El gusto es una construcción social: la aspiración a la originalidad
Lejos de afectar solamente la apariencia que nos damos, la moda interviene en todos los aspectos de nuestro comportamiento social. Nos concierne incluso aún antes de que tengamos uso de razón, ya que determina el nombre que nos identificará toda la vida. Las Susanas que fueron moda en una generación serán las Marcelas de la siguiente, las Cecilias de diez años más tarde, y las sucesivas Florencias, Agustinas y Sofías que son las Isabellas que pueblan hoy las salitas de tres.
Siempre en edades tempranas, el modo en que nos dejamos vestir –o nos resignamos a ello– va moldeando, querrámoslo o no, nuestras predilecciones, nuestros prejuicios y nuestros rechazos en materia estética. El gusto es una construcción social.
Si se les diera total libertad en la elección de sus prendas, tanto los niños como las niñas vestirían como para un alegre carnaval permanente, con mínimo o nulo sentido práctico, suplantado por la misma fantasía que despliegan en sus dibujos. Pero pronto se les disciplina a fuerza de conjuntitos estándar.
Lo que no impide que los primeros experimentos de moda –es decir de elección personal– suelan hacerse sobre los uniformes escolares, que tan escasa distinción permiten, a primera vista, del resto del alumnado. El dilema del look propio no afecta a la totalidad de los jóvenes espíritus, pero no son pocos los que revelan así, precozmente, su necesidad de diferenciarse, de manifestar su peculiaridad y/o su inconformismo a través del vestido.
De un modo u otro, al crecer y entrar, por la educación, en el juego social con sus pares, cada cual va a emprender la adopción de su gusto propio, original o conforme a los cánones, atípico o convencional.
En la adolescencia, gran momento de confección de autorretratos, hay quienes se reencuentran con aquella primera expresividad infantil que no temía al ridículo ni a la exageración. Pero esta vez la originalidad tiende a manifestarse no como característica individual sino tribal. Un atributo compartido: lo que se exhibe son los signos exteriores de pertenencia a tal o cual grupo urbano o suburbano. Es el linaje de estéticas populares: zoot suit de los Cuarenta, rocker de los Cincuenta, mod de los Sesenta, y hippie y punk y glam y gótica, hasta la skater de estos días –por citar sólo una parte de una larga lista de vistosidades.
Por su lado, el árbol genealógico del gusto medio, cuyo único cambio notable, a lo largo del mismo período ha sido la tendencia hacia una mayor informalidad, se reconoce no por sus tribus, ya que forma una sola, sino por las marcas históricas que practica.
Paradojalmente, quienes adoptan sin chistar el gusto transmitido tienden a considerarse indiferentes a la moda, cuando en realidad están asegurando la perpetuación de los estilos tradicionales. Éstos por cierto, aunque fieles a los códigos del llamado buen gusto, no dejan de variar según l'air du temps. Así asistimos hoy al lento pero seguro andar de la corbata hacia su eclipse.
Es evidente que el motor que hace marchar la máquina de la moda es el temperamento buscador, el que encuentra y propone lo nuevo, lo diferente. Sin los cambios que aporta la aspiración a la originalidad, lisa y llanamente no habría moda.
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