
La guerra de los piropos y los géneros
Días atrás, en Miami, entré a una boutique a comprarme un vestido. "No parecés argentina", me dijo el vendedor egipcio. "¿A quien conocés de la Argentina?", le pregunté. "Ricki Fort es muy cliente nuestro, y a nuestra ropa la lucen sus amigas", aclaró.
Cuento esta historia para que me crean que el vestido era realmente muy, muy llamativo. Colorado, con "diamantes" gigantes en el cuello, gran tajo y muy estructurado, parecía sacado de los últimos capítulos de Dinastía. De hecho, me lo llevé de regreso a Nueva York para usarlo en una fiesta de disfraces de los años 80. Para completar el look, spray flúo en el pelo.
A la fiesta fui con dos amigas. Una española vestida a lo Roxanna Arquette en Buscando desesperadamente a Susan (o "de fulana", como resumió ella), y la otra de Filadelfia, con el pelo rubio rebajado enormemente batido y look total Farrah Fawcett en Los ángeles de Charlie. Era hora pico y fui en ómnibus a la fiesta. "Farah", con los hombros descubiertos a pesar de la nieve afuera y kilos de pestañas postizas, pasó a buscar a su marido (que la esperaba de Don Johnson en Miami Vice) por la oficina de una firma muy conservadora. "Roxana", moño de tul en el pelo y calzas hiperadherentes rotas en lugares estratégicos, pasó a buscar a uno de sus cuatro hijos por lo de un compañero de escuela. La historia fue igual para las tres: nadie, nadie, nadie nos miró.
Ésa es una de las cosas únicas, para bien y para mal, que tiene la Gran Manzana. Por una mezcla de respeto al ethos de "aquí cada uno hace lo que quiera", culto al individualismo, corrección política y pánico a los juicios por acoso sexual, no importa cuán provocador o estrafalario uno vaya por la calle, parecería que nadie silba, grita, comenta, suspira o insulta. Lo cual es a la vez liberador y triste.
Por eso, me resultó inesperada una gran nota en The New York Times sobre la artista del área de Brooklyn Tatyana Fazlalizadeh, que en la actualidad está desarrollando un proyecto titulado "Dejen de decirles a las mujeres que sonrían".
Se trata de gigantescos posters con las caras de mujeres bruscas, enojadas o simplemente muy serias, con las que está cubriendo las paredes de su barrio a la manera de los grafitis. La idea de esta particular artista es transmitir a los hombres que decir a las mujeres algo que hasta podría sonar inocente (aparentemente "sonríe, bebe" es de lo más usual por aquí) representa convertirlas en objeto y está mal.
Causó sensación. La mayor parte de las lectoras del periódico neoyorquino la aplaudieron como verdadera baluarte del feminismo. Apenas unas pocas voces sugirieron que habiendo problemas de hambre, guerra, recesión, falta de sistema de salud eficiente y demás considerar que el mensaje de esta artista era merecedor de tanto espacio en el diario no parecía sensato.
Otros se quejaron de que la artista decidiera vandalizar con sus posters la propiedad privada ajena por estar ofendida por los piropos que supuestamente recibe en las calles de la ciudad, ("esta mujer es criminal, no una cruzada", escribió un lector).
Para mí sigue siendo simplemente sorprendente que tanta gente le haya gritado por la calle como para que esta mujer sienta que la sociedad necesita de su arte para cambiar esa conducta establecida.
O quizá, debería mudarme de barrio para verlo. En todos los medios y series de televisión se insiste en que Brooklyn es donde hoy pasa todo –hasta las llamadas "guerras culturales"– y puede ser que esto sea, al fin de cuentas, una nueva prueba de que es efectivamente así .
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