Glorias propias
Por Guillermo Jaim Etcheverry
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Coronando el pórtico de ingreso al Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México, se encuentra inscripta en el mármol una sugerente frase del escritor e intelectual mexicano Jaime Torres Bodet, que fue director general de la Unesco entre 1948 y 1952. Dice así: “Valor y confianza ante el porvenir hallan los pueblos en la grandeza de su pasado. Mexicano, contémplate en el espejo de esa grandeza. Comprueba aquí, extranjero, la unidad del destino humano. Pasan las civilizaciones, pero en los hombres quedará siempre la gloria de que otros hombres hayan luchado para erigirlas”.
Esa frase devela el inagotable poder de la cultura como dadora de significados y pone de manifiesto la trascendencia que para el ser humano siempre ha tenido identificar su linaje. Ante las grandes creaciones, aunque provengan de civilizaciones muy distantes en el tiempo y el espacio, es posible advertir esa “unidad del destino humano” que tan bien señala Torres Bodet. Recorrer, por ejemplo, las ruinas de los templos del valle de Angkor erigidos por los khmer en Camboya entre los siglos IX y XIII, admirar las grandes obras de la América precolombina, contemplar las esculturas del Partenón griego, internarse en las creaciones más originales de la arquitectura contemporánea descubre con claridad esa subyacente unidad de nuestro destino.
De allí surge la importancia de acercar las nuevas generaciones a esa dimensión de lo que hay de permanente en nosotros. Esa dimensión se explora frecuentando la expresión material del asombroso poder de creación del espíritu humano, es decir, los productos de la cultura que hoy están, más que nunca, al alcance de todos.
El respetado analista político y económico británico Will Hutton recuerda la deuda que tenemos con esas civilizaciones al analizar la decadencia de la enseñanza de los clásicos en la escuela actual. Hasta no hace tanto, sostiene Hutton, esa deuda era reconocida por políticos, intelectuales y educadores. En un comentario editorial publicado hace poco en The Observer señala: “Los debates de Roma, así como los de Grecia que los precedieron, sobre la mejor manera de organizarnos políticamente, la ética y la moral, el amor y las relaciones humanas, nos han hecho lo que somos. Sin la Roma republicana, no hubiéramos tenido la Carta Magna, careceríamos de la tradición del control ciudadano del gobierno, no habrían existido Shakespeare, el cristianismo, el liberalismo ni el republicanismo”. Cuando este compromiso con el pasado vuelva a ser comprendido, renacerá el interés por la cultura.
Este breve análisis nos conduce a apreciar en todo su significado la frase con la que se cierra el citado párrafo de Torres Bodet. Al conocer las innumerables civilizaciones que se han sucedido a lo largo de la historia, cada uno de nosotros logra participar en la gloria de los hombres que han luchado para erigirlas. Porque somos nosotros, cada uno de nosotros, los mismos humanos que, en otro tiempo y en otro lugar, hemos creado esas realidades. Cada uno de nosotros es el romano, el griego, el maya, el khmer. Precisamente somos lo que somos porque antes otros, con nuestro mismo potencial y capacidad de imaginar y de hacer, construyeron lo que constituye el legado que tenemos derecho a recibir mediante la educación. Sólo comprendiendo lo que somos mediante esta apropiación de la cultura, no sólo de la actual, podremos trabajar hoy con la clara percepción de la trascendencia que tiene el estar construyendo el futuro.
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El autor es educador y ensayista





