El equipo que representó a la UBA en el Mundial de programación alcanzó el puesto número dieciocho y superó a las universidades de Harvard y San Pablo.
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Melanie Sclar, Ariel Zylber y Lucas Tavolaro tienen 21 años, están promediando la carrera de Computación en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y hace dos años formaron Melarita, el equipo que representa a la Facultad en la Competición Internacional Universitaria ACM de Programación (ICPC), conocida como "el Mundial" de programación. El año pasado los Melarita viajaron al Mundial en Rusia, pero una mezcla de azar y mala suerte –Melanie tenía 39 grados de fiebre el día de la competición– los dejó en un lejano puesto ochenta. Así que este 2015 tuvieron su revancha: terminaron en el puesto dieciocho (sobre 128 equipos de 84 países), por sobre varias universidades de prestigio y lograron quedar primeros entre las universidades latinoamericanas.
"No esperábamos tanta repercusión", dicen vía Skype Melanie y Ariel desde Marruecos, donde se hizo el Mundial este año. La Competición Internacional Universitaria ACM de Programación se creó en 1970 en la Universidad de Texas. Empezó como un torneo entre universidades de Estados Unidos y Canadá, y recién en 1989 se hizo mundial. El ICPC es una competición por equipos, con un máximo de tres miembros por team. Todos tienen que ser estudiantes universitarios en curso, es decir, no deben estar recibidos. Los Melarita están más o menos por la mitad de la carrera de Computación y, en el caso de Melanie y Ariel, también están cursando Matemática.
Durante la competición de este año, los equipos tuvieron cinco horas para resolver trece problemas. Los Melarita resolvieron ocho de los trece problemas, una marca histórica para los equipos argentinos en el Mundial. El ganador de la competencia es el equipo que resuelve más problemas, y si hay equipos empatados con el mismo número de problemas resueltos, el orden de clasificación se calcula a partir de los que tardaron menos. El ganador fue el equipo de la Universidad Nacional de Investigación de Tecnología de San Petersburgo, que resolvió todos los problemas y le sobraron quince minutos. Pero la competencia está lejos de ser un desafío teórico: los participantes tienen que crear programas que resuelvan los desafíos que les plantean. Así, entre otros, debieron crear un software para calcular cómo destruir una lluvia de miles de meteoritos con pocos misiles, cómo cortar fetas de queso suizo (con agujeros) que pesen exactamente lo mismo, o cómo escribir una frase en un teclado usando la menor cantidad de teclas posibles. "Nos dividimos los problemas entre los tres y cada uno eligió los más fáciles", cuenta Ariel. El reparto siguió algunos criterios, según sus habilidades: para Melanie y Ariel los problemas matemáticos, para Lucas los algorítmicos. Cuando se iba acabando el tiempo, terminaron juntos los ejercicios inconclusos.
El equipo Melarita nació hace muchos años, aun antes de que sus integrantes pudieran darse cuenta. Cuando estaba en la secundaria (cursó en el Carlos Pellegrini), Melanie empezó a participar de las olimpíadas de Matemática. Fue durante esas competencias que lo conoció a Ariel, que cursaba en la ORT, y que ahí mismo se hizo amigo de Lucas. La universidad los terminó juntando, se hicieron amigos los tres y así formaron Melarita. En 2014 viajaron al Mundial de Rusia y este año, después de salir campeones latinoamericanos, fueron a Marruecos. "Entrenamos mucho. Nos juntábamos a practicar una vez por semana", cuenta Melanie. El equipo usó un coach, Agustín Gutiérrez, alumno de Exactas como ellos y con experiencia en competencias internacionales.
Cuando se supo el resultado del Mundial, en Argentina el dato más saliente fue que un equipo de la UBA le había ganado, entre otros, al de Harvard, una universidad sinónimo de excelencia. En efecto, Harvard resolvió también ocho de los trece problemas, solo que lo hizo dieciséis minutos después que los argentinos. Un pequeño espíritu nacionalista y antielitista brotó superficialmente ante este resultado. A los Melarita, en cambio, el dato no les resultó particularmente significativo. "Son 128 equipos, no fuimos pensando a cuál queríamos ganarle. Solo íbamos con la idea de hacer el mejor papel posible. Sí queríamos ser los mejores de América latina; en todo caso, estábamos bastante atentos al resultado de la Universidad de San Pablo", dice Melanie. Los chicos, además, establecen alguna distancia con respecto a su función de "representantes" de la universidad pública: "sería demasiado arrogante", dicen.
También señalan que para sostener este logro, hace falta mayor apoyo de la universidad. Días después de la victoria, y ante la advertencia de la Facultad de Exactas de escasos recursos para sostener el funcionamiento de la facultad, Lucas Tavolaro escribió una carta abierta en la que alerta que esa situación "atenta directamente contra la calidad académica en mi formación y la de otros miles de estudiantes de ciencias exactas, y por lo tanto, pone en riesgo las posibilidades de que nuestro país continúe destacándose a nivel internacional por su calidad académica".





