
Elogio de la timidez: el poder de no poder
Los tímidos tienen su lado B, el que vale la pena analizar. Suelen engañar con su apariencia, claro, ya que las personas tímidas de manera crónica no por serlo son menos fuertes y capaces de influir de forma superlativa sobre el ambiente.
Muchos tímidos sufren su timidez. No les gusta esa sensación de inadecuación permanente, ese temor a decir algo mal dicho o esa invisible barrera que se interpone a la hora de comunicarse con alguien de su interés. Quisieran ser diferente: extrovertidos, dicharacheros, ocurrentes... pero no, de ellos sale un hilo de voz, se ubican fuera del rango de la mirada del otro y temen como nadie ser foco de cualquier situación.
Compensan ese estado de cosas con una actitud que a veces logra capturar la atención de los otros de manera indirecta, en ocasiones generando una extraña especie de seducción. Esos otros, en clave de "salvadores", se proponen convertir al tímido en un ser dado a la fluida comunicación, suponiendo que siempre, indefectiblemente, lo que cualquier tímido requiere es confianza, reconocimiento, afecto y atenta escucha, algo que no siempre es así.
Un ejemplo del poder que muchos tímidos tienen es lo que pasa cuando hablan bajito. En esos casos, los demás deberán agudizar la escucha para lograr entender lo que el tímido circunstancial o crónico dice, casi en un susurro, lo cual significa un superlativo esfuerzo, ya que hay que inclinarse para escuchar, desentrañar las palabras, pedir silencio para poder oír lo que el tímido tiene para decir.
Ante la repetición de este tipo de situaciones, viendo cuánto logran mover a los demás, muchos tímidos crónicos terminan entendiendo que tienen un gran poder: el poder de no poder. Eso significa que otros podrán por ellos, lo que supone que, por ejemplo, cuando titubeen al hablar, sus frases serán completadas por los demás o se buscará ayudarlos casi maternalmente cuando en algún grupo humano enfrenten alguna dificultad.
Que quede claro: hablamos de muchos (no todos) los tímidos crónicos, no de los casos en los que alguien se "abatata" cuando la chica anhelada le dirige inesperadamente la palabra o siente temor al tener que hablar en público en alguna conferencia. Nos referimos a quienes hacen de la timidez un estilo de vida, una razón de ser, un método para lograr la energía de los otros, mezquinando la propia.
Lo antedicho parece cruel, pero no, no lo es. Quienes han trabajado con tímidos en terapia o en grupos de ayuda para tímidos, por ejemplo, saben que ese instinto "maternal" que suelen generar en sus interlocutores no siempre es lo mejor para el tímido ni para quienes con ellos se vinculan. Muchos tímidos tienen más problemas para dar que para recibir y se infantilizan al perdurar en esa actitud. Se aquerencian en su estado, y otros deberán trabajar por ellos a la hora de construir el puente que todo vínculo significa. Por eso, suelen enojarse los tímidos (dejando de lado su apariencia frágil por un momento) cuando se les dice que su actitud no necesariamente es una enfermedad o un signo de impotencia, sino más bien un estilo de potencia que marca todo un estilo peculiar y no muy aconsejable a la hora del intercambio saludable con los otros.
No son villanos los tímidos crónicos a los que hoy hacemos referencia. Hacen lo que pueden, como todos nosotros, muchas veces perdurando en actitudes por saber que de ellas sacarán algún tipo de resultado que, de buena fe, creen beneficioso. Reiteramos: hacen lo que pueden, no lo que no pueden. Por eso es bueno verlos como pudientes, para ayudar a una buena calidad en los vínculos y no dejar a alguien en el lugar del incapaz, cuando no lo es.
El autor es psicólogo y psicoterapeuta
@MiguelEspeche
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