El amor en los tiempos del vallenato
Esta no es sólo la historia de La diosa coronada , la canción preferida del premio Nobel Gabriel García Márquez. Es una historia de pasiones profundas, protagonizada por Leandro Díaz, un patriarca mítico de la música popular colombiana
A sus espaldas, tan cerca de la oreja que sólo ella pudo escucharla en el tumulto, había oído la voz: "Este no es un buen lugar para una diosa coronada".
Era el instante en que, después de años de febril espera y bajo los arcos del popular Portal de los Escribanos, Florentino Ariza se volvía a encontrar con Fermina Daza, su amor de toda la vida. Probablemente, éstas serían las mismas palabras con las que Leandro Díaz confrontaría a Josefa si se propusiese encontrarla.
Los protagonistas de El amor en los tiempos del cólera son un eco de la historia de amor que vivieron los padres de su autor, el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Sin embargo, la belleza de esa frase, de ese instante memorable, no le pertenece sólo al escritor.
Leandro Díaz es, en silencio, su coautor.
El patriarca del vallenato
Leandro Díaz es ciego. Desde que su madre dio a luz hace 81 años, en Hatonuevo, departamento de La Guajira, costa caribeña colombiana, a él se le ha dado la oscuridad. Sin embargo, sus familiares y amigos aseguran con inmensa admiración que él ve con los ojos del alma. Iluminado por ellos ha escrito más de 300 canciones que conmueven por su vuelo poético y su calidad descriptiva. Su música suena, desde hace tiempo, en las parrandas vallenatas, acompañadas de una caja, una guacharaca y un acordeón.
Está sentado al costado de un amplio sillón verde, en la sala de estar de la casa donde vive, desde hace tres años, en Valledupar. Esta ciudad es la capital del departamento del Cesar y cuna del vallenato, género musical colombiano autóctono. El brazo de Leandro descansa con autoridad sobre el abismo del sofá. Luce una impecable camisa blanca con acordeones y notas musicales pintados a mano. Del cuello cuelga un rosario de madera y en su anular izquierdo lleva un anillo de oro. En los pies, sandalias de cuero negro entrelazado. Realmente se ve como un patriarca. Sólo le falta el bastón con el que abrirá las aguas, pero jamás ha usado bastón: con sus manos le alcanza para abrirse camino. En su rostro cuarteado por los años descubro que sus párpados caen como dos pesados telones con la misma fuerza con la que el mar Rojo habrá sepultado a los egipcios. Detrás de ellos se esconde un maravilloso escenario donde Leandro recrea un universo propio.
Nunca aprendió a escribir ni a leer con el lenguaje de braille, a diferencia de Ray Charles, el mítico pianista estadounidense. Era tan pobre que ni siquiera tenía, como Joaquín Rodrigo, autor de El concierto de Aranjuez, un copista a quien dictarle las notas. Por lo tanto, jamás imprimió sus letras en papel, y era sólo él quien las atesoraba en su memoria, el único que podía desempolvarlas y sacarlas a la luz cuando la ocasión lo ameritara.
-¿Y cómo aprendió a componer?
-Eso no se aprende. Eso lo va aprendiendo uno con el paso de los años. A mí me gustaba, y tuve la dicha de que mis primeros versos me salieron bien; entonces, seguí la ruta, siempre guiándome por la mente. Yo soy creador.
Era la primavera de 1950 cuando Leandro se acercó a orillas del río Tocaimo para echarse agua en la cabeza y sintió que le daba algo diferente. Tal vez era sólo el placer de refrescarse o, tal vez, la suavidad del agua cuando roza el cuerpo, pero fue entonces cuando, a base de concentración, se vino a dar cuenta de que, súbitamente, quizá como el mismo Cristo cuando bañándose en el río Jordán recibió al Espíritu Santo, él estaba haciendo una canción. Sin embargo, era la influencia de otra divinidad la que lo guiaba.
"Señores vengo a contarles/ hay nuevo encanto en la sabana/ En adelanto van estos lugares/ ya tienen su diosa coronada."
Su salmo era para Josefa, una muchacha que vivía en esa misma vereda de indios y, según él, presumía ser la superiora de las mujeres. Leandro era amigo de su hermano, un joven que tocaba el acordeón y quien, haciéndole el favor, se la presentó. El quiso ser su amigo, pero ella era esquiva, algo rara, y no se lo permitía porque era ciego.
-Me sentí un poco resentido. Un día dije: "Esta mujer se va a creer que es una diosa", y ahí me fui ingeniando y terminé haciendo una canción. Todo el mundo la conocía a Josefa, pero el que le puso "la diosa" fui yo. Afortunadamente le gustó mucho al país; aquí se escucha bastante todavía, y de eso hacen 59 años.
Ni el hecho de que Leandro la hiciera famosa ha aumentado su simpatía por él, y él asegura, determinante, que tampoco ha aumentado el suyo por ella. Lo poco que hoy él sabe de ella es que vive por la Jagua, una de las zonas carboníferas de Colombia. Pienso que, probablemente, ése tampoco debe ser un buen lugar para una diosa coronada.
El juglar y el nobel
Puede que él ya no le tenga devoción, pero sin duda esta profana deidad le ha regalado sus bendiciones. La diosa coronada es el vallenato preferido de Gabriel García Márquez, quien además, en 1985, usó los primeros versos de la canción como epígrafe de su novela El amor en los tiempos del cólera , donde, por supuesto, cita al autor.
-Ahhh... Gabito. Le dicen a él Gabito. El es amigo mío y a él le gustó mucho la canción La diosa . Hasta teníamos idea de escribir un libro con ese nombre. Lo que pasa es que él andaba enredado en política, y le fue mal, se tuvo que ir para España. Y allá se puso a escribir El amor en los tiempos del cólera y ahora sólo tiene el epígrafe del libro que es mío.
En 2007, García Márquez fue homenajeado en el Congreso de la Lengua, llevado a cabo en Cartagena de Indias. Se emocionó cuando escuchó que en la sala ingresaba el Coro de los Niños Vallenatos cantando la oda a Josefa.
No sólo eso es lo que los vincula. Gabo, fiel al realismo mágico, narró su primer encuentro con Leandro en una crónica.
"Leandro Díaz es una especie de patriarca mítico. A pesar de que es ciego de nacimiento, ha vivido desde muy joven de su buen oficio de carpintero, y nunca podré olvidar el día en que Rafael Escalona me llevó a conocerlo en su taller, porque estaba haciendo una mesa con las luces apagadas, y no se oía nada más que el rumor del serrucho y los golpes del martillo en las tinieblas. La semana pasada, cuando lo oí cantar otra vez, después de casi 20 años, y me envolvió con la belleza de La diosa coroná , que no sólo es su canción más hermosa, sino una nota muy alta de nuestra poesía, tuve la sensación de haber entrado por primera vez en el ámbito prohibido de la leyenda."
Claro, conversando con Leandro uno descubre también artimañas del escritor. El jamás fué carpintero, no ha tocado acordeones, y menos que menos los ha arreglado.
-Yo escuchaba acordeones, pero no toqué. Yo no les puse las manos encima. Aquí había un señor, no aquí, en Villanueva, que se llamaba Buenaventura Rodríguez. Era ciego y arreglaba acordeones. Ese sí los arreglaba.
El verdadero encuentro con Gabo, o al menos el que el juglar narra, fue bien lejos de una carpintería. Aunque el oficio bien podría ser una metáfora de la situación: una fiesta, allá por 1966, que se le brindaba a Alfonso López Michelsen al crearse el departamento del Cesar. Ambos habían asistido al agasajo y, entre copa y copa y a ritmo de vallenato, se hicieron amigos. Más tarde vinieron nuevos encuentros fraternales, pero ya en Santa Marta o en Barranquilla.
Tan poco azaroso es el azar que precisamente de Santa Marta surgió el cantante que daría mayor repercusión a La diosa coronada.
-Buen artista Carlos Vives. Le cuento algo de él. Yo era muy amigo de unos tíos suyos. Siempre que yo iba a Santa Marta me hacían una parranda. Carlos era pequeño y se paraba detrás de mi silla para oírme cantar. Cuando se cansaba de hacerlo, se iba a un barrio que se llama Pescaditos a practicar fútbol con los Valderrama. Y así creció Carlos, oyéndome a mí. Somos amiguísimos. De tanto oírme cantar se volvió cantante.
Esta crónica fue realizada para el Taller de Crónica de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Una versión más completa fue seleccionada para publicarse en un libro de la FNPI sobre fiestas nacionales.