No fue una caída más ni un raspón como el que tantas otras veces había curado. Esa tarde, mientras limpiaba la herida de su hija Azul de 14 años, Milagros supo que algo andaba mal. Estaba atravesando un momento difícil con el papá de sus hijas; tantos años de relación habían desgastado el vínculo. Pero juntos se propusieron salir adelante y así lo hicieron, Quizás, internamente sabían que lo que les tocaba los iba a poner a prueba y solamente lograrían salir adelante como equipo. Habían viajado desde su Corrientes natal hasta Buenos Aires por recomendación del médico que estaba siguiendo el caso de Azul. "Su hija tiene cáncer en la tibia, necesita someterse a una cirugía lo antes posible", les dijo ese día el especialista del Hospital de Pediatría Prof. Dr. Juan Pedro Garrahan, mientras repasaba los estudios que habían llevado. "Mis ojos se transformaron en un mar de lágrimas cuando el doctor nos dio el parte y confirmó el diagnóstico que sospechábamos. En ese momento, mi marido Gonzalo me tomó de la mano y sentí que su mano sostenía mi corazón. Gracias a la fuerza que me transmitió supe que iba a poder continuar".
Milagros y Gonzalo se habían conocido cuando eran adolescentes, en una fiesta de 15 en la que coincidieron. La cabeza rapada de Gonzalo le dio "ternura" a Milagros y desde ese día no pudp sacarle los ojos de encima. "Su nombre me enamoró, parecía de una novela mejicana. A los pocos días mis amigas le contaron que yo moría por él y asi terminamos siendo novios". Pasaron los años, cursaron la secundaria en colegios diferentes y le dieron curso a su historia de amor. Pero a los 19 años Milagros tuvo que enfrentar una cirugía de útero. Como resultado perdió un ovario y comenzó a pensar que quizás ser madre no era un sueño que pudiera cumplir.
Con la mayoría de edad, Milagros y Gonzalo recibieron también la feliz noticia de que iban a ser padres. Fue una sorpresa y decidieron casarse para celebrar el acontecimiento. "Fue mágico, en plena crisis de 2002, oficiamos la ceremonia donde todos los domingos nos veíamos". Gonzalo tuvo que dejar sus estudios y conseguir un trabajo que pudiera mantener a la familia que habían formado. Es que al poco tiempo, Milagros quedó embarazada nuevamente. "Conversamos y acordamos que yo iba a seguir estudiando. Fue difícil ser mamá de dos chiquitas y cursar la facultad pero lo logramos. Me recibí de Escribana Pública Nacional y también de maestra de francés. Mientras seguíamos luchando por mejorar. Gonzalo consiguió un trabajo que cambiaría nuestra economía".
Equipo de primera
Pasaron los años, lograron consolidarse económicamente hasta que recibieron la devastadora noticia sobre la enfermedad de su hija mayor. "Armamos un plan de batalla. Yo iba a dejar en manos de mis socias la escribanía que había montado y me iba a instalar en Buenos Aires para que Azul pudiera hacerse el trasplante de tibia y seguir su tratamiento. Gastamos todos nuestros ahorros y pedimos plata prestada para que ella recibiera la mejor atención y estuviera contenida. Todos los días hablábamos con mi otra hija y mi marido por teléfono. Ellos se habían quedado en Corrientes".
El día de la cirugía Milagros sintió que la espera iba a ser eterna. Fueron doce las horas que esperó en ese pasillo de hospital caminando de un lado a otro, tomando café y rezando a Dios para que su hija saliera bien de la intervención. "Finalmente, cuando salió el doctor y nos dio las buenas noticias me volvió el alma al cuerpo. Me abracé con mi marido que había viajado especialmente para estar con nosotras y supe que nada ni nadie nos iban a poder vencer".
El plan de Milagros para que su hija pudiera sobrellevar el tratamiento fue no bajar los brazos. Sí, la operación de Azul había sido exitosa pero todavía restaba el tratamiento de quimioterapia. Como consecuencia de las sucesivas sesiones, Azul perdió el pelo. Pero Milagros se las ingenió para conseguir una peluca idéntica a su color de pelo. Además, a medida que la chica recuperaba fuerzas, le organizaba programas de todo tipo. "Habíamos alquilado un departamento en Buenos Aires por ocho meses y salíamos al cine, íbamos a pasear al shopping, caminábamos, hacíamos pijamadas en la casa de mi mejor amiga y, de vez en cuando, el papá nos pasaba a buscar y viajábamos por el fin de semana a Corrientes para ver a mi otra hija y a la familia. A veces los extrañaba tanto que sentía que me faltaba el aire".
Hoy Azul lleva una vida normal. Va al colegio, sale con sus amigas y tiene controles en el Garrahan cada tres meses. "Aún usa muletas y sigue en rehabilitación pero lo peor ya pasó. Como le digo siempre, vencimos al cáncer en equipo, como familia y con mucho amor".
Si tenés una historia propia, de algún familiar o conocido y la querés compartir, escribinos a GrandesEsperanzas@lanacion.com.ar
Temas
Más notas de Grandes Esperanzas
Más leídas de Lifestyle
“Podés bailar en un subte o ir en pijama al café”. Un idioma duro para muchos la llevó a un destino libre como pocos
"Algo andaba mal". Empezó a trabajar en un hotel y renunció 27 minutos más tarde tras descubrir lo que hacían en las habitaciones
Estilo único. Color mostaza, sombrero y flecos: el espectacular look de Máxima que revolucionó las redes
Con calcio. El licuado poco conocido y saludable que ayuda a bajar de peso