
El valor del juego en la infancia
El juego es un mecanismo innato. Los bebes juegan cuando están tranquilos y saciados o cuando acaban de despertarse y todavía no tienen hambre. Vienen programados para buscar las entradas que necesitan para construir sus cerebros, pero sólo pueden hacerlo en el intercambio con otro ser humano. No se trata de acumular estímulos (más juguetes, música, programas de televisión o de computadora) para mejorar las conexiones del cerebro. La interacción amorosa ayuda a formar la corteza prefrontal, nuestro cerebro "ejecutivo", responsable de la toma de decisiones, del control de la impulsividad, de la atención y concentración, que nos ayuda a conectarnos en profundidad con nosotros mismos y con los otros.
Empiezan con juegos de imitación y de allí pasan al juego libre y de representación (a la mamá, a la maestra, a los bomberos, al doctor) sin objetivos prefijados. Jugando se divierten, aprenden, investigan, descubren, resuelven, elaboran, descargan, etcétera. Y así aprenden a comunicarse y cooperar, a ser creativos, a resolver problemas y conflictos, a tomar riesgos de dificultad creciente, y también habilidades sociales. Algo parecido a lo que ocurre con los cachorros de los animales, practican destrezas y habilidades de supervivencia que van a necesitar cuando crezcan y tengan que desenvolverse solos.
Los niños de antes y los de hoy necesitan lo mismo: cierta cantidad de tiempo para aplicar sus habilidades interpersonales en situaciones de la vida real.
Pero el juego ha ido mutando con el correr del tiempo. Muy lentamente, sin que nos demos cuenta de ello, va ganando lugar el juego organizado y de competencia y lo va perdiendo el juego libre. Es cada día más pautado: ellos usan menos la imaginación y la creatividad, (juegos electrónicos, juguetes de uso muy específico, deportes reglados y competitivos, muchas horas en actividades organizadas), con excesiva supervisión adulta. Crecen los riesgos, la vida en las grandes ciudades es muy diferente de aquella calle de barrio donde nos conocíamos todos y podíamos andar tranquilos, jugar un picadito en el terreno baldío o armar una casita en un árbol. La única condición era reportarse en casa en determinados horarios preestablecidos. Ese juego entre los chicos del barrio de edades mezcladas favorecía la cooperación en lugar de la competencia.
Hoy, en cambio, los chicos invitan amigos a casa, van a una colonia, juegan en el recreo, hacen actividades extraescolares casi siempre con otros de su misma edad, lo que favorece la competencia; entre pares hay que destacarse; cuando hay distintas edades el mayor obviamente va a superar al menor, por lo que la competencia disminuye como tema.
El juego de competencia y el deporte son estadios muy avanzados de juego que no deberían reemplazar el juego libre, sino sumarse a él; el chiquito va creciendo y pasa por las etapas de juego con un adulto, juego paralelo, juego de cooperación con otros, finalmente llega al juego de competencia, lo que en circunstancias ideales no ocurre antes de los 9 años para juegos o partidos sueltos, y a partir de los 14 o 15 años en torneos o campeonatos. Veamos las distintas formas de jugar como círculos concéntricos que se van agregando, sin que desaparezca la primera empieza la siguiente y ninguna desaparece del todo.
Tuve oportunidad en estos días de ver un documental en Discovery Home and Health, La infancia perdida . ¡Qué perdidos se ven esos padres, convencidos de que les hacen un bien a sus hijos?! Vuelven a darlo el domingo, a las 18: vale la pena verlo, quizá podamos idear algunos cambios en la nutrida agenda de nuestros chicos para 2013. Porque, como dice el documental, "si los chicos no se divierten se pierde la infancia".
1
2Uruguay: nuevos incentivos económicos, variada agenda cultural y destinos enfocados en la experiencia
3Navidad 2025: este es el precio del pan dulce que vende Damián Betular
4De Italia a Buenos Aires: llegó al país persiguiendo “el sueño americano” y abrió una de las heladerías emblemáticas de calle Corrientes



