¿Coincidencia o destino? Gracias a una confusión conoció al amor de su vida
Pensó que era de Rosario, pero él estaba en Europa. Se arriesgó y el resultado fue inesperado.
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Se conocieron de ¿casualidad? en 2007, aunque de acuerdo a la tirada de cartas que había hecho el destino, ese encuentro podría haber sucedido diez años antes. Pero ese es otro capítulo en la historia de Andrea y Gustavo que, formalmente, cruzaron sus primeras palabras a través de la web y por una fortuita confusión.
“En julio 2007 me compré mi primera computadora y una amiga me abrió una cuenta en Badoo. Yo no entendía nada. Me hablaba mucha gente y, entre muchos mensajes, había uno de uno chico que se llamaba Gus. Cuando miré su perfil me puse contenta porque pensé que era de Rosario, a 300 km de Buenos Aires, donde vivo. ¡Me gustó ese dato! Sin embargo, cuando entablamos una conversación más larga, entendí que no era Rosario y que en realidad Gustavo estaba en Europa, en una isla llamada Puerto del Rosario, en Canarias. Para mi era un verso, pero lo tomé como algo propio de la virtualidad y mucha emoción no le puse. En esa misma charla me dijo que vendría a visitar a su familia en el verano y acordamos vernos”.
Como en ese entonces las relaciones complicadas eran el fuerte de Andrea, decidió apostar a ese encuentro. En su interior, ella sabía que no prosperaría y eso le daba cierta tranquilidad. Finalmente, ese enero Gustavo llegó. Pero hubo un paro de maleteros de por medio, un vuelo atrasado en Chile y no pudieron conocerse.
Esperaron un mes para concretar el esperado encuentro. Solo tendrían un rato para intercambiar algunas palabras, Ambos estaban ocupados y tampoco sabían qué esperar realmente del otro. “Ese rato fueron 24 horas en las que literalmente no nos despegamos. Nos vimos por primera vez un domingo a la noche cuando fuimos a cenar a Puerto Madero. Pasamos todo el lunes juntos, me pedí el día en mi trabajo -en ese entonces yo trabajaba en el área de Marketing de Jumbo- y cuando llegó el momento de despedirnos fue tremendo. Sentí que se me rompía el corazón. De hecho, le regalé mi corazón de plata, que tenía colgado. Se fue. Me quedé con el corazón roto.
Un mail esperanzador
Desilusionada, Andrea ya daba por perdido el asunto hasta que, luego de cuatro días, recibió un mail que decía:
- ¿Tenés vacaciones? Acá en el hotel necesitan que me tome los 14 días hasta que reorganicen unos asuntos internos.
Gustavo se había ido a vivir a Europa en 1999. Primero había probado suerte en Punta Cana. Allí le habían dado un contacto para trabajar en los centros de esquí de Austria. Mientras, comenzó con su trámite para conseguir la ciudadanía italiana y, cuando todo estuvo listo, se instaló en Canarias a trabajar en hotelería. “Fue mi compañero de facultad y amigo de ese momento -aclara Andrea- quien lo llevo a Ezeiza cuando Gustavo dejó el país. Ellos eran primos muy unidos desde chiquitos. Es más, recuerdo cuando me comentó la locura de su primo de irse a Europa, casi con lo puesto, a probar suerte. Fue un comentario al pasar. Y jamás me imaginé que estaba hablando del que sería el amor de mi vida”.
Andrea no podía creer lo que sus ojos leían en aquel mail. Respondió que sí, que en ese preciso instante comenzaba con los preparativos. En dos meses se verían en Pipa, Brasil. “No lo compartí mucho con mis amigas porque no entendían nada. No creían en lo virtual, aunque yo estaba cada vez más convencida de que mi corazón me estaba llevando por el buen camino. Por ese entonces yo tenía mucho miedo a volar y me tomaba una pastilla que me dejaba de cama. Así que, una vez que aterricé, medio dormida y dopada finalmente lo encontré”.
Pasaron 14 días espectaculares. Fue como una luna de miel. La relación fluía como si se conocieran de toda la vida. Pero otra vez, tenían que separarse y, de nuevo, la incertidumbre se apoderaba de Andrea. “¿Y ahora qué, decía? ¿Cuándo nos volveríamos a ver? No había fecha, tampoco dinero. Una vez que llegué a Buenos Aires, él se ocupó de llamarme todos los días, pero era muy extraño sentirme la novia de alguien que no estaba”.

Revisar el pasado
Cada minuto era eterno. Andrea no podía aguantar más la espera y, en un acto de valentía, le propuso viajar a Canarias para pasar el cumpleaños de él juntos. “Pedí un préstamo y allá fui. Cuando conocí dónde vivía pensé: este chico no vuelve más a Buenos Aires. Era todo un tema, pero no perdí las esperanzas. Otra vez nos separamos, pero esta vez ni bien llegué nos pusimos a averiguar por departamentos para vivir juntos. Y exactamente un año y medio después estábamos compartiendo una vida y un departamento”.
Se casaron en una ceremonia en la playa. Sus vidas continuaron sin mayores sobresaltos hasta que se enteraron que iban a ser padres. “Santi llegó luego de un aborto espontáneo seis meses antes de su concepción y un aborto de su gemela durante su gestación. Era nuestro amado bebé que traía un mensaje para nosotros”. Es que a los dos años y medio lo diagnosticaron con un trastorno del espectro autista. “Esa era la edad que tenía mi mamá cuando su papá falleció bajo las vías del tren. Tuvimos terapias varias: ocupacional, fonoaudióloga, de psicomotricidad. Y por nuestro lado hacíamos constelaciones, psico genealogía y encontrábamos respuestas”.

Andrea y Gustavo estaban cada vez más alejados de sus ocupaciones tradicionales. Y, poco a poco, de la mano de su hijo, fueron dejando de lado aquellos trabajos formales para darle paso a una búsqueda profunda que ayuda a su hijo. “Cuando trabajé el conflicto de Santi desde la biodescodificación y el estudio del árbol genealógico, saltó que Santi es heredero universal de mi papá por fecha de nacimiento y muerte de mi papá. Y mi papa es heredero universal de mi abuelo materno porque nació el mismo día y mismo año que a mi abuelo lo mató un tren. Santi manifestaba el síndrome del excluido. Con mucho amor y trabajo encontramos las respuestas que necesitábamos. A los 4 años nuestro hijo revirtió su condición de autismo y nosotros creemos que la vida nos unió por este pequeño milagro”.
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