En el año 1973 el trabajo de Ricardo consistía en viajar por las ciudades de nuestro país para promocionar el uso del Yo-Yo entre niños.Su tarea era contratar a la televisión local para que salga un comercial donde se lo veía a él haciendo las destrezas con el Yo-Yo y luego concurrir a las escuelas para hacer demostraciones. Estoy segura de que seremos varios los lectores que recordaremos esas destrezas tan difíciles de lograr sin que se enrede el juego.
En una ocasión actuó en Córdoba con gran éxito y luego en Tucumán y Jujuy. Pero cuando llegó a Salta la suerte se terminó: "Resulta que la TV local no podía usar el film publicitario que yo tenía pues las medidas de las cámaras y mi film eran distintas. La fábrica que yo representaba me pidió que me quede una semana allí hasta que ellos pudieran mandarme la cinta publicitaria correcta", explica Ricardo.
El café donde hizo sus mejores destrezas.
En una tarde libre Ricardo salió a tomar un café con el vendedor del canal. En otra mesa de la confitería estaba Carmen, "la mujer más hermosa que había visto en mi vida". Ella estaba con una amiga pero a Ricardo no le importó.
"Me presenté y le dije que si nos casábamos y había que poner el niño a dormir, yo lo podía hacer. Ella me miro con un poco de incredulidad y fastidio, pero yo saqué mi Yo-Yo e hice la pirueta del Yo-Yo dormido. Luego le dije que también podía hamacar al niño y le hice la pirueta del columpio. Y si tenemos un perro, dije, yo también lo puedo llevar a caminar, e hice la pirueta del Yo-Yo caminando. Luego seguí con varios trucos más, y terminé diciendo que si le gusta viajar, yo la podía llevar a dar la vuelta el mundo. ¡Y le hice el truco de la vuelta al mundo para convencerla que mis palabras eran verdaderas!", confiesa Ricardo los trucos que utilizó para enamorarla en el primer encuentro.
¡Funcionó! Carmen quedó deslumbrada con sus habilidades y simpatía y aceptó, sin dudar, su invitación para cenar más tarde. "Yo quedé totalmente hechizado por esta señorita de 18 años", cuenta Ricardo que en aquel entonces contaba los 24 años. Después de esa primera cena ella le permitió darle un beso y él quedó aún más hechizado.
Para la cuarta cena había muchos besos pero nada más. "Para ese entonces, yo era un muchacho del mundo. Había viajado por toda la Argentina, Nueva York, Los Ángeles, San Francisco y México. Si después de cuatro cenas no había pasado nada más que besos, algo de mi supuesto "charm" me estaban fallando. Entonces recurrí al más viejo de toda forma de ganar simpatía: compré un regalo para entregarle. Este gesto seguro que no falla", pensó Ricardo.
La noche que lo cambió todo.
Al terminar su quinta cena Ricardo le dijo que tenía un regalo especial para ella pero que se lo había dejado en el hotel. Así que la invitó a ir a buscarlo y pudo persuadirla de que incluso lo acompañara a la habitación. Pensó que tal vez ahí podría pasar algo más entre ellos pero Carmen le dijo "Un beso está bien, pero no más".
En ese momento sonó el teléfono de su habitación y ocurrió uno de los peores papelones que recuerda haber vivido Ricardo: era el gerente del hotel que con voz seria y dura le avisó que estaba prohibido llevar señoritas a las habitaciones y que bajaran inmediatamente. Hábil para mentir logró salir apurados del hotel sin que los vieran y así poder evitar un papelón para Carmen también.
Al día siguiente Ricardo decidió ir de frente, "le pregunté qué tenía que hacer yo para que ella se acostara conmigo. Ante mi sorpresa, me dijo que haría eso únicamente si estuviéramos casados. Yo, ni tonto ni perezoso, inmediatamente escribí sobre una de esas servilletas de papel baratas que se encuentran en restaurants de tercera si se quería casar conmigo", fue su propuesta, y Carmen ¡Aceptó!
Esa misma noche Carmen llamó a su mamá que vivía en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, para darle la buena nueva. El impacto fue fuerte, ¡no era para menos! Había enviado a su hija hacía tan solo cinco meses a estudiar a Salta y de repente la llamó para contarle que se iba a casar con un completo extraño de Buenos Aires.
"Mi futura suegra, bastante canchera, se mordió la lengua, respiro profundo y trato de ser amable. Entonces le hizo la pregunta que toda madre, en todo el mundo, le hace a una hija que anuncia que se va a casar con un total desconocido. ¿Y tiene trabajo ese muchacho? Siiii, fue la respuesta entusiasmada de mi novia. ¿Y a que se dedica? Mamá, le contestó, ¡el juega al Yo-Yo! El ruido del desmayo de mi futura suegra lo escuche yo, estando a dos mil kilómetros de distancia", relata con gracia Ricardo.
Cuando la mamá de Carmen se recompuso le dijo en voz muy calma que viajaría al día siguiente para conocer el futuro yerno.
Por alguna razón que Ricardo desconoce no tuvo el coraje para mostrar sus habilidades con el Yo-Yo a su futura suegra. Ella tampoco tuvo la curiosidad de pedir una demostración.
Un casamiento que se hizo esperar.
Al otro día la mamá de Carmen les dijo que debían casarse en Santa Cruz de la Sierra. Ricardo aceptó. La novia y su madre viajaron enseguida para comenzar a organizar el casamiento. Durante el viaje de regreso a Bolivia, le pidió a su hija que no le contara a nadie que planeaba casarse, es que ella estaba segura de que nunca más se volverían a ver la reciente pareja.
Pero se equivocó. Para sorpresa de muchos a las seis semanas Ricardo apareció en Bolivia dispuesto a casarse. Junto a Carmen fueron a la iglesia a pedir al sacerdote que los casara. No calcularon con que el cura párroco les diría que debían esperar porque su boda debía anunciarse durante tres domingos, "Padre, ni los perros me conocen en este pueblo, ¿quién se va a oponer?", preguntó Ricardo. Pero el cura no se inmutó.
Había dos problemas: por un lado Ricardo se quería casar de una vez por todas y por el otro no tenía plata para pasar tantos días allí. Convencido de su suerte se agarró una descompostura tan grande que le duró casi dos semanas durante las que no comió y pudo guardar sus pocos dólares.
Se casaron por civil y a las semanas, un mediodía, por Iglesia. Partieron inmediatamente al aeropuerto para empezar su nueva vida en Buenos Aires. Pero Ricardo había gastado sus últimos dólares en los pasajes y al llegar al aeropuerto se presentó el nuevo papelón de su vida: debía pagar la tasa del aeropuerto y no tenía más plata. Así que entre los familiares de su esposa hicieron una colecta para poder pagar la tasa aeroportuaria.
A los dos años de vivir juntos en Buenos Aires emigraron a Estados Unidos, Ricardo obtuvo un doctorado y se dedicó a enseñar finanzas en California State University. Luego de 40 años se retiró y viven en Orange, California pero pasan cinco meses en nuestro país.
Desde aquel día en que se conocieron pasaron 47 años, cuatro hijos, cinco nietos y un amor que perdura.
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