Dos libros y un documental revisitan el under porteño de los ochenta, con el boliche de Omar Chabán como epicentro de una movida artística visceral
Como si fuera una ciudad dentro de otra, la Buenos Aires de los ochenta tenía su propio circuito y construyó su propia mitología. Uno de los escenarios que se imponen en cualquier relato que intente retratar la movida artística de aquellos años efervescentes es un sitio que nació como discoteca pero que rápidamente se transformó en un bastión consagratorio para las bandas del rock local. Se trata, claro, de Cemento. El boliche craneado (y regenteado) por Omar Chabán fue, durante dos décadas, uno de los puntos más emblemáticos de la cultura rock de la ciudad. Y ahora que transcurrió una década desde que abrió sus puertas por última vez, su recuerdo se multiplica en tres obras complementarias que montan un relato emotivo de la primavera cultural. No deja de ser una paradoja que un sitio tan extraordinario como Cemento sea, en este caso, el lugar común de estas tres narraciones.
En Historias del under (Reservoir Books), el poeta y actor Fernando Noy compiló los guiones de trece de los principales exponentes de la escena alternativa de esos años, que formaron parte del ciclo homónimo que se emitió por Canal a en 2004. "Este libro es una visita a una época que pareciera pasada pero continúa vibrante, diseminada por las áreas periféricas de cierta cultura previsible", explica Noy a modo de introducción. "Fueron aquellos tiempos en los que el proceso creativo era resistencia cultural, donde surgían lugares y personajes con nuevas propuestas y luz propia". Este relato coral de memoria emotiva comienza con las intervenciones urbanas de La Organización Negra (el grupo de teatro de acción que derivó luego en Fuerza Bruta y De La Guarda) irrumpiendo en las esquinas, en verdaderos actos de guerrilla artística, hasta la convocatoria de Omar Chabán para presentar el espectáculo UORC (Teatro de Operaciones) en... ¡Cemento! Esas performances, que incluían a actores volando por el aire y trepando muros y paredes, se transformaron en un símbolo de la época. Y que convivían, en tiempo y espacio, con el acting visceral de la Noy, Batato Barea, Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese. Y con la encantadora voz de Graciela Cosceri, Mescalina, cantando un blues en el Parakultural. Y con el nacimiento de Los Melli, Las Gambas al Ajillo y Las Bay Biscuit, el grupo de chicas comandado por Vivi Tellas, que incluía en sus filas a Fabi Cantilo e Isabel de Sebastian, que llegaron a cantar una versión de "Cuando calienta el sol", del chileno Antonio Prieto, teloneando a los Redonditos de Ricota. Es en la polifonía de voces que el relato se enriquece y refleja la efervescencia creativa de aquellos tiempos, luego de la opresión que había ejercido la dictadura militar. "Éramos todos jóvenes, estábamos hartos de haber sufrido a los milicos de una manera o de otra. Había entonces una necesidad de salir de esa atmósfera de muerte, dejar atrás ese clima tan opresivo", recuerda en un pasaje del libro la artista plástica Marcia Schvartz. E Hilda Lizarazu, cantante y fotógrafa, evoca: "Todo el mundo buscaba ver alguna banda o alguna muestra. Pero, sobre todo, la vibración de aquellos tiempos. Y con un litro de spray en la cabeza". En ese panorama, Cemento se posicionó como una catedral contemporánea, continuando con el legado del Bar Einstein, el misticismo de la Esquina del Sol, y hermanada en un circuito y también en lo estético con el Parakultural. "De afuera era solo pared interrumpida por un ancho portón de chapa oscura. Adentro ocurría todo lo imaginable, y un poco más", sostiene Noy.
Las inferiores del rock
"Más allá de lo que significó Cemento para los Redondos, ese templo de Omar fue el lugar donde todos los extraviados fuera de los límites de las convenciones que gobernaban la cultura encontraron la atmósfera apropiada para descorchar sus bellezas. Bellezas áridas, oscuras, cómicas y marginadas por una sensatez que un tiempo luego se dejaría alumbrar por ellas. En particular, yo estrené mi grito de guerra «¡Graciosos y valientes!» allí, en la escena de Cemento". El texto, tan breve como valioso, pertenece al Indio Solari y funciona como un prólogo a Cemento, el semillero del rock (Gourmet Musical), la minuciosa investigación de Nicolás Igarzábal que compila más de 150 entrevistas y que narra, a partir de la propia voz de Chabán (con quien se entrevistó varias veces mientras estaba internado en el hospital Santojanni, donde murió en 2014, a causa de un cáncer linfático), la historia y las historias detrás del recordado boliche del barrio de Constitución, desde su inauguración el 28 de junio de 1985 hasta el último concierto, la fatídica noche del 30 de diciembre de 2004, cuando un incendio provocado por una bengala en República Cromañón, otro boliche que Chabán había comenzado a regentear ese mismo año, causó la muerte de casi doscientos espectadores.
Los recuerdos, ya lo dijo el poeta, mienten un poco. Y más los de los ochenta: suele decirse que quien haya vivido realmente esa época no debería recordar absolutamente nada. Sin embargo, sobre Cemento las opiniones son unánimes. "Era un lugar muy under aunque entraran mil personas, y siempre podía pasar cualquier cosa. Era muy trash, pero tenía su mística, había una magia particular que no encontrás en los lugares más estructurados", sintetiza Diego Frenkel, líder de La Portuaria. Pensado como un espacio grande y austero ("sin terciopelo ni espejos", lo definía al momento de su inauguración la actriz y socia capitalista Katja Alemann, pareja en aquel entonces de Omar Chabán), en Cemento convivían las performances, el teatro de acción y, claro, el rock. Allí forjó su leyenda Sumo, y allí Luca Prodan subió a cantar con los Redondos por única vez (la grabación pirata de ese concierto es uno de los bootlegs más emblemáticos del rock local). Allí tocó Divididos para apenas ochenta personas. Allí recibió millones de gargajos Ricky Espinosa, cantante de Flema, en decenas de festi-punks. Allí descubrió a Los Brujos Daniel Melero. Allí desplegaron su elegancia alternativa los Babasónicos. Y allí desembarcó la Mona Jiménez y su troupe cuartetera, con Fito Páez, Pipo Cipolatti, Horacio Fontova y Los Fabulosos Cadillacs como anfitriones rockeros en una noche de 1989 que, como tantas otras, adquirió dimensiones míticas. "Yo los vi en Cemento" se volvió una frase hecha, tan estereotipada como haber compartido unas ginebras con Luca.
La diversidad de voces que compiló Igarzábal hace que el libro sea una suerte de biografía colectiva, donde la mística del lugar es tan recurrente como la suciedad y la precariedad de sus instalaciones. Entre muchos aciertos, Igarzábal recopila los cuarenta temas que más sonaban en la pista de baile durante los primeros años, cuando funcionaba como una discoteca inspirada en los sitios de vanguardia de Berlín y Nueva York, según el DJ residente Daniel Nijensohn: Gene Loves Jezebel, Cocteau Twins, Virus, New Order y The Smiths. También material gráfico, que va desde los clásicos avisos para el suplemento Sí de Clarín hasta las fotos de Los Rodríguez compartiendo escenario con Fito Páez, o Germán Daffunchio, de Las Pelotas, jugando al ping pong en camarines.
"Chabán me cuidó más que mi mamá y mi papá", declaró alguna vez el guitarrista de Attaque 77, Mariano Martínez. Casi todos coinciden en que Chabán era un artista excéntrico y un negociante honesto, un rara avis en el mundillo del rock. "Si te iba mal, Chabán no te secuestraba los equipos, como solía suceder en otros lugares. No te iba a garcar nunca y no te iba a dejar de garpe con nada. Era una persona que sabía realmente de qué se trataba el rock y administraba un lugar estratégico: banda que pasaba por ahí, tarde o temprano, iba a crecer", explica Corvata Corvalán, bajista de Carajo.
Las historias ricoteras
La presentación de Gulp! (1985), el primer LP de los Redondos fue en Cemento. Y ese es el punto final de El alucinante viaje de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, el documental sobre la génesis de los Redondos que se centra en la (pre)historia del grupo y que publica por primera vez materiales de un valor histórico invaluable para sus fanáticos, como el audio del primer ensayo (comandado por el guitarrista Skay Beilinson, que a falta de batuta dirigía con un silbato), las filmaciones del viaje a Salta de 1978, las presentaciones en el teatro Lozano de La Plata ("los Lozanazos", auténticas bacanales artísticas en plena dictadura militar, donde el Mufercho repartía los verdaderos bocaditos de ricota) y fragmentos de los films protagonizados por el Indio Solari en los setenta. Esas películas experimentales, filmadas en súper 8 y dirigidas por Guillermo Beilinson (el hermano de Skay), son el punto de partida del encuentro de la dupla que compondría "Ji ji ji" y que darían forma, varios años después, al pogo más grande del mundo. La llegada de los Redondos a Cemento marca un punto de inflexión en la historia del grupo. El cierre del film, que se puede ver en el teatro Margarita Xirgu, Chacabuco 875, el 20 de este mes (chequear otras fechas en elalucinanteviaje.com), es el comienzo de una etapa que anticipa todo lo que iba a venir. No parece casual que el escenario final sea, justamente, el templo profano de Chabán.