“Mojado, fijo, brillante”. Inventó un producto 100 por ciento argentino que se expandió por el mundo de la mano de Gardel
José Antonio Brancato creó el producto y lo patentó en 1914; Carlos Gardel se convirtió en un embajador de la marca a nivel mundial
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“¿Te acordás, hermano? ¡Qué tiempos aquéllos! Eran otros hombres, más hombres los nuestros. No se conocían cocó ni morfina, los muchachos de antes no usaban gomina”, decía el tango de Manuel Romero y Francisco Canaro en 1926, aunque popularizado en la década del 50 por Julio Sosa.
La letra de “Tiempos Viejos” hace referencia a una moda que surgió a principios del siglo XX, y que los tangueros tomaron casi como propia: el peinado de estilo mojado, fijo, brillante. Lucas Brancato lo conoce a la perfección por herencia: su bisabuelo, José Antonio Brancato, fue el creador de la primera y verdadera Gomina, una marca que se convirtió en un genérico y que se expandió en el mundo de la mano de Carlos Gardel.

No fue un invento que surgió del azar, y tampoco uno que requirió años de investigación y sacrificio, pero sí fue un invento que llegó para suplir una necesidad de la época. José, cuenta su bisnieto, era un innovador, un inventor nato. También era muy inteligente. Lo sabe aunque no llegó a conocerlo en persona. Pero en la familia, su leyenda se transmitió de boca en boca. Y fue tal el impacto en sus descendientes que hoy Lucas representa la cuarta generación que se dedica a la cosmética y la perfumería.
José Antonio estudió bioquímica en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Era un “nerd”, un obsesivo.
–¿De dónde venía José Antonio?
–Mi bisabuelo era sumamente pobre. Hay una anécdota familiar muy contada de generación en generación. Era hijo de argentino, ya segunda o tercera generación de argentinos. Venía de los Brancato del sur de Italia. Es decir, no era italiano recién llegado, no era tano, era bien argento, y era pobre. La anécdota dice que él, cuando estudiaba bioquímica, ayudaba a su mujer, que trabajaba lavando ropa para afuera. Y como era un “nerd”, un obsesivo del estudio, se paseaba con una palangana de ropa en la cabeza, caminaba con un librito. Iba leyendo para seguir estudiando. O sea, una carrera bastante sacrificada y un tipo brillante.

–¿Cómo empezó en el negocio farmacéutico?
–Él fue una de las primeras tandas de farmacéuticos o bioquímicos recibidos en la Universidad de Buenos Aires. Enseguida empezó a trabajar como asistente en una farmacia de la calle Florida preparando las medicaciones, era una época en donde las recetas magistrales eran más habituales que hoy. Vos no ibas a comprar el blíster, sino que comprabas el preparado que el médico te recetaba. Mi abuelo hacía eso.
–¿Y cómo pasó de hacer medicamentos a crear la Gomina?
–Detectó una necesidad. Probaba y trabajaba con diferentes emulsionantes o gomas que se utilizaban para emulsionar esos productos, las medicinas. Y no tardó mucho en crear el primer fijador para el pelo a nivel mundial. Lo registró con el nombre de Gomina. ¿Por qué? Porque eran unas gomas, tragacanto y goma arábica, que se usaban para engomar o armar otro tipo de productos. Eran para mezclar diferentes principios activos de medicamentos. Él las empieza a utilizar con esencias, va probando diferentes cosas. Así creó la Gomina, en 1914. Estuvo muy pillo en registrarlo y patentarlo.
–¿Y qué se usaba antes para fijar el cabello?
–Eran comunes otro tipo de productos no específicos, como jabón, que se secaba y dejaba mal el pelo, o grasa animal, que te llenaba de moscas, productos que no cumplían realmente la función de peinar o fijar bien. Era pleno auge del tango.

–Entonces Gomina no fue un producto que nació de forma azarosa.
–Claro. Cuando él empezó, estaba buscando específicamente crear ese producto que no existía. No fue una serendipia, sino que había percibido esa necesidad, incluso para él, que se peinaba así. Entonces le estaba buscando la vuelta. Y todos los días trabajaba con este tipo de cosas, era un tipo muy creativo, un inventor. Esto fue un invento, y como todo invento, no se crea de la nada, tiene su contexto.
Inventor y creativo, José Antonio también fue un visionario: después de patentada, la popularidad de Gomina como producto y marca no paró de crecer. Él era el único fabricante. Lo vendía en esa misma farmacia en donde trabajaba de asistente. Como era el dueño de la patente, las ganancias eran enteramente suyas. “El producto fue tan revolucionario, y el éxito fue tan impresionante, que tres meses después compró la farmacia. Pasó a ser el dueño de Farmacia Brancato”.

El producto daba resultados. Empezó a “hacerse famoso”, tanto que el mismo Carlos Gardel y otros “influencers" del momento, como los llama Lucas, empezaron a ser “embajadores de la marca”: “Hay un registro de una publicidad, en un diario de España de aquella época, donde Gardel escribe de puño y letra: ‘La Gomina argentina es para mí tan indispensable como la guitarra’. Era realmente un embajador. En ese entonces no era Gomina Brancato, el producto era Gomina. Gomina era la marca”, detalla.
De farmacia a imperio
Con la compra de esa farmacia, José Antonio empezó un camino destinado al éxito, a revertir ese pasado en el que lavaba ropa con su esposa y estudiaba a la par. Empezó a abrir más sucursales Brancato, dos o tres en total, y montó su propio laboratorio. Cada vez hacía más productos: llegó a elaborar cerca de 70 artículos propios. Fue toda una industria nacional.
Lucas ejemplifica: “La primera vez que se usó el aceite de almendras en una crema comercial fue un invento también de mi bisabuelo. La almendra ya se usaba con esos fines, por ejemplo los egipcios, pero a nivel comercial (cremas, perfumes y más), fue una innovación de los productos Brancato, que además, de la mano de la Gomina, que era como el producto embajador, llegó a ser un laboratorio muy importante, más grande que Gillette en su momento”.

–¿Cómo se reflejaba el éxito en la vida cotidiana de Gomina?
–Desde la Argentina, en un mundo no globalizado, se vendía este producto, este primer fijador de pelo, para el resto del planeta. Con los años empezaron a surgir réplicas, copias u otros productos similares. Ahí mi bisabuelo hizo un ejercicio de marketing: agregaba el apellido, es decir, la publicidad decía “único fabricante Brancato”, porque a esos productos también les ponían Gomina, aunque no lo eran, eran gel o fijadores, pero eran otras cosas. Gomina era la marca de mi bisabuelo.
–Y aparece la figura de Gardel también
–Sí, ayudó mucho a popularizarla, sobre todo en Europa, en Francia, y cuando viajaba a París o a Nueva York a filmar. En esos viajes hay registros de que él era uno de los embajadores de este producto argentino. Y entonces Brancato exportaba el producto en un mundo no globalizado.

De hecho, los personajes de las publicidades, todas ilustradas, seguían la famosa estética de Gardel, de pelo engominado, raya al costado. No fue el único artista que apareció en estos afiches. También el pintor argentino Florencio Molina Campos, conocido por sus pinturas de la Argentina rural, lo hizo. “El descanso espiritual propicio a la creación lo encuentro en la visualidad de las llanuras –esta pampa nuestra– que he cruzado tantas veces a caballo, eso sí, acompañado siempre por la única y legítima Gomina Brancato”, se lee en el poster.
–¿Sabés si tu bisabuelo conoció a Gardel en persona?
–Mirá, yo me volví loco con eso. Me compré todos los libros de la historia de Gardel a ver si había registro de algún historiador. Porque en la familia hay versiones encontradas. Hay una versión en la que nunca conoció a Gardel y hay una versión en la que eran íntimos amigos. Yo soy muy del registro histórico, ¿viste? Todo lo que sé, lo que cuento de la familia, lo fui armando con piezas que puedo comprobar más allá de la anécdota familiar. No tengo una foto de mi bisabuelo posando con Gardel o un registro, pero sí tengo esa publicidad de España en la que él habla de la gomina argentina, es decir, no menciona la palabra Brancato, porque gomina era la única marca.

–¿Y además de Gomina cómo siguió la trayectoria de tu bisabuelo?
–Los laboratorios siguieron creciendo, incorporando nuevos artículos, más que nada todo lo que era el mundo de cremas y perfumes. Estaba en auge la cosmética masculina, en 1914, productos que usaban los hombres, los tangueros. Después se fue abriendo a artículos femeninos, pero en su inicio era una marca totalmente asociada a lo masculino. Después incluso se aplicó el concepto de fijador o gel para el pelo en mujeres, pero esto se creó en su momento como un producto cosmético netamente masculino. Ahí abrió su propia fábrica.
–¿Y cómo se manejaba José Antonio con ese crecimiento?
–Gomina empezó cien por ciento handmade, todo receta magistral, hecha en la parte de atrás de una farmacia por él mismo. Poco tiempo después de que la creó empezó a exceder sus capacidades, y ahí es cuando el equipo empieza a crecer en cantidad de productos. Tuvo que abrir una fábrica, un laboratorio en Villa del Parque, en los primeros años 30. En ese momento la zona era casi todo quintas. La familia Cambiasso y la familia Brancato las compraron, las lotearon y empezaron a hacer el barrio de Villa del Parque prácticamente, así como Antonio Devoto creó Devoto. Pasaron a ser mega archi multimillonarios.

De hecho, una publicación del Observatorio del Patrimonio Histórico-Cultural de la Ciudad de Buenos Aires en donde se cuenta la historia del barrio dice: “Uno de los principales establecimientos industriales del barrio fue la fábrica de gomina Brancato, un fijador para el pelo que comercializaba el farmacéutico José Antonio Brancato, quien tenía su negocio principal en el centro, en la calle Florida”. Se ubicaba en Teodoro Vilardebó 2845.
Al principio seguía siendo bastante artesanal: eran puestos de relleno a manos en donde los trabajadores ponían la gomina dentro de los frascos con una cuchara. Esto también creció: “Con el tiempo se montó una línea de producción, se trajeron máquinas de afuera y se industrializó la producción”, detalla Lucas.
El legado de Gomina
Gomina lideró las góndolas por casi tres décadas, pero, como todos los productos farmacéuticos, a los 10 años desde su patentamiento, la licencia de uso se liberó. Empezó a haber más competencia, la hegemonía mundial de la que se había beneficiado Brancato empezó a atomizarse. Apareció, por ejemplo, el gel Lord Cheseline, que todavía se vende.

José Antonio falleció en 1960. Un año después, aproximadamente, la fábrica, que quedó enteramente en manos de la familia, sufrió un incendio. No tenía seguro. Eso, sumado a que ya no tenían la experiencia y la determinación del creador para guiarlos, hizo que pronto decidieran cerrar y vender las licencias y patentes. La marca Brancato, y con esta la gomina, fueron discontinuadas.
“Los herederos, sin el bisabuelo ahí atrás manejando todo…Él tenía esa exigencia que hizo que cuando no estuvo más, se desarmó todo”, dice Lucas.
–¿Por qué no siguieron con la fábrica?
–Porque no pudieron sostenerla. Yo tengo el libro de registros de la marca. Aparece la letra de mi bisabuelo en cada junta directiva. Y un día aparece una letra diferente que dice: “Lamentamos el fallecimiento de este gran creador”. Después hay una hojita más y se termina la historia de Brancato. No pudieron sostener ese nivel de exigencias. La verdad es que también había competencias internacionales que empezaron a jugar. Apareció Hinds, por ejemplo, que en ese momento le había copiado el olor a rosas de su crema femenina característica. Y con el incendio, de las pocas cosas que se salvaron quedaron algunos frascos de esencia pura del laboratorio, algo que yo heredé a mis seis años.

–¿Se puede decir que ahí empezó tu pasión por las esencias?
–Sí. Yo desde esa edad que juego con materias primas y aceites esenciales. Me sumó a las ganas de crear algo de cero que a mí me partía la cabeza cuando era chiquitito. Me decían: “Brancato, como el de la gomina”. Y yo respondía:, “No, como el de la gomina no. El de la gomina”. En mi familia todos siguieron por el lado de la medicina o la bioquímica con otro tipo de usos. Yo fui el único que continuó con el mundo de la perfumería.
–¿Qué representa hoy para vos, para tu familia, Gomina y el legado de tu bisabuelo?
–En general, para la familia es un orgullo ser parte de un invento argentino. Ahora ya poca gente se acuerda, porque como se discontinuó en los 60, y después fue asociada al proceso militar, por al peinado a la gomina que le dio una connotación un poco más negativa, y se empezó a decir “los muchachos de antes no usaban gomina”, como una especie de guerra contra el producto… Pero para la familia es un orgullo. En lo personal, es la matriz directiva de mi vida. De chiquito me partió la cabeza cómo alguien crea algo. Cuando me contaban que mi bisabuelo era inventor… Yo siempre quedé fascinado por la alquimia, con las mezclas, las combinaciones, desde que heredé esos frasquitos de aceites esenciales. Y trabajé muchos años en laboratorios, me capacité como perfumista. Tengo mi negocio, Vezzo, y estoy íntimamente ligado a esa historia familiar.
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