Tourtoirac es una aldea de casas de piedra y techos a dos aguas con tejas color de vino, rodeada de bosques y praderas. Poco más de 600 habitantes viven en este decorado bucólico que bien podría servir de marco a una película ambientada en los siglos XVIII o XIX. Estamos en el sudoeste de Francia, donde los paisajes se forman entre colinas surcadas por una infinita cantidad de ríos y arroyos. El árbol recurrente de la región es el castaño, cuyos frutos salvaron a decenas de generaciones durante las hambrunas del pasado.
Aquellos tiempos quedaron en la historia porque hoy día el Périgord -un nombre que deriva de la capital local, Périgueux- es floreciente gracias al turismo y la elaboración de varios productos de origen protegido. Se la considera como la región donde mejor se cocina y se come, en el país donde mejor se cocina y se come…
Para terminar el decorado en torno a Tourtoirac, habría que mencionar varios castillos y burgos fortificados, construidos durante la Edad Media, cuando la región era disputada entre los Plantagenet de Londres y los Capet de París. Hace mucho tiempo que sus murallas solo vigilan la llegada de grandes flujos de turistas, atraídos por los paisajes, los sitios prehistóricos (está muy cerca el "hogar" del hombre de Cro-Magnon) y por supuesto la gastronomía.
Un busto de bronce
Sin embargo, en medio de tantos atractivos Tourtoirac es un poco el pariente pobre de la historia y quedó fuera de los grandes ejes turísticos locales, que se reparten entre Sarlat (un pueblo medieval que aparece en un sinfín de películas), Lascaux (su gruta se considera como la Capilla Sixtina de la Prehistoria), el Castillo de Milandes (un tiempo propiedad de Joséphine Baker), varias cavernas escénicas, el parque del Thot (que presenta varias razas de animales "prehistóricos") y pueblos fortificados como la Roque-Gageac y Rocamadour, cuyo nombre inspiró a la Maga cortazariana para bautizar a su bebé.
Ni más feo, ni más bello que los demás pueblos de la región, Tourtoirac tiene sin embargo un as en la manga. Y no cualquiera. Quien fuera su hijo pródigo se llama Antoine de Tounens. Un auténtico personaje de novela, una de esas figuras que entran en la historia de manera extravagante y se hacen un lugar en las memorias. Este Quijote del siglo XIX era el noveno de diez hermanos y hermanas. Compartía su nombre con uno de ellos y en la familia lo llamaban Orélie para diferenciarlos. El padre era un granjero acomodado, propietario de sus tierras. Tenía aspiraciones nobiliarias; a tal punto que daba el título de príncipe y princesa a su numerosa descendencia y les aseguraba que sus antepasados habían sido aristócratas y descendían en línea directa de un patricio romano.
Antoine-Orélie nació en 1825 en esa atípica familia rural que tuvo los medios para mandarlo a estudiar. Obtuvo su bachillerato, se formó en Derecho y le compraron un cargo de procurador en los tribunales de Périgueux en 1851. Nuestro personaje se convirtió así en un notable rural, ingresó a una logia masónica y su primer éxito profesional fue litigar para devolver a su familia la partícula nobiliaria que tanto anhelaba su padre. Los Tounens se transformaron en "de" Tounens, dos pequeñas letras sobre el registro civil, un inmenso salto social en la sociedad francesa de entonces, bajo el Segundo Imperio.
Cualquiera se hubiese considerado como colmado por el destino. Pero no era el caso de Antoine-Orélie. Inspirado por las aspiraciones de grandeza de su padre, considerando que el destino le reservaba todavía mucho más, preparaba desde su rutinario despacho de procurador la que iba a ser la gran aventura de su vida, una gesta que le aseguraría un lugar en la Historia con mayúsculas, la que figura en los libros.
Es este personaje salido de otros tiempos el que Tourtoirac reivindica para hacerse un lugar sobre el mapa actual del Périgord. A este personaje, también, se lo honra con un busto de bronce sobre la plaza del pueblo, que lo representa parecido a un caballero de la Edad Media, con la mirada febril y bajo una cabellera que cualquier coiffeur calificaría de "sauvage".
Antoine-Orélie de Tounens pasó de ser estudiante (cuando muy pocos podían serlo) a magistrado, y de burgués a aristócrata. Su siguiente meta fue convertirse en rey. Nada más y nada menos.
Aventureros de opereta
Ocupaba entonces el trono de Francia un sobrino nieto de Napoleón Bonaparte. Así que el personaje más ilustre de Tourtoirac buscó su reino en las antípodas, en el extremo de las Américas, ya independizado del imperio colonial español pero aún no administrado por ningún Estado constituido. Fue el efímero Rey de Araucania y Patagonia, reconocido como tal por caciques mapuches y tehuelches y tomado tan en serio por los Gobiernos de Buenos Aires y Santiago que lo espiaron, lo hostigaron y lo expulsaron en cuatro ocasiones.
Los más benevolentes de sus contemporáneos lo consideraron como un soñador o un utopista. Pero para la gran mayoría era solamente un loco. Haya sido una cosa o la otra, a un siglo y medio de su gesta lo que no se puede dejar de reconocerle es una constancia sin falla.
Hizo cuatro viajes a Sudamérica, en tiempos en donde solo llegar a la cabecera de la comarca era toda una aventura. Se enfrentó, junto a un puñado de guerreros armados de lanzas, a dos Estados, y no vaciló en compartir la precaria vida de sus súbditos. A pesar de las adversidades, nunca dejó de reclamar su trono y su título, aun siendo objeto de burlas.
Jean Raspail, un escritor de ideología legitimista (un eufemismo que se emplea en Francia para nombrar al puñado de personas que aspiran a restablecer a los Borbones en el trono) publicó su biografía novelada, donde lo describió viejo y enfermo, martirizado y ridiculizado por sus propios sobrinos, que lo llamaban Monsieur Premier (Señor Primero). Los adultos también se reían de sus pretensiones y sus reclamos para recuperar su Corona de Hierro, de manera más discreta pero no menos hiriente. El rey patagónico falleció enfermo, endeudado y lejos de su reino el 19 de septiembre de 1878 en Tourtoirac. Tenía apenas 53 años pero parecía el doble, según las necrológicas publicadas en la prensa ese día. La dura vida llevada en los Andes y las mesetas de Patagonia y los constantes viajes transoceánicos llevaron su cuerpo y su mente a situaciones extremas. Sin embargo, seguramente imaginaba que su fortuna iba a ser muy distinta cuando llegó a Coquimbo, en Chile, en 1858. Tenía 33 años y su destino todavía por delante como una promesa.
Seguramente tenía en mente las hazañas de otros aventureros que se tallaron, como él, remotos feudos en alguna parte del mundo. Y en esto los franceses no fueron los últimos, aunque la memoria colectiva se incline por lo general hacia los ingleses cuando se trata de recordar epopeyas insólitas. Se puede mencionar al azar de las páginas de las crónicas a Jean de Béthencourt (descubrió y se proclamó rey de las Islas Canarias durante la Edad Media, mucho antes de que se instalasen los españoles), Paul de la Gironière (soberano de Jala-Jala en las Filipinas), Joseph Kabris (elegido rey en una isla del Pacífico) o Gaston Raousset-Boulbon (creador de una efímera República de la Sonora en México). La lista es mucho más larga que estos pocos nombres. E incluye por supuesto a nuestro Antoine-Orélie, que acababa de llegar a Chile y tenía como objetivo alcanzar los territorios que escapaban al control de Santiago y Buenos Aires.
Un reino efímero
Como los demás monarcas, hablaba de sí mismo en primera persona del plural, tal como podemos leer en sus memorias: "Desde nuestra extrema juventud, nuestros ojos se habían fijado sin poder apartarse sobre esa parte de Sudamérica que lleva los nombres de Araucania y Patagonia. Para nos, la geografía empezaba y terminaba en esas inmensas comarcas cubiertas de exuberantes selvas".
Llegó a aquellos bosques, fríos y lluviosos, a principios de 1860, cruzando la "frontera de la civilización". Fue bien recibido por varios caciques mapuches, ante quienes defendió la idea que sustentaba toda su aventura: frente a los avances de las fronteras de la Argentina y Chile, los indios tenían que constituirse en Estado y un rey francés podía propiciar un reconocimiento de aquel país, seguido por muchos otros, como para asegurar la perennidad de aquellas tierras para sus primeros ocupantes.
Llegó a tierras mapuches con un edecán que contrató en Chile (un tal Rosales) y fundas llenas de monedas acuñadas con su efigie, un proyecto de Constitución y un sello oficial. Fue formalmente reconocido como soberano durante una asamblea reunida por el cacique Quillapan y en septiembre de ese mismo año de Tounens se convirtió en Orllie-Antoine I.
La Constitución del Reino de Araucania fue promulgada el 17 de noviembre de 1860. Se sumaron muy pronto al nuevo Estado las mesetas de la Patagonia y el primer acto oficial del flamante monarca fue el envío de un mensajero al presidente de Chile Manuel Montt Torres. Durante un poco más de un año, el soberano vivió en tolderías y siguió a grupos de sus súbditos en sus andanzas por los Andes y a lo largo de las costas del Pacífico.
Esta primera parte de sus aventuras terminó el 5 de enero de 1862, cuando cayó en una trampa preparada por Rosales, que reveló ser finalmente un espía por cuenta del gobierno chileno. Fue enviado a una celda en Arauco y su arresto llegó hasta los oídos del ministro de Exteriores de Napoléon III, oriundo como él del Périgord. El funcionario se solidarizó con el destino del aventurero y puso en marcha la potente diplomacia imperial para hacerlo liberar y repatriar. Los opositores republicanos quisieron ver en esta operación la confirmación de que el reino de Orllie-Antoine era avalado por un plan secreto apoyado por el emperador en persona. En realidad Napoléon III se enteró seguramente de la existencia de aquel procurador de provincia devenido en monarca en el momento mismo de las negociaciones para su liberación. París estaba por entonces demasiado enfocado en las operaciones de México y no podía permitirse tener otro frente en el sur del mismo continente.
Caricaturas y sátiras
Declarado insano, los chilenos lo embarcaron en una nave francesa en octubre de 1862. Antes siquiera de su llegada a la madre patria, la prensa se deleitaba con sus aventuras y encontraba en su silueta una figura perfecta para las caricaturas, un género muy popular en aquellos tiempos. La hoja satírica Le Trombinoscope del periodista Touchatout lo mostró con una corona salpicada de plumas, semidesnudo y con un anillo en la nariz. El diario satírico Le Grelot lo representó por su parte con las manos aferradas a su corona, colocada sobre una melena leonina. Se lo adivina totalmente desnudo detrás de un biombo. Esas imágenes eran diametralmente opuestas al retrato oficial que presenta a un hombre serio, vestido con un elegante traje, de mirada penetrante y con un rostro enmarcado por una abundante barba y pelo hasta los hombros.
La prensa daba la verdadera dimensión de la consideración que el público parisino tenía hacia ese rey que regresaba de los confines del mundo conocido. Orllie-Antoine I esperaba un recibimiento digno de su rango, pero de Tounens solo suscitó la ironía y la burla.
Durante varios años, se comportó como cualquier rey en exilio. Vendió honores, medallas y distinciones para sobrevivir y juntó una corte, constituida por unos pocos soñadores y muchos reidores. Entre estos últimos estuvo uno de sus sucesores, Antoine II, o Antoine-Hyppolite Cros para el registro civil. Era hijo de filósofo, nieto de gramático y hermano de un reconocido poeta e inventor (Charles Cros fue el precursor del surrealismo y desarrolló un prototipo de fonógrafo al mismo tiempo que Edison, sin que ninguno de los dos haya tenido conocimiento de los trabajos del otro). Este miembro de la corte patagónica en exilio había sido el médico particular de don Pedro II de Brasil, una función que no le impidió volcarse a las barricadas de la Comuna de París en 1871, el primer verdadero intento de gestión comunista de la historia. Fue elegido rey por poco más de un año, en 1902 y hasta su muerte al año siguiente. Había sucedido a Achille Laviarde, de quien fue ministro de Justicia en ese reino fantasma.
Tres viajes a la Argentina
Durante varios años, Tourtoirac se mantuvo muy lejos de las preocupaciones e intereses de Antoine de Tounens. Sus hermanos trabajaban y se endeudaban para financiar lo que se parecía cada vez menos a un sueño y cada vez más a una locura.
El rey patagónico hizo tres intentos más para regresar con sus súbditos, que sufrían presiones cada vez mayores de las tropas argentinas y chilenas. Esos tres intentos fueron tres fracasos. Raspail imaginó uno de ellos: "Pasé casi un año en Carmen de Patagones. Como en La Serena en 1859 y 1860, pero en peores condiciones. Solo, en una mala posada, apenas salía, me sentía incapaz de tomar una decisión y miraba en silencio transcurrir mi vida inútil, entre cuatro paredes de adobe bajo las ráfagas del pampero".
Aquellas tres tentativas de llegar a "su" Patagonia pasaron todas por la Argentina, un camino más corto y económico para las finanzas debilitadas de su familia. En 1869 estaba de nuevo en los Andes, luego de haber cruzado las pampas, una década antes de la Campaña al Desierto. Logró reunirse de nuevo con Quillapán y otros caciques y recuperó su legitimidad. Pero esa vez fueron agentes argentinos los que lo hostigaron hasta que regresó una y otra vez a Francia en busca de apoyo o del reconocimiento formal que tanto anheló y nunca consiguió.
El tercer viaje, en 1874, ni siquiera le dio la posibilidad de encaminarse hacia el sur. Fue reconocido en Buenos Aires, arrestado y enviado de regreso a Francia. Un año más tarde hizo su último intento, pero llegó enfermo al Río de la Plata. Necesitó una intervención médica en la capital argentina y fue repatriado a Bordeaux, desde donde lo llevaron a su familia en Tourtoirac.
Le quedaba poco tiempo de vida, que pasó miserablemente hasta que su gesta fue resumida sobre una estela del cementerio local. "Ici repose De Tounens Antoine Orllie Ier, Roi D’Araucanie et de Patagonie. DC à Tourtoirac le 17 7bre 1878" (aquí descansa Antoine Orllie Io, Rey de Araucania y de Patagonia, fallecido en Tourtoirac el 17 de septiembre 1878).
Su reino, que ocupó la última de las Terra Nullius de las Américas, estaba por terminar de pasar bajo el control de la Argentina y de Chile. La corte "en el exilio" que había dejado en París se transformó en una cofradía de fantasía. Su sucesor, Achille I, descansa en una tumba vecina a la suya. Achille Laviarde era otro personaje de color, un aventurero que revindicaba haber sido el amigo y el secretario de de Tounens. Nunca conoció ni intentó conocer el país cuya corona llevó entre 1878 y 1902.
El reino en la actualidad
La vida del procurador del Périgord fue sin lugar a dudas fuera de las normas. Inspiró novelas y películas (entre ellas una de Carlos Sorín). Pero lo más asombroso es que su reino siga existiendo todavía en la actualidad, aunque en el exilio y sin ninguna base jurídica.
La reciente muerte de Raspail provocó un rebrote de actividad en el "Foro de los Patagones de Lengua Francesa", el avatar en la era virtual del círculo de amigos del desafortunado monarca. El autor de "Yo, Antoine de Tounens, rey de Patagonia" era el Cónsul General de este reino que no existe más que en las conversaciones de un círculo de fantasiosos y monarquistas que se comparten títulos como "Oficial de la Corona de Acero" o "Comodoro de la Cruz del Sur"...
Hasta el día de hoy existen sucesores a Antoine de Tounens. El último de ellos es Frédéric I, un heraldista de Toulouse, que se reivindica como descendiente de San Luis por su rama materna (aunque llamativo sobre un CV, no es tan impactante cuando se sabe que los genealogistas consideran que 9 de cada 10 europeos podrían hacer remontar sus orígenes hasta Carlomagno en persona, siempre y cuando existiesen los archivos para probarlo…).
Este monarca que reina sobre un foro en la web y un grupo de fieles es nieto de un refugiado español que huyó del franquismo y se instaló en el sur de Francia. Sucedió en 2018 a Sheila Rani, fugaz regente y viuda de quien se hacía llamar Antoine IV (un educador que vivió en el sudoeste de Francia y tuvo un corto reinado entre enero de 2014 y diciembre de 2017).
Enfrentado con esta dinastía, el Consulado General reivindicado por Raspail reconoce solamente a Orllie-Antoine y a ninguno de sus sucesores. El novelista declaró incluso que luego de él, "la Patagonia tiene un solo y único rey, el viento". Mientras los soberanos emiten monedas y sellos filatélicos para mantener viva la memoria del Reino de Araucania y Patagonia, el Consulado General prefiere acciones más mediáticas, como un reclamo a los mediadores del Vaticano durante la disputa por los islotes del Canal de Beagle en 1978 y una rocambolesca expedición con fines pacifistas luego de la Guerra de Malvinas. Para recordar que las islas tendrían que haber formado parte del reino patagónico, un grupo de 31 personas embarcó el 31 de mayo de 1984 bajo la bandera de Orllie-Antoine (un tricolor de bandas horizontales azul Francia, blanca y verde) hasta el Archipiélago de los Minquiers, unos islotes deshabitados del Canal de la Mancha que son oficialmente posesión de la Corona británica en las Islas Anglo-Normandas. Los miembros del Consulado General de Aracaunia y Patagonia bajaron la Union Jack y la reemplazaron por la bandera patagónica. Y una casa abandonada fue bautizada Port-Tounens.
Parece increíble que las aventuras del ingenioso hidalgo Antoine de Tounens inspiren tales acciones, tanto tiempo después de su muerte. Probablemente él estaría feliz de seguir en las memorias, y se alegraría también del Musée des Rois d’Araucanie et de Patagonia: queda, por supuesto, en Tourtoirac, muy cerca de la casa donde falleció Orllie-Antoine. Recuerda su vida y la de su reino con documentos, monedas, tapas de diarios y hasta rocas y troncos petrificados traídos desde la lejana Patagonia. En el libro de visitas figura el nombre de Pinsen, un cacique mapuche: no se conservaron, sin embargo, las reflexiones que le inspiró la visita a un pueblo tan típicamente francés pero que mantiene esta extraña conexión con el sur de las Américas. Es lo que ocurre cada 19 de agosto, día de la fecha nacional de la corte patagónica, que se reúne solemnemente en el museo bajo la divisa "Indépendance et Liberté". Dos valores que nunca faltaron en la vida de Orllie-Antoine I.
Más notas de Historias para conocer
Más leídas de Lifestyle
“La mitad no venía a trabajar”. Nicolás Kasanzew, íntimo: su vida después de Malvinas, la “cancelación” y su actual cargo en el Senado
Momento de renovación. Los cuatro rituales para hacer durante la Luna llena de abril
"Estoy viviendo un sueño". La periodista y abogada platense que a los 60 años va por el título de Miss Universo
Terror mundial. El error humano que generó la “Puerta del Infierno”: arde a más de 400° y no saben cómo cerrarla