Fiaca
Hay una pandemia de la que no se habla. Con muchos más casos que los de gripe A. Una que no se previene con agua y jabón ni existe vacuna capaz de contenerla o curarla.
A veces es contagiosa y en algún sentido también puede considerarse mortal.
Es el virus de la fiaca, esa respuesta a tantas propuestas, esa pereza para la acción, esa sensación que deja aletargada la voluntad y que parece ahogar el ánimo en la nada.
Parecería lógico que ordenar y limpiar cajones o hacer efectiva una mudanza diera mucha fiaca. Pero el dominio de este virus se extiende cada vez más hacia actividades que no exigen un esfuerzo físico relevante y que hasta podrían considerarse placenteras. Cocinar, leer el diario, invitar amigos, llamar a alguien para su cumpleaños, andar en bicicleta y hasta organizar unas vacaciones, en muchos casos, da fiaca.
También hay fiacas de índole intelectual. Para muchos, la política es una fiaca; el debate, la investigación; ni hablar de la religión, la ciencia o las matemáticas.
Están las fiacas morales y espirituales. Hay que dejarle propina al mozo, pero un cliente murmura "¡qué fiaca!", mientras acelera su escape hacia la salida. Hay que pagar el agua o el teléfono por Internet, pero la factura se vence porque a su dueña le da fiaca. Una señora está sentada con sus hijos en la puerta del supermercado y mientras pide una moneda al señor de sombrero, escucha que éste dice a su mujer "¡ni loco, qué fiaca!".
También el compromiso, los valores, proyectar, compartir o intentar comprender es para muchos una fiaca.
La fiaca abunda principalmente en una nueva cultura según la cual todo tiene que ser divertido. Es la cultura del control remoto que cambia de canal cada vez que le da fiaca.
Hay poco lugar para lo interesante, porque lo fundamental es estar entretenido. Eso sí, sin mucho esfuerzo, porque da fiaca. Es la misma cultura del "todo bien", porque dar cualquier explicación más elaborada es una verdadera fiaca.
Lejos de cualquier estigma, hoy padecer fiaca es cool. A pocos avergüenza argumentar que tienen fiaca. Es que argumentar implica pensar, y pensar para encontrar una respuesta lógica da fiaca.
La fiaca paraliza, atonta, nos hace mediocres. Quita oportunidades, no es graciosa ni emocionante. Por eso, un rostro con fiaca no ríe ni llora, ni seduce, ni da pena, ni nada. Es el fiel retrato de un cuerpo con el alma apagada.
La fiaca permanente y extendida tiene su raíz en la percepción de vacío o sinsentido que ahoga a la persona en una indiferencia o desprecio permanente hacia sí misma, hacia el otro y hacia el mundo.
La fiaca se cura con algo muy simple: propósito y acción. Cuando no sabemos bien lo que queremos, andamos como vagabundos sin ganas de nada. No hay entusiasmo; ningún esfuerzo vale realmente la pena. Se camina por el mundo con una existencia light, y cualquier cosa que implique algo de peso da fiaca.
El propósito da sentido y el sentido impulsa al campo de la acción. En él, la realidad empieza a palparse con entusiasmo, aparecen la confianza, la fe; se experimenta el sentimiento de desafío. Sólo en acción surgen las posibilidades. Nada florece de la fiaca. Y cuando las acciones no proceden de un propósito, es muy probable que terminen provocando fiaca.
La fiaca atenta contra la felicidad porque se queda siempre en la superficie y deja de lado los fondos profundos e interesantes de la existencia. Ni la pasión ni el amor son posibles en el reino de la fiaca, y una historia sin esos sentimientos… ¡qué aburrida! ¡Eso sí que sería una fiaca!
La autora es jefa de Servicios Periodísticos del Exterior de La Nacion