Federico Andahazi. "El sexo despierta neurosis y pudor"
El autor de El anatomista, una obra tan exitosa como escandalosa, admite que su hija no puede leer ninguno de sus libros
A Federico Andahazi lo desvela la posibilidad de descubrir. Donde hay certidumbre, él da el batacazo con una revelación oculta. Ni provocador ni irreverente (aunque esté acostumbrado a serlo también), él prefiere definirse como un "descubridor de personajes". Lo hizo con El a natomista, su primer éxito literario, que causó revuelo y vendió más de 100.000 ejemplares, donde narraba la historia de Mateo Colón, un hombre que en el siglo XVI no descubrió América, sino el clítoris.
Ahora, Andahazi (49) tiene entre sus manos otro hallazgo: acaba de publicar El libro de los placeres prohibidos (Planeta), una novela que "descubre" a Johannes Gutenberg, que en el siglo XV creó la imprenta, como un gran falsificador de libros, un perfecto y perspicaz estafador. Pero en esta nueva historia tampoco falta el erotismo y el sexo, y todo comienza en el Monasterio de las Adoratrices de la Sagrada Canasta, un lujurioso burdel a las orillas del Rin, donde habitan las prostitutas más codiciadas.
-El libro habla sobre la propiedad intelectual, pero el sexo está muy presente. ¿Por qué te atrae tanto la temática?
Creo que la sexualidad es algo que a nadie le resulta indiferente. Desde la aparición del psicoanálisis, la sexualidad es el componente de la literatura, lo que Freud llamaba "mecanismo de sublimación", convertir esas pulsiones sexuales en algo superior. Y creo que los autores tenemos que ver de qué forma la transitamos sin que sea burda, obscena, y no me refiero a lo pornográfico, sino a lo obsceno, como lo que está mal hecho. El mal erotismo es mucho peor que la buena pornografía.
-¿Sos un ávido lector de literatura erótica?
-Es que desde la Biblia hasta acá, lo erótico está presente en casi toda la literatura. El cantar de los cantares [uno de los libros de la Biblia] es eminentemente erótico. De hecho, nadie se ha ocupado tanto de la sexualidad como la Iglesia. También me gusta la literatura gótica; tengo el recuerdo de los libros del autor polaco Chaim Potok, cargados de un erotismo que me costó encontrar luego en la literatura o el cine. Ni hablar de la buena literatura pornográfica, como el marqués de Sade.
¿Algún parentesco con Sade?
-No. Sade es un autor porno y hoy sería impensable que alguien pudiera escribir como él. En realidad, sería impublicable, y en ese sentido creo que hay un gran retroceso. En Sade hay una filosofía, un punto de vista frente a la existencia. Él dice que el goce sexual tiene que prevalecer ante cualquier otro valor humano. Eso es una filosofía, una moral, una ética.
- ¡Pero eso es lo que le sucede a uno de los protagonistas de tu libro!
[Se ríe] Absolutamente. Creo que, finalmente, de una u otra forma, eso nos sucede a todos. Pero la novela está estructurada en dos ejes. El policial, un thriller clásico que se inicia con una serie de homicidios, y el otro eje que surge inmediatamente y que reflexiona en torno a este objeto tan misterioso que es el libro. Y algo muy curioso, en el 1400, el libro impreso surge de la misma manera que lo hizo el libro digital hoy.
¿Cómo?
-Surge como un delito. Porque vamos a decirlo con todas las letras: tenemos una idea escolar de Gutenberg como el creador de la imprenta.
-¿Es cierto todo lo que contás sobre Gutenberg? ¿Creó su invención con el principal motivo de falsificar, estafar y ganar dinero?
Absolutamente. Viajé a Alemania para investigar y lo comprobé. Consta en diferentes archivos. En aquella época, un libro tenía el valor de una casa. Supongamos, hoy, un millón de euros. Era, entre otras cosas, un objeto de inversión sólo destinado a la Iglesia, los nobles y los príncipes. Gutenberg era un personaje extraño, oscuro, y en todas las biografías que se escribieron sobre él, y muy elogiosas, esa idea está latente casi de manera burda.
-Hablás de censura, de plagio, de política, de ética y de religión. ¿Te gusta elegir siempre escenarios del pasado para discutir el presente?
Sí. Los mismos debates y reflexiones se pueden hacer con más elegancia. Aunque una novela transcurra en la Edad Media, siempre estoy hablando del presente. Además, creo que los argentinos estamos enfermos de coyuntura?
-¿Querés decir que la actualidad contamina e impide reflexionar?
-Sí, la noticia diaria te produce miopía. Creo que situar los debates en el pasado, mientras más remoto mejor, te permite ver esas discusiones en perspectiva.
¿Leés los diarios?
Ahora no. Como hace diez años dejé de fumar, cuando nació mi primera hija, desde hace un año decidí dejar de leer los diarios de la manera patológica en que lo hacía.
-En otros tiempos, tu obra hubiera sido censurada. ¿Qué opinás sobre los avances contra la libertad de expresión de hoy?
Me parece que es un momento en que, fundamentalmente, los autores tenemos que estar muy atentos y defender, sobre todo, la libertad de expresión.
-Luego de tus tres libros sobre la historia sexual de los argentinos, ¿podés decir en qué somos distintos y si tenemos una relación especial con el sexo?
-Te cuento una anécdota. Asistí en Finlandia, durante el verano europeo, a un encuentro de escritores. Allí se toma mucho alcohol y desde temprano. A las 11 de la mañana, habiendo desayunado cerveza, los escritores llegábamos a las ponencias casi borrachos. Me acuerdo de una tarde en que luego de las charlas terminé en un baño finlandés discutiendo con una escritora francesa. La discusión era fuerte, pero lo más extraño es que todos allí estábamos desnudos, y la desnudez se vivía con una naturalidad infrecuente. El cuerpo estaba despojado de cualquier erotismo, porque la sensualidad también tiene que ver con las circunstancias. Mientras discutía descubrí que ese acto no tenía nada que ver con la sexualidad, que despierta la misma neurosis y pudor en todos lados, en todo el mundo.
- ¿Andahazi es un hombre pudoroso?
-Sí, mucho más de lo que quisiera.
¿Qué cosas te dan pudor?
-Soy pudoroso con mis hijos, mi mujer, ni hablar con mi madre, que además es una gran lectora y es una de las primeras personas a las que les doy mis libros. Tiene una gramática excelente. Pero se lo doy con censura, así que ahí donde hay una errata gramatical es la parte censurada [ se ríe ]. Mi hija mayor, que tiene diez años, me pregunta cada vez más seguido: "Papá, ¿cuál de tus libros puedo leer?"
- Ninguno.
-Sí, claro. Pero ya encontré la solución.
- Empezaste a escribir cuentos infantiles.
-Exactamente. Con mi mujer, que es una gran ilustradora, estamos terminando de escribir una colección de cuentos infantiles. A fin de cuentas, quien no tiene un espíritu infantil no podrá ser lector nunca. Recuerdo una de las narraciones populares japonesas que me contaba mi mamá de chico: Mamotaro, el niño que nacía de un durazno y luego se convertía en samurái, y encuentro la resonancia de aquel cuento en todo lo que escribo. En definitiva, uno siempre escribe Mamotaro.
Domar las letras, y un vino
A Federico Andahazi le gusta frecuentar un pequeño reducto gastronómico muy cerca de su casa, Wolff, un restó con pocas mesas y un ambiente muy familiar, en Belgrano R. Allí es recibido como alguien más "de la casa". La entrevista con la nacion transcurrió en una de las mesas sobre la vereda, a pleno sol. Al llegar, el escritor saluda a la moza y le pide la carta de vinos, aunque siempre que come en Wolff, revela, descorcha un Domados Malbec, de Mendoza. "La verdad, con el malbec argentino es difícil equivocarse. Por suerte, tenemos muy buenos vinos, y también muy buenos escritores."