El inconforme
En pocos días más cerrará la retrospectiva de Alberto Heredia en el Museo de Arte Moderno, muestra que la crítica coincidió en definir como una de las mejores del año, por más que señaló, como defecto de montaje, el excesivo amontonamiento de las obras.
Aun así, más allá de los lauros o detracciones que reciba en el ámbito especializado, esta exposición tiene su mayor virtud en la capacidad de provocar en el espectador una experiencia estética y emocional de alto voltaje. Y esto a partir de dos resortes fundamentales: el horror y la repulsión.
Por esencia autodidacta, Heredia (Buenos Aires, 1924) tomó algunas clases de dibujo y escultura en ámbitos académicos, y en 1948 mantuvo un contacto efímero con los artistas concretos, en cuyas propuestas encontraba mayor libertad que en la enseñanza tradicional. Pero enseguida se sintió encarcelado por el rigor geométrico y se hizo a un lado. Años después, el informalismo y la amistad con Alberto Greco lo acercaron a lo que buscaba: un arte radicalmente subversivo, que dio su primera y contundente señal de vida en París.
Allí, en el cuarto de un hotel tan pobre como su bohemia, concibió en 1962 las 16 Cajas Camembert, recipientes del prestigioso queso francés que rellenó con todo lo que encontraba a mano: materiales de desecho, huesos y muñecos de plástico, símbolos del ciclo vital del hombre.
Veinte años después, en diálogo con Miguel Briante, resumía así ese trabajo fundacional: "Buscaba mi propio medio de expresión, medio íntimo, medio personal, y descubría mis mundos: el sexo, la religión, la vida y la muerte".
En esta muestra se reconocen invariablemente esos temas. Heredia los trata con mordacidad, pero en ese tratamiento revela, en el fondo, su mirada obsesiva ante un mundo que descubre monstruoso. Todos sus dardos apuntan contra la sociedad contemporánea, idiotizada por la masificación y la falta de pensamiento libre. En 1971, a propósito de la muestra El artista y el mundo de consumo , realizada en la galería Carmen Waugh con la participación de Heredia, Paparella, Iommi, Coll y Badii, el crítico Aldo Pellegrini escribía a modo de manifiesto: "La sociedad de consumo utiliza la técnica para deshumanizar al hombre, para someterlo, para paralizarlo. Una de sus características es su profundo desprecio por el espíritu del hombre [...], por el pensamiento no sometido. El mundo del consumo quiere aniquilar al artista porque comete el pecado de crear en lugar de consumir..."
En la década del 70, la obra de Heredia denunció los abusos de la dictadura, continuó en los 80 como crítica de la violencia social, y en los 90, es reflejo satírico de los mitos que fraguaron la identidad argentina. Desde los años 70, además, su obra adquiere rasgos del kitsch. En este y otros sentidos, la muestra pone en evidencia una indefinible tradición de outsiders , que liga a Heredia con artistas más jóvenes, desde Pablo Suárez hasta Marcelo Pombo.
Esta tarde, en el Jack Blanton Museum de Austin, Texas, se inaugurala exposición Cantos paralelos , que propone una lectura de la parodia a partir de la obra de nueve artistas argentinos. No por nada Heredia es uno de los invitados. Su visión corrosiva es, acaso, una de las más altas formas de la clarividencia.
Alberto Heredia . Retrospectiva . Hasta el 31 del actual, en el Museo de Arte Moderno. Av. San Juan 350. Tel. 361-1121. Martes a viernes, de 10 a 20; sábados, domingos y feriados, de 11 a 20. Entrada, $ 1.
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