En el verano del 2005, Julia decidió que no quería enamorarse nunca más. Había entregado su corazón sensible y bondadoso a un joven que no supo tratarlo con delicadeza, y que con su indiferencia logró congelarlo. ¿Para qué brindarse al amor si el riesgo a salir herido era tan evidente?
Para olvidar, decidió ir a visitar por unos días a su hermana, Sol, con ella siempre se sentía a gusto y le sería más sencillo dejar atrás aquel sabor amargo. Al llegar a su hogar notó inmediatamente que ella no se encontraba sola, "estaban los misioneros visitándola", recuerda Julia, "Me los presentó y a mis espaldas les susurró `soltera´, pero de eso me enteré unos años después. En ese momento ni le presté atención a ninguno de ellos y al rato se fueron", ríe.
La familia de Julia siempre había sido miembro de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (más conocidos como mormones) y para esa semana, que era la de Navidad, su hermana había preparado un coro navideño. La joven, que ya se encontraba de mejor estado de ánimo, decidió que tal vez sería hermoso ir a escuchar y, de paso, pasar unas horas junto a Sol y su cuñado. Llegó justo a tiempo, tomó asiento y se dispuso a disfrutar de las bellas melodías, cuando de pronto pudo observar a cuatro misioneros, junto a otros miembros del coro, ponerse de pie para cantar. En ese mismo instante, Julia notó que uno de ellos había posado su mirada sobre ella de manera penetrante. "Era uno de los misioneros que había estado en casa, pero no me importó y me hice la distraída", confiesa.
El regreso y el impedimento
Julia volvió a su hogar perdida en sus propios pensamientos. Dos semanas después, sin embargo, sintió que sería bueno volver a pasar algunos días junto a su hermana y emprendió nuevamente el viaje hacia aquel destino tan amado; uno que, sin saber, esta vez le cambiaría la vida. "Apenas llegué lo primero que me dijo Sol fue que el misionero había preguntado por mí", cuenta, "Ni me sorprendió ni me emocionó, no me importaba. Pero entonces ella me preguntó si quería volver al domingo siguiente para conocerlo y ahí pensé: ¿qué puedo perder?"
Al fin de semana siguiente, Julia volvió y ahí estaba él, y todos sabían que esta vez ella había vuelto únicamente para verlo. "Venga Elder, le presento a mi hermana", dijo Sol, y allí iniciaron el primer diálogo de sus vidas. Supo que vivía lejos, muy lejos, en Estados Unidos y que su misión terminaría pronto. "Fue mágico ese instante y entonces me anunció que debía partir. Quedé ahí parada y, al rato, pude distinguir que algo había comenzado a germinar en mi corazón", rememora Julia con emoción.
Sin embargo, existía un impedimento. Como misionero, él no podía tener novia, o salir en citas con chicas. "El servicio que hacen los miembros de la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tiene esa regla", afirma Julia, quien aun así no lo pudo olvidar.
A la distancia
Por suerte su hermana había conseguido su correo electrónico, "escribíle", le exigió, y Julia lo hizo desconfiando de que fuera a obtener alguna respuesta. Pero a los dos días recibió un correo de un tal Bill Schoflield y lo abrió. "Era él, ese era su nombre en realidad. A partir de entonces comenzamos a escribirnos casi todos los días, y luego le siguieron las llamadas telefónicas. De a poco descubrimos que teníamos sueños, impresiones y sentimientos ante la vida similares. Para el 14 de febrero le confesé que no quería ser más su amiga; quería mucho más".
Tan enamorado como ella, Bill culminó su misión y en agosto de ese mismo año regresó al país por apenas unos días para comprometerse con Julia. A partir de entonces, comenzaron una relación a distancia que la lejanía no fue capaz de quebrantar. "Nos sentimos siempre muy cerca y muy unidos, sabíamos lo que queríamos y que pronto llegaría", dice ella con profunda emoción.
En el lugar menos pensado
En enero del 2006, apenas pasado un año de conocerse, Julia y Bill se casaron para toda la vida y toda la eternidad en el templo de Ezeiza, "aunque suene raro", sonríe ella. Sentía que había tocado el cielo con las manos y, sin embargo, los días posteriores fueron complejos y agridulces. A Julia le tocó enfrentarse a una situación que jamás creyó que le tocaría en su vida: partir a tierras lejanas y extrañas. Pero, a pesar de que alejarse de sus seres queridos le contraía el corazón de tristeza, supo que aquel era su destino.
"Nos mudamos a Nueva México, en Estados Unidos, donde Bill ya tenía trabajo asegurado como controlador aéreo", cuenta Julia, "Ya pasaron trece años de felicidad y tenemos cuatro hijos hermosos que nos traen alegría constante a nuestras vidas. Mi historia me demostró que no hay que dejar de creer en el amor, aunque en el pasado nos hayan desilusionado. Toda la espera y sacrificios al dejar a mis queridos familiares y amigos valió la pena y nos ayudó a fortalecernos para transitar otros caminos hacia mejores oportunidades de vida. Nunca debemos perder las esperanzas, hay un gran amor que nos aguarda, uno que incluso puede llegar desde cualquier parte del mundo y encontrarnos en el lugar menos pensado", concluye feliz.
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