El gladiador está de vuelta
El carisma sin inhibiciones, su talento y su bravura lo convirtieron en el jugador del pueblo, que regresa a Boca para completar la leyenda del héroe del arrabal
Un chacal, un depredador, la imagen encendida de la astucia. Pero también, un adolescente tardío o, en todo caso, la picaresca de un pibe Bazooca curtido a tiros en los bordes del bajo suelo. En el medio gambetas, tatuajes, romances, Porsches, multas, cumbia, Rolex, golf, más cumbia, desenfado y muchos, muchos goles.
La vida de Carlos Tevez (31) es una colección de sucesos trepidantes salpicados de anécdotas, perdones y exaltaciones; una pirueta vital humedecida por ese impreciso valor que es el amor de la gente: como a la milanesa o a Ricardo Darín, (casi) todos queremos a Carlitos.
Tevez viene a rellenar un casillero que a esta altura parece ser un subgénero de la cultura popular: el regreso del ídolo. La historia universal, de la fama y de la infamia, está trufada por ese tipo de acontecimientos que no hacen más que alimentar la leyenda de su protagonista. De Perón a Marlon Brando, pasando por Cassius Clay, el mismo Riquelme o los mitos (Homero o Maradona), una buena parte de la épica del héroe se completa con, y necesita de, su retorno crepuscular.
En el caso del crack surgido en Fuerte Apache, su vuelta a la Bombonera –tras haberse ido en 2004 al Corinthians de Brasil– es otro peldaño más de una carrera que ha sabido de picos y depresiones, pero que hizo su mayor cima hace no mucho. Fue en la Juventus de Italia durante la temporada pasada donde Tévez, al fin, pasó a integrar la elite absoluta del mejor fútbol del mundo. Es por eso que, acostumbrados como estamos a vender jóvenes para recibir, en el mejor de los casos, cracks en edad jubilatoria, que un futbolista regrese en el cenit de su trayectoria es, sino revolucionario, al menos sorprendente. Al parecer, su deseo de volver, más el dinero de Nike y la necesidad de la Juve de depurar su plantel comulgaron para ello.
En Europa, Tevez fue de menor a mayor. Porque antes de encontrar su sol en Turín padeció el frío melancólico de Manchester. Es verdad que tuvo sus momentos de gloria en la ciudad de Oasis y de Morrissey (salió campeón con ambos equipos, el United y el City), pero su estada allí fue oscilante, compleja y, sobre todo, intensa.
Díscolo y poco dado a la contemporización, Tevez mantuvo diferencias notorias con casi todos los coachs que lo dirigieron en Inglaterra. Primero tuvo roces con un prócer del United y de todo el Reino Unido, Sir Alex Ferguson. Acostumbrado a manejar el vestuario como quien lidera una corporación, el escocés se deshizo de Tévez como quien se saca una mosca de encima. Allí había llegado en 2007 proveniente del West Ham, el club postindustrial de Londres al que salvó del descenso. De los tiempos del WH queda el recuerdo de su poco apego a conducir con registro (le quitaron el Porsche) y el inolvidable festejo de un gol –tras anotar un tiro libre sobre la hora– en el que saltó una valla para arrojarse sobre los brazos del proletariado.
En el glamoroso United, más tarde, se encontró con una constelación de estrellas y con un DT, el mencionado Ferguson, que, en el mejor de los casos, le ofreció monosílabos. Tras dos años, 34 goles y el pago de 45 millones de euros, a mediados de 2009 Tévez hizo las valijas y se mudó al antagonista perfecto del MU, el Manchester City. "Se fue a un equipo provinciano", lo chicaneó Ferguson. El City cargaba entonces con el estigma de llevar 40 años sin ser campeón, una época que coincidió, para colmo, con un ciclo brillante de la joya de su majestad, el United. El arranque del Apache no pudo ser mejor: siete goles en seis partidos y elegido mejor jugador del mes. En poco tiempo, entre la rapidez con la que se acopló al equipo y la necesidad de la gente del City de aferrarse a una esperanza, se desató la Tevezmanía. La mitad celeste de Manchester había encontrado a su Mesías, a su nuevo working class hero. Noel Gallagher, cantante de Oasis y reserva moral de la hinchada del City, dijo que lo votaría en las elecciones presidenciales que se avecinaban. Tevez, al fin, había recalado en un vestuario que lo mimaba y que lo hacía sentir importante. Media ciudad y buena parte de los medios lo adoraban. Encima él comenzó a desplegar su carisma y su espontaneidad sin temor al ridículo, lo que lo hacía más auténtico, humano. Intentaba responder en inglés las notas en campo de juego, poniendo de manifiesto una locuacidad acotada, pero entusiasta. Su very dificult –en respuesta a cómo había sido el partido– ya forma parte de la antología universal de las sonrisas.
Esa simpatía despojada de dramatismo, prejuicios o inhibiciones de clase, sumada, claro, a la bravura y el anhelo con el que juega –en la cancha la simpatía deviene fiereza–, es lo que fue cimentando su vínculo con la gente. Lo de jugador del pueblo remite, más que al rescate de una virtud técnica, al hecho de que es aceptado de forma unánime: alguien que trasciende las capas sociales o los folclores impenetrables de la rivalidad.
Pero también llegaron las controversias o, en todo caso, las noticias extra deportivas. A mediados de 2010, Argentina quedó eliminada del Mundial de Sudáfrica tras perder con Alemania 4 a 0, aquel partido bochornoso en el que el mediocampo argentino fue abducido por un agujero negro. De regreso del Mundial, y acaso para atemperar la tristeza de ese golpe, Carlitos comenzó a salir con la bella actriz Brenda Aniscar, de solo 18 años. Fueron, claro, la comidilla de la chismografía occidental. El diario The Sun los descubrió besándose en Londres y, a velocidad de rayo, las revistas locales reprodujeron las fotos. Mientras Tevez se separaba de Vanesa –la madre de su hija, a quien había conocido en una bailanta en Pacheco en 2002–, Aniscar, una heroína teen que descollaba en la serie Patito feo, se mudó un tiempo a Manchester. El noviazgo duró poco más de un año. "Siempre estoy al filo. Soy arriesgada y me doy permiso a equivocarme", dijo Aniscar como corolario de la relación.
Otro momento complejo fue cuando, en 2011, el seleccionado argentino quedó eliminado de la Copa América en la definición por penales ante Uruguay. Argentina llegaba en estado de gracia a ese torneo: Messi ya era el mejor jugador del mundo y una recopilación de cracks, entre ellos Tévez, lo rodeaba para brillar. Pero no pudo ser y en el último partido el Apache erró su penal, lo que determinó la eliminación y condicionó –nunca se supo en qué grado– su continuidad en el equipo. Fueron días de angustia para él, que se hundió en una depresión. Engordó seis kilos y hasta tuvo que internarse. "Jugar en la selección te quita prestigio, porque si no ganás te matan", declaró un tiempo después, generando, sin querer, otro malentendido. Muchos –incluso en la misma selección– creyeron que él subestimaba al grupo y que esa declaración encerraba un nivel de narcisismo inaceptable. Lo cierto es que su no convocatoria posterior no hizo más que alimentar los rumores acerca de los verdaderos motivos de esa exclusión, negativa que se mantuvo hasta después del Mundial de Brasil. Entre esos motivos hubo uno que se destacó del resto y fue una supuesta mala relación con Messi, ya consolidado como rey universal de la pelota. Ese presunto enfrentamiento –que la actualidad refuta– exacerbó, al menos en la mirada del afuera, las diferencias estéticas de ambos. Cada vez que Messi no hacía estallar su talento con la Selección, los duques de la disconformidad apelaban al gran ausente –Carlitos– para dar un ejemplo de cómo se ejercía, siempre según ellos, la verdadera pasión por la patria. En términos de aceptación, Tevez siempre apareció como una suerte de némesis del 10 de Barcelona, alguien cuyo genio es indiscutible, pero cuyo temperamento, al menos en público, no se destaca por la expresión sanguínea de sus emociones. Además de gambetas, el fútbol en América latina necesita –o acepta– gestos y visceralidad, y en ese aspecto a ambos los separa un océano: la inclaudicable teatralidad de Tevez contrasta con la perfecta inexpresividad del enorme duende rosarino. Carlitos está tallado por la marginalidad y por lo defectuoso; el eco de ese drama anida en su cuello escarpado, en aquellos dientes cortados a cuchillo y en esa violencia de arrabal que chispea en su mirada y que los años, y el éxito, fueron ablandando.
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De regreso a Manchester, sin selección y reconciliado con Vanesa, Tevez se sometió a un régimen especial con el que bajó siete kilos. Por pedido de su técnico del City, Roberto Mancini, consultó a un nutricionista italiano que lo hizo abandonar las harinas y los lácteos. Su cuerpo se convirtió en una epopeya genética. Fue la figura de su equipo, que se consagró campeón de la Fed Cup. Además, salió goleador de la Premier League, junto al búlgaro Berbatov. Parecía que el idilio entre Carlitos y el club era inquebrantable, pero otra vez algo falló. En un partido por la Champions League contra el Bayern Munich, Tevez se negó a ingresar desde el banco –ya estaban en el segundo tiempo– lo que provocó que Mancini lo borrara del equipo. El Apache se declaró en rebeldía. Abandonó Manchester, algo que encrespó a la hinchada y que le valió una multa millonaria. Durante meses se dedicó a jugar al golf, cantar cumbia con Piola Vago y coquetear con otros clubes, en especial con el Milan de Italia, aunque también con Boca. Estaba hastiado del ambiente y hasta se planteó abandonar el profesionalismo. Finalmente, seis meses después, Mancini lo indultó y regresó al primer equipo. "Me equivoqué y pagué", dijo, en un raro ejercicio de autocrítica. El ambiente del fútbol no es propenso al mea culpa, más bien todo lo contrario: vive en estado de victimización permanente.
Otra vez en el ruedo, volvió a ser fundamental para el City, esta vez en tándem con Sergio Agüero, otro crack surgido en las solapas descosidas del sistema. Entre ambos condujeron al City a su primer título en 44 años, lo que les aseguró un lugar a ambos en el Olimpo del club. En los festejos, Tevez se tomó una dulce revancha: blandió un cartel en el que se leía RIP Fergie (apodo del mánager del United). La incorrección le valió una multa del club. No fue la única: en la calle, otra vez lo detuvieron en infracción mientras manejaba su Porsche y, al ser reincidente, debió cumplir 250 horas de trabajo comunitario para evitar la cárcel. Durante varias mañanas, ataviado con un chaleco naranja, Carlitos, escobillón en mano, limpió las calles de la ciudad.
Escurridizo, siempre alerta o en estado de sospecha, Tevez no suele dar reportajes. Se limita, cada vez que regresa al país, a cumplir el ritual de sentarse en el living del programa de Susana Giménez. En ese espacio fue donde el crack dejó escapar algo de su intimidad, como cuando confesó que se había comprado un Rolex leopard (valuado en 50 mil dólares), que veraneaba en Marbella o que para reconquistar a Vanesa, tras el largo affaire con Aniscar, le susurraba frases en inglés.
La temporada 2012-2013 fue la última del atacante en Manchester. A mediados del 2013 la Juventus de Turín lo compró por algo más de 10 millones de euros. En Inglaterra dejó más de 100 goles, algunas multas y el recuerdo imborrable de esos festejos zambulléndose sobre la multitud.
En Italia, donde acordó un sueldo de más de 5 millones de euros anuales, Tevez experimentó una transformación bíblica. Ni bien llegó, además de volver a afinar su cuerpo y convertirse en un hombre de mármol, el crack fue a visitar al Papa Francisco al Vaticano. Ni bien entró quedó impactado con una imagen pintada en el techo de la Capilla Sixtina. Era La resurrección de los muertos, la obra de Miguel Angel que forma parte del colosal conjunto de frescos que el genio fiorentino pintó en esa catedral. Decidido como cuando enfrenta a los arqueros, Tevez compró un libro con una reproducción de la pintura y le encargó a Piotrek Taton, un tatuador inglés, que realice una réplica de la obra en su espalda. Taton estuvo un año trabajando sobre la tersa piel del delantero. El dibujo ocupa toda esa superficie.
Ya era un crack, pero en Italia Tevez se vistió de gladiador. Entre los tatuajes, la casaca blanquinegra ceñida al cuerpo y el pelo cortado al ras, el crack devino un Robocop de coliseo. Ayudado por la clase infinita de Andrea Pirlo –un futbolista enciclopédico– y por diversos entrenadores que siempre lo hicieron sentir esencial, Tévez fue encontrando la mejor versión de su fútbol, hasta llegar a la temporada 2014-2015 en la que alcanzó el pináculo de su talento. Atiborrado de una nueva energía que lo hacía ver más inquieto y despiadado que nunca, el Apache se convirtió en una fuerza de la naturaleza capaz de emitir disparos y gambetas nucleares. Cada vez que tomaba contacto con la pelota, cualquiera fuera el estadio o el rival, el aire del lugar se llenaba de electricidad. Como si su cuerpo fuera un acelerador de partículas del tiempo. El astro surgido en Boca –antes había jugado en las inferiores de All Boys– llevó a su equipo al título de la liga, de la Copa y a la final de la Champions League. En este último torneo Carlitos fue la figura de la Juve, además del goleador de la liga con 20 conquistas.
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En noviembre de 1998, un artículo en la revista Noticias comenzaba de esta forma: Carlos Tévez tiene 14 años y vive en Fuerte Apache pero pronto manejará un Mercedes Benz. Era la primera vez que el Apache llegaba a los medios. Hoy, con el diario del lunes, aquella predicción parece no guardar un gran mérito, pero si bien es cierto que el cuerpo de Tévez en ese momento era una catedral de promesas e ilusiones cercanas, lo cierto es que su camino hacia la fama estuvo plagado de dificultades. Aquella nota se hundía en ese negro submundo del que había escapado, de milagro, el futuro crack. Por aquel entonces, un amigo de Carlitos había malogrado su talento entre las drogas y las balas. A Darío Coronel le decían Cabañas y le auguraban un destino parecido al de su amigo. Ambos vivían en el mismo nudo del Fuerte, iban al mismo colegio y jugaban en los mismos equipos infantiles. A los 11 fueron los dos a probarse a Vélez. Coronel quedó, Carlitos no. Pero algo falló y terminó de la peor manera. Todavía jugador de inferiores, Coronel entró a robar en un bingo. Cuando estaba yéndose llegó la policía y se inició una persecución que terminó con los agentes rodeándolo y con Coronel arrinconado contra un paredón. Perdido en su holocausto personal, Coronel no lo dudó: se pegó un tiro en la sien.
"Yo podría haber terminado preso, muerto o drogado", suele repetir Tévez. De aquel chico iletrado que salió de ese arrabal a este hombre de 31 años que devuelve Europa hay un largo y zigzagueante recorrido. Detrás de esa peripecia palpita una maravillosa trama de superación, abnegación y deseo. Al camino del héroe de Carlitos le faltaba el final, le faltaba el regreso.
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