"Gracias por venir a esta reunión. Vamos a ir directo al grano señor Gluck. Estas cajas que ve acá y llenas de cupones son de su sitio de Internet. ¿Los reconoce?", le dijo un hombre con cara de pocos amigos en una de las oficinas de Rivera Este, uno de los boliches bailables más concurridos de la Ciudad de Buenos Aires hacia fines de los ´90. Lo habían citado para tener una charla. Adrián Gluck tragó saliva y respiró profundo. Efectivamente los cupones que tenía frente a él eran de su "autoría" y sintió que estaba en problemas.
"Queremos pagarle una comisión por toda la gente que vino a través suyo y hacerle una propuesta de trabajo. ¿Le interesa?", le dijo nuevamente el hombre. Adrián abrió los ojos y asintió. Era el comienzo de una nueva etapa en su vida. Desde que había terminado el colegio, sintió la necesidad de poner por escrito la información valiosa que se cruzaba en su camino. Y compartirla con los demás. Aunque se mantenía ocupado en el negocio textil que la familia tenía en el barrio porteño de Once y cursaba la carrera de Ingeniería Electrónica en la Facultad de Buenos Aires, había momentos en los que se sentía aburrido.
"Un poco como un juego, había creado Desenchufate.com, un sitio de Internet con información para salidas y paseos. Había desde boliches hasta experiencias de paracaidismo. Por vivencia propia o por lo que me contaban mis amigos, yo anotaba todos los datos útiles en un cuaderno y después los cargaba en el sitio. Pero lo interesante era que había cupones de descuento para la mayoría de los lugares. Entrabas al sitio, imprimías el cupón y así, por ejemplo, entrabas gratis a los boliches. Además, había 20% de descuento para cenar. Entonces yo empecé a trabajar como Relaciones Públicas en muchos de esos lugares y cobraba mi comisión por la gente que entraba los viernes y sábados", recuerda.
Con el nuevo trabajo, también llegó otro tipo de diversión y de compromisos. Las salidas hasta tarde se hicieron parte de la semana y Adrián supo que necesitaba ponerle un límite a ciertos excesos. "Lo único que sabía en ese entonces era que si no me iba a las 2 de la mañana, los gastos de alcohol me dejaban sin un peso. Me iba con la excusa de que al otro día tenía que salir a correr. Hacía poco había empezado a salir con mi hermano Mario para ponerme en forma. Creo que, como la mayoría de los runners, empecé a correr para bajar la panza. Por esos años, para nosotros correr bien era correr mucho. Entonces, todos los domingos, salíamos de Parque Centenario, íbamos hasta Av. del Libertador y General Paz y volvíamos corriendo. Después no hacía nada de actividad física en toda la semana".
Correr para no olvidar
Hasta ese 18 de julio de 1994 en que todo cambió. Como cada mañana, Adrián (alias Roni) fue a trabajar al local en Once. Ese día, su papá tenía que hacer unos trámites en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), que quedaba a unas cuadras del negocio y pasó antes a saludar a sus hijos. "Minutos antes de las 10 sentí una explosión terrible. Cayeron los vidrios de los locales de la cuadra. Se me heló la sangre. Le pusieron una bomba a los judíos, dijo una señora que pasó a mi lado llena de polvo. Salí corriendo a buscar a mi viejo. Lo crucé atontado, caminando rumbo al local. Lo vi entero. No pude hablarle. Seguí corriendo. Moví un cuerpo tirado en la calle. Escuché gritos. Sentí el polvo en el aire. Empecé a trepar a los escombros y saqué piedras ensangrentadas. Eramos muchos con la misma necesidad: oír alguna voz. Perdí noción del tiempo. Entre desconocidos, armamos un equipo organizado. Mientras algunos pegaban el oído al piso, otros sacábamos piedras. Oscureció. Un bombero y un médico se me acercaron. Me pidieron que descansara, que me fuera a casa, era ya muy tarde. Lo hice. Solo. Caminando. Repetí ese camino días, semanas, hasta que desapareció el olor a tierra del aire. No podía estar con nadie".
El running se volvió su refugio. Adrián sintió la necesidad de cubrir cada vez más kilómetros, en silencio, con sus pensamientos y la compañía de los ruidos de la ciudad. De a poco, conoció el mundo de las carreras, los entrenamientos formales con profesores especializados y el placer de compartir la actividad física con muchos otros más. "Correr es una forma de desenchufarme de todo y centrarme en mi mismo. Es una forma de emprender y crear, de poner la cabeza en cero. Libera endorfinas, genera una energía muy fuerte, que me da la libertad de pensar más allá. Me despeja la mente y me da la oportunidad de disparar nuevas ideas, que luego llevo a la mesa de trabajo".
Con ese ánimo y luego de disputar la marca por largos meses, creó la comunidad I Love Runn, que hoy tiene más de 200 mil seguidores en Facebook y otros 60 mil en Instagram. "Todos me cargaron porque pensaron que, como no soy bueno con el inglés, me había equivocado al ponerle dos letras "N" a la palabra run. Pero la realidad es que fue el nombre que logré registrar. Al comienzo, lo pensé como servicio, como había hecho con Desenchufate.com, en este caso para ir a correr".
La repercusión fue inmediata. Y Adrián, que se define como un autodidacta, fue por más. Armó un equipo de fotógrafos profesionales para cubrir las diferentes carreras que se organizaban en la ciudad y ofreció algo impensado hasta el momento. Fotos de los corredores totalmente gratuitas y disponibles para descargar directamente desde la web. "Nos empezaron a invitar de Chile, Uruguay, de Brasil, entre otros países. Muchos fotógrafos más se sumaron. Pero se nos fue de las manos. Era mucho presupuesto mover a esa cantidad de gente. Además, había contratado periodistas que trabajan contenidos. Pero ese no era el negocio. El negocio era hacer carreras y cuatro años después de haber lanzado la comunidad, me animé a organizar mi primera carrera: la Runner Fest, a la que había que ir disfrazado". Ese fue el puntapié para perseguir otros objetivos y proponer, dentro de la agenda runner, opciones diferentes con la impronta de su creador.
"Hoy, cada carrera que organizamos, o en la que participamos, tiene su propia identidad. En el modelo de carrera de aventura, por ejemplo, nos centramos en la sustentabilidad, en educar al corredor en el cuidado del medio ambiente, en dejar todo como encontramos. Nos llevó más de dos años enseñarle a los corredores a no tirar residuos en el circuito, a llevar su propio vaso o mochila de hidratación".
Confiesa que aprendió de los errores, de dar un volantazo sobre la marcha cuando la situación lo exigía y de saber adaptarse a lo que el público busca: correr, pasarla bien y llevar una medalla a casa como reconocimiento por el esfuerzo. "La explosión en la AMIA me hizo un click. Empecé a disfrutar un poco más de las pequeñas cosas. Me hizo mirar las cosas de otra forma, parar la ansiedad. Yo hacía todo rápido y descartaba lo que no se ajustaba a mis tiempos. Estar dos días buscando gente viva me enseñó que no había que aflojar y que había que tener paciencia. Yo no era nada paciente. Sin embargo, en esos días me senté sobre los escombros, en silencio, para ver si escuchaba algo. Había silencios eternos. Los voy a recordar siempre. Fueron 48 horas de mucho aprendizaje. Me enseñaron a escucharme. Eso me hizo cambiar los ritmos de vida y buscar la alegría en cada cosa que hago".
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