
La canción de la alegria
Señor Sinay: Leo sus columnas con alegría y esperanza. Encuentro siempre una mirada positiva e instructiva y tengo una inquietud para compartir. ¿Por qué a tanta gente le molestan las personas contentas, conformes, las personas que no se quejan, que están satisfechas consigo mismas, que ven el medio vaso lleno, las que no critican a su pareja, las que disfrutan de la vida, las personas apasionadas, felices. ¿No es una paradoja? ¿Por qué en vez de enojarse porque el otro está contento, no se contagian o indagan qué es lo que éste ve y ellos no?
Dolores Rueda (Bella Vista)
He aprendido que estar con aquello que me gusta es suficiente», dijo alguna vez el extraordinario poeta, periodista y ensayista estadounidense Walt Whitman (1819-1892). Más que eso, Whitman escribió Hojas de hierba, un libro único, inmortal, que rompió con las tradiciones de la poesía e influyó en la prosa que seguiría de ahí en más. También caló en el espíritu de su tiempo y en el de los que vendrían. Borges, exquisito y luminoso traductor y prologuista de Hojas de hierba, vaticinó que «centenares de años pasarán antes de que el lenguaje de Whitman sea una lengua muerta». Y acaso no lo sea nunca. Buena razón para volver a él es la inquietud de nuestra amiga Dolores. Entre los cantos que componen este libro maravilloso hay uno que es cumbre de la lírica y del humanismo y que jamás dejará intacto a quien lo lea. Se trata del Canto de mí mismo. Allí escribe Whitman: «Bienvenido cada órgano de mi cuerpo y cada atributo y los de cualquier hombre sano y limpio/ Ni una pulgada, ni una partícula de pulgada es vil, y ninguna debe ser menos querida que las otras». Y sigue: «Estoy satisfecho, veo, bailo, me río y canto/ cuando la compañera amorosa que comparte mi lecho duerme a mi lado y se retira al amanecer con pasos furtivos.»
Nunca nos da tanta alegría estar con aquello que nos gusta como cuando lo que nos gusta somos nosotros mismos. Eso ocurre cuando hemos encontrado un sentido a nuestra vida, cuando hemos descubierto (como dice la terapeuta junguiana Jean Shinoda Bolen) la razón por la cual nos da alegría levantarnos cada mañana y por la cual nos acostamos agradablemente cansados en la noche. «¿Qué tipo de vida imaginas que daría causa a tus potencialidades y con la que estarías en armonía física, psíquica y espiritual?», pregunta Bolen en El sentido de la enfermedad. Estas preguntas acompañan nuestra existencia aunque no seamos conscientes de ellas. No hay respuestas hechas, no se consiguen fuera de nosotros. Y mientras no las formulemos, nos acompañará el descontento. No importa si somos exitosos, poderosos o ricos. No son el dinero, el poder, la fama, el sexo o los bienes acumulados los que generan la respuesta. Y mucho menos la simple, fatua, vana y efímera diversión. Diversión y alegría no son sinónimos. Hay, hoy y aquí, demasiada diversión (que pasa por los sentidos) y poca alegría (que se percibe en el alma).
Cuando hay alegría, el ser entero está en armonía interior y, a su vez, está en concordia con el mundo, con los otros. Cuando no es así, la alegría de los otros nos enfrenta a nuestro propio descontento, a la deuda emocional y espiritual que tenemos con nosotros. Cuando tengo respuestas a las preguntas que sugiere Bolen, la alegría del otro es también mía, me contagia, resuena en mí. Y mi alegría es de los otros, contagia. Si no, producimos sólo diversión, bullicio, ruidos molestos.
Es interesante la pregunta final de Dolores. Podríamos reformularla así: ¿Qué hace él o ella para sentir su alegría y qué puedo hacer yo, a partir de mí, con mis recursos, viviendo mi vida, para alcanzar una alegría así, genuina y propia? Aquello que nos alegra nos mejora. A menudo lo que nos divierte nos intoxica. «La alegría es para el alma su lucero del alba», dice bellamente el filósofo francés André Comte-Sponville.
Volvamos a Whitman. El Canto de mí mismo es una celebración no sólo de la humanidad, sino de la totalidad encarnada en cada individuo y de la unicidad de lo existente. Empieza así: «Yo me celebro y yo me canto/ Y todo cuanto es mío también es tuyo/ Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca». Olvidar que somos parte de un todo, pretender que esa totalidad se amolde a nosotros, postergar las respuestas a las preguntas con las que se amanece cada día, es una manera de sembrar la semilla del descontento. Sofocarlo con diversión o descalificar la alegría del otro, significa postergar lo prioritario: aprender a
El autor responde cada domingo en esta pagina inquietudes y reflexiones sobre cuestiones relacionadas con nuestra manera de vivir, de vincularnos y de afrontar hoy los temas existenciales. Se solicita no exceder los 1000 caracteres.







