Andrea Pietra: con una ayudita de los amigos

Unos se disfrazan desde chicos y juegan al teatro en la terraza. Otros siguen el paso que marca el árbol genealógico: una ristra larga de actores y actrices. Otros empiezan de casualidad.

Pero saber qué es lo que a Andrea Pietra la convirtió en actriz es difícil hasta para ella. No tiene un solo pariente actor. No tiene rastros cercanos de debilidad por las tablas. Recuerda, sí, que se deslumbró joven con una actuación de Julio De Grazia.

-Fuimos con el colegio al teatro San Martín. Había una obra con Julio De Grazia y de pronto hice foco en él y pensé: Después se irá a la casa, tendrá hijos, a la mañana se levantará y leerá el diario, y a la noche tiene este laburo fantástico, disfrazarse, jugar. Se me puso la piel de gallina.

Hace cuatro años, Andrea Pietra vivía en el mismo departamento en el que vive ahora, en Palermo. Dos ambientes con balconcito y más o menos los mismos muebles, salvo un par de aparatos de tecnología superior que ganó en el programa de Jorge Guinzburg; uno de ellos, un televisor.

-Viva Guinzburg.

Tiene la risa fácil, la camiseta corta, el pantalón ajustado, el ombligo al aire. Carlos Santamaría (ella lo nombra así: Carlinga) estuvo toda la tarde en esta casa estudiando el guión del próximo capítulo de Un mundo de sensaciones: porque en su casa hay dos chicos chicos y se hace difícil estudiar. En cambio, en casa de Andrea hay un solo chico y tiene la cómoda forma de una voz en el contestador telefónico. "Hola don Pepito, hola don José", dice la sobrina Sofía, 3 años, desde el contestador de Pietra. Ahora, Carlos Santamaría, caballero discreto, saluda y se va. Y los teléfonos de Andrea Pietra empiezan a sonar en una de las primeras pero sostenidas, insistentes y minuciosas llamadas que recibirá durante toda la tarde.

-Esto también es el infierno. Producir, digo. El teléfono sin parar todo el tiempo. A ver quién es... no, no lo conozco. No atiendo.

El identificador de llamada como aliado de la paz, entonces. Desde este año Andrea Pietra y Carlos Santamaría han formado una productora para hacer el programa que ellos quieren, que más les gusta: el programa se llama Un mundo de sensaciones (América, miércoles a las 23), y la productora, No Tenemos Nombre. El precio que tienen que pagar es que el teléfono suene todo el tiempo y que el día sea un macizo chicle de minutos pegoteados que se empujan para pasar primero. Todo corre a velocidad de montaña rusa, pero ellos están felices: salvo algunas bajas, el equipo sigue igual que el año último. Antonio Birabent, Andrea Pietra, Carlos Santamaría. Sólo falta Emilia Mazer, con quien Andrea formó -para hacer Por ese palpitar, también por América- la productora La Palmera. A falta de Emilia, se sumaron Valentina Bassi y Gustavo Garzón.

-Todo el equipo estuvo esperando para ver si se armaba de nuevo. Todos tienen mucho amor por el programa. Todos tuvimos propuestas de laburo mejores pagas, pero todos preferíamos volver a estar en este grupo. Lo bueno es que en este proyecto todos se sienten dueños. Y cuando uno se siente dueño, cuida todo como si fuera de uno.

En uno de los capítulos de Jacinta Pichimahuida -la primera, la auténtica, la que tenía como protagonista a la inoxidable María de los Angeles Medrano-, los chicos tuvieron que pasar de grado y no soportaron la idea de perder a su maestra. Y allá fueron Palmiro Caballasca, Etelvina Baldasarri, Meche, Cirilo, a reclamar que la señorita pasara de grado con ellos. Y la señorita pasó. El grupo de actores que hace Un mundo de sensaciones este año, y que hizo Por ese palpitar el año último, tiene algo en común con el grupo pichimahuidense: se niegan a separarse. Se conocieron en Verdad consecuencia, en los años 90, el ciclo con el que Suar empezaba tímidamente a inaugurar programas en los que sucedían cosas parecidas a las que le sucedían a la gente real, y desde entonces repitieron la bendita frase "A ver si un día hacemos algo juntos". Hubo final feliz. Cada uno hizo lo suyo un tiempo, pero Por ese palpitar los reunió y ahora, mientras puedan, van a seguir así.

-Es difícil armar un grupo así. Cuando te pasa, sabés que no es muy factible que te vuelva a pasar. Y este año las incorporaciones de Valentina Bassi y Gustavo Garzón fueron pensadas desde ese lugar. Nos importa por igual que sea buen actor y buena persona. No tendríamos un buen actor que nos parece mala persona. El programa -el del año anterior, el de este año- rescata la vieja idea del unitario jugado por un elenco de actores que son siempre los mismos, haciendo personajes distintos. Por ese palpitar se metía con temas espinosos: el incesto, la homosexualidad, la infidelidad, los hijos de desaparecidos, el Mundial ´78. En uno de los capítulos del año último, Pietra era una verdulera de barrio que accedía a esconder en el patio de la verdulería a un vecino de barrio, seductor y estudiante universitario, interpretado por Birabent. El capítulo transcurría en Planeta Argentina, año 1978. El estudiante tenía que esconderse, tenía que irse del país: se habían llevado a su profesor, a varios compañeros. El capítulo terminaba mal: Birabent conseguía salir del país y Pietra, un día antes de que su avión saliera con rumbo más venturoso a encontrarse con su estudiante en el exilio, terminaba encerrada en el baúl de un Falcon verde. -Sí, fue desgarrador. Actuarlo, que me metieran en un baúl, fue desgarrador. A muchos esa época no nos pasó tan cerca, pero vivíamos acá y eso pasó acá.

Andrea Pietra tiene 32 años. Hace 25 años, tenía 7. En 1983, tenía 14. Sus recuerdos de esos años son recuerdos de opresión colegial.

-Tengo registro de la opresión del colegio con las medias hasta la rodilla, que no se vea nada de piel, no llevar ningún pelo fuera de lugar, nada que se saliera de la vincha azul. Y era un colegio del Estado. Pero no sé si tenía claro lo que estaba pasando. Tengo un recuerdo tan feo del secundario, de una angustia horrible. Había una historia que daba vueltas, de una chica que había aparecido colgada del escenario de la escuela, muerta, pero nadie contaba qué había pasado. Y supongo que debe de haber tenido que ver con esa época. Pero nadie te decía cómo. Nadie sabía más que eso.

Nació en Haedo, y a los 5 años se mudó a Caballito. Tiene tres hermanos. Su padre, Héctor, y su madre, Ana, no entendían por qué, si era tan mona, se vestía tan mal, con enteritos, buzos enormes. Nunca fue coqueta. No era la niña-actriz que se delinea al carmín e investiga gestos de vamp frente al espejo. No la hubieran dejado. -Mi mamá ha cambiado grosso ahora, pero venía de una familia estricta. Mis abuelos Gerardo y Esperanza, sus papás, fueron el amor de mi vida, pero con ella fueron reestrictos. Había cosas que mi mamá no quería escuchar y yo siempre fui al choque, le decía las cosas en la cara y ella se tapaba los oídos. Yo me puse de novia por primera vez a los 19, era grande, y mi vieja estaba paranoica de... cosas. Cuando empecé a estudiar teatro a los 14, tenía miedo de que yo sufriera o me pasara algo o no sé, que me violaran. Eran todos ay, cuidado con esto, con lo otro. Cualquier cosa que pasara con un chico te transformaba en una p... en un minuto. Y nada. Yo le decía "Mamá, no te preocupes, cuando vaya a tener mi primera relación sexual primero voy a ir a una ginecóloga". Y mamá se tapaba los oídos y decía "¡¡¡Andreaaaaaaaaa!!!"

Primero fue su hermana, que insistía en ir al Instituto Labardén de la calle Garay. Como Garay quedaba lejos, consiguieron que las dejaran ir a una sucursal del Labardén en Parque Chacabuco.

-Tocabas la flauta, tenías folklore, teatro.

Le gustó, más que nada, el teatro. Un día llamó a la Asociación Argentina de Actores y pidió que le recomendaran buenos profesores. Alejandra Boero, le dijeron. Carlos Gandolfo. -Pero para ir a lo de Gandolfo tenía que ser mayor de 18 y yo tenía 16, entonces arranqué con Alejandra Boero y a los 18 empecé con él. Sí. Digamos que tuve buen olfato para los profesores.

Dieciséis años, primera actriz en la familia, y la palabra teatro resonando en los prejuicios de papá y mamá como el lugar donde todos los chicos pierden su santa inocencia. No fue fácil. Para pagarse los estudios de teatro trabajó un verano en Harrod´s, cuando le faltaba un año para terminar el secundario.

-Mi viejo tenía amigos con zapaterías ahí y me comí un verano en Harrod´s, reglamento inglés, doce horas parada, sin mascar chicle, sin tomar nada, sin hablar con el de al lado. Entraba por un sótano marcando tarjeta, salía por ahí, te revisaban unos canas. Un espanto era.

La zapatería de papá no era mejor. Entraban señoras de apariencia paqueta que le avisaban que estaban haciendo tiempo porque tenían médico en una hora, pero igual le pedían ese zapato, y aquel otro, y el de más allá. A veces, ella se peleaba.

Pero eso no duró mucho. Duró, exactamente, hasta 1989.

-Mis clases de teatro eran una pasión y Gandolfo me empezó a decir que tenía que empezar a buscar trabajo. Fueron tres años de pasarla mal, angustiada. Me preguntaban qué había hecho antes y yo decía: "Nada, pero estudié". Había hecho siete años de teatro, pero a nadie le importaban los estudios.

Entonces, en 1989, un compañero de clases le avisó que en canal 13 empezaba una tira nueva.

-Por ese entonces yo estaba atendiendo en esa zapatería de Pacheco de Melo, y al mediodía cerrábamos dos o tres horas. Cuando me faltaban algunos pares de zapatos me iba a almorzar a lo de mis viejos, y volvía a la zapatería. En ese recorrido buscaba laburo. Dejaba currículum. Y ese día fui a Canal 13. Siempre me arreglaba y ese día fui hecha una zaparrastrosa, una pollera desteñida y una pila de cajas de zapatos en cada mano, atadas con piolines. Un productor me dijo que estaban haciendo pruebas y que había dos actrices recomendadas. Y yo dije no, van a quedar ellas, para qué me voy a quedar si tengo que abrir el negocio. Entonces el productor me dijo: "¿Vos querés ser zapatera o actriz?" Me quedé. Me tomaron quince pruebas, y como estaba tan preocupada porque le estaba fallando a mi viejo, decía las cosas rápido y me quería ir. Quedamos otra chica y yo. Los productotres dijeron: "Bueno, vos, mañana vení a firmar el contrato, y vos, ya te vamos a llamar más adelante". Yo dije: "Bueno, chau, gracias", y me dice el productor: "No, Andrea, vos vení a firmar el contrato mañana, la otra se va". Fui a la fábrica de mi papá y le dije: "Papá, tomá los zapatos, mañana empiezo". Bueno, a la semana de estar grabando el programa, que era Así son los nuestros, me agarró peritonitis y me tuvieron que internar. Ella fue igual, tres días después de operada, con venda fresca, a decir que estaba lista. La tranquilizaron, le dijeron que se repusiera, que la iban a esperar. Se volvió a su casa, a ver cómo la tira seguía sin ella algunos días más. Le mandaron flores. La esperaron y desde entonces no dejó de trabajar como actriz: hizo Dos al toque -una comedia con Emilio Dissi-, Donde estás amor de mi vida -con Jusid-, la telenovela Nano.

Se mudó sola.

Con el tiempo, y con esfuerzo, se compró este departamento, los muebles. Y un auto.

Ver a una hija, carne de la carne, medio desnuda sobre el escenario y fingiendo que hace el amor, no es el plan perfecto para un sábado a la noche. Eso fue lo que vio Héctor, el padre, la primera vez que fue al teatro a ver a Andrea, la hija. La obra se llamaba Movimiento de partida, estaba dirigida por Carlos Gandolfo y hay que ver qué difícil es digerir el arte, a veces.

-Ahora ya tienen la camiseta mía repuesta. Están curados de espanto.

Tampoco puede haber sido fácil -aunque es probable que en este caso la muerte haya sido preferible al amor- ver a la sargento Espina, el personaje de Andrea en Poliladron, muerta de un balazo, aunque por un buen motivo: Espina resucitó en la Sabrina, también by Suar, de Verdad Consecuencia. Durante mucho tiempo, Andrea llevó en su billetera una bala (de Espina) y un anillo de casamiento (de Sabrina). Durante mucho tiempo, Andrea le compró hebillas a Sabrina y encendedores a Espina, como quien alimenta el vicio de llevar el personaje puesto. Después de Verdad Consecuencia hizo la película -con mala suerte y mala crítica-, Héroes y demonios. Después, una participación en La mujer del presidente. Entre una cosa y la otra había puesto un restaurante -No se lo digas a nadie- a espaldas del zoológico, que cerró en diciembre del año último porque las cosas no iban bien. -Era una fuente de laburo, pero no de ingresos. Me dio mucho placer. Era como una casa adjunta para ir con amigos. Cuando hice los tres o cuatro meses de La mujer del presidente, no sentí la falta de laburo como actriz. Lo pasé en el restaurante, lo pintamos, me iba caminando todos los días desde casa hasta allá.

El teléfono suena una vez más. Es la veinteava vez. Ella no atiende. Fuma. Mira por la ventana y dice: "Parece que va a llover".

-Yo tampoco pensé en vivir de actuar desde un principio. Cuando empecé con la tele dije: "Bueno, por ahí no me gusta, por ahí, sí". No es que no puedo vivir sin actuar. Me encanta, me levanto cada mañana con una sonrisa de oreja a oreja pensando qué lindo trabajo tengo y cómo me gusta, pero podría vivir un tiempo largo sin actuar. Más adelante.

Si ella toma agua, se lava el vaso. Si ensucia un plato, lo lava. Cocina bien. Le gusta ser ama de casa. Tiene sus reglas ella: regla número uno, no quejarse. Regla número dos: el supermercado puede ser un lugar delicioso.

El teléfono vuelve a sonar. Ella fuma. Las fotos de los amigos pegadas en un mueble de campo están casi ahogadas por las fotos de todos sus sobrinos.

-Esto de hacer un programa tiene que ver con eso. No quedarnos en casa diciendo: "Uy, qué programas de m..., hay uno solo en el que me gustaría trabajar". No, vas y lo hacés. Te sale mal y te matan; te sale bien y te halagan. Pero está bueno. Es como tener un bebito y buscar la ropa más linda para ponérsela y peinarlo y ponerle una hebillita. Es como tener un hijito, que no podés descuidar nunca y debe dar tedio tenerlo todos los días, pero también tiene todo el placer.

Suena el teléfono. Son tantos los teléfonos que suenan. Atiende el contestador. La voz de la sobrina Sofía, de 3. que canta "Hola don pepito. hola don josé". Ella aventura algunas ideas sobre tener un hijo, alguna vez. Después se levanta. Muestra las fotos de sus amigos en ese mueble viejo. Se permite un brillo tenue en los ojos.

Sigue sin atender. Como si no fuera a atender nunca. Como si las cosas importantes fueran otras.

Por Texto: Leila Guerriero <br/> Fotos: Daniel Caldirola

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