Gente tensa
Pronto va a estrenarse en nuestro país la tercera temporada de una extraordinaria serie de televisión llamada Mad men. Lo que a primera vista podría traducirse como "Locos", en realidad alude a los hombres de Madison Avenue, la calle característica de la publicidad en Nueva York. La acción, de hecho, transcurre en una agencia de publicidad a comienzos de la década del sesenta. Y esta formulación, en apariencia anodina, encierra un tesoro tal de información sociológica e intensidad dramática que generó un grupo de adictos insaciables.
Se trata de una época tan reciente -menos de cincuenta años atrás- que cuesta ubicarla en el territorio de la historia. Sin embargo, desde sus trazos más gruesos hasta el detalle más sutil, la serie define con inesperada claridad un tiempo que hasta hoy era borroso: sólo la tensa antesala de lo que vino después: la explosión hippie, la guerra de Vietnam, los Beatles, el feminismo y, más tarde, el dinero con furia protagónica.
Mad men recuerda cómo se vivía inmediatamente antes del aluvión sesentista: todos fuman todo el tiempo y en todas partes. Las embarazadas también. Un niño entra en la sala jugando con la cabeza metida dentro de una bolsa de plástico, y nadie mueve un músculo. Un reloj se descompone porque el dueño inadvertidamente lo sumergió en agua. Por las mañanas el hombre tiene que calentar el auto antes de partir. En las casas acomodadas de las afueras de la ciudad se comienza a considerar la instalación del aire acondicionado. En términos de achaques, pasa de moda la úlcera y se toma conciencia de las coronarias. La familia mejor educada del mundo hace un picnic en el parque: al retirarse sacude el mantel y deja los residuos desperdigados sobre el césped. En la agencia de publicidad los creativos sorprenden a sus clientes con un proyector de diapositivas que tiene forma de carrousel. Casi por casualidad se crea el departamento de televisión en la sección de cuentas de la agencia. En cuanto a los medios, todo está por hacerse.
El toque volcánico de este fresco, sin embargo, es el retrato de las mujeres, su aparición en el mundo de la empresa, fuera de los bucólicos límites de su casa. Más voluminosas que ahora, con el pelo laqueado y sin especial interés por la moda, las mujeres en las oficinas toleran las más groseras formas del destrato masculino; como si fueran invisibles, descartables o francamente inexistentes. "¿Qué quieren las mujeres?", le pregunta el creativo al dueño de la agencia, pensando en una publicidad de corpiños. "¿A quién le importa?", contesta el otro sin una gota de ironía. Los hombres dicen cualquier cosa; faltan décadas todavía para que se invente la corrección política.
Las que quieren trascender el lugar de la secretaria van a chocar contra muchas paredes antes de aprender las leyes propias del trabajo: a la redactora no le van a informar que hay una reunión con el cliente... en un cabaret, y la que comprendió y puso en marcha la relación de la publicidad con los medios tiene que instruir al joven que acaban de contratar para la tarea. A nadie se le pasa por la cabeza que ese cargo podía (y debía) desempeñarlo ella.
Las mujeres están a punto de explotar. Los hombres también: el mundo de los negocios que se abre ante ellos da vértigo, y la gráfica de apertura no casualmente es una caída. Los hombres visten riguroso traje y corbata; las mujeres llevan faldas amplias o ajustadas; los pantalones sólo se usan para montar. Pronto aparecerán los jeans y un ventarrón va a desbaratar todas esas melenas engominadas. Mientras tanto, los publicitarios analizan la campaña de Kennedy, porque ellos tienen la cuenta de Nixon.
La autora es periodista
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