
¿Viajar sin pagar hotel, con guías locales y gratis? Sí, es posible y el lugar para hacerlo es CouchSurfing.
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Por Juan Morris / Ilustración de Patricio Oliver.
Dormir en un sofa puede ser incómodo, está bien, pero puede ser gratis. Entonces, un día te despertás en el living de dos jóvenes de Nueva York que viven en un dos ambientes a la vuelta del Empire State y con los que sólo habías intercambiado dos o tres mensajes antes de viajar. O te encontrás compartiendo la intimidad de una pareja de recién casados en El Cairo, que a la mañana se van a trabajar y te dejan una copia de la llave de su departamento y una tele prendida donde todo pasa en árabe. Y eso, ahorrarse los 35 dólares que puede costar un alojamiento en NYC y, además, sumarle el calor hogareño de una casa, es algo que ni el hostel más cool de Amsterdam puede ofrecer.
Sobre ese detalle se tejió CouchSurfing, una red social que tuvo su big bang en 2003, cuando Casey Fenton, un cerebrito de las computadoras que vive en Hawai, decidió irse de vacaciones a Islandia y, como no tenía plata para pagar un hotel, empezó a pensar cómo hacer para que alguien lo hospedara en su casa, gratis. Y sumergiéndose en las profundidades de Google, encontró un directorio de alumnos de una universidad islandesa. Así que, mediante un programa de base de datos, mandó un mail pidiendo alojamiento a mil quinientas direcciones distintas. Al día siguiente, cuando se despertó, ya le habían respondido más de cien estudiantes ofreciéndole sus casas. Así, sentado frente a su laptop, nuestro amigo Casey tuvo una epifanía: se imaginó una red social en la que uno pudiera viajar por todo el mundo alojándose en la casa de los otros miembros, sin tener que pagar un cuarto de hotel nunca más y conociendo gente que, además de ofrecerte un sofá donde dormir, pudiera mostrarte la ciudad y las costumbres de los lugares adonde fueras.
Hoy CouchSurfing tiene más de un millón de miembros en 231 países distintos y, a diferencia de Facebook, tiene un propósito concreto: crear una comunidad mundial de viajeros. En CS, igualmente, son más pretensiosos en sus ambiciones: "Participá en crear un mundo mejor, un sofá a la vez", invitan. "Yo al principio pensaba que iba a ser una buena manera de no pagar alojamiento, pero es mucho más que eso. Acá en Melbourne también lo usé para conocer gente", cuenta Hernán Fioravanti, uno de los 11.866 miembros argentinos de la red, que tiene 19 años, está en Australia estudiando Diseño Industrial y en el último año surfeó sillones en Bratislava, Budapest, Praga, Viena, Cracovia, Suiza, Canadá y Tasmania. "Al principio te genera incertidumbre estar en la casa de un extraño, al que no sabés si saludar con "hi" o con un beso y que te deja una llave de su casa", describe Belén de la Colina, una chica española que acaba de volver a Salamanca después de pasar una semana en Washington.
Y todo se sostiene sobre dos pilares que pueden sonar endebles, pero hasta ahora han servido para construir todo esto: la confianza y un sistema de referencias. Cuando alguien te recibe o si vos recibís a alguien, después posteás en el perfil de esa persona qué tal estuvo la experiencia, para que el próximo usuario que quiera hospedarse en su casa o recibirlo sepa que es confiable. "Pero uno al principio no tiene referencia y no por eso te rechazan. Funciona como si todos fuéramos amigos de amigos: si puedo, y tengo ganas, y me parece por tu perfil que podemos llevarnos bien, te recibo, y si no, no, sin dramas", explica por mail Mercedes Barrios, una chica de Buenos Aires que ahora mismo está en Bogotá durmiendo en un sillón ajeno.
¿Malas experiencias? "Me pasó de recibir en casa a un alemán que era muy tacaño, pero nunca más que eso", cuenta Belén. Aunque ya circulan leyendas urbanas, como que una chica que estaba no se sabe dónde y fue a una fiesta con su anfitrión y a la mañana siguiente se levantó sin acordarse de nada, toda ensangrentada. "Yo no me lo creo mucho, pero supongo que a alguien le habrán robado", detalla Hernán. Pero, ya ven, los couchsurfers son gente idealista.
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