
Llegar al Colón
El Instituto Superior de Arte del gran teatro cobija sueños, pasiones y desencantos de cientos de jóvenes que, cada año, buscan un lugar en su escenario
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Vaya a su videoclub amigo y alquile Fama y Billy Elliot; luego largue un lagrimón releyendo Las zapatillas rojas, de Hans Christian Andersen y las memorias de María Callas. Mezcle todo y agregue una buena dosis de realidad argentina. El resultado final es la escuelita de los sueños, o el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.
Aquí se formaron Julio Bocca, Maximiliano Guerra, Iñaki Urlezaga, Paloma Herrera y Eleonora Cassano. En la ópera, Virginia Toli, Adelaida Negri, Marcelo Lombardero y el ochenta por ciento del coro estable del teatro. Pero, además, decenas de régiesseurs, maquilladores y directores musicales de ópera que son la crema de la crema del arte escénico de América latina y, a veces, del mundo.
El Instituto funciona dentro del Teatro Colón, desde 1967, en aulas aledañas al gran escenario. Ofrece una gama de carreras terciarias con profesores que están o estuvieron sobre las tablas del máximo coliseo argentino, formando a las generaciones que los sucederán.
El año lectivo comienza con las pruebas de admisión. La dureza es desgarradora. Muchos lo intentan una y otra vez, sólo para volver con la cabeza gacha al año siguiente, ya que hay lugar únicamente para menos de un veinte por ciento de los postulantes.
Para María Virginia Savastano, es el segundo intento. Tiene 19 años y del cuello le cuelga una cadenita con una clave de sol de oro. “Se la pedí de regalo a mi tía, porque necesitaba la suerte”, confiesa.
Después de prepararse una vida entera para este momento, la salud le jugó una mala pasada: una angina violenta contraída días antes de dar la prueba de ingreso como soprano lírica. “Estoy segura de que fueron los nervios porque, además, no podía dormir. Pero creo que me fue bien. Si no, me muero”, dramatiza.
La vida de María Virginia es la ópera. “No tengo amigos. La gente de afuera a la que le interesa la lírica es de 30 para arriba. ¡Y yo soy una adolescente! Por eso tampoco tengo novio. Cuando me enganche, seguro que va a ser con alguien que esté en la mía.” Y sonríe porque, después de un año asistiendo a las clases del Colón como oyente (en su primer intento no pudo ingresar formalmente porque era menor de edad) sabe que no es un mal lugar para enganchar. Al menos, en la lírica, donde sólo ingresan mayores de 18 años –momento a partir del cual se considera que la voz está formada– y la mitad del alumnado son varones.
Tutú y guardapolvos
En el ballet es distinto. Entrar al Colón la mañana de un día hábil supone encontrarse con decenas de chiquitas que corren por los pasillos con guardapolvos blancos y zapatillas de baile rosadas.
Es que, cuanto más temprano se las seleccione, más posibilidades físicas tendrán. “Las vocaciones artísticas son muy precoces y muy fuertes. Pueden adaptarse al esfuerzo y el rigor de la carrera desde tan chicos sólo porque saben bien lo que quieren”, explica Mabel Silvera, regenta de la carrera de danza.
Como lo hace Micaela Milanesi, que tiene 11 años y baila desde los 3: “Después del jardín, yo me pasaba la tarde viendo Chiquititas. Como mi mamá no quería que viera tanta tele me dijo: ‘Buscate algo que te guste’. Yo había visto una bailarina una vez, y le dije que quería tener un tutú y hacer ballet. Me mandó a un grupo de barrio, donde jugábamos con el cuerpo, pero me di cuenta de que no era eso. ¡Yo quería estirar el pie!", confiesa.
Micaela no paró hasta anotarse en el Colón, donde alterna largas horas de ensayos con las clases en una escuela primaria local.
En la escuela secundaria, las cosas son más difíciles. “Insistimos mucho en que terminen sus estudios. Pero a medida que los chicos se van profesionalizando y empiezan los viajes, es más difícil. Finalmente, la elección es de ellos”, agrega Silvera.
A pocas cuadras del teatro se encuentra el Colegio Nacional Sarmiento, donde cursa la mayoría de las jóvenes promesas del ballet.
“Es casi el colegio del Colón. Pero no nos mezclamos con los otros grupos. En los recreos, nos quedamos con los compañeros del Instituto, aunque estén en distintos años. Los demás son buenos chicos, pero están en otro mundo, y hay muchas cosas que no entienden”, explica Flavia Correa, de 15 años.
Como el cansancio. Flavia se levanta todos los días a las 5 de la mañana para tomar el colectivo de las 7 que la trae desde su casa en Campana. Tiene clases de ballet en el Instituto hasta el mediodía, almuerza algo rápido y sale para el Sarmiento. A las 18.45 toma el tren de vuelta a Campana, donde tiene clases particulares de ballet hasta las 11 de la noche.
“¡El problema es cuando ahí te tenés que poner a estudiar para una prueba de Matemáticas al día siguiente!”, se lamenta.
De salidas y fiestas, ni hablar: “Me dan ganas, pero jamás cambiaría esto por salidas. Algún día tendré tiempo; hoy, la responsabilidad está primero”, dice con ojos serios.
“Los chicos del colegio tampoco entienden que cada vez que hay un día libre lo quieras pasar con tu familia”, agrega Sabrina Wehner, una quinceañera salteña que se vino a Buenos Aires sola para cumplir sus sueños de bailarina.
Pero a ella, la falta de salidas no le preocupan, porque tiene novio: “Se llama Saggar Salim, tiene 19 años y es de mi pueblo. Pero está en Estados Unidos tratando de ser tenista profesional. Hablamos por teléfono y el sí que me entiende, porque lo que vive es bastante parecido”, dice con una sonrisa que desafía distancias.
Flavia y Sabrina son muy amigas. Comparten secretos, glorias y penurias, y no son las únicas.
“Las nenas son más maduras. Se dan cuenta desde muy temprano que van a tener que buscar su lugar entre muchas. El varón en el ballet vive más cómodo. Son tantos menos que se saben especiales”, agrega Silvera.
Este año, por ejemplo, en la escuela del Colón hay 94 mujeres y sólo 47 varones. En las clases, ellas se turnan pacientemente para practicar con ellos el pas-de-deux. Con especial alegría, claro, si les toca Joaquín.
Joaquín es Joaquín Crespo López, de 17 años. Excelente alumno, se prepara para un concurso en Rusia como invitado especial. Y, según las chicas, tiene pasta de latin lover.
“La mía es la típica –confiesa–. Mi mamá quería bailar de chica, pero mi abuela no la dejó. Se quedó con las ganas, y bueno, acá estoy yo”.
Asegura que “Nureyev es una inspiración. Era un genio en su vida artística. Y Julio Bocca y Máximo Guerra, bueno, también alcanzaron un nivel admirable”.
Joaquín cursó regularmente sus estudios,pero cuarto año lo dio libre. “Es importante terminar el secundario. Un artista ignorante no sirve para nada; no es más que un gimnasta”, sentencia.
Asegura que en su vida no todo es ballet, pero “amigos, lo que se dice amigos, no tengo”, concede sin pena. Y sólo se desorienta si se le consulta qué hubiese sido de no haber elegido la danza: “¿La pregunta es en serio? Ni idea ¿Estudiante universitario?”, dice como si le preguntaran en qué animal salvaje le gustaría reencarnarse.
Problemas y millones
La escuelita del Colón cuesta un millón y medio de pesos por año, que son parte del presupuesto del teatro. Para los cerca de 300 alumnos que ingresan, todo es absolutamente gratis. Pero aunque hay un número de becas externas, los alumnos no escapan de la situación de la Argentina actual.
“Es un gran esfuerzo para los padres. Porque, además de lo que reciben en el Colón, necesitan una cantidad de clases particulares impresionantes para poder competir. Por eso, a veces no terminan elegidos los que tienen mejores condiciones, sino los que llegan mejor pulidos”, pide que se aclare en la nota Mauricio Savastano, el padre de María Virginia.
Aun así, no puede esconder el orgullo de haberla visto cantar un vals de La Boheme en el teatro vacío, salvo la decena de miembros del jurado que la evaluaban con caras de piedra.
Pero cantar en el gran escenario es la excepción, y las instalaciones donde se desarrolla el trabajo cotidiano del Instituto jamás recibieron una mejora edilicia desde su inauguración. Ahora, un crédito del BID de $250.000 y el apoyo de empresas privadas prometen traer los cambios necesarios a las aulas descascaradas, con mala iluminación y acústica, y sin el colchón de aire en el piso que necesitan los bailarines para no lastimarse.
“Todo el dinero será para material. La gente del Colón ayudará con la mano de obra y el diseño. ¡Y tendremos un pequeño escenario de prácticas!”, celebra Ana Massone, directora del Instituto.
Otro de los orgullos de Massone es la manera en que vienen encarando los principales problemas de salud que se asocian con la ópera y el ballet: pánico escénico, bulimia y anorexia, a través de la presencia constante en el teatro de un equipo multidisciplinario del hospital Ramos Mejía.
“Los cantantes sufren el fantasma del track, que se quiebren al salir a escena, pero hay un gabinete psicológico que trabaja con ellos, y ayuda mucho el que la escuela esté dentro del teatro y que la relación sea tan fluida. En el ballet, la bulimia y anorexia están casi eliminadas”, se ufana.
Gran parte del trabajo lo hacen las chicas mismas. “Estamos atentas, y cuando una compañera se pasa el día sólo con un pedazo de pan lo hablamos”, dice Sabrina Wehner, mientras elonga concentrada para la próxima clase.
“Conocemos bien los síntomas –el cansancio, la distracción, la manera en que cambia el color de la piel– y actuamos”, agrega la profesora Mabel Silvera.
Para ella, el problema central es otro: “Una sobredosis de autoexigencia. Muchos de los que estudian acá se comportan como si la exigencia fuese aún mayor de lo que es en la realidad”.
El problema se acentúa cuando hay familia de por medio: “Yo estoy casado y tengo un hijo, y alguna vez me pregunto si verlos tanto menos de lo que quisiera –entre clases, ensayos, viajes y la cantidad de trabajos simultáneos que hay que mantener para que todo cierre– vale la pena”, comenta Leonardo Estevez, un barítono de 28 años, que está terminando sus estudios en el Instituto.
“Es peor para las mujeres –lo consuela Teresa Mussacchio, una soprano de la misma edad. Sobre todo con los viajes, ¿dónde vas a conseguir un marido que deje todo y te acompañe? Pero si es del ambiente te entiende... supuestamente”, agrega con una gran sonrisa de anticipación, porque en pocos días tendrá su debut en una de las óperas de la temporada oficial del teatro. “Es difícil el día a día, pero cantantes y bailarines sabemos que, cuando estás en ese escenario, sentís que todo valió la pena”, agrega.
Leonardo asiente con la mirada. “Es muy difícil de explicar –concluye–. Pero, para que te des una idea, yo sólo pido llegar a los 90 años y poder seguir cantando.”
Sueños en cifras
- Carrera de Danza
mujeres, 94; varones, 47.
Aspirantes: 1998: 220 postulantes, 37 ingresantes; 2001: 176 postulantes, 21 ingresantes; 2002, ingresantes, 32. - Carrera de canto
mujeres, 28; varones, 24.
Aspirantes: 1998: postulantes, 113; ingresantes, 16; 2001: postulantes 102, ingresantes 13; 2002: postulantes, 91, ingresantes, 14. - Carrera de direcciOn musical de Opera
mujeres 3, varones 4.
Aspirantes 1998: postulantes 3, ingresantes 1; 2001 postulantes 11, ingresantes 4; 2002 postulantes 8, ingresantes, 3. - Carrera de regie
mujeres 10, varones, 8.
Aspirantes: 1998: postulantes: 16, ingresantes, 6; 2001 postulantes 23, ingresantes 9; 2002, postulantes, 11; ingresantes, 6. - Carrera de caracterizaciOn
Mujeres 35; varones 8
Aspirantes: 1998: postulantes 113, ingresantes 22; 2001 postulantes, 156, ingresantes, 23; 2002, postulantes, 153, ingresantes, 21. - Total de alumnos que cursan actualmente: 264
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