
Alguien debería reformular la frase que dice que en esta vida hay que escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo y agregar: “y visitar la Mezquita Azul”.
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Por Cicco (Desde Estambul)
En el islam, cuando uno reza no está permitido levantar la vista así que, en lo que duran las cinco oraciones rituales diarias, ninguno de los millones de musulmanes que pueblan este mundo repara en dónde reza. Nada debe distraer la oración. Por eso, entre otras cosas, las mezquitas no tienen más imágenes que un puñado de caligrafías sagradas. Hay que ser sutiles.
Pero si mientras reza pudiera mirar hacia arriba, aquí en Estambul se descubriría en una de las mezquitas más apabullantes del planeta. A este lugar, al borde del mar, todo Turquía lo conoce como la mezquita Sultán Ahmet. Para el resto del mundo, es simplemente la Mezquita Azul. La postal que uno atesora una vez que descubre Estambul, la legendaria, antigua y disputada Constantinopla, cual mujer infartante que todo conquistador quiere abrazar.
Si pudiéramos ver hacia arriba durante las oraciones, uno perdería su mirada en uno de los 21.043 mosaicos azulísimos traídos de la ciudad de Nicea, en Turquía, con 50 diseños de tulipanes, que transforman sus cúpulas en el equivalente cristiano de la Capilla Sixtina. Uno de los lugares más sagrados del islam. Una cúpula es como un nido puesto del revés, una palma de mano protectora y celestial. Las palomas forman familia allí y la recitación del Corán rueda por ese azul, como si fuera masa en manos de ceramista.

La mezquita Azul, en el corazón de la ciudad, no es sólo espectáculo de cúpulas y acústica. Delante de los ojos, a través de uno de los 200 vidrios del lugar, los barquitos entran y salen del estrecho de Bósforo. Si bien está abierta al público, los turistas que no son musulmanes, tienen permitido el ingreso con restricciones. Las mujeres deben cubrirse la cabeza y las piernas. Y todos, indistintamente, deben, como en toda mezquita, quitarse los zapatos –el tizne enchastrado del mundo queda afuera-. Los viajeros sólo pueden avanzar hasta cierto punto: una soga. El resto, es espacio para el salat: la oración islámica.
La Mezquita Azul tiene, como ninguna otra en la ciudad, seis minaretes en punta señalando el cielo. El propio Sultán Ahmet I puso el hombro para levantar sus cimientos y también la usaba para sus retiros en el sagrado mes de Ramadán. Tras el revés en varias guerras, el sultán ordenó su construcción –la primera en 40 años- para, se dice, tener el cielo a su favor. Un lugar sagrado, levantado sobre el Palacio de Constantinopla –el hogar de los emperadores bizantinos-, que llevó siete años en completarse.

<b>Arquitectura a lo grande</b>
La construcción de la mezquita, dirigida por Mehmet Aga, discúpulo del gran Sinan, el number one de la arquitectura de mezquitas por aquí, se apuntó cuidadosamente en ocho volúmenes, guardados hoy entre los tesoros del Palacio de Topaki, a metros de allí, testigo mudo de los años de gloria otomanos –uno de los recorridos top del turismo-. Para emplazar la mezquita, el sultán debió comprar los palacios vecinos y, uf, derribarlos. Pero el esfuerzo, el dinero, y las quejas de los dueños de los palacetes valieron el sacrificio.
“La atmósfera de aquí es impactante”, dice Kevser Nihan Arapoglu, arquitecta y dedicada a la recuperación de sitios históricos de la ciudad. “Los obreros que la construyeron trabajaban con wudu, el lavaje ritual islámico y repetían fórmulas benditas de este camino cada vez que ponían una piedra. Todo eso le dio a la mezquita una dimensión única, inimitable, que no se puede lograr por más que se traigan los mejores materiales del mundo”.

En estos años como musulmán, visité infinidad de mezquitas: algunas bajo tierra, otras en cementerios, otras en madera, otras lujosas en mármol, otra de paso, en estaciones de servicio. Pero pocas alcanzan el exquisito toque encantado de la mezquita azul. Uno reza y siente realmente como debe ser rezar en el cielo.
En el mapa, no hay ciudad más estratégica que Estambul, atravesada al medio por el Bósforo y el punto de unión de dos continentes: Europa y Asia, frente a frente, cheek to cheek, más juntos que nunca. La antigua Constantinopla fue conquistada por el Imperio Otomano en el siglo XV, y desde entonces, sus iglesias acabaron en mezquitas, al igual que un puñado de sus palacios. Pocas ciudades en el mundo, tienen un respeto tan reverencial por su pasado. Aquí en Estambul podés encontrar, en una misma cuadra un cementerio Otomano y a metros, un café Starbucks. La Biblia y el calefón. El turco es tan cuidadoso de su legado que hasta lo lleva a las plantas: me contaron que si una parra ha crecido al frente de un edificio por varios pisos y es usada por ladrones para saltar a los departamentos, podrán llamar a la policía y clamar por justicia y mano dura pero jamás, a ninguno de ellos, se les ocurrirá tocar la parra. Ni ahí.






