Enriqueta Duarte, la última entrevista a la leyenda de la natación que vivió hasta los 96 años: “Ya hice demasiado”
Fue la primera mujer latinoamericana en cruzar a nado el Canal de la Mancha y participó en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948; pasó sus últimos días en un convento
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Días antes de morir, en un convento de Liniers, donde transcurrió sus últimos tiempos, Enriqueta Duarte concedió su última entrevista a LA NACION. En un ambiente de paz absoluta, con voz grave y lucidez intacta, aceptó rememorar algunos momentos inolvidables de su carrera deportiva y de su vida. Por que ella fue, sin proponérselo, una pionera que desafió las aguas, los mandatos y las fronteras.

A Enriqueta le decían “Coca”. Murió el 3 de julio, a sus 96 años. La noticia fue confirmada por el Comité Olímpico Argentino a través de un comunicado publicado en sus redes sociales: “El Comité Olímpico Argentino lamenta el fallecimiento de Enriqueta Duarte, atleta olímpica y pionera de la natación argentina. Acompañamos a su familia, amigos y seres queridos en este doloroso momento”, decía.
Habló con LA NACION horas después de recibir el alta de su última internación. Había regresado al convento en silla de ruedas tras reponerse de una neumonía bilateral, con el cuerpo algo cansado pero con su memoria intacta.

Recordaba “al detalle” su proeza más publicitada, la que la llevó a la tapa de diarios y revistas. Fue, sin vueltas, la primera mujer latinoamericana en cruzar a nado el Canal de la Mancha. También participó en los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948. Y en cada reportaje le gustaba recordar que, además, fue docente, militante política, madre, abuela, bisabuela y exiliada. “Estar viva a los 96 años es otra prueba”, reflexionó con una sinceridad asombrosa y una sonrisa calma.
Habló de su primera vez en el agua: “Fui a aprender a nadar como una actividad de esparcimiento, nunca imaginé lo que vendría después. Tenía apenas nueve años cuando mi padre, presidente del club de Obras Sanitarias de la Nación, me llevó por primera vez a la pileta. Era otra época: niñas y niños se entrenaban en días separados, con profesores distintos”, evocó.

Lo que para otros era un juego, en ella comenzó a gestarse como un destino. Su estilo era el crol, aunque con los años también dominó el pecho, e incluso se dio el gusto de nadar espalda en su última competencia oficial, en Hungría. “Solo para decir ‘lo hice’”, recordó.
A los 13 ya participaba en competencias oficiales. Su primera carrera fue un sudamericano en Buenos Aires. “Ahí entendí que lo mío no era un pasatiempo, sino una vocación que me llevaría lejos y a aguas desconocidas. Pero insisto, todo lo que llegó después yo jamás me lo imaginé”, advirtió.

Los Juegos Olímpicos y un nombre en la historia
En 1948, con apenas 20 años, Enriqueta representó a la Argentina en los Juegos Olímpicos de Londres, compitiendo en los 100 y 400 metros libres y en la posta 4x100. “En ese momento no me di cuenta de lo que significaba estar ahí. Lo comprendí con el tiempo, ya de grande, de vieja”, confesó. Su presencia en Londres no solo fue un hito deportivo, sino una afirmación política: la mujer también podía estar en la cima del rendimiento físico, también podía representar a la patria.
En 1951, impulsada por el periódico británico Daily Mail, que la eligió entre 1500 postulantes de todo el mundo, Enriqueta Duarte se convirtió en la primera mujer latinoamericana en cruzar a nado el Canal de la Mancha. Lo hizo en 13 horas y 26 minutos, batiendo un récord y dejando su nombre grabado para siempre en la historia de la natación mundial.

“No fue una hazaña que me resultara difícil. Yo nadaba bien, sin esforzarme demasiado, con naturalidad. No inventé nada raro para lograrlo. Nadé como siempre”, dijo con humildad.
Al mismo tiempo, Enriqueta se comprometía cada vez más en política: “Jamás dejé de ser peronista. Fui pionera del Partido Peronista Femenino y Eva Duarte, con quien compartía apellido, me ayudaba con todo lo que podía. Usábamos los uniformes del partido: saquito y short azul. Lo recuerdo como si fuera hoy”, contó.

Su carrera deportiva quedó condicionada por su compromiso político. “No fui exiliada por el gobierno, al principio. Me fui del país por problemas de todo tipo, especialmente familiares”, aseguró. Sin embargo, más tarde, por haber sido parte del Partido Peronista, la dictadura de Aramburu le prohibió competir y representar al país.
En Venezuela, Enriqueta volvió a empezar. Trabajó como docente, se desempeñó en la compañía aérea PanAm, donde llegó a ser directora regional. Sus hijos y sus nietos crecieron allí.
“Todos se asombraban de mi historial deportivo, de lo que había logrado mundialmente”, contó. En Caracas también encontró otra faceta de su pasión: se destacó como nadadora máster, participando en competencias hasta una edad avanzada. “Cruzaba lagos, ríos. El Nahuel Huapi también lo nadé. Siempre con naturalidad y puedo asegurar que no sentí para nada que el agua fuera helada. Nadar me salvaba de todo”, evocó.

En lo personal, admitió que su mayor tristeza fue no haber concretado su amor con un hombre llamado Enrique Kistenmajer, un militar con quien mantuvo una relación intensa. “Yo misma rompí con él. Lo dejé libre para casarse con otra. Fue mi error y lo pagué. Me quedé con ese dolor”, confesó. Habló poco y nada de su esposo, el padre de sus tres hijos.
Enriqueta pasó sus últimos días en un convento. Su vida jamás estuvo atravesada por el lujo ni por el reconocimiento público. “Ya hice demasiado. No sueño con nada más. Pero creo que mi historia puede servir de ejemplo para otras mujeres. A las jóvenes les digo que hagan deporte. Es bueno para la vida, para la familia, para todo. El deporte está olvidado en este país, y es una pena”, concluyó.
Pasión por la natación
Nacida el 26 de febrero de 1929 en el hospital Rivadavia, Enriqueta creció en el barrio porteño de Palermo junto a su madre, Enriqueta Ibarra García, su padre, Roque Duarte, y su hermano Jorge. “Mi papá era Duarte, como Eva, y eso a ella la conmovía”, recordaba.
Su salud frágil de niña encendió la alarma familiar: “Prácticamente no comí hasta los 16 años. Mi mamá trabajaba en un instituto antituberculoso y un médico le dijo que éramos los chicos más raquíticos que había visto”, contó hace años en una entrevista con La Nación. Así fue como llegó, sin querer, a su primer amor: la natación. Su papá la inscribió en clases colectivas para que pueda desarrollar su cuerpo.

A los 12 compitió por primera vez y fue tal su desempeño que el entrenador pidió permiso a sus padres para sumarla al equipo oficial. Ya no se detendría. Fue capitana de su equipo escolar y ganó múltiples torneos intercolegiales entre 1944 y 1946. En 1948, con solo 19 años, dio el gran salto al representar a la Argentina en los Juegos Olímpicos de Londres, compitiendo en 100 y 400 metros libres y en la posta 4x100.
Un año después, una severa afección en los oídos la obligó a alejarse temporalmente del agua. Empezó a practicar esgrima y a estudiar Derecho. Pero en 1950, la hazaña del nadador Antonio Abertondo —primer argentino en cruzar el Canal de la Mancha— encendió una nueva ambición. “Yo también quiero hacerlo”, se dijo.
El cruce fue duro pero placentero: “Las corrientes frías me hacían nadar más rápido y las tibias me reconfortaban. Fue tan lindo…”, evocaba en aquella charla, cuando todavía vivía sola en un departamento. Su tiempo fue mejor que el de sus compatriotas Abertondo y el peruano Daniel Carpio. Terminó octava. Un récord sudamericano.
Pero ni los laureles ni las medallas le evitaron las sombras de la historia. Al regresar a Argentina, nunca recibió la casa, el auto ni los 500 mil pesos que Perón había prometido. Años más tarde se enteró, en una citación del Comité Olímpico Argentino, que alguien había falsificado su firma. Tampoco fue la única. La esgrimista Irma Grampa sufrió el mismo destino.
En 1956, el gobierno de Aramburu le prohibió competir dentro y fuera del país. Tuvo que exiliarse en Londres. Solo años más tarde, con el retorno democrático, Frondizi levantó el veto.
Su segundo exilio, en 1976, fue personal: una relación conflictiva con su marido la llevó a radicarse en Venezuela, donde vivió casi 30 años. Allí trabajó y siguió nadando. A los 69 años cruzó a nado los ríos Orinoco y Caroní, venciendo a 600 competidores. La hazaña de haberse convertido en la primera en cruzar el Lago Nahuel Huapi la repitió varias veces. También cruzó el Lago Lácar, en 1965.
Enriqueta jamás se detuvo. Entre 1985 y 2006 fue campeona nacional e internacional en categoría máster. En 2006 fundó la “Prueba Internacional de cruce a nado del Lago Nahuel Huapi”, que aún se celebra.

Enriqueta Duarte, cuya salud se volvió delicada en los últimos tiempos, recibió en el convento el cuidado constante que necesitó. Las religiosas y los médicos representaron su sostén.
Hablar de su vida, recordar momentos y anécdotas junto a LA NACION, la colmó de alegría: “Siempre estoy dispuesta a traer esos recuerdos, aunque a veces la salud me juegue en contra”, concluyó.










