para que desaparezca este mondongo?”, le habría dicho El Zorzal, perseguido como siempre por el fantasma de la obesidad. Así llegó a participar en las clases de gimnasia que impartía Pascual, que fueron bautizadas como clases de bohemia por sus mismos participantes, entre ellos el guitarrista José Razzano y otros artistas que se destacarían en la música ciudadana: Julio De Caro, Juan de Dios Filiberto y Francisco Lomuto. Se cuenta que Gardel presenciaba una clase de boxeo cuando fue sorprendido por el director del departamento físico contando chistes a un grupo de socios. Inmediatamente, el Mudo simuló estar haciendo abdominales contándolos a viva voz: “382... 383...” Apenas había hecho unas flexiones, cuando se levantó resoplando: “¡Huy!, viejo, no doy más...” Jorge Luis Borges también concurrió a las instalaciones de la calle Reconquista, donde fue aplaudido de pie luego de su conferencia sobre literatura gauchesca. Eduardo Galleti, ex presidente de la Asociación Cristiana de Jóvenes, recuerda cuando el escritor le comentó sobre las muchas cartas que recibía diariamente: “No crea que todas las cosas que me dicen son lindas –me dijo, allá por los años 70–. ¡Las mujeres son las más enojadas! Estábamos en plena dictadura y a Borges lo criticaban mucho por su apoyo al régimen, pero él parecía más preocupado por lo que decían las mujeres”. En materia de música, la asociación también ha hecho buena letra. Recientemente, al descubrir el talento del joven pianista Horacio Lavandera, presentado por la asociación cuando tenía 15 años. Los melómanos recuerdan, además, cuando Ariel Ramírez interpretó algunas obras en conmemoración del 135º aniversario de la Revolución de Mayo; y los más veteranos, la cantidad de curiosos atraídos por las maravillas que uno de los socios hacía con su bandoneón en la década del 40: Astor Piazzolla.
Por esa misma época, del otro lado del océano, el actor Anthony Hopkins participaba tímidamente de un grupo de teatro en la Asociación Cristiana de Jóvenes de la ciudad de Port Talbot, en el sur de Gales.
Entre las páginas del libro que celebra el centenario de la institución, se incluyen recuerdos y palabras de personalidades tan diversas como el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel (que reconoce el aporte solidario), Enrique Macaya Márquez (por el papel de la institución en el deporte), el economista Jorge Todesca (por “la misión de construir un mundo con valores”), y el sociólogo Manuel Mora y Araujo (“en mis años de infancia y adolescencia, encontré en la asociación un segundo hogar”).
Por eso, los 7000 socios que hoy dan vida a la institución el lunes último descorcharon botellas para evocar el pasado mirando hacia el futuro. La historia viva de esta institución centenaria, difusora de cultura e imbuida del calor de los hogares, la universalidad de las academias, la sobriedad de los templos, la distinción de los salones y la intensidad de los gimnasios; pero sin pretensiones de gimnasio, templo o academia. Sencillamente, con la alegría y la esperanza de una asociación de personas vibrantes.