Chicos con talento: ¿qué hacer con ellos?
Matías Rodríguez tiene 13 años y un solo objetivo: ser futbolista. Para eso, debe entrenar todos los días en un horario que se choca con el del colegio bilingüe y con doble escolaridad al que asiste en San Isidro y del que pide irse para priorizar su sueño de ser jugador profesional. "Quiere que le libere las tardes para entrenar y dar el salto de la Liga (una especie de escuelita) a las inferiores del club donde juega. Pero para eso tengo que cambiarlo a un colegio sin inglés y mucho menos exigente desde el punto de vista académico –plantea Esteban, el padre del volante ofensivo que busca parecerse a su ídolo, el Pity Martínez–. Y la verdad es que no estoy convencido de hacerlo porque aunque juega bárbaro, nadie te asegura que vaya a llegar a Primera. Estaría sacrificando su educación, que para mí es muy importante, por algo que no sé si va a suceder", cuenta el papá de Mati.
Aunque muchos padres buscan potenciar y apoyar los intereses de sus hijos, ya sean deportivos o artísticos, llega un momento en que ese talento innato que se fue cultivando con los años puede volverse un búmeran en contra. Como en el caso de Esteban, que hoy se encuentra ante la disyuntiva de no cortarle a su hijo el sueño de ser futbolista o seguir apostando a una educación de excelencia, que pueda abrirle mejores puertas a futuro si lo del fútbol no prospera.
¿Qué hacer, entonces? Marta Dávila, psicóloga especializada en niños y adolescentes que trabaja en la formación y capacitación psicológica de deportistas de alto rendimiento, sostiene que, lejos del imaginario idílico que existe en torno a estos casos de niños talentosos "es un dilema tener un hijo así". Y asegura que muchos de los padres de estos chicos le plantean que no saben bien qué hacer. "Por un lado, no quieren ser los que le frustren el sueño a su hijo –sostiene–. Me dicen ‘no quiero cargar con esa cruz’. Pero por otro lado, es un sacrificio tremendo, muchas familias deben mudarse a capital, con el desarraigo que eso implica, cambiar de trabajo, de vida y nadie les asegura que su hijo vaya a llegar. Aun así mi recomendación es que si el chico es realmente un talento, un elegido, hay que apoyarlo. No puede ser un talento frustrado", sostiene Dávila, que fue coordinadora del Departamento de Psicología y Educación Deportiva del Club Atlético Independiente y también trabaja con las pequeñas bailarinas que ingresan al Colón.
El caso paradigmático es el de Emanuel Ginóbili, que acaba de anunciar su retiro. Su mamá Raquel no quería que su pequeño hijo fuera basquetbolista y soñaba, en cambio, con que siguiera estudiando y se recibiera algún día de contador.
Lo cierto es que el enorme deseo de Manu por jugar al básquet la obligó a ceder. Con solo 15 años, el mejor basquetbolista argentino de todos los tiempos se mudó de Bahía Blanca a La Rioja para jugar en la liga provincial a pesar de los ruegos de su mamá para que se quedara en su casa. Finalmente, lo dejó ir con la condición de que continuara allí la escuela secundaria. Es que Raquel quería que sus hijos estudien en lugar de dedicarse ciento por ciento al deporte. Lo que vino después, es historia conocida.
Manu se plantó. La convenció de que seguiría estudiando y logró imponerse con el mismo empuje que lo hacía en la cancha. Era difícil decirle que no. Pero en su época no era muy habitual que el deseo de los chicos prevaleciera por sobre el paterno. En general, se hacía lo que decían los padres. Incluso algunos sacaban provecho de un talento de su hijo y lo exprimían al máximo sin respetar la voluntad, el cansancio y las verdaderas ganas del niño, como mostró la exitosa serie sobre la vida de Luis Miguel. En la producción de Netflix se evidencia cómo Luisito Rey, el padre de familia y cantante fracasado, manipula al pequeño –interpretado magistralmente por Izán Llunas, nieto de Dyango– para convertirlo en una estrella que lo sacara de la ruina en la que había caído.
"Es cierto que hoy los chicos se plantan más. Pero si ese deseo de expresarse a través de un talento no va acompañado de la voluntad paterna, es imposible que lo logren –dice Dávila–. En la mayoría de los casos son ambos los que llevan adelante ese deseo. De lo contrario, sería imposible por más que los chicos manifiesten que quieren ser futbolistas o bailarines o músicos. También están los casos en que se los obliga a ser un talento cuando no quieren serlo. Eso pasa mucho en el fútbol. Hay padres que insisten porque fueron jugadores frustrados y quieren que su hijo llegue a jugar en Primera y ese no es el sueño del chico".
Elisa Barbieri es mamá de seis hijos entre los 4 y los 12 años. Elena, la de 10, entró al Colón con solo 8 y ya se proyecta como una futura primera bailarina. "Es su deseo, su pasión. Empezó a los 4 años a tomar clases de ballet por iniciativa nuestra, queríamos que hiciera una actividad extra y la anotamos en danza clásica porque nos pareció lindo y nos quedaba cerca de casa", cuenta Elisa sobre los comienzos.
Pero Elena, que empezó yendo a una vez por semana a Ballet Estudio, la academia fundada hace casi 48 años por Olga Ferri y Enrique Lommi y dirigida ahora por Marisa Ferri, después pidió ir dos, tres y hasta todos los días si era posible. "Quiso ir más veces y la iban pasando de categoría. A los 7 estaba en la clase con chicas de 12. Ahí la maestra me dijo que le veía condiciones y me preguntó si queríamos intentar el ingreso al Colón –recuerda Elisa–. Al principio yo estaba reticente, para mí era heredar un problema por la logística que implicaba, más con 6 hijos. Pero después con mi marido acordamos que si ella estaba ‘tocada por la varita mágica’, como nos dijeron en ese momento, no podíamos dejarla afuera. Fuimos a hacer la prueba y ese año no quedó. Volvió a intentarlo y ahí la admitieron".
Por la mañana, Elena –fanática de Svetlana Sajarova–, asiste a la escuela del Colón. Por la tarde va al colegio y de ahí, los martes, jueves y viernes, sigue para perfeccionarse en Ballet Estudio. Los miércoles y sábados tiene ensayo en el Colón. Una jornada agotadora para una nena de 10 años, pero que ella, asegura, hace contenta. "Tiene una energía desbordante. Dentro de todo lleva una vida normal, va al colegio, nos vamos un mes de vacaciones cuando la mayoría de las bailarinas a lo sumo se toma una semana para no perder ritmo de entrenamiento. Y come de todo porque genéticamente ya es flaca. Además, tiene a sus amigas que están fuera del micromundo de la danza. Por supuesto resigna algunas cosas como cumpleaños a los que no puede ir, pero ella no lo ve como un sacrificio –asegura Elisa–. En casa todos bailamos un poco al ritmo de ella. Tuve que cambiar a todos mis hijos de colegio por sus horarios".
Cuando no está ensayando, Elenita sigue pensando en la danza. "Corro los muebles del living de casa y me pongo a bailar. También me gusta mirar videos en YouTube para aprender pasos y movimientos. Me encanta verlos en cámara lenta. El primer año del Colón es exigente, pero me gusta".
Marisa Ferri, sobrina de la gran Olga que formó, entre otras, a Paloma Herrera, habla de tener un don en lugar de talento. "Además de tener esa disposición natural para bailar hay que tener disciplina, una familia detrás que te sostenga, y una guía. Hoy hay mucho cambio de maestros, de tutores. Pero hay que elegir un maestro en la vida. Mi tío, que es el que me alentó a que bailara porque ni Olga ni mi mamá querían, decía que la danza es el mejor regalo que le podés hacer a un hijo porque no te forma solo como bailarín, sino como persona. Pero hoy el interés ha declinado –antes había 600 alumnas, hoy hay entre 300 y 400– porque se necesita disciplina y eso un poco se ha perdido".
No en vano Dávila afirma que de todas las áreas en que un chico puede destacarse, la danza es de las más duras. "Me derivan chicas del Colón porque no están teniendo un rendimiento adecuado o notan una merma –cuenta–.Y también porque se estresan mucho. Es realmente duro y hay que estar muy bien preparado desde lo psicológico para afrontar la presión".
Escolaridad interrumpida
El tema de la escolaridad no es menor en niños dueños de un talento tal que muchas veces les impide tener una cursada normal. "En la mayoría de estos casos la escolaridad se resiente mucho –confirma Dávila–. Empiezan con cambios de turnos o si van a colegios doble escolaridad buscan ir a uno con jornada simple hasta que después dejan de ir. Tengo un paciente que el último año del secundario lo rindió libre porque no podía asistir nunca a clases por los entrenamientos y los viajes relacionados con el fútbol".
Para Fabián Sacarelli, periodista especializado en tenis que vivió de cerca el crecimiento de varios tenistas cordobeses, entre ellos David Nalbandian, sostiene que, en líneas generales, "se busca que el chico estudie y que sus resultados deportivos lo obliguen a dejar el colegio. O sea, que sea tan bueno que el resultado logrado te lleve a dejarlos. Abandonar de manera anticipada la escuela es un error. A David los viajes lo obligaron a dejar el estudio. Fue campeón en Europa, que es la verdadera medida, a los 13, 14 años. Hay que tener en cuenta que la carrera del tenista, entre que empieza y llega al circuito, demanda una inversión de 300 mil dólares. Muchas veces pasa que hacés la inversión, sacrificás el estudio y no llegás".
La solución para muchos padres y chicos termina siendo hacer el colegio no presencial. Y una de las escuelas que ofrece esta modalidad es el Sistema de Educación a Distancia del Ejército Argentino (Seadea) creada originalmente para los hijos de los militares que eran reubicados en el exterior del país o en la Antártida argentina. Pero luego se amplió al resto de la comunidad y por sus aulas virtuales pasaron y pasan deportistas y artistas destacadísimos. Uno de ellos es Juan Martín del Potro, el flamante N° 3 del ranking de la ATP. "Él fue el primer deportista en finalizar la escuela secundaria en nuestro sistema y abrió el camino para que otros lo siguieran: Guido Pella, Diego Schwartzman, Federico Delbonis y muchos más", dice María Angélica Scarpelli, directora de la institución, que tiene 1115 alumnos inscriptos en los tres niveles: inicial, primario y secundario. De ellos, muchos son hijos del personal de las Fuerzas Armadas que se trasladan por misiones oficiales. Pero muchos otros son deportistas de alto rendimiento que forman parte de instituciones con convenios con la escuela. La Asociación Argentina de Tenis (AAT), el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard), el Club Atlético River Plate, son algunas de ellas.
"Las ‘Leoncitas’ y otros atletas destacados fueron poblando nuestras aulas virtuales. Muchos de ellos son atletas que participarán en octubre de los Juegos Olímpicos de la Juventud –dice Scarpelli–. De la rama artística tenemos alumnos del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y a bailarines, cantantes y músicos que ya integran sus cuerpos estables. También recibimos actores y cantantes muy populares entre los más jóvenes".
El año calendario es igual que el de la escuela presencial. Las clases virtuales comienzan el primer lunes de marzo y terminan en diciembre. El alumno cuenta con acompañamiento docente, material pedagógico y tutores con los que se comunica a través de la plataforma educativa digital. "Se proponen actividades individuales y grupales que permiten armar una verdadera aula virtual con los alumnos dispersos por el mundo. Es fundamental para ellos la comunicación permanente con su tutor para facilitar el proceso de enseñanza y aprendizaje", plantea Scarpelli, que dice que pese a la dispersión geográfica –una especie de diáspora educativa– se logra un fuerte sentido de pertenencia con la escuela y los "compañeros".
María Sol Ordas está cursando el último año de secundaria en Seadea. Es una de las atletas que representará al país en los próximos Juegos Olímpicos de la Juventud e integra el equipo nacional de remo. Su mamá, Dolores, dice que su hija es muy responsable tanto en la escuela como en el deporte que eligió y al que le dedica su vida. "Siempre se organizó bien, llegaba de competir y se ponía al día con los estudios sola, llamaba a la maestra particular. Pero este último año se le hizo imposible cursar y se anotó en la escuela a distancia. Es una prioridad que termine el colegio porque el remo es un deporte amateur que te permite vivir de él mientras remas. Por eso es fundamental tener una profesión", dice Dolores.
Cuando María Sol agarró los remos a los 13, no los largó nunca más. Por eso, a pesar del sacrificio que implica competir al máximo nivel, no se arrepiente de su elección. "Por ahí dejas muchas cosas, salidas, fines de semana pero si querés estar al máximo nivel tenés que hacerlo", dice Dolores, orgullosa de su hija que se colgó la medalla de plata en el Mundial junior y las de oro a nivel sudamericano.
Aunque muchos dudan de que sea un talento, los niños con altas capacidades intelectuales también plantean un dilema a nivel familiar. Muchos de ellos desarrollan habilidades especiales para la música o al ajedrez, y los que no logran canalizarlo en algo específico de todas maneras necesitan un acompañamiento mayor. Héctor Roldan, fundador y presidente de Creaidea, un espacio para las familias que tienen hijos superdotados, asegura que los padres llegan preocupados porque no saben bien qué hacer con ese chico que "es un bocho". "La sociedad no está preparada para chicos así. Y tener un chico demasiado inteligente, o que se destaque mucho en algo, en general, para el común de la gente, no parece ser un problema. Pero casi siempre lo es. El gran miedo o preocupación paterna es que ese gran talento o capacidad los lleve a no ser felices. Por eso el acompañamiento de la familia en todos estos casos debe ser aun mayor."
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