El extranjero que vague sin rumbo por las calles de Lavapiés a la hora del "tapeo" quedará prendado de este barcito, casi salido de una novela de ficción. Apenas ingrese y tome asiento en alguno de los taburetes dispuestos frente a la barra, o en sus pequeñas mesas de fórmica marrón, invariablemente se sentirá atrapado por una inesperada familiaridad. Esa sensación de estar como en casa irá en aumento si el cliente es argentino y encuentra que en el menú, además de milanesas y provoletas a la plancha, figuran los clásicos lomitos cordobeses. Ubicado en una estratégica esquina de la Calle de Santa Isabel, próximo al mercado Antón Martín, y a metros del revitalizado cine Doré, actual sede de la Filmoteca Española, el Bar Benteveo asoma como uno de los puntos más convocantes de Madrid. No hay noche que no esté a salón lleno, explotado de parroquianos y foráneos de otros barrios que llegan atraídos por la fama, la carta, los precios y la imbatible simpatía de sus anfitriones, tres amigos cordobeses que emigraron a España en tiempos del corralito argentino. En este entrañable rincón de la ciudad Federico Herrera, Esteban Giampieri y Alberto Ammann lograron cumplir un sueño largamente esperado.
"Llegamos en 2004 sin papeles, a la aventura, con la intención -o el sueño- de abrir una pizzería. Ese era el proyecto inicial, pero por distintas causas fue quedando postergado" cuenta Federico, un ex profesor de inglés que mantiene intacta su tonadita mediterránea. "Después empezamos a pensar en un bar, pero no teníamos dinero, ni tiempo, y estábamos por caminos muy diferentes. Los chicos trabajaban de camareros. Esteban es contador y Alberto estudiaba teatro. Anduvimos a los ponchazos hasta que un día Alberto tuvo su golpe de suerte con una película, Celda 211, que acá tuvo mucho éxito, y por la que se ganó un Goya. Con el dinero que cobró nos dijo chicos, éste es el momento" recuerda mientras la clientela va tomando la barra. "Durante los últimos 26 años funcionó un típico grasabar madrileño, como le llaman aquí a estos sitios un poco sucios, cutres. Hacían churros, frituras, servían el café quemado y una paella riquísima, pero los dueños eran mayores y estaban traspasando el negocio. Tenían varias ofertas, y nosotros les caímos bien".
Luego de poner a nuevo las instalaciones, alquilaron un camioncito y partieron a Valencia para comprar el equipamiento en un remate. Inspirada en el living de la abuela, con asientos de cuerina bajo la medialuz de una vieja lámpara, cuadros y otros adornos vintage, la decoración del espacio consigue recrear una calidez atemporal, capaz de mutar asombrosamente con los usos (desayuno, almuerzo,cena). "Tuvimos mucho trabajo de fontanería y electricidad, hubo que desmontarlo todo y volverlo a poner, pero era tan guapo el sitio que hicimos lo mínimo para no alterarlo. Está en una calle bastante conocida, coincidió con que estaba de moda, así que empezamos a trabajar muy rápido. Ahora somos referentes en la zona. La gente nos quiere mucho. Desde que abrimos lo llevamos Esteban y yo, hace 8 años que no paramos. Estamos orgullosos de lo que hemos construido".
Devuelto al circuito con una intencionada impronta barrial, en el Bentevo no sirven platos rebuscados ni tragos "de autor", al contrario. La carta conserva algunos clásicos de la gastronomía española, pero se concentra en la comida sana y esencial, y libre de frituras. Salen desayunos con buen café, tostadas de pan casero y mermeladas elaboradas por una cocinera mendocina que además prepara almuerzos de madre, meriendas y, entrada la noche, aperitivos con generosas raciones de humus, ensaladilla rusa y albóndigas, aunque sin duda la estrella son los auténticos lomitos de la Docta. "El primer año participamos en un concurso de tapas famoso que se hace en Lavapiés, y que se llama Tapapiés. Hicimos una versión del lomito, muy pequeñita, y ganamos. Eso trajo gente, enseguida nos hicimos conocidos y empezamos a salir en los medios. Sin embargo, tomó tiempo dar con el pan original, el pebete. Estuvimos casi dos años probando hasta que conseguimos que lo fabrique una panadería del barrio. Cuando viene algún amigo, lo primero que nos dice es que el lomito es como el de Córdoba" recuerda Federico, que además está al frente de Casa Benteveo, la segunda criatura que abrió con sus amigos.
Entre famosos y luces de cine
Hoy el bar es locación permanente de series y películas, quizá porque con pocos detalles, el salón adopta el estilo de las décadas del sesenta, setenta y ochenta. Durante tres temporadas fue escenario de El Ministerio del Tiempo, un hit de la televisión local que alentó a miles de fans a descubrir la ruta de sus personajes; Jonás Trueba rodó aquí su último film y en estos días se graba la publicidad de una conocida marca de teléfonos celulares. Ese boca a boca ha demostrado ser más eficaz que las redes sociales, explica Federico, reacio al posteo frenético, que además no sintoniza con el espíritu de la casa. "Cuando buscábamos un nombre queríamos algo que nos representara, pero que no nos vendiera como un bar argentino. El Benteveo es un pajarito muy típico de Córdoba, por su canto tan singular, y la palabra aquí se presta a juego, suena a bien te veo en gallego, por ejemplo. El tema también alude a la imagen de la película de Hitchcock, pues estamos cerca de la Filmoteca y viene gente del ambiente. Además, por el mismo Alberto, que es protagonista de la serie Narcos. Creo que, además de la tendencia de volver a los lugares reales, originales, el éxito del lugar se debe a la atención. Le damos mucha importancia al trato con la gente, eso incluye a los empleados. Los chicos están cuidados y mimados, trabajan a gusto y se quedan por mucho tiempo. Eso genera algo distinto con los clientes. El trato directo, el saludo, la sonrisa, recordar a las personas por su nombre. Nada más lindo que ir a un bar y te conozcan".
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