
Gabriel Lage: "Las argentinas confunden minimalismo con simpleza"
Obsesivo del detalle y cultor del bordado a mano, es el más internacional de los diseñadores locales de alta costura
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Del chico de ocho años que hacía ruedos al volver del colegio bajo la atenta mirada de un padre severo que buscaba transmitirle el oficio de sastre a este presente que lo tiene como el diseñador de alta costura "más internacional de la Argentina" han pasado más de 40 años. Sin duda, Gabriel Lage (50) conserva aún esa disciplina férrea al tomar aguja e hilo, pero cada puntada ahora la da con alegría porque sabe que detrás de cada uno de sus impactantes vestidos hay una historia de amor, cuando diseña para una novia, o de celebración, en el caso de las galas y fiestas más glamorosas donde las celebridades lucen su trabajo en la alfombra roja.
Obsesivo del detalle -cada vestido es íntegramente hecho a mano, y los cristales cosidos uno a uno-, Lage sabe que tanto sacrificio valió la pena. No sólo porque por su exclusivo atelier en Recoleta desfila una fiel y selecta clientela, sino porque ahora está cosechando uno a uno, como es su estilo, los frutos de más de 20 años de trabajo. Este año fue el representante argentino en la World Fashion Week en París -la vidriera más grande de la alta costura a nivel mundial- y es considerado nada menos que por Gino Bogani como su sucesor natural.
-Hace más de 20 años que empezaste pero recién ahora parece que diste el salto. ¿Qué pasó?
-En primer lugar soy muy vergonzoso, me obligué a desinhibirme. Y lo que pasó fue que la primera colección que presentamos en 1995 no fue muy bien tomada por la prensa. Era una colección muy exótica, de muchos colores, que no era lo que se veía en la Argentina en ese momento. Tuvo éxito con la gente pero la prensa fue dura, y eso me dolió. Después hicimos un desfile con Héctor Vidal Rivas que nos presentó a mucha gente del espectáculo y nos empezaron a llover pedidos. Fue una vorágine, no dábamos abasto y al año dijimos: "Basta". Nos abocamos a armar una clientela estable, a crecer y a formar los talleres porque yo quería tenerlos adentro para poder estar ahí.
-Llama la atención el nivel de detalle de cada vestido. ¿Es tu sello personal?
-Todo acá se cose a mano, piedrita por piedrita. Hay vestidos que llevan seis meses de trabajo. Y sigo acompañando a las novias los fines de semana porque me queda cargo de conciencia si no voy. Pero esa atención personalizada es lo que nos hizo crecer. La novia espera que ese día vos la veas y le digas que está fantástica y que efectivamente lo esté.
-¿El feeling con la mujer es importante?
-Si no tengo feeling, trato de no hacerlo. Es muy importante trabajar con una mujer con la que me siento cómodo; son los vestidos que mejor salen, que mejor quedan. En el fondo uno termina eligiendo a la clienta. Tengo fama de que hago lo que quiero, soy muy terco. Lo mejor es que la mujer se deje llevar. Si tiene una idea clara y no queda bien, yo le explico por qué no le va a quedar bien y se lo muestro. Yo pruebo un vestido ocho veces, soy muy hincha, pero es una alta costura en serio. Es lo que hace a la calidad y lo que nos ha hecho famosos.
-Se vende, se presta y hasta se destroza. ¿El vestido de novia perdió misticismo?
-No son tantas las que los venden porque los nuestros son vestidos que son joyas. La mayoría los limpia y los guarda. Y las madrinas y las famosas los vuelven a usar. La alta costura es para repetir porque es como una joya. ¿Cómo no vas a volver a usarla? Un buen vestido te valoriza una fiesta. No hay que ser menos.
-¿La mujer argentina peca más de exagerada o de minimalista?
-Peca de minimalista, el problema es que confunde minimalismo con simpleza. Yo trato de que salga de eso. Tiene miedo de quedar sobrecargada. Yo no tengo piedras exageradas, trabajo con cristales Swarovski que dan luz. Y también hago vestidos lisos porque me encantan. Los vestidos puros, sin bordados, tienen que tener telas increíbles. En un vestido con bordado, impacta el bordado. Pero en un vestido sin bordado tenés que impactar desde otro lado. Y hay que saber llevarlo mejor. La mujer que lleva el vestido minimalista tiene que tener un cuerpo más privilegiado.
-¿Se copia en alta costura?
-Yo me muero si tengo que copiar un vestido. Uno puede tomar algo pero una cosa es captar tendencia y otra es copiarla tal cual. Una vez vi en un desfile un escote y dije: "Qué maravilla. Por qué no se me ocurrió a mí'. Tomé el escote que me fascinaba y lo hice a mi manera. Pero si tengo que copiar un vestido, me aburro. Tengo que tener la zanahoria adelante porque soy de aburrirme fácil, no con mis amigos ni mi vida personal pero sí con las cosas. Tengo necesidad de renovarme permanentemente.
-¿Cuánto sirve que Guillermina Valdés o Pampita aparezcan en las tapas de revista con un diseño tuyo?
-Durante mucho tiempo pensamos con mi socio que no mucho, pero nos dimos cuenta tarde de que sí. De que sirve. A la gente le gusta. A Guillermina la vestimos para dos galas y fue un éxito. A ella le gusta mostrar el cuerpo que tiene pero le probamos un vestido más amplio y quedó espectacular. Que se anime a cambiar cuando uno se lo sugiere, me encanta. Mirtha y Susana escuchan las sugerencias. Tengo la suerte de que las estrellas me escuchan.
-Vestiste a Bárbara Diez para la asunción de su marido como jefe de gobierno. ¿Te interesa vestir a las mujeres del poder?
-No, no quiero. Trato de no vestir a nadie que está ligado al poder. Bárbara es amiga, la conozco desde hace años. Vestí a alguien que me gusta fuera de lo que es la política y para mí fue un placer. Pero no me interesa quedar pegado a ningún gobierno.
-¿Cómo ves a Juliana Awada como primera dama?
-Fantástica, es una mujer que tiene que ver con la moda. Tiene frescura y es espontánea. Ojalá que el poder no la cambie. Lo que le recomiendo siempre a una primera dama es que se vista en un 70% con diseñadores argentinos, sobre todo cuando va al exterior. Yo lo hago cuando viajo por desfiles. Afuera, sos una especie de embajador de la moda.
-¿Sos obsesivo con tu imagen?
-Sí, desde chico me compraba lo último con una pensión que recibía de mi madre que falleció cuando tenía siete años. Dos veces no me dejaron entrar al colegio por los zapatos que tenía. Con mi papá, que era sastre, no me llevaba bien, era un tipo duro. Me fui a vivir con él de prepo y ahí me enseñó a coser, a hacer ruedos. En ese momento lo padecía. Pero desarrollé ese gusto por lo distinto y lo hecho a mano.
Foto Juan Ulrich






