
JESUS QUINTERO
Es andaluz e histriónico. Vino por primera vez a la Argentina diez años atrás y lo reconocieron por El loco de la colina , su programa de radio. Ahora es El perro verde en la televisión. Un mastín empeñado en preguntas infrecuentes, reflexivo y con tiempos propios
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San Juan del Puerto es el pueblo de Andalucía donde, hijo de José y de María, Jesús vino al mundo.
-Mi padre era electricista, pero llamándose José, bien podía haber sido carpintero, ¿no? Jesús Quintero asegura que fue luna la primera palabra que aprendió en aquel pueblo de tres mil habitantes y amigos como soles. Andaluz, dice que es. Veinte años vivió con sus padres en el pueblo. Le costó abandonar la calma del lugar donde el tiempo pasaba al ritmo de las aceitunas. Un día, cuando tuvo 20, lo llamaron para decirle que a su hermano Antonio lo operaban de vida o muerte por una pancreatitis.
-Pero no lo superó. Tengo otro hermano, José, que está en Madrid, retirado ya.
Un día se fue a Sevilla. Llevaba la vocación de actor entre los dientes, vocación que su madre María acunó en un silencio sin piedad para ella misma. Y no quería morirse sin dejar semilla.
-Mi madre era una campesina, y no me confesó hasta el día de su muerte que le hubiera gustado ser actriz. Hice algunos papeles y un día un viejo locutor me dijo que por qué no intentaba lo de la radio.
Intentó lo de la radio. Le salió un programa que detesta. De tres a seis de la tarde fue un señor de sonrisa prelavada, una voz de dentífrico mentolado. Un éxito conducido por un gato de Chesshire impecablemente falso.
-Cuando me di cuenta, entré en depresión. Abandoné la radio durante dos o tres años, y volví para hacer El hombre de la Roulot. Compré una caravana, la llené de libros de viajes y de sartenes y recorrí la España perdida pueblo a pueblo. Entrevistaba a los viejos campesinos, a los cabreros, a los cazadores furtivos, pescadores. Eso terminó en el monasterio más pequeño del mundo, donde sólo hay un monje. Ahí bebí agua en mal estado y se me desencadenó una depresión tremenda.
Sí, se deprime. Bebe cada tanto la ponzoña del miedo y se deprime. Le sucedió después de su primer programa de radio, después de El hombre de la Roulot, después de El loco de la colina, y después del programa televisivo Cuerda de presos, que le dejó en el pecho el engranaje trabado de un infarto leve.
-Es que yo metabolizo. El loco fue un suceso, pero yo ya no sabía quién era el loco y quién era yo. No terminé bien. Estuve volando sobre el nido del cuco.
El loco de la colina. Un hombre ante un micrófono nadando en un universo más o menos canalla, más o menos prostibulario. Trans-currían los días de finales del franquismo y el éxito le mordió la boca hasta los huesos. El programa fue primero en audiencia durante cinco años. La locura nocturna de este personaje alucinado llegó a Buenos Aires, y a mediados de los años 80 El loco de la colina, emitido por nuestra Radio Nacional, fue la barra del bar donde se juntaban varios noctámbulos de corazón encapotado. De modo que, cuando este hombre llegó por primera vez a la Argentina hace diez años, encontró que ya lo conocían. Detalle: supo que su programa se emitía aquí cuando entrevistó a Robledo Puch en la cárcel de Sierra Chica y el Chacal lo recibió con un familiar: "¡Ah!, ¿usted es El loco de la colina?". ¿Derechos de autor? Bien, gracias.
-Cuando llegué al penal, él me esperaba con hojas en las que figuraban los temas de los que quería hablar: Las relaciones de Argentina con China, mis relaciones con Joan Manuel Serrat... Imagínate lo que a mí me importaba eso. Cuando arrancamos y lo primero que le pregunté fue por qué había matado a once personas, me dirigió una mirada que no me olvidaré nunca. De alguien que te odia, que te quiere matar.
Cuando se sacudió la resaca que le había dejado El loco, pensó en la tele. Infectar la pantalla con la intimidad y la penumbra. Y empezó El perro verde que por estos días asoma el hocico en el Canal Azul con entrevistas a Enrique Pinti, Nacha Guevara, Facundo Cabral, Héctor Tizón, el presidente Menem. Además, por el mismo canal, se ven tramos de Cuerda de presos, emitido en España dos años atrás y para el que Quintero visitó las cárceles de la península entrevistando a asesinos, narcotraficantes y ladrones. -Los monstruos no son tan monstruos vistos de cerca. Caetano Veloso decía que nadie es normal visto de cerca. Uno se pregunta qué lleva a un hombre a pasar el límite, la frontera, y transformarse en monstruo. Yo me imagino a ese hombre cuando niño, con dos años...
La idea nació con el suicidio de un condenado. Rafi Escobedo, niño bien de la sociedad española acunada en almíbar, había sido condenado a dos penas de 26 años por el doble asesinato de los marqueses de Urquijo. Como las autoridades penitenciarias le negaban el derecho a salir de su celda, le envió una carta a Quintero prometiendo suicidio si las condiciones no cambiaban. La entrevista se hizo, pero nada cambió y Rafi amaneció colgado en su celda de la prisión de El Dueso, el 27 de julio de 1988.
-En esos días iba caminando por la playa y un paisano me gritó: "Has tenido suerte con que se matara". Mi popularidad iba a aumentar, ¿te das cuenta?
El 27 de enero último, él y 19 personas más editaban material grabado en una productora de Córdoba y Suipacha. A las ocho de la noche dos hombres armados obligaron a todos a tirarse al piso y después de casi una hora de pánico minucioso se alzaron con 10.000 dólares, 3800 de los cuales eran de Quintero. Los llevaba en el bolsillo. Como intentó levantarse y correr hacia la puerta, se llevó de recuerdo un culatazo en la mejilla y un encierro en el baño. Y ahora, después de haber sido asaltado a punta de pistola por primera vez, dice que lo que le interesaría hacer con estos hombres es una sola cosa: entrevistarlos.
-Desde luego que esto no ha cambiado mi forma de ver las cosas. A mí me parece que es mejor sufrir la injusticia que cometerla. La cárcel es un reflejo de lo que sucede afuera, y no voy a caer en la condena ahora que me ha tocado a mí. Mi postura sigue siendo la misma con relación a la violencia. Los perseguidos persiguen. Los violentos de hoy padecieron la violencia de ayer. Una vez le pregunté a Joan Báez qué hacía cada día en su casa en Londres, y ella me dijo que se levantaba a las doce de la mañana, y le traían a su niña, y escuchaba música clásica, y le dije que así debía ser muy fácil ser pacifista. Porque no es lo mismo a que te levantes en villas miserias, rodeado de violencia, de mugre y de desesperación. No sé cuántos medios de comunicación me han llamado por esto que sucedió, pero muchos más que por los programas que hago. Esto es un circo y así están las cosas. Una persona ve en la televisión a unas chicas bailando sobre una tabla de surf, a las estrellas del rock, al consumismo, y en un día de desesperación toma la pistola y va a tomar el dinero por su cuenta, porque nunca lo ha tenido. La razón profunda es la desigualdad. No es posible que la mitad del mundo se muera de hambre y la otra mitad de colesterol.
En el set porteño donde graba las entrevistas no hay gritos ni nervios, y todos parecen más dispuestos a tomar un café que a discutir sobre dónde poner la cámara. La Mujer del Año, la monja africana que trabaja en Córdoba, Teresa Varela, se sienta a la mesa y él desliza la primera pregunta: "¿Puede una monja ser papa u obispo?" Y Teresa se ríe, sorprendida, y dice que no, y él pregunta si eso es machismo, y ella mueve la cabeza como una flor y vuelve a reírse, y después de varias preguntas él le pide rezar un padrenuestro a dúo y ella lo toma de las manos. Y reza.
-Cuando le propusiste rezar el padrenuestro en cámara, ¿no fue un borde peligroso, rozando lo efectista?
-Es que yo metabolizo a los personajes. Teresa Varela es un ser bueno, generoso, que da su vida por los demás, y yo me sentía realmente ante la Madre Teresa. Me engancha mucho la espiritualidad. No la de los que aparecen a finales de siglo, echadores de cartas, adivinos, acupunturistas, sino cuando de verdad está uno ante alguien que sabe, como Teresa.
-¿Los silencios no se transforman en un tic, un gesto que repetís porque sabés que resulta?
-No, los andaluces tenemos un sentido del tiempo heredado de los árabes. El silencio es, primero, para que te salgan las palabras de verdad, para que hables de dentro para afuera. En segundo lugar, tu silencio subraya lo que ha dicho el otro que puede ser interesante, y en tercer lugar, le da tiempo al espectador para que reflexione sobre lo dicho. Al entrevistado hay que mimarlo, cuidarlo, estudiarlo hasta que le puedan salir las cosas, pero en la agitación de las palabras no le sale nada. Los andaluces hablamos así. Yo me siento con el otro y el otro me cree. Se da cuenta que no le voy a dar una puñalada, que no lo llevo ahí como a un escaparate, y cuando se establece ese clima brota el ser humano, la entrevista.
-¿Nunca te aprovechaste de eso?
-No. Yo creo que nunca he pasado la frontera al amarillismo. Los personajes que yo busco no tienen nada que vender. Proporcionan momentos de desgarro, de lucidez, de pasión, que no te dan los que no cuentan lo que no quieren contar. Me acuerdo cuando entrevisté al Beni, de Cádiz, un cantaor de flamenco. Le pregunté: "¿Cuántos años tiene Cádiz?", sabiendo yo que Cádiz tiene 50 años más que Atenas y que es la ciudad más antigua de Occidente. Y me contestó: "¡Mire usté´ si Cádi´ e´ antiguo, que no tiene ni ruina!" Extraordinario. Todo ser humano tiene derecho a una entrevista. Claro que una entrevista no es un hombre. Lo único que tengo claro en comunicación es lo que no quiero: el morbo, la basura, el comercio con la tragedia y el dolor, la dictadura de las audiencias, la falta de interés, de profesionalidad, de ideas. Pero si la multitud de finales de siglo está distraída y se siente a gusto con la televisión fecal de hoy, allá ella. No siempre la mayoría tiene razón. El periodista independiente es el que sale más golpeado. En los tiempos en los que no hay censura, los periodistas sabemos cuál es la censura. No le vas a pedir a un periodista que informe en la NBC de la Central Nuclear de la General Electric, si la NBC es de la General Electric. Todos tienen un compromiso con el dinero. ¿Hay más libertad en los medios cuando uno llega a una emisora de radio, a un periódico o a una teve y ya sabe quién es el enemigo de la casa? En las televisiones, el criterio es la cifra de venta, y en las televisiones estatales, el criterio es las veces que va a salir el presidente, y si es en medio de un partido de fútbol, mejor. En Sevilla, su casa duerme a la sombra de la catedral. De noche, cuando la catedral se apaga, Jesús juega al farolero y enciende los reflectores de su terraza para iluminar las piedras somnolientas. Tiene otra casa en Los Caños de Meca, un lugar cercano a Cádiz, a una hora de barco de Tánger. Los nombres de las ciudades del mundo le llenan la cara de un brillo de fiebre. Se dice nómada. Se dice legionario de la orden de los que están yéndose siempre. -Cada tanto desaparezco, porque no me mueve el dinero. Me he arruinado tres o cuatro veces en mi vida. Ahora estoy en una de ellas. En la emisora llevé tres años perdiendo dinero todos los meses, no sirvo para guardar. No vengo a América por dinero. Quiero hacer un programa para el mundo de habla hispana y si Colón partió de Palos, por qué no voy a partir yo de Buenos Aires. Si no trabajo, bajo los techos, bajo el nivel. Vivo con lo justo. Nunca seré yo un nuevo rico. Siempre seré un antiguo pobre."
Hay quienes lo idolatran, quienes lo admiran y quienes critican lo que creen una impostura: su pose de pensador, su rara insistencia en una estética pirata a base de capotes, charreteras, camisas de cuellos amplios, mangas abuchonadas, pañuelos al cuello. Un aire de soberano del otro siglo, poeta desgraciado, corsario sin barco. Es amable. Pero la flor de su secreto permanece esquiva.
-Es que soy mejor preguntando que cuando me preguntan. Me cuesta entregarme. Hay un tío, Nabokov creo, que le decía al periodista: "A ver, hágame la pregunta". Luego se iba a aquella mesa, le escribía la respuesta y se la traía. Eso es cojonudo.
Arrastra las eses y se clava en las jotas. Su voz dibuja un recodo de olas suaves en las pausas y después cae, goteando lento. El rostro inocente y la voz culpable de toda culpa. En la mar de su influjo le han confesado crímenes, amores, ruindades. Sus entrevistados se acercan al canto de sirena, sin tomar precaución, a pecho abierto y corazón desnudo.
-Una pregunta inocente puede despertar la mejor respuesta. Eso de arrancar sorprendiendo al otro es para conocer su dimensión, porque yo en dos minutos debo tener claro si tengo delante un toro o no. Estoy bien cuando me gusta el otro, cuando hay toro.
Publicará un libro junto a Antonio Gala sobre el sentido de la vida, el paso del tiempo, los paraísos perdidos. Temas anacrónicos para estos años de metal y dientes, pero él busca su estado de gracia en esas orillas: sitios donde la ilusión se mezcla con el desamor y las preguntas. Puesto a contar, habla de la soledad, pero no de su soledad; de amores, no de su amor; del tiempo, no de su tiempo. Pregunto por sus propios paraísos perdidos.
-¿Si te dijera el vientre de mi madre? Y de ahí me expulsaron. -Se ríe. Hasta la nuca. Tiene una sonrisa fresca. Un vaivén de agua empozada. -Los años te permiten sacar algunas conclusiones. Por ejemplo, que la experiencia no sirve para nada. En el amor, no sirve para nada. No sé... mi obsesión ha sido recuperar la alegría.
-¿Y cuál fue tu último recuerdo de la alegría?
Entona, como quien cuenta un cuento, una nana nocturna, una infidencia. -Los ojos de una niña que se llama Lola. Mi niña. Y que tiene 4 meses.
Ahora empieza el ripio. La mirada en algún pliegue del mantel y un punto de luz en medio de una montaña. De noche.
-¿Es tu hija?
-Sí.
-¿Es tu primera...?
-No, mi segunda. La otra tiene cinco años y se llama Andrea.
-¿Viven en Sevilla?
-En Madrid y Barcelona.
-Duele tener los hijos lejos, ¿no?
-Psss... bueno, algún día tendrán que saber que yo soy nómada y no sedentario. Y me gustaría que fueran también así.
-¿Las madres de ellas son nómadas, o te quisieron hacer sedentario?
-Ja ja ja ja...¿has visto que he empezado a sudar? Porque no suelo hablar nunca de eso, y no debo.
-¿Por qué?
-Porque...esas cosas son difíciles de explicar. Desde luego, los momentos más hermosos de mi vida van unidos al amor. A los primeros momentos, al golpe de pólvora. Pero eso se pasa, porque uno hace la escultura y a los dos años, uno toma el martillo y destruye la escultura. Eso es terrible. Después siempre hay un naufragio, y yo no soy de los que necesitan sufrir como esos poetas románticos que después del abandono hacían poemas maravillosos. Yo me paralizo, no puedo hacer ni radio, ni televisión, ni nada. Lo aprovecho para adelgazar. Sufrir me hace adelgazar. Quizá, he hecho sufrir a alguien, pero no me gusta herir. Mi madre me dejó eso, de lo buenita persona que era.
-Hablás mucho de tu madre, pero de tu padre...
-No, no, no hablo nunca de ellos, hablo contigo, pero no hablo de ellos. Entre otras cosas porque dicen que cuando los artistas hablan mucho de su madre son sospechosos.
-¿Sospechoso de qué? -pregunto, aunque sé que es trampa.
-Ja ja ja... de todo lo contrario de lo que estábamos hablando antes.
-¿Te da miedo que piensen eso?
-No, qué me va a dar miedo, no.
Se ríe hasta los dientes, otra vez, quizá pensando en Lola, cachorro dormido en la España que profesa. -La última vez que la vi fue cuando salí de España, y será lo primero que mire cuando vuelva. Pero todavía no voy a detenerme. Qué mal, ¿no? Pero para mí, la vida es el camino. La meta no tiene ningún interés. Ni siquiera la cumbre, porque después de la cumbre lo que puede venir es la ladera. Detenerme, todavía no. Aunque empiezo a pensar dónde me detendría. A lo mejor no es un paisaje. A lo mejor es una mirada. Entonces ahí ya dices tú aquí me quedo y todo lo demás no importa.
Y todo lo demás, tampoco.





