Efecto Phineas & Ferb: ¿cómo predecir el éxito?
Una de las variables de la creación y el desarrollo es saber si un proyecto disruptivo puede funcionar o no
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Proyecto-borrador para un dibujo animado infantil: dos hermanastros de una familia ensamblada, aburridos durante el verano, concretan iniciativas disparatadas cuya evidencia desaparece al final del día, justo cuando su hermana adolescente intenta delatarlos frente a sus padres. Hay una mascota, un ornitorrinco, que además es un agente secreto que lucha contra un científico malvado nucleado en la OSBA: Organización Sin un Buen Acrónimo. ¿Demasiado complicado para un show para chicos? Lo mismo pensaron, durante 16 años, ejecutivos de los principales estudios de TV cuando los guionistas Dan Povenmire y Jeff Marsh les llevaban esta propuesta de dibujito animado, a priori disparatada para cualquier ser humano grande o chico. Finalmente, a fines de 2006, Disney dio el "sí". Phineas y Ferb fue la primera serie animada de ese estudio estrenada a nivel global, a principios de agosto de 2007, y pronto se convirtió en uno de los dibujos animados más exitosos de la historia.
El camino oblicuo recorrido por los creadores de Phineas y Ferb habla de la compleja, impredecible y extremadamente difícil tarea de modelizar a nivel teórico la trayectoria de las ideas. Al igual que el dibujo animado donde los dos chicos deben lidiar con su hermana Candance y con los efectos colaterales de la lucha entre el doctor Doofenshmirtz y el ornitorrinco Perry, la historia de la creatividad está llena de ocurrencias que surgieron "donde nadie estaba mirando": le pasó a Povenmire y a Marsh, pero también a J.K. Rowlings, que tuvo que tocar la puerta de doce editoriales antes de que le aceptaran Harry Potter. O al cisne negro-fenómeno más reciente del erotismo para público femenino masivo (50 Sombras de Grey y sus sucedáneos, un cisne negro y masoquista, en este caso), que nadie en el negocio de los libros pudo pronosticar. La ciencia ficción de décadas anteriores está repleta de viajes interestelares y ciudades submarinas, pero la ubicuidad de las computadoras jamás figuró en sus argumentos: estos artefactos hasta principios de los 80 eran un dominio reducido de nerds con dificultades para establecer relaciones sociales. Y así, los ejemplos se multiplican para cualquier disrupción que surja más allá del "ciclo y tendencia" de extrapolar a partir del estado actual de las cosas.
"Es un problema serio, porque la innovación es en definitiva el motor del progreso económico, y todavía no pudimos encontrar formas eficientes de medirla", cuenta a LA NACION el economista especializado en innovación y profesor de la UBA Guillermo Anlló. Los trabajos pioneros en este sentido se hicieron en la década del 60, explica Anlló, en la OECD y bajo la tutela de Christopher Freeman, padre de los economistas evolucionistas: las primeras estimaciones se orientaron a cuantificar el monto invertido por los países y empresas en I+D (Investigación y Desarrollo). Pronto quedó claro que esta variable se quedaba muy corta para describir un proceso tan complejo como la innovación, y comenzaron a sumarse indicadores. Los últimos esfuerzos buscan complementar y completar las variables de "innovación pura" con índices más tradicionales de crecimiento para darle contexto a la información: "Es un fenómeno tan complejo de observar y de medir que necesitamos abordajes cada vez más holísticos", plantea Anlló, que además investiga en el Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP) de UBA Económicas, que dirige Daniel Heymann; y trabaja como subsecretario de Innovación en la Provincia de Buenos Aires.
En su libro sobre Progresos en Medición de Economía, que editó el año pasado Temas junto a la Asociación Argentina de Economía Política, el compilador Ariel Coremberg, experto en medición de crecimiento y stock de capital, remarca que "los fenómenos disruptivos asociados a Internet y a la economía del conocimiento en general: redes sociales, comercio por Internet, buscadores, etcétera, no estarían captando la completa magnitud del PBI en su medición tradicional". En la introducción del libro, Coremberg cita una frase de Albert Einstein: "No todo lo que cuenta puede ser contado, y no todo lo que se puede contar, cuenta". La divergencia no es menor: dependiendo de qué indicador se tome se lleva agua para el molino de los entusiastas de las tecnologías exponenciales (que sostienen que ya estamos viviendo una era de cambios acelerados, cámbricos e inéditos), o para el molino de los más escépticos, que argumentan que de hecho la tasa de surgimiento de nuevas ideas en el mundo está bajando fuerte en las últimas décadas.
Un reciente trabajo de los académicos Nick Bloom, Chad Jones, John van Reenen y Michael Webb, que relevó en distintos países la "tasa de formación de ideas", llegó a la conclusión de que esta efervescencia creativa tuvo un pico en la década del 40 y desde entonces viene declinando, en consonancia con la hipótesis del economista de Northwestern Robert Gordon, el más famoso de los "tecnoescépticos". En este abordaje holístico al que hacía referencia Anlló, uno de los descubrimientos más recientes y promisorios en el área de la modelización de procesos de innovación llegó del lado de las matemáticas. En la Universidad de Sapienza en Roma, un equipo comandado por el físico Vittorio Loreto dio con una dinámica que describe el proceso mejor que ninguna otra hallada hasta ahora.
Loreto y sus colegas partieron de la idea del "posible adyacente", la noción de que la innovación surge de la interacción entre la tecnología y la ciencia actual y lo "posible", o próximo, un concepto que fue formalizado por primera vez por el teórico de los sistemas complejos Stuart Kauffmann en 2002 y popularizada más adelante en libros y charlas TED por Steven Johnson. El conjunto de los "posibles adyacentes" incluye todas aquellas cosas (ideas, canciones, palabras, tecnología, etcétera) que están a "un sólo paso" del estado del arte actual.
Por ejemplo, podemos anticipar con un grado bastante alto de exactitud que llegarán teléfonos celulares con más aplicaciones, a prueba de agua, con mayor capacidad de procesamiento, etcétera. "El problema es que la innovación es un proceso no lineal, y en el posible adyacente hay caminos que son más fáciles de imaginar y otros que son extremadamente impredecibles", marca Anlló. Y cada innovación cambia completamente el mapa de posibilidades futuras, por lo cual el territorio de los "posibles adyacentes" muta a cada instante.
Loreto y su equipo partieron de la base de que hay algunas leyes matemáticas que se repiten en los grandes números de los procesos de innovación, como la ley de Heaps, que establece que la cantidad de cosas nuevas crece a una tasa que es sublineal; y la ley de Zipf, que describe cómo la frecuencia de una innovación está relacionada con su popularidad. Al igual que sucede con otras "leyes de potencias", como la que cuantifica la frecuencia de los terremotos (en relación a su fuerza), se trata de leyes empíricas, que surgen de la observación, pero no está para nada clara la línea de causalidad: por qué se dan de esta forma y no de otra.
Loreto descubrió que una figura matemática que se conoce como la "urna de Polya", con un agregado que le introdujo su equipo, reproduce bien lo que sucede con los números de la innovación, y se respetan las leyes de Heaps y Zipf. El modelo teórico equivale a una urna con bolillas de distintos colores: cuando se saca una al azar (que representa una innovación), se introducen varias del mismo color nuevas en la urna, aumentando las posibilidades de que este color vuelva a salir en el futuro. Pero cuando se extrae una bolilla de un color desconocido (una innovación inesperada), se agregan unidades de todos los colores. Esta modificación, a la que Pareto llama "gatillo de innovación" es lo que permitió que el modelo se ajuste a la realidad mejor que ningún otro hasta ahora.
Anlló mira seguido Phineas y Ferb con su hijo Antonio, de seis años, fanático de la serie. El dibujo animado no sólo es interesante desde la perspectiva de la innovación por su surgimiento "no lineal" sino porque también la creatividad está en el corazón de sus argumentos: "Los personajes centrales siempre están usando cosas que tienen a mano y los rodean (conocimiento existente), de manera extraordinaria para construir artefactos nuevos (nuevo conocimiento), para la diversión de sus amigos", dice el profesor de la UBA, "primero, son inventores; segundo, utilizan en forma novedosa lo que existe cotidianamente, y tercero, innovan cuando sus amigos (la sociedad) se divierten y validan las ocurrencias como cosas geniales y distintas". Y ahora podría caer un rayo, producto de alguna explosión de un invento del doctor Doofenshmirtz, para eliminar toda la evidencia que incrimine a Phineas y Ferb de esta nota, y sus padres y Candance los dejen tranquilos.
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