2001: el año del cine
En plena recesión, la industria fílmica local se reconcilió con el público argentino y ganó premios y nuevos mercados en el mundo
Noviembre de 2001. La ciénaga, de Lucrecia Martel, y Plata quemada, de Marcelo Piñeyro, aparecen en la lista de las 50 películas más vistas en los Estados Unidos. La libertad, austera mirada a un día en la vida de un hachero a cargo del joven director Lisandro Alonso, se estrena en diez salas de Francia, cuando en la Argentina había pasado casi inadvertida por apenas tres cines. El hijo de la novia es lanzada en 51 salas españolas y consigue uno de los mejores promedios de público por pantalla, mientras que Nueve Reinas acumula 16 semanas en cartel en ese país y supera los 300.000 espectadores.
Lo que desde hacía dos años era un secreto a voces entre los programadores, críticos y artistas que participan en el circuito internacional de festivales ("el cine argentino va a ocupar el centro de la escena desplazando a Irán, Corea o Hong Kong") finalmente se cristalizó esta temporada: el furor, la moda, la avidez por las películas nacionales fue tan grande que se consiguieron más de 50 premios y 18 films fueron estrenados comercialmente en los principales centros del séptimo arte: París, Nueva York, Londres, Madrid, Roma, México D.F. o Río de Janeiro.
Pero además de esos hechos auspiciosos, los jóvenes directores independientes argentinos se convirtieron en objetos de estudio, en el eje del interés de los principales académicos e investigadores de cine. Así, el mes último se produjeron casi simultáneamente tres foros para analizar este fenómeno en Tesalónica (Grecia), Huelva (España) y Londres. En la capital inglesa, por ejemplo, el ingreso al encuentro costaba 12 dólares, pero así y todo quedó gente afuera.
Las principales publicaciones del mundo, desde The New York Times hasta Le Monde, pasando por revistas especializadas como Cahiers du Cinéma o Sight and Sound, y las grandes instituciones culturales como el Lincoln Center o el Barbican dedicaron espacios hasta no hace mucho impensados a desentrañar este boom del cine argentino.
“No quedan dudas: nuestro cine ha sido la gran vedette del año”, asegura José Miguel Onaindia, director del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). Y, pese a que muchas veces las frases de los funcionarios pueden resultar ampulosas y exitistas, en este caso resumen a la perfección la cosecha de halagos recibidos. Para profundizar este desembarco externo, el funcionario promete para 2002 la apertura de cuatro oficinas de promoción en Roma, Madrid, Los Angeles y Río de Janeiro.
Por primera vez en la historia, el cine argentino participó este año en todos los grandes festivales y recibió premios nada menos que en Berlín (La ciénaga), Cannes (Bolivia), Montreal (El hijo de la novia) y San Sebastián (también Bolivia, de Adrián Caetano).
La temporada 2002 llega también con excelentes perspectivas externas: se abrirá en febrero con una cada vez más probable nominación de El hijo de la novia para el Oscar al mejor film extranjero y proseguirá con la presentación en festivales de los nuevos films de Pablo Trapero (El bonaerense), Alejandro Agresti (Valentín), Daniel Burman (Todas las azafatas van al cielo), Carlos Sorín (Historias mínimas), Fernando Solanas (Afrodita) y Adrián Caetano (El oso rojo), entre otros talentosos realizadores. “Lo más significativo del cine argentino es su diversidad estética, temática y generacional. En el exterior son éxito tanto los trabajos experimentales de jóvenes creadores como películas más industriales de directores consagrados”, dice Onaindia.
Industria sólida
Aun con sus problemas de financiamiento (el Ministerio de Economía se queda cada año con casi la mitad de los 60 millones de dólares que por ley le corresponden), la industria de cine es una de los pocas en crecimiento en medio de la recesión generalizada, al punto que 10.000 personas viven directa o indirectamente de este sector.
Con 51 largometrajes estrenados este año en las salas locales (récord de las últimas décadas) y otros 160 films terminados, en posproducción o en distintas etapas de realización, el cine argentino mantiene un nivel de actividad que supera las expectativas y posibilidades de subvención por parte del propio Instituto de Cine y las salas que tienen disponibles las principales cadenas para los lanzamientos.
La relación del público con las películas nacionales sigue recomponiéndose tras años de escepticismo y frustración (“si es argentina, no voy”, fue uno de los lugares más comunes entre los concurrentes al cine). Si bien este año los largometrajes locales consiguieron una cuota del mercado del 15 por ciento –menor a las obtenidas en 1999 (16,5 por ciento) y 2000 (19,8 por ciento)–, más de cuatro millones de espectadores optaron por propuestas locales.
Según datos oficiales, hasta el estreno de Harry Potter y la piedra filosofal, la película más vista del año ha sido El hijo de la novia, de Juan José Campanella (1.400.000 espectadores), mientras que otras dos, La fuga, de Eduardo Mignogna (850.000), y Chiquititas, rincón de luz (730.000) se ubicaron también entre las diez más taquilleras. Luego aparecen Rodrigo, la película (260.000), Anteojito y Antifaz (200.000) y La ciénaga (120.000), de Lucrecia Martel, que fue el largometraje que mejores críticas recibió y el que mayor proyección internacional está teniendo: ya se estrenó en Estados Unidos, Italia, Inglaterra, España y México, y está concretada su venta en una decena de mercados más.
Así, entre un año estupendo en el contexto internacional y un digno presente local, el cine argentino intentará repetir en 2002 los lauros conseguidos. En esa difícil conjunción que se requiere entre lo artístico y lo económico, los realizadores deberán volver a mostrar su talento y los productores privados y los funcionarios tendrán que asegurar las condiciones para que las películas nacionales mantengan su privilegiado lugar en el mundo.