
Causas y consecuencias
Lo preventivo y lo correctivo forman la dupla básica de la educación de un pueblo. No se puede hablar de las consecuencias sin hablar primero de las causas, y claro está, las causas pueden explicarse, analizarse y definirse, pero las consecuencias deben ser juzgadas y, en el caso de ser nocivas, condenadas.
¿Qué es lo que lleva a los clubes de futbol a crear y sostener a las barras bravas? ¿Cuáles son las causas? ¿Promoción del deporte? ¿Prestigio del club? A la luz de los resultados, todo parecería indicar que el deporte pierde credibilidad y el prestigio rueda por los suelos y va a parar a las cloacas de la sociedad. ¿Se puede confundir el apoyo entusiasta a un equipo con el aberrante muestrario de violencia y sangre? ¿Cómo se puede llegar de la “barra bullanguera” a la mafia siniestra?
El que escribe no es el más indicado para hablar, pues no pisa una cancha desde hace más de cuarenta años, pero, si bien no está enterado de entretelones futboleros, como ciudadano respetuoso de las “pasiones multitudinarias” del pueblo no puede menos que asombrarse del nivel de agresión de esos grupos, y de la indiferencia y falta de rigor para enfrentar el tema que demuestran las dirigencias y los funcionarios que con encogimiento de hombros por un lado y amenazas de suspensión de actividades por el otro, no hacen más que mostrar dos caras de una misma moneda.
¿De qué sirve poner cara de resignación y decir “siempre fue así y siempre será así”? ¿De qué sirve prohibir el futbol, si no se ataca el problema de fondo, que es el de contar con una justicia que sin burocracias ni formulismos arcaicos castigue al violento y al que lo protege y oculta?
El deporte es una de las actividades más adecuadas y recomendables para mantener una salud estable y una vida ordenada. Los deportes competitivos son un estímulo para el perfeccionamiento y no hay nada mejor que enseñar a los niños desde la más temprana edad que la vida es igual a un buen partido de fútbol, donde lo individual es tan importante como lo colectivo y que “pasar la pelota” al que corresponde es más valioso que detenerla al cohete para el lucimiento personal. Nada en la vida se logra si no se integra un equipo coherente y armonioso y, más que el gol, importa la manera de llegar a conseguirlo, con esa mágica mezcla de inspiración y transpiración que requieren todas las disciplinas ya sean deportivas, artísticas o científicas y, por supuesto, las actividades del arte de gobernar..
Cuando el deporte se convierte en espectáculo y el espectáculo en gran negocio, hay que lograr que los elementos ajenos a la base fundamental del juego no tomen la delantera. Así, los escándalos, los pases millonarios, la vida íntima de sus integrantes y la canalización de frustraciones sociales y resentimientos personales de gente desclasada y marginada por horrorosos planes de exclusión no deben ser lo sobresaliente ni reemplazar a lo único que importa: el buen juego, la técnica impecable, el espíritu deportivo alto que incluye el respeto para el adversario y el regocijo del público.
Las causas pueden ser todas explicables, pero las trágicas consecuencias deben ser castigadas sin miedo y si alguien es amenazado por haber tomado alguna medida para frenar horrores, la sociedad íntegra debe salir a respaldar a los que, con la ley en la mano y sin revanchismos ni prejuicios tratan de devolver a esas canchas el lugar de esparcimiento y diversión popular.
Sólo la justicia puede hablar. Ojalá la venda de sus ojos no sea la mordaza de su boca.
revista@lanacion.com.ar
El autor es actor y escritor
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