
Harry Potter: la magia de un libro
A partir de aquí, presentamos el primer capítulo del último libro -Harry Potter y el cáliz de fuego- de la muy exitosa saga del niño brujo creado por Joanne Rowling. Y por arte de birlibirloque, hacemos aparecer, a continuación, a Dolores Avendaño, la dibujante argentina que creó las imágenes para las historias que leen los chicos de habla hispana, y las que acompañan esta nota
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La Mansión de los Riddle. Los aldeanos de Pequeño Hangleton seguían llamándola "la Mansión de los Riddle" aunque hacía ya muchos años que los Riddle no vivían en ella.
Erigida sobre una colina que dominaba la aldea, tenía cegadas con tablas algunas ventanas, al tejado le faltaban tejas y la hiedra se extendía a sus anchas por la fachada. En otro tiempo había sido una mansión hermosa y, sin duda, el edificio más señorial y de mayor tamaño en un radio de varios kilómetros, pero ahora estaba abandonada y ruinosa, y nadie vivía en ella.
En Pequeño Hangleton todos coincidían en que la vieja mansión era siniestra. Medio siglo antes había ocurrido en ella algo extraño y horrible, algo de lo que todavía hablaban los habitantes de la aldea cuando los temas para chismear se agotaban. Habían relatado tantas veces la historia y le habían añadido tantos detalles, que nadie estaba ya muy seguro de cuál era la verdad. Todas las versiones, no obstante, comenzaban en el mismo punto: cincuenta años antes, en el amanecer de una soleada mañana de verano, cuando la Mansión de los Riddle aún conservaba su imponente apariencia, la sirvienta había entrado en la sala y había hallado muertos a los tres Riddle.
La mujer había bajado corriendo y gritando por la colina hasta llegar a la aldea, despertando a todos los que pudo.
-¡Están allí echados con los ojos muy abiertos! ¡Están fríos como el hielo! ¡Y visten todavía la ropa de la cena!
Llamaron a la policía, y toda la aldea se convirtió en un hervidero de curiosidad, de espanto y de emoción mal disimulada. Nadie hizo el menor esfuerzo en fingir que le apenaba la muerte de los Riddle, porque nadie los quería. El señor y la señora Riddle eran ricos, snobs y groseros, aunque no tanto como Tom, su hijo ya crecido. Los aldeanos se preguntaban por la identidad del asesino, porque era evidente que tres personas que gozan, aparentemente, de buena salud no se mueren la misma noche de muerte natural.
El Ahorcado, que era como se llamaba la taberna de la aldea, hizo su agosto aquella noche, ya que todo el mundo acudió para comentar el triple asesinato. Para ello habían dejado el calor de sus hogares, pero se vieron recompensados con la llegada de la cocinera de los Riddle, que entró en la taberna con un golpe de efecto y anunció a la concurrencia, repentinamente callada, que acababan de arrestar a un hombre llamado Frank Bryce.
-¡Frank! -gritaron algunos-. ¡No puede ser!
Frank Bryce era el jardinero de los Riddle y vivía solo en una humilde casita en la finca de sus amos. Había regresado de la guerra con la pierna rígida y una clara aversión a las multitudes y a los ruidos fuertes. Desde entonces, trabajaba para los Riddle.
Varios de los presentes se apresuraron a pedir una bebida para la cocinera, y todos se dispusieron a oír los detalles.
-Siempre pensé que era un tipo raro -explicó la mujer a los lugareños, que la escuchaban expectantes, después de beber la cuarta copa de jerez- . Era muy huraño. Debo de haberlo invitado cien veces a beber una copa, pero no le gustaba el trato con la gente.
-Bueno -dijo una aldeana que estaba junto a la barra- , el pobre Frank lo pasó mal en la guerra, y le gusta la tranquilidad. Ese no es motivo para...
-¿Y quién aparte de él disponía de llave de la puerta de atrás? -la interrumpió la cocinera levantando la voz- . ¡Siempre ha habido un duplicado de la llave colgado en la casita del jardinero, que yo recuerde! ¡Y anoche nadie forzó la puerta! ¡No hay ninguna ventana rota! Frank no tuvo más que subir hasta la mansión mientras todos dormíamos...
Los aldeanos intercambiaron miradas sombrías.
-Siempre pensé que había algo desagradable en él, desde luego -dijo, gruñendo, un hombre sentado a la barra.
-En mi opinión, la guerra lo convirtió en un tipo raro -añadió el dueño de la taberna.
-Te dije que no me gustaría tener a Frank de enemigo, ¿no es cierto, Dot? -apuntó, nerviosa, una mujer desde el rincón.
-Horroroso carácter -corroboró Dot, moviendo con brío la cabeza de arriba abajo- . Recuerdo que cuando era niño...
A la mañana siguiente, en Pequeño Hangleton, a nadie le cabía ninguna duda de que Frank Bryce había matado a los Riddle.
Pero en la vecina ciudad de Gran Hangleton, en la oscura y sórdida comisaría, Frank repetía tercamente, una y otra vez, que era inocente y que la única persona a la que había visto cerca de la mansión el día de la muerte de los Riddle había sido un adolescente, un forastero de piel clara y pelo oscuro. Nadie más en la aldea había visto a ese muchacho, y la policía estaba convencida de que eran invenciones de Frank.
Entonces, cuando las cosas se estaban poniendo muy difíciles para él, llegó el informe forense y todo cambió.
La policía no había leído nunca un informe tan extraño. Un equipo de doctores había examinado los cuerpos y llegado a la conclusión de que ninguno de los Riddle había sido envenenado, ahogado, estrangulado, apuñalado ni herido con arma de fuego y, por lo que ellos podían ver, ni siquiera había sufrido daño alguno.
De hecho, proseguía el informe con manifiesta perplejidad, los tres Riddle parecían hallarse en perfecto estado de salud, si no fuera por el hecho de que estaban muertos. Decididos a encontrar en los cadáveres alguna anormalidad, los doctores notaron que los Riddle tenían una expresión de terror en la cara; pero, como dijeron los frustrados policías, ¿quién había oído alguna vez que se pudiera aterrorizar a tres personas hasta matarlas?
Como no existía la más mínima prueba de que los Riddle hubieran sido asesinados, la policía no tuvo más remedio que dejar libre a Frank. Se enterró a los Riddle en el cementerio de Pequeño Hangleton, y durante una temporada, sus tumbas siguieron siendo objeto de curiosidad. Para sorpresa de todos y en medio de un ambiente de desconfianza, Frank Bryce volvió a su casita en la mansión.
-Para mí él fue el que los mató, y me da igual lo que diga la policía -sentenció Dot en El Ahorcado-. Y, sabiendo que sabemos que fue él, si tuviera un poco de vergüenza se iría de aquí.
Pero Frank no se fue. Se quedó cuidando el jardín para la familia que habitó a continuación en la Mansión de los Riddle, y luego para los siguientes dueños, porque nadie permaneció mucho tiempo allí. Quizá fuera en parte a causa de Frank, ya que cada nuevo propietario aseguró que se percibía algo horrendo en aquel lugar, el cual, al quedar deshabitado, fue cayendo en el abandono.
El hombre adinerado que en aquellos días poseía la Mansión de los Riddle no vivía en ella ni le daba uso alguno; en el pueblo se comentaba que la había adquirido por "motivos fiscales", aunque nadie sabía muy bien cuáles podían ser esos motivos. Sin embargo, este hombre adinerado continuó pagando a Frank para que se encargara del jardín. A punto de cumplir los setenta y siete años, Frank estaba bastante sordo y su pierna rígida se había vuelto más rígida que nunca, pero todavía, cuando hacía buen tiempo, se lo veía entre los macizos de flores haciendo un poco de esto y un poco de aquello, si bien la mala hierba le iba ganando la partida.
Pero la mala hierba no era lo único contra lo que tenía que bregar Frank. Los niños de la aldea tenían la costumbre de tirar piedras a las ventanas de la Mansión de los Riddle, y pasaban con las bicicletas por encima del césped que con tanto esfuerzo Frank mantenía en buen estado. En una o dos ocasiones, habían entrado en la casa a raíz de una apuesta. Sabían que el viejo jardinero profesaba veneración a la casa y a la finca, y les divertía verlo por el jardín cojeando, blandiendo su bastón y gritándoles con su ronca voz. Frank, por su parte, pensaba que los niños querían castigarlo porque, como sus padres y abuelos, creían que era un asesino. Así que cuando se despertó una noche de agosto y vio algo raro arriba en la vieja casa, dio por supuesto que los niños habían ido un poco más lejos que otras veces en su intento de mortificarlo.
Lo que lo despertó fue su pierna enferma, que en su vejez le dolía más que nunca. Se levantó y bajó cojeando por la escalera hasta la cocina, con la idea de rellenar la bolsa de agua caliente para aliviar la rigidez de la rodilla. De pie ante la pileta, mientras llenaba de agua la pava, levantó la vista hacia la Mansión de los Riddle y vio luz en las ventanas superiores. Frank entendió de inmediato lo que sucedía: los niños habían vuelto a entrar en la Mansión de los Riddle y, a juzgar por el titileo de la luz, habían encendido fuego.
Frank no tenía teléfono y, de todas maneras, desconfiaba de la policía desde que se lo habían llevado para interrogarlo por la muerte de los Riddle. Así que dejó la pava y volvió a subir la escalera tan rápido como le permitía la pierna enferma; regresó completamente vestido a la cocina, y tomó una llave vieja y herrumbrosa del gancho junto a la entrada. Agarró su bastón, que estaba apoyado contra la pared, y salió de la casita en medio de la noche.
La puerta principal de la Mansión de los Riddle no mostraba signo alguno de haber sido forzada, ni tampoco ninguna de las ventanas. Frank fue cojeando hacia la parte de atrás de la casa hasta llegar a una entrada casi completamente cubierta por la hiedra, sacó la vieja llave, la introdujo en la cerradura y abrió la puerta sigilosamente.
Penetró en la cavernosa cocina. A pesar de que hacía años que Frank no pisaba la cocina y de que la oscuridad era casi total, recordaba dónde se hallaba la puerta que daba al vestíbulo y se abrió camino hacia ella a tientas, mientras percibía el olor a decrepitud y aguzaba el oído para captar cualquier sonido de pasos o de voces que viniera de arriba. Llegó al vestíbulo, un poco más iluminado gracias a las amplias ventanas divididas por parteluces que flanqueaban la puerta principal, y comenzó a subir por la escalera, dando gracias a la espesa capa de polvo que cubría los escalones porque amortiguaba el ruido de los pies y del bastón.
En el rellano, Frank giró a la derecha y vio de inmediato dónde se hallaban los intrusos: al final del corredor había una puerta entornada, y una luz titilante brillaba a través del resquicio, proyectando sobre el negro suelo una línea dorada. Frank se fue acercando pegado a la pared, con el bastón firmemente asido. Cuando se hallaba a un metro de la entrada, distinguió una estrecha franja de la habitación que había al otro lado.
Pudo ver entonces que estaba encendido el fuego en la chimenea, cosa que lo sorprendió. Se quedó inmóvil y escuchó con toda atención, porque del interior de la habitación llegaba la voz de un hombre que parecía tímido y acobardado.
-Queda un poco más en la botella, señor, si sigue ham-briento.
-Luego -dijo una segunda voz. También ésta era de hombre, pero extrañamente aguda y tan fría como una repentina ráfaga de viento helado. Algo tenía aquella voz que erizó los escasos pelos de la nuca de Frank-. Acércame más al fuego, Colagusano.
Frank orientó hacia la puerta su oreja derecha, que era de la que oía bien. Oyó que apoyaban una botella en una superficie dura, y luego el ruido sordo que hacía un mueble pesado al ser arrastrado por el suelo. Frank vislumbró a un hombre pequeño que, de espaldas a la puerta, empujaba una butaca para acercarla a la chimenea. Vestía una capa larga y negra, y tenía la coronilla calva. Enseguida volvió a desaparecer de la vista.
-¿Dónde está Nagini? - preguntó la voz fría.
-No... no lo sé, señor -respondió temblorosamente la primera voz- . Creo que ha ido a explorar la casa...
-Tendrás que ordeñarla antes de que nos retiremos a dormir, Colagusano -dijo la segunda voz-. Necesito tomar algo de alimento por la noche. El viaje me ha fatigado mucho.
Frunciendo el entrecejo, Frank acercó más la oreja buena a la puerta. Hubo una pausa, y tras ella volvió a hablar el hombre llamado Colagusano.
-Señor, ¿puedo preguntar cuánto tiempo permaneceremos aquí?
-Una semana -contestó la fría voz- . O tal vez más. Este lugar es bastante cómodo, y todavía no podemos llevar a cabo el plan. Sería una locura hacer algo antes de que acabe el Campeonato Mundial de Quidditch.
Frank se metió en la oreja uno de sus nudosos dedos y lo retorció. Sin duda, debido a un tapón de cera, había oído la palabra "Quidditch", que no existía.
-¿El... el Campeonato Mundial de Quidditch, señor? -preguntó Colagusano. Frank se escarbó en el oído aún con más fuerza-. Perdóneme, pero... no comprendo. ¿Por qué tenemos que esperar a que acabe el Campeonato Mundial?
-Porque en este mismo momento están llegando al país magos provenientes del mundo entero, idiota, y todos los entrometidos del Ministerio de la Magia estarán al acecho de cualquier indicio de actividad anormal, comprobando y volviendo a comprobar la identidad de todo el mundo. Estarán obsesionados con la seguridad, para evitar que los muggles se den cuenta de lo que sucede. Por eso tenemos que esperar.
Frank desistió de intentar aclararse el oído. Le habían llegado con toda claridad las palabras "magos", "muggles" y "Ministerio de la Magia". Evidentemente, cada una de aquellas expresiones tenía un significado secreto, y Frank pensó que sólo había dos tipos de personas que hablaban en clave: los espías y los criminales. Por lo tanto, Frank aferró el bastón aún más y aguzó el oído.
-¿Debo entender que Su Señoría está decidido? -preguntó Colagusano quedamente.
-Desde luego que estoy decidido, Colagusano. -Ahora había un tono de amenaza en la fría voz.
Siguió una ligera pausa, y luego habló Colagusano. Las palabras se le amontonaron por la prisa, como si quisiera acabar de decir la frase antes de que los nervios se lo impidieran:
-Se podría hacer sin Harry Potter, señor.
Hubo otra pausa, ahora más prolongada, y luego se escuchó musitar a la segunda voz:
-¿Sin Harry Potter? Ya veo...
-¡Señor, no lo digo porque me preocupe el muchacho! -exclamó Colagusano, alzando la voz hasta convertirla en un chillido-. El chico no representa nada para mí, ¡nada en absoluto! Sólo lo digo porque si empleáramos a otro mago o bruja, el que fuera, se podría llevar a cabo con más rapidez. Si me permite ausentarme brevemente (ya sabe que soy muy bueno para disfrazarme), regresaría dentro de dos días con alguien apropiado.
-Podría utilizar a cualquier otro mago - dijo con suavidad la segunda voz- , es cierto...
-Muy sensato, señor -añadió Colagusano, que parecía sensiblemente aliviado- . Atrapar a Harry Potter resultaría muy difícil. Está tan bien protegido...
-¿O sea que te ofreces a ir a buscar un sustituto? Me pregunto si tal vez... la tarea de cuidarme ha llegado a hacérsete demasiado penosa, Colagusano. ¡Quién sabe si tu propuesta de abandonar el plan no será en realidad un intento de desertar de mi bando!
-¡Señor! Yo... yo no tengo ningún deseo de abandonarlo, en absoluto.
-¡No me mientas! -dijo la segunda voz entre dientes- . ¡Sé lo que digo, Colagusano! Lamentas haber vuelto conmigo. Te doy asco. Veo cómo te estremeces cada vez que me miras, noto el escalofrío que te recorre cuando me tocas...
-¡No! Mi devoción a Su Señoría...
-Tu devoción no es otra cosa que cobardía. No estarías aquí si tuvieras otro lugar al que ir. ¿Cómo voy a sobrevivir sin ti, cuando necesito alimentarme cada pocas horas? ¿Quién ordeñará a Nagini?
-Pero ya está mucho más fuerte, señor.
-Mentiroso -musitó la segunda voz-. No me encuentro más fuerte, y unos pocos días bastarían para hacerme perder la escasa salud que he recuperado con tus torpes atenciones. ¡Silencio!
Colagusano, quien barbotaba incoherentemente, se calló al instante. Durante unos segundos, Frank no pudo oír otra cosa que el crepitar de la hoguera. Luego volvió a hablar el segundo hombre en un siseo que era casi un silbido.
-Tengo mis motivos para utilizar a ese chico, como te he explicado, y no usaré a ningún otro. He aguardado trece años. Unos meses más darán lo mismo. Con respecto a la protección que lo rodea, estoy convencido de que mi plan dará resultado. Lo único que se necesita es un poco de valor de tu parte... Un valor que estoy seguro de que encontrarás, a menos que quieras sufrir la ira de lord Voldemort.
-¡Señor, déjeme hablar! -le rogó Colagusano con una nota de pánico en la voz-. Durante el viaje he repasado el plan... Señor, no tardarán en darse cuenta de la desaparición de Bertha Jorkins. Y, si seguimos adelante, si yo echo la maldición...
-¿Si... qué? -susurró la otra voz-. Si sigues el plan, Colagusano, el Ministerio no tendrá que enterarse de que ha desaparecido nadie más. Lo harás discretamente, sin alboroto. Me gustaría poder hacerlo por mí mismo, pero en estas condiciones... Vamos, Colagusano, otro obstáculo menos y tendremos despejado el camino hacia Harry Potter. No te estoy pidiendo que lo hagas solo. Para entonces, mi fiel vasallo se habrá unido a nosotros.
-Yo también soy un vasallo fiel -repuso Colagusano con una levísima nota de resentimiento en la voz.
-Colagusano, necesito a alguien con cerebro, alguien cuya lealtad no haya flaqueado nunca. Y tú, por desgracia, no cumples ninguno de esos requisitos.
-Yo lo encontré -contestó Colagusano, y esta vez había un claro tono de aspereza en su voz-. Fui el que lo encontró, y le traje a Bertha Jorkins.
-Eso es verdad -admitió el segundo hombre, aparentemente divertido-. Un golpe brillante del que no te hubiera creído capaz, Colagusano. Aunque, a decir verdad, ni te imaginabas lo útil que nos sería cuando la atrapaste, ¿no es cierto?
-Pen... pensaba que podía serlo, señor.
-Mentiroso -dijo de nuevo la otra voz con un regocijo cruel más evidente que nunca-. Sin embargo, no niego que su información resultó enormemente valiosa. Sin ella, yo nunca habría podido maquinar nuestro plan, y por eso recibirás tu recompensa, Colagusano. Te permitiré llevar a cabo una labor esencial para mí; muchos de mis seguidores darían su mano derecha por tener el honor de desempeñarla...
-¿De... de verdad, señor? - Colagusano parecía de nuevo aterrorizado-. ¿Y qué...?
-¡Ah, Colagusano, no querrás que te lo revele y eche a perder la sorpresa! Tu parte llegará al final de todo... pero te lo prometo: tendrás el honor de resultar tan útil como Bertha Jorkins.
-Usted... Usted... -La voz de Colagusano sonó repentinamente ronca, como si se le hubiera quedado la boca completamente seca-. Usted... ¿va a matarme... también a mí?
-Colagusano, Colagusano -dijo la voz fría, que ahora adquiría una gran suavidad-, ¿por qué tendría que matarte? Maté a Bertha porque tenía que hacerlo. Después de mi interrogatorio, ya no servía para nada, absolutamente para nada. Y, sin duda, si hubiera vuelto al Ministerio con la noticia de que te había conocido durante las vacaciones, le habrían hecho unas preguntas muy incómodas. Los magos que han sido dados por muertos deberían evitar encontrarse con brujas del Ministerio de la Magia en las posadas del camino...
Colagusano murmuró algo en voz tan baja que Frank no pudo oírlo, pero lo que fuera que dijo hizo reír al segundo hombre: una risa completamente amarga y tan fría como su voz.
-¿Que podríamos haber modificado su memoria? Es verdad, pero un mago con grandes poderes puede romper los embrujos desmemorizantes, como te demostré al interrogarla. Sería un insulto a su recuerdo no dar uso a la información que le sonsaqué, Colagusano.
Afuera, en el corredor, Frank se dio cuenta de que la mano que agarraba el bastón estaba empapada en sudor. El hombre de la voz fría había matado a una mujer, y hablaba de ello sin ningún tipo de remordimiento, con regocijo. Era peligroso, un loco. Y planeaba más asesinatos: aquel muchacho, Harry Potter, quienquiera que fuese, se hallaba en peligro.
Frank supo lo que tenía que hacer. Aquél era, sin duda, el momento de recurrir a la policía. Saldría sigilosamente de la casa e iría directo a la cabina telefónica de la aldea. Pero la voz fría había vuelto a hablar, y Frank permaneció donde estaba, inmóvil, escuchando con toda su atención.
-Una maldición más... mi fiel vasallo en Hogwarts... Harry Potter es prácticamente mío, Colagusano. Está decidido. No lo discutiremos más. Silencio... Creo que oigo a Nagini...
Y la voz del segundo hombre cambió. Comenzó a emitir unos sonidos que Frank no había oído nunca; silbaba y escupía sin tomar aliento. Frank supuso que le estaba dando un ataque.
Y entonces Frank oyó que algo se movía detrás de él, en el oscuro corredor. Se volvió a mirar, y el terror lo paralizó.
Algo se arrastraba hacia él por el suelo y, cuando se acercó a la línea de luz, vio, estremecido de pavor, que se trataba de una serpiente gigante de al menos cuatro metros de longitud. Horrorizado, Frank observó cómo su cuerpo sinuoso trazaba un sendero a través de la espesa capa de polvo del suelo, aproximándose cada vez más. ¿Qué podía hacer? El único lugar al que podía escapar era la habitación en la que dos hombres tramaban un asesinato, y, si se quedaba donde estaba, sin duda la serpiente lo mataría.
Antes de que hubiera tomado una decisión, la serpiente había llegado al punto del corredor en que él se encontraba e, increíble, milagrosamente, pasó de largo; iba siguiendo los sonidos silbantes y como escupitajos que emitía la voz al otro lado de la puerta y, al cabo de unos segundos, la punta de su cola adornada con rombos desapareció por el resquicio de la puerta.
Frank tenía la frente empapada en sudor, y la mano con que sostenía el bastón le temblaba. Dentro de la habitación, la fría voz seguía silbando, y a Frank se le ocurrió una idea extraña, una idea imposible: que aquel hombre era capaz de hablar con las serpientes. No comprendía lo que pasaba. Hubiera querido, más que nada en el mundo, hallarse en su cama con la bolsa de agua caliente. El problema era que sus piernas no parecían querer moverse. De repente, mientras seguía allí temblando e intentando dominarse, la fría voz volvió a utilizar el idioma de Frank.
-Nagini tiene interesantes noticias, Colagusano -dijo.
-¿De... de verdad, señor?
-Sí, de verdad -afirmó la voz-. Según Nagini, hay un muggle viejo al otro lado de la puerta, escuchando todo lo que decimos.
Frank no tuvo posibilidad de ocultarse. Oyó primero unos pasos, y luego la puerta de la habitación se abrió de golpe.
Un hombre bajo y calvo con algo de pelo gris, nariz puntiaguda y ojos pequeños y llorosos apareció ante él con una expresión en la que se mezclaban el miedo y la alarma.
-Invítalo a entrar, Colagusano. ¿No te han enseñado buenos modales?
La fría voz provenía de la vieja butaca que había delante de la chimenea, pero Frank no pudo ver al que hablaba. La serpiente estaba enrollada sobre la podrida alfombra junto al fuego, como una horrible parodia de perro hogareño.
Con una seña , Colagusano le ordenó a Frank que entrara. Aunque todavía profundamente conmocionado, éste agarró el bastón con más fuerza y pasó el umbral cojeando.
El fuego era la única fuente de luz en la habitación, y proyectaba sobre las paredes largas sombras en forma de araña. Frank dirigió la vista al respaldo de la butaca: el hombre que estaba sentado en ella debía de ser aún más pequeño que su vasallo, porque Frank ni siquiera podía vislumbrar la parte de atrás de su cabeza.
-¿Lo has oído todo, muggle? -preguntó la fría voz.
-¿Cómo me ha llamado? -preguntó Frank desafiante, porque, una vez adentro y habiendo llegado el momento de hacer algo, se sentía más valiente. Así le había ocurrido siempre en la guerra.
-Te he llamado muggle -explicó la voz con serenidad- . Quiere decir que no eres mago.
-No sé qué quiere decir con eso de mago - dijo Frank, con la voz cada vez más firme-. Todo lo que sé es que he oído cosas que sin duda le interesarán a la policía. ¡Usted ha cometido un asesinato y planea otros! Y le diré otra cosa - añadió, en un rapto de inspiración-: mi mujer sabe que estoy aquí, y si no he vuelto...
-Tú no tienes mujer -cortó la fría voz, muy suave-. Nadie sabe que estás aquí. No le has dicho a nadie que venías. No mientas a lord Voldemort, muggle, porque él sabe... él siempre sabe...
-¿Es verdad eso? -respondió Frank bruscamente-.¿Es usted un lord? Bien, no es que sus modales me parezcan muy refinados, mi lord. Vuélvase y dé la cara como un hombre. ¿Por qué no lo hace?
-Pero es que yo no soy un hombre, muggle -respondió la fría voz, apenas audible por encima del crepitar de las llamas-. Soy mucho, mucho más que un hombre. Sin embargo... ¿por qué no? Daré la cara... Colagusano, ven a girar mi butaca.
El vasallo profirió un quejido.
-Ya me has oído, Colagusano.
Lentamente, con el rostro crispado como si prefiriera hacer cualquier cosa antes que aproximarse a su señor y a la alfombra en que descansaba la serpiente, el hombrecito dio unos pasos hacia adelante y comenzó a girar la butaca. La serpiente levantó su fea cabeza triangular y profirió un silbido cuando las patas del asiento se engancharon en la alfombra.
Y entonces Frank tuvo la parte delantera de la butaca ante sí y vio lo que había sentado en ella. El bastón se le resbaló al suelo con estrépito. Abrió la boca y profirió un grito. Gritó tan alto que no oyó lo que decía la cosa que había en el sillón mientras levantaba una varita. Vio un resplandor de luz verde y oyó un chasquido antes de desplomarse. Cuando llegó al suelo, Frank Bryce ya había muerto.
A trescientos kilómetros de distancia, un muchacho llamado Harry Potter se despertó sobresaltado.
La varita y el lápiz
Texto: Loreley Gaffoglio
Fotos: Daniel Caldirola
Acaba de mudarse a un coqueto tercer piso contrafrente en Barrio Norte, donde, a simple vista, no hay evidencias de que allí, a 11.000 kilómetros de 4 Privet Drive, reside la madre adoptiva del más rutilante de los personajes literarios de la era digital.
No, no se trata de la arbitraria señora Dursley, la pesadilla terrenal del mago Harry. Sino de una muggle (ese ser anodino, desprovisto de poderes mágicos) que esculpió en el imaginario de millones de niños y adultos de habla hispana la fisonomía de un tal Harry, de apellido Potter. Y que a lo largo de los primeros cuatro libros de la saga se zambulló en el más fantástico de los mundos hasta asirlo y triturarlo en imágenes.
Abordar ese mundo no fue un viaje inédito para ella. Dolores Avendaño creció escuchando a las hadas. Su propia fantasía empezó a dispararse a partir del ritual de los relatos maternos: en las cabalgatas por los inextricables bosques patagónicos, si una maraña de coihues crujía, no era el desdén del viento lamiendo copas frondosas sino "las hadas que empezaban a abrir las ventanitas de sus casas".
Con voz suave, casi inaudible, que la pinta muy tímida, Dolores recuerda que sí, que todo comenzó allí, en los meses de verano, en ese lugar salpicado de magia, muy cerca de Puerto Manzano, que era el campo de sus abuelos en Villa La Angostura.
-En la familia de mamá son todos bastante fantasiosos, eso yo lo heredé... -dice-. Recuerdo, por ejemplo, que íbamos con ella y mis dos hermanos al corral de los caballos, donde había un árbol enorme, con unas raíces gigantes y allí mismo les hacíamos casitas a las hadas. Al día siguiente, volvíamos corriendo para ver qué nos habían dejado ellas en agradecimiento... Sabía que los regalos los ponía mamá, pero me encantaba mantener esa ilusión. Una ilusión que hoy, con 33 años, no le es ajena a esta mujer menuda, que uno imagina día y noche ante un enorme tablero de dibujo, aunque en realidad estemos frente a una atleta y maratonista.
-Ese mundo de fantasía es un poco parte de mi identidad -dice, sentada sobre el piso de parquet en este verano sin tregua; la mirada como abstraída en un manchón verde que se teje con enredaderas vecinas más allá de su ventana.
Si la magia de los relatos maternos caló hondo, también hizo lo suyo una lujosa colección de libros antiguos sobre princesas, castillos y hadas de todas partes del mundo, que su madre atesoraba como la más sagrada de sus pertenencias. Las ilustraciones del inglés Arthur Rackham, que envolvía en vestidos de ensueño hasta a la más ignota de las princesas, y del irlandés Edmund Dulac, un arquitecto exquisito para imaginar castillos y pasadizos, la fascinaban.
-Las miraba 80 veces, no me cansaba. Me encantaban esas ilustraciones porque sentía que al mirarlas yo podía ver y descifrar los sueños más íntimos de sus autores. Ahí mismo, pensaba: Cuando sea grande quiero esto: recrear éste... y otros mundos de fantasía posibles.
Pero los sueños prestados un día se agotaron, y Dolores se animó a explorar en los propios.
Con un título de diseñadora gráfica de la UBA, se estableció en Providence, un apacible pueblo universitario entre Boston y Nueva York. Dos años y medio después, con un Bachelor´s Degree en Ilustración de la Rhode School of Design trajinó las calles de Manhattan, provista de su carpeta de bocetos, en busca de alguna oportunidad editorial.
-Fue increíble porque mi primera entrevista fue con la editorial William Morrow (actualmente fusionada con Harper Collins). Cuando llegué, la sede era uno de esos edificios gigantes y modernos, con 20 ascensores... Cuando la mujer que me entrevistó empezó a mirar mi carpeta, llamó a su editora y me dijo: Tenemos un libro para vos. Y ahí mismo firmé un contrato por 5 mil dólares... Al salir de allí, caminaba por la sexta avenida, mordiendo mi paraguas para no gritar.
Aquel primer libro se llamó Halloween Nights, un ejemplar ilustrado en color, con escaso texto, en el cual Dolores trabajó seis meses, con total libre albedrío.
Al ver ese ejemplar, ahora apoyado sobre una pila díscola de libros sobre el piso (entre ellos, el de la 18 Mostra Internazionale D´ Illustrazione per L’ Infancia, que incluye sus trabajos para la actual muestra italiana, Le Immagini della Fantasia) se reviven en uno las ganas de volver a ser chico.
Pero el punto de inflexión en la ascendente carrera, de esta chica de clase media acomodada, egresada del Northlands, sobrevino a partir de una experiencia personal, que le mostró que cualquier sueño puede hacerse realidad.
-Me contrataron como ilustradora para la inauguración de un nuevo local de Mac Kenzie-Childs, en Madison Ave. Es un tipo de negocio muy, muy caro que se dedica a concretar las ideas más locas en materia de decoración. Mientras trabajaba para ellos, vivía en la casa de los dueños, en Aurora, upstate New York... Su casa era como Alicia en el país de las maravillas, un laberinto... Tenían, por ejemplo, una puertita chiquitita que salía a una escalera, en la cual debías agacharte y retorcerte toda para poder subirla. Al llegar arriba, salías a un cuarto enorme con una cama gigante, de 3 por 3. Enfrente, tenían un ropero espejado. Y al abrir la puerta del medio, desembocabas en otro pasillo, conectado a un enorme cuarto de vestir, forrado íntegramente con botones de distintos tipos. Si seguías un poco más por ese pasillo, bajaba otra escalera que salía al ropero de otros dos cuartos; es decir, pasabas entre la ropa colgada de otros. Y en uno de esos cuartos había otro ropero donde al abrirlo, te encontrabas con el inodoro... Eran excentricidades de gente muy creativa, si querés. Pero estar ahí y ver eso, te soltaba muchísimo. Y personalmente, a mí me dio un gran empuje para animarme a soñar más, a ir un poco más lejos.
De vuelta en Buenos Aires tuvo otro pedido de William Morrow. A Cats & Robbers le siguió un cuento ilustrado para Emecé: Sufridor, de Louis Bruhnke, que narra la travesía continental del autor, que trajinó a caballo desde Ushuaia hasta Alaska. Sufridor fue el caballo que sobrevivió a la aventura. Satisfecha con el resultado, la editorial le encargó la tapa de otro título, que por entonces era sólo un libro más dentro del catálogo infantil: Harry Potter y la piedra filosofal.
-¿Cómo se te representó Harry?
-Para mí leer el libro fue darme de golpe con todo ese sueño que tenía desde chica. Era el libro que siempre había soñado hacer... Me inspiró totalmente el mismo texto, que me hizo volar....
-¿En qué momento se te representa nítido Harry?
-Lo empiezo a ver a medida que avanzo con el lápiz en el papel, sólo ahí se empieza a concretar. La ilustración nunca es una copia fiel de lo que se te representa en tu imaginación, donde los rasgos son más difusos. El producto acabado siempre es más completo en el papel.
-¿Cómo juzgaste tu versión de Harry frente a otras del mundo?
-Vi algunas en Internet. Pero después de la feria estuve recorriendo Italia, y la verdad es que las tapas italianas me encantaron. Son diferentes del resto, con un punto de vista surrealista, que también podría ser el espíritu del libro.
-¿Como vivís el hecho de que muchos chicos se imaginan a Harry Potter a través de como vos lo ves?
-Cada vez que hago a Harry saco algo de adentro mío, y no estoy pensando en cómo le va a impactar a la gente. De hecho, hay distintas reacciones... Pero lo que me impresionó en una entrevista que me hicieron las chicas de un colegio, para decirlo de algún modo, fue el consenso que recibí, el no haber traicionado con lo mío, el Harry que ellas imaginan...
-¿Cómo describirías tu relación personal con el personaje?
-No es un personaje más. Quizá lo que más me fascina no es Harry, sino la imaginación de la autora, ese mundo con sus detalles que te transporta y que a su vez lo hace totalmente creíble... Definitivamente, no es un libro más. Es un libro que me hace creer en la magia, como cuando era chica: yo sabía que las hadas no existían, pero hoy no sé hasta dónde no existen. Porque hay como magia en este mundo, ¿no?
Números mágicos
Harry Potter, el personaje fetiche de chicos, adoptado también por grandes, podrá ser la encarnación de la fantasía pura para consumo y adicción de muggles. Pero lo que no es fantasía es la dimensión del fenómeno -y del negocio-que irradia este mago ya adolescente, nacido de la febril inventiva de Joanne Rowling.
Como los cuentos de Dickens o El Principito, de Saint Exupéry, el mago Potter, a pesar de representar la quintaesencia de la cultura británica, se ha encargado de derribar toda barrera cultural y política todavía existente. Ha ganado, incluso, una feroz batalla contra la censura orquestada por los sectores católicos más fundamentalistas, que acusaban a la autora de fomentar la superchería. Tanto China como Corea del Norte, países celosos de cualquier producto cultural proveniente del mundo capitalista, también cayeron bajo el irresistible influjo de este huérfano que no para de anotarse récords:
-76 millones de libros vendidos, traducidos a 42 idiomas.
-554 clubes de fans tiene Harry Potter en la web.
-Entre 30 y 40 millones al año es lo que se estima percibe Rowling por los derechos de Harry, incluido el merchandising.
-La euforia editorial del cuarto libro convenció a la autora para que escribiera otros dos, recientemente lanzados al mercado: Quidditch through the ages (Quidditch a través de los años) y Fantastic beast and where to find them. (Criaturas fantásticas y dónde encontrarlas) -El quinto libro saldrá, tentativamente, el 18 de diciembre de este año, apenas un mes antes de la película que acaba de terminar de filmar la Warner, con fecha de estreno mundial el 16 de noviembre.
-En la Argentina, Emecé lleva vendidos 400.000 ejemplares.
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