Aburrirse hace mal... ¿o bien?
Si un psiquiatra que trabajaba unos cincuenta años atrás viajara en el tiempo hasta hoy encontraría en muchos de nosotros rasgos que él diagnosticaría como de hipo-manía: no podemos parar, nos cuesta quedarnos quietos, en silencio, o sin hacer nada; las pantallas y en particular el teléfono inteligente no ayudaron en este aspecto, apenas estamos parados en la cola del supermercado empezamos a contestar mensajes o mails, en lugar de divagar y observar el mundo desde esa obligada quietud, o en lugar de interactuar con el precioso niño del carrito de adelante que nos hace morisquetas, ¡es que está aburrido porque su mamá está perdida en su teléfono!.
Ya no sabemos estar sin hacer nada ni confiamos que del aburrimiento pueda surgir algo interesante, nos cuesta, ya ni intentamos, bucear adentro nuestro para encontrar algún plan o una idea, es mas fácil navegar por Internet buscando afuera lo que no confiamos encontrar adentro nuestro. Aunque alguna vez, hace ya muchos años, vivimos de otra forma: sentados en la vereda mirando pasar los autos, esperando que el chico de la casa de al lado se despertara y saliera para jugar un rato juntos.
Y esto se traslada a nuestros hijos: acabamos de verlo con claridad al empezar las vacaciones: ¿hoy qué hacemos?, ¿a dónde vamos?, ¡quiero invitar!, ¡compráme!. Hemos ido cayendo en el embrujo de la sociedad de consumo que quiere que gastemos y solapadamente nos ha ido convenciendo de que para divertirse hay que estar en acción y en movimiento, salir a la calle, hacer... No ocurrió de golpe, nos habríamos dado cuenta y nos habríamos resistido en ese caso. Fue sucediendo de a poco, el ritmo de vida se fue acelerando, todos empezamos a hacer cada vez más cosas y también más de una a la vez, es que necesitamos tiempo para mantener al día los mensajes…
"Los niños inteligentes no se aburren" me decían de chica, lo que me ponía en una situación difícil, si me aburría era porque no era inteligente. Poca televisión, pocos canales y programas, muchas prohibiciones y poca conexión con el medio hacían que las épocas (de jugar a las figuritas, de saltar al elástico, o a la soga, o a algún juego) fueran largas. Y así las vacaciones resultaban interminables porque los días eran largos y los programas muy pocos, nuestros padres no sentían la necesidad y mucho menos la obligación de entretenernos.
Se viene un largo verano sin clases, ¿no será un buen momento para que nuestros chicos y nosotros practiquemos un poco ese aburrimiento que lleva a un ocio creativo? Aunque preparémonos para unos días de caras largas y de peleas entre ellos y con nosotros, porque esos son los recursos que habitualmente usan para lograr un programa, una salida, un ratito de videojuego…
Difícil que nuestros hijos estén de acuerdo o contentos con la bajada de ritmo que sugiero... es que con tanta oferta de juguetes, invitaciones y pantallas los chicos ya no saben aburrirse, la sola idea de no tener nada que hacer los espanta.
Si logramos sostenernos en nuestra decisión iremos viendo que empieza a desplegarse en ellos esa humana capacidad de entretenerse que teníamos nosotros de chicos: inventar, jugar, hacer planes geniales y realizarlos, leer, pasarla bien juntos y también a solas. Y quizás entonces las vacaciones vuelvan a parecer largas como en nuestra infancia y duren hasta que se cansen y entonces tengan ganas de volver al colegio a principios de marzo.