La regata más larga del mundo: 12 veleros y 712 novatos
La Clipper World Race, que recorrerá en total 40.000 millas náuticas, llegó a Punta del Este; ahora navegan hacia Ciudad del Cabo
¿Quién no ha soñado alguna vez con tomarse el buque y dejar todo atrás? Dejar en tierra certezas y rutinas y lanzarse al futuro sin cálculo. Seguir el consejo de Mark Twain que decía: "Dentro de 20 años lamentarás más las cosas que no hiciste que las que hiciste. Así que suelta amarras y abandona puerto seguro. Atrapa el viento en tus velas. Sueña. Explora. Descubre".
Esa fantasía con la que tantos hemos coqueteado, unos pocos tuvieron la valentía -o la locura- de llevar a cabo, entre ellos los 712 tripulantes de la regata más larga del mundo, la Clipper Round the World Race.
La Clipper recorre 40.000 millas náuticas en ocho etapas a lo largo de once meses en los que cruza tres veces el océano Atlántico, una vez el Pacífico y una vez el Índico. Miles de postulantes de todo el mundo, sin experiencia náutica, respondieron a la convocatoria de la undécima edición de la carrera. Finalmente, los 712 tripulantes de los doce veleros representan a 41 países, con el tripulante más joven de 18 años, la edad mínima permitida, y el mayor, de 76. Son 514 hombres y 198 mujeres, entre los que hay carpinteros, maquinistas de tren, bomberos, amas de casa, bartenders, ingenieros, estudiantes, dentistas, políticos, un entrenador de caballos y un maestro de yoga.
Esta travesía, uno de los mayores desafíos del mundo en navegación deportiva y una prueba de resistencia como ninguna otra, fue creada hace 22 años por sir Robin Knox-Johnston, el primer hombre en dar la vuelta al mundo en una regata sin escalas ni ayuda, en 1968-69.
Después de zarpar de Liverpool el 20 de agosto y tras pasar 32 días cruzando el Atlántico, los doce veleros de gran porte llegaron a Punta del Este con la primavera.
El 4 de este mes zarparon nuevamente con destino a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. De allí seguirán su ruta tocando cuatro puertos en Australia, para más tarde arribar a China. La aventura continúa con el cruce del océano Pacífico hasta Seattle, Estados Unidos, donde bordearán la costa oeste, cruzarán por el canal de Panamá y llegarán a Nueva York. El tramo final unirá esa ciudad con Londonderry, Irlanda.
Uno de lo barcos, el Greenings, lleva al más joven de todos los hombres, Jonas Rostan, un estudiante alemán de 18 años, y a la mayor de todas las mujeres, Linda Mc Davitt, una texana de 70. También viajan un español gerente de hotel de 43, un radiólogo polaco de 50, un podólogo inglés de 72, y Lucas Canga, el único argentino, un médico de 46 años doctorado en neurociencias y residente en Santiago de Chile.
Razones sobran
Cada uno tiene su motivo para haber puesto su vida en pausa durante casi un año. La de Canga fue un afiche de la carrera que vio en Londres: un hombre vestido en su mitad derecha de traje y su mitad izquierda con campera náutica. De pronto, el sueño de los 15 años que compartió con su compañero del Liceo Naval de dar la vuelta al mundo en barco volvió como si no hubieran pasado treinta años. Se anotó, tuvo varias entrevistas y quedó seleccionado. Entonces vinieron las charlas con su novia chilena, que incluían posponer los planes de casamiento y la preocupación de su hijo que había leído sobre accidentes mortales en ediciones anteriores de la Clipper y pretendía disuadirlo. Pero nada detuvo a Lucas. "Les quiero dejar a mis hijos la idea de que tienen que hacer lo que desean, que sean valientes con la vida y con lo que sueñan".
La vida en el barco no es fácil. Lo primero que se pierde es la individualidad; las condiciones imponen dejar de lado cualquier amago narcisista para ser parte de un engranaje que debe funcionar a la perfección y que no admite distracciones. Sólo así pueden enfrentar tormentas con olas grandes como montañas -en la edición anterior de la Clipper se registró una ola de nueve pisos de altura-, vientos de hasta 150 kilómetros y días de 40 grados. Se come lo que hay, se duerme poco y la próxima ducha queda a un mes de navegación. La comunicación con el exterior se limita a un mail por semana y media hora de teléfono por mes. El equipo se reparte en dos guardias, pero el mar no respeta horarios de descanso ni pide permiso.
Lucas Canga bajó ocho kilos a bordo -navegar consume 5000 calorías diarias- y no hubo día que no se preguntara qué estaba haciendo en medio del océano, rodeado de extraños, asumiendo riesgos y lejos de su vida confortable. No tenía mucho lugar para pensarlo, apenas 20 metros de cubierta, ni mucho tiempo libre para cavilaciones. Y siempre se respondió que precisamente eso es lo que había ido a buscar, una mejor versión de sí mismo.
El mar es una gran pregunta. Los tripulantes del Greenings lo sabían antes de embarcar, pero nunca hubieran pensado que, de todos los imponderables, podía ocurrir que el capitán sufriera un accidente y tuviera que dejarlos a las pocas millas de iniciada la regata. Navegaban cerca de la costa portuguesa cuando, a las cinco de la mañana, el capitán David Hartshorne, un profesional del mar de 52 años, se enredó con una línea y se hirió gravemente la mano izquierda. Los primeros auxilios a cargo de uno de los tripulantes, que es cirujano, permitieron aguantar la llegada del helicóptero que lo llevó a Porto. La tripulación tuvo que asumir entonces el mando y llevar el barco hasta la costa, pero Hartshorne no se recuperó y los organizadores enviaron otro capitán para el Greenings. El accidente también se llevó el ánimo del maestro de yoga, el suizo Alex Baechler, que desistió y se quedó en tierra portuguesa.
La regata recién empieza. En cada puerto esperan las novias, los maridos, los hijos, los amigos. También una cama confortable, comida abundante y una ducha caliente. Cada puerto es una tentación de retomar la vida anterior, volver a las rutinas predecibles y tranquilizadoras.
La novia de Canga estuvo en Liverpool agitando el pañuelo y primera en la fila en Punta del Este esperando la llegada del Greenings. Si otros vacilan, Canga se subiría al barco una y mil veces, o al menos eso dice por ahora. Está seguro de que llegará al final y sólo entonces volverá a Santiago, retomará los planes de casamiento y atenderá los pendientes acumulados en su escritorio de Momentum, la consultora que dirige.
Y ya nadie le sacará los cielos estrellados del mar ni la enorme satisfacción de haberse puesto a prueba y haber torneado una mejor versión de sí mismo. En palabras de un auténtico domador de océanos, sir Robin Knox-Johnston: "Navegar trasciende las fronteras del lenguaje, los territorios y las culturas. Es el deseo del hombre frente a la naturaleza".
Quienes escuchen el canto de sirenas ya pueden navegar por la web de la Clipper World Race 2019-2020 y anotarse para la próxima gran aventura a vela.
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