Daniel Paradiso empezó en 1978 con lo mínimo, exprimía los limones en el tambor de un lavarropas, y hoy su marca tiene 78 locales
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En noviembre de 1991, en medio de un almuerzo familiar, se inventó el helado de “súper dulce de leche”. Su creador, Daniel Paradiso, tuvo la espontánea idea de mezclar los dos productos: dulce de leche en estado natural y helado de dulce de leche. Nunca pensó que en el futuro todos lo copiarían. Así nacía una fórmula dulce, exitosa y adictiva.
Daniel Paradiso (63) tiene vívidos recuerdos de su niñez. Fue en esa época cuando se enamoró del helado. “Todos los días me emocionaba cuando escuchaba pasar al carrito de Laponia por la puerta de mi casa. ‘¡Helado! ¡Heladoooo!’, gritaba el vendedor. Pero en casa no había plata para helados, eran muy caros, un producto de lujo”, recuerda. Poco después descubrió “lo de Roberto”, la heladería del barrio: tenía 8 sabores y quedaba a 13 cuadras de su hogar. “Todas las heladerías solían cobrar lo mismo, como si tuviesen un precio único, pero la de Roberto costaba tres veces menos y servían el cono hasta arriba. Es más, a veces ni nos cobraba”, recuerda Daniel. En los meses de calor empezaba en su puerta de ingreso una fila que le daba una vuelta completa a la manzana.
Daniel tenía apenas 12 años, iba a la escuela Don Orione, en la zona de Tigre, pero se estaba por cambiar a una escuela Industrial de San Isidro. Un día, mientras compraba helado, se le ocurrió pedirle trabajo a Roberto. “Me aceptó y me puso en la cocina. El equipo de trabajo era chico, éramos tres, los otros dos tenían 12 y 15 años, pero trabajábamos a la par de cualquier adulto. Mezclábamos a mano, sin máquinas, todo muy casero. También atendíamos. Así estuve 5 temporadas, casi sin francos”, recuerda.
Antes, dice Daniel, el helado era un producto estacional, se vendía solo en verano. “Yo trabajaba con Roberto de noviembre a marzo. Pero entre abril y octubre estudiaba todo lo relacionado a los helados y me las ingeniaba para mejorar mi técnica. Leía revistas especializadas del sector e iba a exposiciones. Así aprovechaba los meses de invierno”, describe. Al mismo tiempo, se formó como técnico electricista.
Cuando terminó el secundario comenzó a ganarse la vida reparando electrodomésticos y haciendo tendido de cables. Prácticamente todos sus vecinos se convirtieron en clientes. De hecho, hubo una temporada en la que decidió no trabajar más con Roberto y dedicarse exclusivamente a su nuevo oficio. Pero fue solo un paréntesis en su carrera...
-Pareciera que estabas destinado a ser heladero, Daniel.
-Yo siempre mantuve contacto con Roberto. Él vivía cerca de mi casa y, cada tanto, me preguntaba: “¿Por qué no te ponés una heladería?”. Yo le decía que para mí era imposible, que era muy caro amar el local. Además, me iba bien como electricista. Hasta que un día Roberto me respondió: “Comprate un diario, ahí publican las máquinas usadas. Cuando veas una que te guste, me llamás y yo la voy a ver”. Él tenía crédito y me ofreció comprar la materia prima.
-¿Cuál fue tu reacción?
-Me puse a buscar máquinas. También tenía que conseguir un local. Tardé dos meses y pico en encontrar uno, no teníamos mucho dinero. Me tuve que estirar bastante más de lo que había pensado... Invertí gran parte del dinero que tenían ahorrado mis padres.
Finalmente, en el verano de 1978, abrió el primer local. No hubo gran debate a propósito del nombre: de acuerdo a la costumbre de la época, lo bautizaron con el nombre de su creador. Así nació “Helados Daniel”. Funcionaba en la cochera de su casa, en Palacios 960, Victoria. “Usábamos el tambor de un lavarropas como un exprimidor de limones”, recuerda Paradiso.
-Al primer Helados Daniel no le sobraba nada.
-Arranqué con lo mínimo: una fabricadora y dos conservadoras. Mi abuela me prestó ollas de su cocina. Abrimos un fin de semana y tuvimos éxito inmediato. Al día siguiente ya pensaba cómo comprar más máquinas para reservar helado.
-¿Seguías trabajando como electricista?
-Al principio, sí. Hacía los dos trabajos a la vez. Fabricaba helado los fines de semana para que mi mamá, mi hermana y Silvana, mi novia de ese momento, atendieran y lo vendiesen de lunes a viernes. Pero era tanto el trabajo que me terminé dedicando exclusivamente a la heladería. Le pasé todos mis clientes a un amigo electricista.
La segunda sucursal se inauguró siete años más tarde, en 1985, en La Horqueta. Luego la marca se expandió en todas las direcciones. Estrenó locales en Lomas de Zamora, San Isidro y en la Ciudad de Buenos Aires. Al mismo tiempo, mientras su heladería se transformaba en una empresa, Daniel formó una familia. Se casó con Silvana y tuvo dos hijas: María Sol y Florencia, que se criaron en el fascinante mundo de los helados. “Ir a los locales de papá después del colegio era la salida”, recuerdan para LA NACIÓN.
Las dos hijas de Daniel Paradiso estuvieron ligadas al negocio familiar desde la cuna. “Cuando eran chiquitas, me cobraban 5 centavos para lavar los baldes de la fábrica de helados”, interviene Daniel. Cuando cumplieron 18 años, parecieron tomar distancia con la heladería. María Sol (36) estudió Periodismo Deportivo y Florencia (39) probó con Administración de Empresas y Recursos Humanos. Pero un corto tiempo después, antes de cumplir 25, ambas decidieron trabajan en Daniel.
“Al comienzo hicimos de todo: atención al cliente, estuvimos en la fábrica, limpiamos...”, dicen las chicas. Hoy son ellas las que llevan a sus hijos a comer helado a las sucursales de la familia.
“Que sea una empresa familiar es positivo, todos tiran para adelante y no hay que explicar nada. Después puede pasar que lo familiar se mezcle con lo laboral. Entonces hay que separar ambas cosas. Por suerte nosotros siempre lo hemos resuelto bien”, agrega Daniel.
Un antes y después en la historia de la compañía
-Daniel, ¿cómo se gestó la idea del súper dulce de leche?
-No recuerdo la fecha exacta, pero seguro fue en noviembre. En nuestra industria, los fines de semana se trabaja fuerte. No hay tiempo para las clásicas reuniones familiares, esos asados de sábados o domingos. Pero para no perder la tradición, nosotros decidimos juntarnos los lunes al mediodía. Así fue como un lunes, mientras estábamos almorzando, agarré un pote de helado de dulce de leche y lo mezclé con dulce de leche natural. “Vamos a ver qué pasa”, dije. A mis hijas les encantó. Al día siguiente empecé a producirlo en la fábrica. Además de ser muy rico, era muy fácil de hacer. Empezamos con 2 baldes de 5 kilos cada uno. A mi cuñado y otros familiares les parecía muy dulce, demasiado empalagoso. Pero también había gente a la que le gustaba eso, así que lo puse en vidriera.
-¿Cuál fue la reacción del público?
-Mi cuñado fue el que lo llevó a la heladería. Al otro día vino y me dijo: “Dame todo lo que tengas porque fue un éxito total, volvió loco a todo el mundo”.
-El nombre no podía ser otro: “súper dulce de leche”.
-Pensé en imitar lo que ya hacíamos con el sambayón y el super sambayón, que tenía más huevo y más crema.
-¿Nadie salió a disputarte la propiedad intelectual?
-Si hubiese aparecido otra persona diciendo que lo había inventado antes, yo me callaba la boca: al fin y al cabo, se le podría haber ocurrido a mucha gente. Pero no apareció nadie. Años más tarde empecé a ver en muchas heladerías el mismo sabor, aunque bajo distintos nombres y con ciertas variaciones.
-¿Existe algún tipo de documento que pruebe cuándo lo creaste?
-Esa temporada me entrevistó un diario zonal en marco de una nota que hablaba de los nuevos sabores de helados. Uno de los que nombra era el súper dulce de leche. Tengo el recorte.
-¿Cuántos locales tiene ‘Daniel Helados’ hoy?
-Tenemos 78 locales a lo largo de la capital y todo el conurbano.
-¿Cuánto helado producen?
-Un millón y medio de kilos al año, sumando todos los sabores, los palitos, toda la línea... Con esa cantidad, podríamos llenar una cancha de Boca y una cancha de River al mismo tiempo.
-¿Cuál es el sabor que más venden?
-El 22 por ciento está compuesto por todos los dulces de leche. Un 20 por ciento son todos los chocolates. Otro 10 por ciento se lo llevan los helados de agua, mientras que el 50 por ciento restante se reparte entre todos los demás sabores.
-¿Cómo le va a los sabores menos populares?
-Lo que suele pasar con esos sabores es que vos pensás “se venden poco” y los sacás. Pero la gente que los consume es muy fanática y los reclama. Nos pasó con la crema de higo y con la crema de quinotos: la gente los seguía pidiendo. Estamos evaluando volver a producir algunos.
-Otra duda: ¿es realmente popular el sabor “menta granizada”?
-Sí, es re popular. Para que te hagas una idea, en la lista de los más vendidos está en el puesto 11 entre 55 sabores.
-¿El helado se come o se toma?
-En Daniel lo comés. Hay sabores que tienen nueces, otros traen Rocklets... Se come.
-Roberto, tu mentor, seguramente esté orgulloso de vos. ¿Volvieron a verse?
-Al principio tuvimos una relación de trabajo. Luego, con el correr de los años, no coincidimos mucho a pesar de que vivíamos relativamente cerca. Nos veíamos cada cinco o diez años porque nos cruzábamos en un lugar. Él estaba al tanto de que estábamos construyendo la planta de Garín. Un día lo invité. Probó el helado. Le encantó.
-¿Cuál helado es más rico? ¿El tuyo o el de Roberto?
-¡Son dos tipos de helado, no se pueden comparar! [Ríe] Mucha gente añora los helados de antes, pero, con toda la tecnología y con las materias primas que se actualizaron, ahora son mejores.
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