Aunque siempre había hecho actividad física, ese día Gabriela Cosentino sintió que su cuerpo no iba a tolerar un entrenamiento más. Estaba atravesando una etapa difícil en su vida: estresada, con varios temas profesionales y personales en juego, hacía varias semanas que la acompañaban molestias y dolores intestinales cada vez más intensos. Creyó que eran producto de la gastritis que padecía desde chica y que había permanecido inactiva por un tiempo.
Hasta que ese día no se pudo levantar de la cama. Tenía mucho dolor, además de ardor en la boca del estómago, se sentía muy hinchada y no se podía mantener erguida. Además estaba con mareos y náuseas. Pasó acostada cuatro días hasta que logró juntar fuerzas para consultar con un gastroenterólogo, que le pidió análisis de sangre y una serie de estudios. Cuando regresó con los resultados le dieron la noticia que temía: era celíaca. "En la biopsia se vio que tenía el intestino muy dañado, con las vellosidades severamente atrofiadas. Lo primero que tuve que investigar fue sobre los alimentos que contienen gluten. Y aprendí que está presente en muchísimos productos que ni imaginamos: fiambres, salsa de soja, caldos industriales, saquitos de té, aderezos, helados, golosinas".
Comenzó la dieta y sus familiares y conocidos le repetían: "vas a ver que en poco tiempo vas a sentirte bárbara otra vez". Pero las semanas pasaban y Gabriela se seguía sintiendo mal, no podía digerir la comida, tenía reflujo, ardor, perdía peso, estaba anémica y débil. Para completar el panorama, los resultados de una densitometría indicaron que, además, tenía osteopenia (un paso previo a la osteoporosis) y a todo eso se sumaba que cada vez le costaba más conciliar el sueño por las noches, se acostaba agotada y se despertaba de madrugada sin poder volver a descansar.
Muchos diagnósticos, ninguna certeza
Y así empezó su "rally" por diferentes médicos y nutricionistas. "Las personas que nos enfrentamos con estos diagnósticos tenemos que hacer frente a todo tipo de obstáculos. Uno de ellos, y no el menos complicado, es el cambio en nuestra vida social. Enfermedades como la celiaquía, aunque muy comunes, son desconocidas por la mayoría en cuanto a qué implica. Por ejemplo, el peligro de la contaminación cruzada: al principio, incluso mi propia familia pensaba que estaba exagerando cuando yo pegaba un grito si alguien tomaba mis cubiertos para cortar el pan, la milanesa, las papas fritas. O cuando alguien hacía un asado y ponía el pan en la parrilla al lado de la carne, el pollo o las verduras que yo iba a comer".
Pero, con el tiempo, Gabriela aprendió a educar a las personas, a no sentirse incómoda y a que los demás no se sintieran incómodos tampoco cuando, por ejemplo, preguntaba acerca de todos los ingredientes de un plato en un restaurante. También aprendió que lo mejor y más fácil para ella era llevar su propia comida cuando no estaba en su casa. "Y a pesar de haber adoptado la dieta sin gluten a rajatabla, seguía sintiéndome mal, bajando de peso, sin energía y ¡sin dormir! El día que volví a la consulta con la gastroenteróloga, me largué a llorar. No podía más. La doctora me recomendó que eliminara los lácteos porque muchas veces la celiaquía viene de la mano con la intolerancia a la lactosa. Así que dejé de tomar la poca leche que tomaba, dejé de comer queso y yogur".
Estaba enojada y frustrada. Los ardores y dolores intestinales continuaban. Por eso le hicieron una nueva biopsia de control y, además de la celiaquía, descubrieron que tenía gastritis erosiva y esofagitis por reflujo. Luego, se agregaron episodios de colon irritable que la dejaban sin fuerzas ni para caminar. Más adelante, le diagnosticarían otra enfermedad autoinmune que produce una inflamación a nivel microscópico a lo largo de todo el colon y se puede asociar con la enfermedad celíaca.
"Un día, una compañera del gimnasio se me acercó y me comentó que no me veía bien. Cuando le conté lo que me pasaba, ella me recomendó una nutricionista que había ayudado mucho a su hijo autista con una dieta sin gluten ni lácteos. Yo ya no tenía ganas de seguir rotando por más médicos o especialistas pero me insistió tanto que al final accedí. Al salir del consultorio de la nutricionista estaba más que confundida y pensé que no era capaz de seguir cambiando mi dieta todo el tiempo. Ya había eliminado el gluten y los lácteos ¡y con eso no era suficiente! Además, siempre hice mucho ejercicio y entrenaba varias veces por semana. Sentí que no iba a tener suficiente fuerza para hacer todo lo que yo estaba acostumbrada a hacer".
La nutricionista había indicado que Gabriela sólo comiera comida natural, sin procesar, y verduras cocidas para poder digerirlas mejor. Tenía que eliminar los lácteos por completo, los edulcorantes, las gaseosas, el café, las harinas -inclusive las aptas para celíacos-, la carne y las verduras crudas. "Me di cuenta que, si bien yo no estaba ingiriendo lácteos, muchos productos tenían leche agregada, como por ejemplo las galletitas sin gluten, algunas galletas de arroz, aderezos, barritas de cereales. Así que ¡otro cambio más! Miraba bien los ingredientes de cada producto que compraba y empecé a comer más comida natural, sin procesar y sin químicos. Poco a poco me fui sintiendo mejor y fui recuperando el sueño, la energía y la tranquilidad de poder sentarme a la mesa sin sentir pánico de cómo me iba a caer la comida.
El camino hacia el bienestar
Durante ese proceso se propuso investigar y conocer en detalle las causas, los síntomas y el tratamiento de sus problemas. Probó varias otras alternativas como homeopatía, reiki, decodificación biológica, acupuntura. Pero siempre se quedaba con la sensación de que nadie la estaba mirando y tratando como un todo. "Gracias a la recomendación de una amiga, me anoté en el curso de Health Coach en IIN (Institute for Integrative Nutrition), en Nueva York. Y esto fue decisivo. No sólo estos estudios me ayudaron a terminar de encontrar mi punto de equilibrio hacia una vida sana, plena y feliz, a sentirme bárbaro, con mucha energía, aprender a escuchar a mi cuerpo y a entender qué me hace bien y qué debo evitar comer, sino también me dieron las herramientas para transmitir mi experiencia y conocimientos a otras personas, para darles una mano en el camino de recuperar su salud, perder peso, hacer ejercicio, comer mejor y tener más energía".
Durante todo el tiempo que transcurrió entre el primer diagnóstico y su recuperación, el deporte fue uno de los pilares en su búsqueda hacia bienestar. Siempre le había interesado mantenerse activa, pero había decidido volcarse al deporte y a la actividad física como herramienta para sentirse con más energía y mejor. Para poder focalizarse y estar bien de ánimo.
Empezó a correr un verano de vacaciones hace siete años y desde entonces corrió cinco medias maratones (21 kms.), dos maratones en Nueva York (42 kms.) y este año se embarcó en el desafío de entrenar para un medio Ironman en noviembre (1,9 kms. nadando, 90 kms. en bicicleta y 21 kms. corriendo). "Descubrí que mi mejor terapia es el deporte. El año pasado aprendí a nadar para poder anotarme en esta competencia. ¡Cada día que pasa me sorprendo más de la capacidad de adaptación del ser humano! Siento que avanzo y que llego paso a paso a mi próximo objetivo. Me llena de alegría, me siento realizada, estoy cada vez en mejor estado físico, cada vez me conozco más a mí misma y cada vez aprendo de mis limitaciones y de mis sacrificios. ¡La mente es tan poderosa que es realmente asombroso!".
Como parte del proceso de búsqueda y de cambio Gabriela escribió el libro "Health Coach. Elegí Bien-estar". La primera edición se agotó en Uruguay (donde reside actualmente) y la segunda ya está disponible en la Argentina. Además fundó junto a sus dos socias, Natalia Bruchilari, Lic. en Nutrición, y Micaela Conesa, Chef Gourmet saludable, la Consultora Elegí Bien-estar, cuyo objetivo es ayudar a la gente a realizar cambios perdurables en su estilo de vida. "Esta es mi hoja de ruta y a pesar de todas las adversidades vividas durante estos últimos años puedo compartir que hoy me siento muy bien. Y que mi estilo de vida saludable va mucho más allá que una dieta sin gluten, ya que aprendí a escuchar a mi cuerpo, conocer mis necesidades y entender qué es lo que me hace bien y lo que debo evitar. Todo pasa por la actitud: a través de mi experiencia, puedo asegurar que lo más importante es no darse por vencido, pensar en positivo, cualquiera sea el desafío que tengamos en nuestras vidas, mirar para adelante, y rescatar lo bueno ante la adversidad, para sobrellevar nuestras cargas y realmente sentirnos realizados. Nuestra actitud es la que va a determinar el éxito en nuestro camino y por ende nuestra felicidad al sentir que cumplimos con nuestras metas".
La voz del especialista
La Dra. Adriana Pistochini es odontóloga de la Dirección Nacional de Salud Bucal de la Universidad Maimónides y especialista consultada por Sunstar Gum y en este audio explica cuáles son los síntomas de la celiaquía en la boca.
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