Los de enfrente
Desde que hace cuatro años empezó a hablarse de la instalación de una papelera a orillas del río, todo cambió en Fray Bentos (Uruguay) y en la ciudad argentina de Gualeguaychú. Al cierre de este número, la puesta en marcha de la pastera Botnia era inminente. Dos periodistas y dos fotógrafos de LNR viajaron a esas ciudades con una consigna: contar cómo se modificó la vida de los ciudadanos de un lado y el otro, más allá de las negociaciones políticas
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Gualeguaychú
La calle República Oriental del Uruguay, que atraviesa un sector del centro de Gualeguaychú, ahora se llama Arroyo Verde. No fue por decisión municipal que se le cambió el nombre; fue la gente la que lo hizo al pegar sobre los carteles indicadores cartulinas y calcomanías que remiten a ese paraje de la ruta nacional 136, que lleva al puente internacional General San Martín, el que une las ciudades de Gualeguaychú y Fray Bentos, donde desde hace cuatro años, y en especial desde el 20 de noviembre del año pasado, se concentra el núcleo de la protesta de los habitantes de una de las ciudades más hermosas y pujantes de la provincia de Entre Ríos. Ese es el lugar geográfico. Exacto y estratégico. Y a ese lugar exacto y estratégico se lo conoce popularmente como “el Corte”.
No es un dato menor el cambio de nombre. Tal vez sea el ejemplo más claro de las marcas que ha producido en las sociedades de ambas márgenes del río Uruguay la instalación de una pastera de dimensiones monstruosas. De los 100 millones de litros diarios de agua que extraerá del río Uruguay la transnacional Oy Metsä-Botnia Ab Finlandia para producir 1 millón de toneladas anuales de pasta celulósica.
Triste es comprobar que la buena vecindad y la hermandad que desde siempre caracterizaron a los dos pueblos ya no existen más. Para los argentinos, el problema es Botnia. Para los uruguayos, el problema son los asambleístas. Así de claro es.
Algo se ha roto. En Gualeguaychú hay quienes creen que nunca más nada volverá a ser como antes. Algunos, como Carlos Gómez, un remisero de 57 años, piensan en Bin Laden cada vez que les toca cruzar a Fray Bentos y observar la chimenea de Botnia, de más de 120 metros de altura y un diámetro de diez metros en su parte superior. Otros, los más optimistas, dicen que el tiempo terminará por acomodar las cosas. Pero lo cierto es que ahora se habla de “los de allá”, “los de enfrente”, “aquéllos”. Como despertados del peor de los sueños, todos se preguntan: ¿qué nos pasó?
Pasó que de la noche a la mañana, casi, la vida en Gualeguaychú dejó de ser la vida tal como la conocieron y vivieron desde siempre. La economía local, al disminuir casi por completo el ingreso de uruguayos en la ciudad por el corte de Arroyo Verde, ya no es la de antes: las ventas en muchos negocios bajaron drásticamente, los estacionamientos de los supermercados están semivacíos, las estaciones de servicio no despachan la cantidad de combustible que solían despachar cuando el puente internacional se mantenía abierto, y los emprendimientos turísticos, savia de Gualeguaychú, se han reducido.
La ciudad cuenta con 27 hoteles, que van de una a cuatro estrellas, 85 cabañas y bungalows, y 4840 parcelas distribuidas en campings. En total, 19.600 plazas disponibles. El balneario Ñandubaysal, la perla de Gualeguaychú, recibe más de 160.000 turistas por temporada. La estimación de ingreso de divisas generada por el turismo es de más de 85 millones de pesos por año.
Pero se frenó la construcción de un hotel 5 estrellas y la de otro de 4. Y se detuvieron las obras de un barrio privado, así como las de un complejo de cabañas y bungalows. Están paralizadas las obras de mejoramiento de infraestructura y ampliación de cabañas de un spa y de un complejo vacacional. Hasta Ramón Díaz, director técnico de San Lorenzo, se deshizo el año pasado de las 3000 hectáreas de campo que había comprado para desarrollar un complejo turístico.
Eduardo Almeida, ingeniero agrónomo, dice que han cambiado proyectos económicos, de inversión, y bajaron los valores de las propiedades. Algunos ya vendieron sus campos y otros no saben qué hacer. “En Gualeguaychú se sigue construyendo, pero porque se trata de proyectos antiguos, ya contratados. Todos los proyectos nuevos, con pedido de cotización, se frenaron. Me preguntan a mí qué hacer, y yo les digo que no sé. Nadie sabe nada. Lo que sí sé es que Gualeguaychú ya no es lo que era.”
Sin embargo, según datos de la Secretaría de Turismo, ocho de cada diez familias que visitan Gualeguaychú lo hacen interesadas por el conflicto; ese organismo afirma que, en esta ciudad, la cantidad de visitantes creció un 8% respecto del año pasado.
Sumado a esto, aparecen los daños para los sectores avícola, ganadero, apícola, lechero, piscicultor y cultivo de vegetales. Y queda por ver lo más angustiante: el daño a la salud, aunque habrá que esperar hasta 2009, cuando la planta alcance su producción plena, para tener los primeros resultados y evaluar las posibles consecuencias de la contaminación.
Familias disgregadas
Gualeguaychú hizo de la conciencia ciudadana, del turismo y del cuidado del medio ambiente su valor más preciado. Todos van de la mano, y se sostienen mutuamente.
Y ha trabajado mucho para ello. Tanto, que en 2003 obtuvo el premio Modelo de Buenas Prácticas Municipales, concedido por Naciones Unidas y que resalta la capacidad de los ciudadanos de autoadministrarse y de construir su propio modelo de ciudad, enfocado en la reconstrucción del tejido social y la preservación del medio ambiente.
Hoy, el futuro de Gualeguaychú es incierto. Por lo pronto, Botnia cambió el humor de la gente. Y la rutina. Las familias que tienen ramificaciones a un lado y al otro del río, comenzaron a disgregarse. El corte de la ruta, que ya lleva once meses ininterrumpidos, hace que quien quiera ir al cementerio, el de un lado o el del otro, a llevarle una flor a su abuelo, a su madre, a su hermano, a su padre, a su hijo, a un amigo, deba recorrer cien kilómetros, cruzar por Colón o por Paysandú, llegar al cementerio, y regresar por el mismo camino, cuando hasta antes del conflicto era un viaje que no llevaba más de media hora.
“Yo soy nacido acá –dice el ingeniero Almeida–, y mi señora es hija de uruguayos. Ella tiene parientes en Fray Bentos, y nos visitábamos regularmente. Ibamos a veranear a Las Cañas, y muchas veces pasábamos el día, o la tarde, reunidos con amigos y parientes, tomando mate y eso, no más. Ahora no sabemos muy bien qué piensan, en realidad. Se ha producido una separación notable entre integrantes de una misma familia, conformada por uruguayos y argentinos. El miedo de no molestar a un familiar hace que no se hable mucho del tema. Nos cuidamos de hablar de Botnia entre parientes. Eso está pasando ahora.”
No sólo evitan hablar entre parientes; ocurre lo mismo, en ocasiones, entre los propios vecinos de Gualeguaychú. Es el caso de Juan y Liliana, que pidieron mantener en reserva sus apellidos y ocupaciones por temor a represalias.
Juan es uruguayo, y Liliana, su esposa, argentina. Llevan 35 años de casados, tienen hijos uruguayos y nietos uruguayos y argentinos. Viven desde hace casi treinta años en las afueras de Gualeguaychú, y dicen que Botnia y la reacción de los asambleístas les cambió la vida por completo. Hasta el punto, incluso, de perder amigos de casi toda la vida.
“Como argentina –cuenta Liliana, casi entre sollozos– me siento avergonzada de ver a mi familia política uruguaya, que no puede estar con sus abuelos, o viajar. Yo fui a la primera marcha, sí, pero luego cambié. Fue cuando supe que el mensaje era: «No a Botnia, y este verano a los uruguayos los vamos a liquidar». En lugar de mejorar, empeoramos. Eso me duele de mi pueblo. He recibido mails de amigos que me decían «no vayas a Uruguay», y resulta que esos amigos hacía dos días que habían llegado de sus vacaciones en Punta del Este. ¡Eran amigos de años! Estoy dolida por la vergüenza y la mentira.”
“Todo desarrollo de un país necesita de un desarrollo industrial –reflexiona Juan–. Es mentira que la política forestal uruguaya terminó por destruir todo nuestro suelo. En Uruguay hay tierras que jamás tuvieron agua. Todo lo que se dice hay que analizarlo muy bien. Tengo entendido que estas empresas contaminan, pero creo que hay forma de controlarlas. En Gualeguaychú, de lo único que se habla es de lo negativo. Acá se dice que Europa no importará nuestros productos agropecuarios. No hay, hasta ahora, ningún protocolo que indique que eso vaya a suceder.”
Los uruguayos cumplen las reglas –explica Liliana–. Nosotros no. Pero lo que más me duele es que estamos mirando para allá, para la otra orilla, y no miramos para acá. Ellos creen en sus gobernantes, en sus controles. Nosotros no. Nosotros no somos honestos, al menos totalmente. No hay un compromiso general por la contaminación, sino una mirada hacia uno. Es un problema cultural, que Uruguay no tiene.”
Cambios de conducta
Néstor Enrique Caballero, escritor gualeguaychuense, dice en las primeras páginas de su libro Desde el Luna hasta Arroyo Verde: “Partiendo desde el puerto, El Luna recorría desde Gualeguaychú hasta Fray Bentos y viceversa. Regresando de la ciudad oriental, hacía un alto en la boya 90, lugar donde se encontraba con el vapor Washington, que viajaba desde Buenos Aires hasta Concepción del Uruguay. Tomó la posta tiempo después La Carapachay. Luego fue la balsa y, más tarde, el puente General San Martín.
“Desde la época de El Luna fueron llegando a esta orilla jóvenes orientales con anhelos y esperanzas de un mejor pasar. Encontraron, sin duda, trabajo que les dio estabilidad; amor que les proporcionó una familia, e hicieron con eso que la unión del río fluyera en la sangre. Fruto de esto es que un gran porcentaje de nacidos en esta orilla sea descendiente de orientales. El devenir de los años fue trayendo progreso; el progreso, trabajo; el trabajo, mejor calidad de vida, y esa vida mejor, sin que no diéramos cuenta, nos fue instalando ambiciones que no hemos sabido medir.”
El libro fue publicado en julio de 2006 por Ediciones Carolina. Su editor, Daniel Senatore, un argentino radicado en Paysandú, periodista y librero, casado con una uruguaya, publicaba además la revista mensual Ocio y Cultura, de circulación regional. Sus editoriales y las notas con relación a las pasteras pronto iban a volverse en contra de él. La Legislatura de Paysandú lo declaró persona no grata, sus anunciantes desaparecieron y, con ellos, la revista. Se mudó a Gualeguaychú con su mujer, su hija y sus pertenencias. Daniel Senatore hoy atiende un maxiquiosco. Que ya puso en venta.
Mucho antes de que finalizara la construcción de la pastera, los gualeguaychuenses ya mostraban signos evidentes de cambios de conducta. En el apartado Area Salud del Grupo Técnico Interdisciplinario, sus autores, el médico Martín Ignacio Alazard y la doctora Susana Estela Villamonte, especialista en estomatología por la UBA, sostienen que, desde el momento mismo de inicio de las obras, se han comprobado un significativo agravamiento de diversos cuadros psicopatológicos y la aparición de casos que se vuelven cada vez más elocuentes por su relación con el conflicto. Los trastornos a los que refiere el informe incluyen: inestabilidad emocional, cambios abruptos de humor, peleas familiares y sociales, xenofobia progresiva, fanatismos, referencias a vías violentas como resolución de conflictos, cuadros de estrés emocional y aparición de estados depresivos.
“El ambiente –cuenta Alazard– se fue enrareciendo poco a poco. A medida que la chimenea crecía, crecía el conflicto social, que fue estimulado por los dos gobiernos. Para colmo, el 80 por ciento de los habitantes de Gualeguaychú tiene orígenes comunes con la población uruguaya. Todos tenemos ancestros enterrados en una margen del río Uruguay y ancestros que descansan en la otra orilla. Eso es lo más triste. Mi abuela y mi tío están en el cementerio de Mercedes; mi otro tío vive en Mercedes; mis primos viven en Montevideo y mi abuelo es uruguayo. Todo eso hace que nuestros sentimientos estén muy conflictuados.”
Gualeguaychú se mueve hoy entre certezas, angustias, confusiones y verdades nunca comprobadas, fogoneadas por intereses sectoriales y políticos.
“Acá llegaron periodistas de Finlandia y se asombraron de lo que no encontraron: violencia –explica Alazard–. Les habían dicho que tuvieran cuidado en Gualeguaychú porque éramos gente muy peligrosa. No podían entender por qué les habían dicho eso.”
La confusión, por su lado, empujó a muchos gualeguaychuenses a decir que un escape tóxico de Botnia hizo que desaparecieran todas las abejas de la región, con la abeja reina a la cabeza.
Armando Piatti, un apicultor de la zona, dice que hay una crisis mundial de la apicultura. “La contaminación de las colmenas proviene del aumento de emprendimientos apícolas, que hace que proliferen las enfermedades. No tiene nada que ver con las primeras pruebas que hizo Botnia.”
En la zona hay 50 productores de miel y unos 10 o 15 que viven exclusivamente de esta actividad. “Se puede afectar porque la miel es muy permeable a cualquier tipo de contaminación. La miel es como una esponja, absorbe toda la contaminación ambiental. De última, cargo las colmenas y me las llevo a otro lado.”
Lucio, de 22 años, uno de los hijos de Armando, estudia alemán porque quiere extender el negocio familiar a Europa.
“Esto es muy triste. Nosotros siempre íbamos de campamento a Las Cañas, y había un fuerte intercambio estudiantil. Eso ya no lo hacemos más. Los jóvenes de la ciudad participamos mucho en este tema. Ahora, lo que no me parece bien es eso de transferirles a los chicos problemas de grandes, porque ellos no entienden muy bien. Son chicos de 8 o 9 años, y se asustan. Creo que ahí se equivocan. Los maestros los hacen cantar canciones contra Botnia, y ellos no están muy al tanto de lo que pasa.”
En el corte, sin embargo, LNR recogió otros testimonios que dan cuenta de lo contrario. “Los chicos de las escuelas están bien informados –dicen–. Han venido acá, al corte, con los docentes, y los chicos llevan información a sus casas. Esos chicos que hoy tienen 9 o 10 años son los más informados porque hace tres, cuatro años, que están siendo enseñados sobre el tema Botnia. Saben más que muchos adultos.”
Ganadores y perdedores
Unos pocos kilómetros más adelante del corte, el puente internacional San Martín, uno de los pasos clave del Mercosur, es una penosa fotografía en sepia: una monumental y por ahora inútil obra de ingeniería iluminada, en sus tramos finales, por un complejo industrial que resplandece más que todas las luces juntas de Fray Bentos. El brillo está del lado uruguayo; la penumbra, del argentino.
En el corte, en la vigilia de la asamblea, está Isabel Nieva, de 52 años, empleada doméstica, tres hijos, un nieto y una nuera de apellido Kirchner, con su convicción irrenunciable: si fuera por ella, cortaría todos los accesos al Uruguay, y también la ruta 14. Está Nelly Pivas, de 67 años, “la Pachamama”, o “la Madre Teresa de las Papeleras”, como le dicen, ama de casa, jubilada, con su fortaleza de abuela que brota de sus ojos celestes, y su bastón: cuando empezó el corte, hace cuatro años, ese bastón no estaba en sus planes. Está Paco, con su mirada serena y su cara de “de aquí me van a sacar muerto”. Está Daniel Pérez, con su banderita, su gorro y su interminable mate porongo del que sobresalen dos ramas de yerba mate que hacen que parezca que matea escondido detrás de un arbusto. Y está Emilio. Y Elsa. Y unas siete u ocho personas más, en callada ceremonia de aguante. Miran televisión, conversan entre ellos, hablan con los periodistas, matean, descansan sobre unos catres. Y algunos duermen. Son personas mayores. Ninguno baja de los 60. Por las noches, no son más de veinte los que controlan que ningún vehículo cruce el corte. Hay excepciones: una ambulancia, un cortejo fúnebre, una emergencia. Cuando se llama a asamblea, son trescientos, cuatrocientos, quinientos, los asambleístas. Cuando se convoca a alguna marcha, son cuarenta mil. Pero a la última fueron 130.000. Gualeguaychú tiene una población de 80.000 habitantes, sólo que cuando se decidió la última gran concentración, la que copó el puente internacional, muchos otros llegaron de Buenos Aires, de Santa Fe, de Corrientes, del Chaco.
Al caer la noche en el corte, ahora bañado por una llovizna que pronto será aguacero, otras voces se suman a las de Isabel. Dichas como al pasar, las frases, sin embargo, suenan como latigazo.
Dice Isabel: “Lo primero que logró Botnia fue romper el núcleo familiar. Hace poco, una amiga me dijo: «Mi marido está allá, en Fray Bentos, y si por él fuera se divorcia»”.
Dice Nelly: “Nos dicen piqueteros, pero yo defiendo la vida. Somos los nuevos indios, y los dueños de Botnia son los nuevos conquistadores”.
Dice Paco: “Las agresiones irán en aumento. En Fray Bentos no podés hablar con libertad, no podés tocar el tema. Yo tengo familia allá, y ahora se están viniendo para acá”.
Dice Emilio: “Botnia movió mucho empleo mientras duró la construcción. Y ahora quedó un cordón tipo villa miseria, alrededor de Fray Bentos, que antes no existía. Gente extranjera que se afincó ahí y no la sacás más. Tengo miedo de lo que pueda llegar a ocurrir”.
Temprano a la mañana siguiente, en la ciudad, mientras algunos corren por la costanera bajo el solcito tibio que como un fugaz recreo dejó el mal tiempo, y otros, obedientes al llamado de las campanas, van a misa, Silvia Scarinci, de 45 años, tres hijos, casada con un médico, empleada y asesora de turismo, dice con voz apretada que no se trata ni de ellos ni de nosotros, que se trata de todos.
“De ninguna manera puede quedar como que hay un ganador y un perdedor. En el conflicto hay que buscar un punto de armonía en el que podamos ponernos todos de acuerdo. Tengo amigos uruguayos; la primera ecografía de mi primer hijo me la hizo un médico uruguayo; no tengo bronca. Tengo bronca con los gobiernos, aunque creo que hay gente de Gualeguaychú que sí tiene bronca contra los uruguayos. Nada es como antes. Ya no son los hermanos queridos; ahora son los uruguayos y los argentinos. Antes no eran los de enfrente. Creo que ahora sí son, y somos, los de enfrente. No pertenezco a la asamblea, pero he ido a votar y estoy de acuerdo con el corte. Elegí Gualeguaychú para vivir porque acá había un futuro. Ahora no lo sé. Resulta que elegí algo que me van a quitar.”
La licencia social
El futuro, el otro futuro, el menos deseado, ya lo había vislumbrado el técnico agrónomo Alejandro Gahan el 17 de octubre de 2003, cuando él y un reducido grupo de vecinos de Gualeguaychú –embrión de la actual asamblea– enviaron una carta documento a la Cancillería exigiendo que se iniciaran los trámites para resolver el conflicto en La Haya.
“Nuestro mensaje era clarísimo: pongámonos de acuerdo los dos países ahora, antes de que estalle todo. Para ese tiempo la discusión era
ENCE (Empresa Nacional de Celulosa de España), porque Botnia no existía. Recién en febrero de 2005 apareció el proyecto Botnia. Nosotros pedíamos que la Cancillería se anticipara a los acontecimientos.”
Gahan fue, junto a Fabián Moreno Novarro, Pedro Pavón, Andrés Rivas, Juan Veronesi, Ana Angelini y Héctor Rubio, entre otros, iniciador del movimiento Vecinos Autoconvocados de Gualeguaychú. Era apenas un puñado de hombres y mujeres que fue alertado por tres fraybentinos, Julia Cóccaro, Delia Villalba y Ramón Medina, sobre el proyecto de las papeleras.
“En la primera quincena de noviembre de 2003, en ocasión de una reunión que el presidente Kirchner iba a mantener con una comitiva provincial para tratar un tema sobre viviendas, le pedí a nuestro intendente que me permitiera acompañarlo. Y así fue. En un paréntesis de la reunión, yo aproveché para comentarle al Presidente lo de la carta documento. Me dijo que estaba al tanto, y que lo había hablado con el vicegobernador de Entre Ríos, que es su amigo, y enseguida me aclaró: «Nosotros tenemos confianza en que cuando asuma el nuevo gobierno, Tabaré va a tomar las medidas correspondientes». Entonces le dije: «Señor, disculpe mi atrevimiento, pero me parece que deberíamos actuar de oficio. Lo que nosotros pedimos es que las papeleras presenten la información correcta sobre el impacto ambiental, cosa que nunca hicieron». Y el Presidente me respondió: «Sí, pero yo igual tengo confianza en Tabaré». El 16 de febrero de 2005, Uruguay autorizó a Botnia a construir su planta. La realidad es que Kirchner nunca nos dio pelota. Y entonces empezamos a crear conciencia. Pero el quiebre fue el 20 de abril de 2005, el día de la marcha gigantesca.”
Alejandro Gahan goza de gran respeto en Gualeguaychú. “Lo que no pude es luchar contra la hipocresía de algunos, contra la ignorancia y la incomprensión. Todo eso me lastimó muchísimo. No digo que me arruinó la vida, pero sí que me quedé sin pilas.”
En una de sus tantas acciones para tratar de alcanzar una solución pacífica, en octubre de 2005 fue recibido por un funcionario de muy alto nivel del gobierno uruguayo. Para sorpresa de Gahan, la respuesta que recibió fue: “Esa persona, del gabinete de Tabaré, sencillamente me dijo: «¿Por qué Botnia nos va a engañar?» Yo no podía creer tanta inocencia de parte de un ministro de gobierno. Y ahí terminó la reunión.”
Pocas semanas después, Gahan solicitó una entrevista, que le fue concedida, con el vicepresidente de Botnia-Uruguay, Timo Piloneen. “Piloneen me dijo que si no lograban la licencia social no podrían trabajar.”
La licencia social es la aceptación por parte de la sociedad de una determinada industria u obra, aunque esta aceptación no es, en general, de carácter vinculante. Un requisito básico para el otorgamiento de la licencia social es que la empresa informe a la comunidad, sin ocultamientos, sus operaciones.
“Lo que menos desea Botnia es que el conflicto y nuestra presión se extiendan en el tiempo”, resume Daniel Pérez Molemberg, mecánico dental y uno de los coordinadores de la asamblea.
También dice que Botnia no va a funcionar tranquila. “Le vamos a hacer la vida imposible. Vamos a protestar desde todos los lugares posibles. Movilizarnos y protestar. Ir con las lanchas al río y protestar. Llenar el puente y protestar. Hacer escraches en las embajadas y protestar. Interferir camiones con destino a Botnia y protestar. Protestar, insistir y pedir que nos saquen la pastera de ahí. ”
jpalomar@lanacion.com.ar
Fray Bentos
Estábamos muertos”, dice el hombre, que no se anima a pronunciar su nombre y que asoma su cuerpo desde la garita que lo tiene como guardia de seguridad, a veces de día y tantas otras de noche, del Barrio Jardín, en la ciudad uruguaya de Fray Bentos. Tiene el rostro curtido y casi pisa los 70 años. “Estoy agradecido de tener trabajo”, dice el hombre sin nombre, y ruega que no le tomen la foto. “Puedo perderlo y no quiero.” Habla del trabajo, de ese derecho tan esquivo por estas tierras. Sus manos, nerviosas, dan cuenta de que en su vida ha hecho de todo, y dice que hoy, gracias a esos seres de cabellera rubia y piel más blanca que la que suele verse por este lado del mundo, tiene algo que lo mantiene vivo. De una delgadez que obliga al cinturón a ajustar más de lo debido, el hombre cuida desde su garita que la paz reine en Barrio Jardín. Casas bajas, impecables, unas pegadas a otras con un pequeño jardín, un barrio semiprivado que contrasta con las otras casas, las más humildes, que se ven a sólo metros del lugar de ensueño bautizado por los lugareños como el barrio botnio.
Nada circula. Ni autos ni camiones. Sólo las agujas del reloj. El tiempo castiga a los unos y a los otros, a los que el puente internacional supo unir y también separar. Allí están Gualeguaychú y Fray Bentos como dos enemigos detrás de las barricadas a la espera de un último ataque, un zarpazo que tiene como único testigo a Botnia, la “monstruosa” fábrica pastera finlandesa que se alza a orillas del río Uruguay y que por las noches se ilumina como una gran ciudad. “Parece Las Vegas”, dirán de un lado y del otro; en eso coinciden, pero a Botnia nada le importa. Ella se muestra imperturbable ante las miradas de los unos y de los otros.
“Hasta acá los llevo”, dice Carlitos. El remisero de Gualeguaychú tiene miedo de cruzar el puente, de pasar a la otra orilla, al lado uruguayo. “Me van a romper el auto”, asegura. Y por un momento piensa en voz alta en despegar los calcos que se suman a la lucha gualeguaychense: No a las papeleras. Sí a la vida. Para Carlitos, los uruguayos, los buenos vecinos que fueron por centenares de años, hoy son desconocidos.
Las banderas de la Argentina y de Uruguay flamean juntas en la entrada de la Aduana oriental. Carlitos frena, respira profundo y se despide con un “cuando vean que son argentinos...”. La frase queda inconclusa y la duda se hace presente. Con documentos en mano, gendarmes, oficiales y despachantes de aduana se acercan a los forasteros que llegan a la tierra “maldecida”. “¿Los dejaron pasar?” La pregunta peca de ironía y se hace eco en el gran salón semivacío. “Cómo les cuesta levantar la barrera”, dicen en voz baja, acerca de los asambleístas del lado argentino que desde el 20 de noviembre de 2006 mantienen cortada la ruta que lleva al puente internacional, aquel que diariamente atravesaban más de 300 camiones.
Preguntas de rigor y sellos de formularios rompen con la rutina que yace sobre la mesa con las cartas echadas, un televisor encendido y un reproductor de DVD que, letras en blanco, deja leer pause.
“Dolor, lo que siento es dolor.” Blanca Esther Rainiere está sentada en una de las mesas del restaurante La Juventud, que abrió hace más de tres años sobre la avenida principal de Fray Bentos. “Enojo no, dolor. Estamos doloridos de que pasen estas cosas entre hermanos.” Blanca tiene 64 años y una gran confianza en la palabra de sus gobernantes. “No creo que esta gente haya venido desde tan lejos, hayan hecho un hermoso barrio para vivir (porque ahí viven ellos con sus hijos, con sus mujeres) y que la planta sea tan contaminante como dicen algunos. Sería una cosa de locos. Un loco haría una cosa así, ¿no? En eso creo en mi gobierno; ellos nos van a defender si Botnia resulta ser contaminante, no van a permitir que siga adelante. Si fuera así, nosotros seríamos los primeros damnificados, las víctimas. Lo que no sé es por qué ellos, los del otro lado, están tan seguros de que va a contaminar, tan seguros de que sea tan amenazante. Ellos tienen una verdad y nosotros tenemos otra.”
“No estamos locos”, repiten los ciudadanos de Fray Bentos cuando hablan de contaminación. “Acá no hay gente que se haya envenenado ni pájaros muertos, como dicen del otro lado –se escuda René Boretto Ovalle, historiador y director del Museo de La Revolución Industrial–. Levantás la cabeza y ves pájaros por todos lados; nosotros comemos los peces que sacamos de este río, del que dicen allá en Gualeguaychú y en Buenos Aires que está contaminado. Nosotros tenemos una toma de agua a menos de un kilómetro y medio de Botnia y tomamos esa agua, y ellos siguen diciendo que acá van a nacer niños con dos cabezas, que va aumentar el cáncer, que vamos a morir apilados. Los fraybentinos no somos locos ni masticamos vidrio.”
Chimeneas
Bienvenidos a Fray Bentos, ciudad amiga. Eso dice el cartel de fondo verde y letras blancas que está ubicado a 9 kilómetros del paso de frontera del Puente Internacional con Argentina, y que marca el inicio de la capital del departamento de Río Negro, ciudad en la que viven cerca de 25.000 personas sobre la margen oriental del río Uruguay.
“Hoy son muchos los que saben ubicar a Fray Bentos en el mapa”, asegura Verónica Ojeda. Tiene 25 años, trabaja como moza en el restaurante de Blanca y desde el conflicto con Gualeguaychú atendió a periodistas, turistas y curiosos de distintas partes del globo.
Pero no es la primera vez que en el mundo, sobre todo en Europa, escuchan o leen algo acerca de Fray Bentos. Inserta en una zona de producción lechera y agrícola, y debido a sus puertos de gran profundidad, la ciudad fue sede de la Liebig Extract of Meat Company Limited, constituida en 1865 con capitales ingleses. Fue en Liebig donde se desarrolló el extracto de carne (corned beef), según la fórmula del químico alemán Justus von Liebig. Extracto que alimentó a los soldados de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial y a los grandes expedicionarios, como Stanley, en su búsqueda del Dr. Livingstone por el Africa. Tal fue la fama de Fray Bentos que el producto comenzó a conocerse en Europa con el nombre de la ciudad y, como si fuese poco, el 6º Batallón Británico bautizó Fray Bentos a uno de los tanques F-41 en la batalla de Cambrai, en noviembre de 1917.
La fábrica operó durante 117 años, primero como saladero Liebig, y después de 1924 como Anglo del Uruguay SA, hasta 1979. El saladero llegó a emplear entre 3000 y 5000 trabajadores, una tercera parte de los habitantes de la ciudad uruguaya. “En vez de vacas, ahora tenemos eucaliptos”, ironiza Domingo Pocholo Di Pascua, y reconstruye parte de esa historia que tiene la memoria intacta en el llamado barrio El Anglo, donde aún se alza el viejo frigorífico con su chimenea indemne, la misma que dejó de funcionar en 1979 y empujó a los fraybentinos a sufrir serios problemas económicos.
“Fuimos la gran cocina del mundo; ahora somos el papel del mundo”, dice Pocholo, de 65 años, que fue apicultor y bancario, y que hoy es miembro del Movimiento por la Vida, el Trabajo y un Desarrollo Sustentable (Movitdes).
“Una chimenea escupiendo humo es un elemento de referencia en cualquier crecimiento industrial –analiza Boretto Ovalle–. Que esa boca eche humo es símbolo de trabajo, lo que da esperanza y tranquilidad a la gente. Con Botnia ocurre un perfecto paralelismo con el caso de Liebig. La única diferencia es que en aquel momento Gualeguaychú estaba a favor del saladero porque los intereses en ambos lados eran similares. El río Uruguay funcionaba como una vena abierta hacia Europa.”
Como cualquier gran obra, Botnia modificó la vida fraybentina. “En dos años esto repuntó –asegura el historiador–; acá trabajaron cinco mil gurises con muy buenos sueldos, se instalaron inmigrantes, se construyó un barrio para obreros y otro para los finlandeses. Ahora en la empresa van a quedar unas 300, 400 personas en forma directa, e indirectamente se calcula que trabajarán más de dos mil personas, entre contratados para hacer tareas de limpieza y mantenimiento, personal de seguridad, transportistas y proveedores de insumos.”
Hasta hace seis meses Fray Bentos era un hormiguero: gente que iba y venía. “Nuestras vidas fueron modificadas. Había borrachos por todas partes, prostitutas, travestis –enumera Martha–. A la noche no podías salir tranquila. A mí me daba miedo que mi hija adolescente saliera. No sólo estaban los finlandeses; vinieron hombres de todos lados: turcos, ucranianos..., y con ellos llegaron contingentes de prostitutas y se empezó a hablar mucho más de drogas. Botnia también trajo esto.”
Aquellos viejos vecinos
Se vende, dice el cartel que asoma en uno de los balcones de la casa de la ambientalista Julia Cóccaro. La misma casa en la que crecieron sus dos hijos, en la que armó su consultorio de odontóloga y en la que hoy corretea su pequeña nieta. “Hace cuarenta años que vivimos con mi marido en Fray Bentos, y treinta que compramos esta casa –suspira Julia–. Es difícil, pero ya no puedo vivir acá. Es angustiante ver cómo la gente que antes te saludaba tan espontáneamente y conversaba, hoy te esquiva o sólo levanta su mano. No quieren escuchar. No quieren hablar de lo que significa una fábrica de celulosa que se alimenta del monocultivo forestal, de esos bosques muertos y repletos de eucaliptos clonados destinados a la producción de pulpa de celulosa. Los monocultivos marcan un cambio de rumbo de país, porque nosotros somos un pequeño territorio y no podemos darnos el lujo de tener grandes masas forestales; ya llevamos un millón de extensiones, en 16 millones de superficie.”
Julia tiene 72 años, la fuerza de una joven de 30 y está al frente, junto con su marido, Ramón Medina, del Movitdes, desde donde proclama No a Botnia. “Ignorancia, nostalgia de aquellos viejos tiempos del Anglo, de una chimenea como sinónimo de trabajo y bienestar. Probablemente sólo queden 300 empleos. De los 300, sólo ocho operarios con nivel primario; los demás van a ser profesionales universitarios, y es casi seguro que ésos no serán fraybentinos. Ese pasado atado al frigorífico hace que sean más proclives a aceptar este emprendimiento, y que nuestra lucha sea un poco estéril. Es como predicar en el desierto. El impacto de la celulosa amenaza a otras actividades, como la pesca, el turismo, la agricultura, la lechería, la apicultura. Entonces, hablemos claro: Botnia no suma empleos, sino que sustituye otros con menor oferta de trabajo.”
En Fray Bentos son pocos los jóvenes que transitan por las calles. No hay universidades, y los que se quedan recorren la ciudad en los ciclomotores, cuya venta se vio incrementada en los últimos años. “Hay más de 50 nuevos comercios en un universo de 300, y 20 son de nivel nacional –comenta Marcelo Linale, director del Departamento de Turismo–. Tenemos siete agencias de alquiler de autos; antes, para este tipo de empresas no resultábamos interesantes. En los últimos dos, la venta de motos y autos creció. En la ciudad ya hay 12 mil motos.” Un notable crecimiento económico en una sociedad que por años sólo vivió del turismo de verano. “Extrañamos que el salón se nos llene de arena”, dice Blanca Rainiere.
“Nos liquidaron. Nosotros tenemos un balneario precioso, Las Cañas, a 8 kilómetros del casco urbano –asegura Andrea, que trabaja en una farmacia y su mamá hace servicios en una posada de playa–. Hace tres años que Las Cañas no tiene temporada, porque los que venían eran argentinos: ellos tenían sus casas, se quedaban los fines de semana, aprovechaban los feriados. A nosotros nunca se nos hubiera ocurrido cortar el puente.”
Con la bandera uruguaya de fondo y entre maniquíes, Beatriz Plancho habla en su local de ropa. Habla con bronca y con cierta sensación de abandono. No quiere fotos, pero sí está dispuesta a decirlo todo: “¿A vos te parece que a mis 49 años tenga que volver a empezar?” Beatriz es una de las fraybentinas que sufrió directamente el corte del puente. “Mi marido es despachante de aduana y se tuvo que ir a otra ciudad a trabajar. Tuvimos que pedir plata. Estamos peor que nunca. Mi hijo, que trabajaba con mi esposo, se tuvo que ir a otro lado; ahora le salió la posibilidad de irse a España y se va. Nuestra vida cambió totalmente y, lo peor de todo, tenemos que soportar la burla de toda esta gente –dice, con referencia a los gualeguaychenses–; una vergüenza.”
Pero lo que más le molesta a Beatriz es sentirse huérfana. “Ni el gobierno uruguayo ni el argentino se hicieron cargo de la situación. Fue un arréglense como puedan. Y está esta gente en la Argentina que hizo lo que quiso. Somos nosotros, los de este lado, los que nos quedamos sin trabajo. Botnia está ahí y nosotros, ¿qué? Acá se dio mucho trabajo a gente que no tenía nada. Uruguay es un país empobrecido. Cómo vas hablar de contaminación si no tienen qué comer. No actúan como ambientalistas, sino como terroristas. Ya no aguantamos más. Y eso que acá somos bastantes tranquilos. Lo que pasó en Nueva Palmira es una muestra de que estamos cansados.”
El presidente uruguayo, Tabaré Vázquez, prohibió las protestas de asambleístas argentinos en Fray Bentos. La medida se tomó luego de que un grupo de Gualeguaychú denunció agresiones de ciudadanos uruguayos tras el encuentro realizado en Nueva Palmira, 220 kilómetros al oeste de Montevideo.
En el puente, a Rubén Olivera lo conocían como Gareca. Hoy, al Ruben (dice su nombre sin acentuar la e) no le queda otra que rebuscársela. “Qué otra cosa puedo hacer”, dice con cierta tranquilidad, quizá porque en sus manos aún cuelga la presa que acaba de pescar. “Lo llevo a casa para que mi mujer lo prepare.” Gareca no tenía un sueldo fijo, pero sí sabía que todas las semanas algo entraba gracias a las changas que hacía en el puente ayudando a los camioneros. “Había mucho movimiento con la entrada de autos y camiones chilenos, argentinos, uruguayos. Pero todo eso terminó; 300 personas quedaron sin trabajo; los chicos del free shop, la gente del parador Corine, que tuvo que cerrar.”
Rubén tiene 40 años y dos hijas adolescentes. No está enojado, y con extraña sabiduría se anima a reflexionar: “No sé quién es más ignorante: yo, por no enojarme, o ellos, por hacer el corte. La macana es que son pocos los que dan manija y muchos los que terminan pagando. ¿Qué consiguieron? La planta sigue ahí”.
Convencida de que el corte tuvo su momento, Julia reconoce que ya no sirve como herramienta. “El corte fue lo que Gualeguaychú tuvo más a mano y le sirvió para poner la situación en el tapete mundial, pero hoy no va más. A veces pienso que debieron pensar en otras estrategias: el corte ha generado mucha antipatía con los hermanos uruguayos.”
El cruce era cosa de todos los días porque a Fray Bentos y Gualeguaychú los han unido la historia, los amores, las familias, las vivencias de un lado y del otro. “Son tantos los hombres y mujeres que tienen familia de un lado y del otro...”, dice Blanca. “Mi abuela está enferma, allá en Gualeguaychú, y mi mamá, que es argentina, pero vive acá, no puede cruzarse. Es un gasto. El taxi, para llegar al corte, nos cobra 600, 700 pesos (aproximadamente 100 pesos argentinos) y después hay que caminar, y mi mamá no puede: es una persona obesa, con problemas en las piernas. No lo merece. ¿Y si mi abuela se muere?”, se angustia Rosa.
Hay heridas que tardan en cicatrizar y la que siente Fray Bentos es muy profunda. “Todo ser humano tiene derecho a defenderse de lo que cree que va a ser perjudicial, defender sus ideales, pero lo que nos duele es que hayan cortado la ruta, ese tránsito de todos los días –la voz de Blanca deja de ser serena y se endurece–. Es una agresión muy fuerte para nosotros porque no es para los de Botnia, ni para lo que están en el poder, porque ellos no están acá: es para nosotros, los fraybentinos. Y nosotros siempre los recibimos bien, con los brazos bien abiertos. No merecíamos esto.”
Julia Cóccaro reconoce: “Seamos sinceros, siempre hubo un celo hacia a los argentinos. Celo como el que tiene un pueblo chico a un país grande, con perspectivas, que se desenvuelve de otra manera. Entonces surge esto, que el país grande, la mismísima Argentina, está perjudicándonos. Va a costar, y mucho, que todo vuelva a ser como antes. No es una herida fácil de cicatrizar”.
fscherer@lanacion.com.ar
Un camino polémico
El río Uruguay nace en la sierra Geral, en Brasil, en la confluencia de los ríos Pelotas y Canoas, y desemboca en el Río de la Plata. A sus orillas, una historia que genera conflictos.
1961
- 7 de abril. Se constituye la frontera entre la Argentina y el Uruguay, definida en el tratado firmado en Montevideo y que entró en vigor el 19 de febrero de 1966. Allí se prevé la elaboración del “estatuto del uso del río”, que tomó forma en el Estatuto del Río Uruguay, de 1975, “con el fin de establecer los mecanismos comunes necesarios para el óptimo y racional aprovechamiento del río Uruguay”. Se crea la Comisión Administradora del Río Uruguay –CARU–, integrada por delegados de ambas naciones.
1997
- Una filial del grupo Empresa Nacional de Celulosa de España, ENCE, compra 1800 hectáreas de la estancia M’bopicuá, a 8 kilómetros de Fray Bentos.
2002
- 21 de marzo. Los gobiernos de Finlandia y del Uruguay suscriben un convenio recíproco de protección de inversiones.
- Mediados de año. Organizaciones ambientalistas y ecologistas del Uruguay advierten sobre la posibilidad de que se instalen papeleras en Fray Bentos.
- Diciembre. La Argentina toma conocimiento informal sobre la posible instalación de una planta. Solicita a la CARU que Uruguay brinde datos; se le responde que transmitieron la solicitud a la dirección uruguaya de Medio Ambiente.
2003
- Julio. Nace la agrupación Vecinos Autoconvocados por la Defensa del Río Uruguay, la cual posteriormente deriva en la actual ONG Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú.
- 9 de octubre. El gobierno de Jorge Batlle autoriza unilateralmente a la sociedad española ENCE la construcción de una planta de pasta de papel en cercanías de la ciudad de Fray Bentos.
- 17 de octubre. La Argentina requiere expresamente, en la CARU, que Uruguay cumpla el mecanismo de información y consultas previas previsto en el estatuto. Uruguay hace caso omiso y se suscita una controversia sobre la aplicación e interpretación del estatuto.
- 27 de octubre. Uruguay notifica a la embajada argentina que había otorgado la Autorización Ambiental Previa para la construcción de la planta. La Argentina responde que esa autorización no se ajustaba a las previsiones del estatuto.
2004
- 2 de marzo. El titular de la Subsecretaría de Política Latinoamericana de la Cancillería argentina, Eduardo Sguiglia, anuncia que el canciller Rafael Bielsa y su par uruguayo, Didier Opertti, se comprometieron a “transparentar” el proceso de instalación de la fábrica. “Se acordó –dice el funcionario– que en los próximos cuatro años de construcción va a haber un seguimiento exhaustivo de los parámetros medioambientales establecidos, que incluirá monitoreos permanentes.”
- 4 de marzo. El canciller Bielsa dice que “los cortocircuitos iniciales respondieron a que no se había acordado un mecanismo como el suscripto ayer con Uruguay, que permite que no haya ningún aspecto fuera del escrutinio de quienes están interesados”.
- Octubre. La empresa finlandesa Botnia comunica a las autoridades uruguayas su proyecto de construir una segunda planta de pasta de celulosa en la misma zona, y a siete kilómetros de la española ENCE.
2005
- 14 de febrero. Poco antes del cambio de gobierno, el Uruguay autoriza a Botnia construir la planta Orion, sin informar previamente ni a la CARU ni a la Argentina.
- 30 de abril. 40.000 personas marchan hacia el puente internacional Gral. San Martín.
- Mayo. Después del cambio de gobierno en el Uruguay, los presidentes Tabaré Vázquez y Néstor Kirchner intentan alcanzar una solución. Acuerdan la constitución del Grupo Técnico Bilateral de Alto Nivel –GTAN–, supervisado por ambas cancillerías e integrado por expertos gubernamentales y académicos. El GTAN mantuvo doce reuniones, entre el 3 de agosto de 2005 y el 30 de enero de 2006, sin alcanzar acuerdo alguno.
- 26 de junio. La Argentina hace llegar a la Corporación Financiera Internacional, al Banco Bilbao Vizcaya y al grupo holandés ING Group –entidades que solventarían una parte sustancial de la construcción– su inquietud por la financiación de proyectos cuyo impacto ambiental no estaba cabalmente determinado. Las entidades responden que analizarán la evaluación del impacto ambiental conforme al Manual de Prevención y Supresión de la Contaminación y la Directiva Operacional de Evaluación Ambiental del Banco Mundial, así como los requerimientos de los Principios del Ecuador.
- 5 de julio. El nuevo gobierno uruguayo autoriza a Botnia a construir un puerto para uso exclusivo de la planta.
- Los trabajos para la construcción de las plantas de ENCE y de Botnia comienzan durante la segunda mitad de 2005.
- Fines de 2005. Empiezan las volanteadas en la ruta 136. Se inician los primeros cortes de ruta. Se establece la zona de Arroyo Verde como lugar indicado para impedir el paso en la ruta que lleva al puente internacional. El lugar será popularmente conocido como “El Corte”.
2006
- 17 de enero. Activistas provenientes de ocho países, entre ellos Finlandia, se encadenan en el muelle de Botnia en Fray Bentos y paralizan la obra.
- 3 de febrero. Ante el GTAN, la Argentina muestra su informe, que convalida científicamente la tesis sobre los graves efectos transfronterizos de los emprendimientos. El Congreso efectúa una declaración de apoyo a la eventual presentación por el Poder Ejecutivo ante La Haya.
- 1° de marzo. Kirchner invita a Tabaré Vázquez a encontrar una solución a la controversia sobre la base de la suspensión de los trabajos de construcción de las plantas hasta tanto un estudio independiente sobre impacto ambiental determine el camino a seguir.
- Activistas chilenos detienen la salida de un barco que transporta material para Botnia.
- 11 de marzo. En Chile, en ocasión de su encuentro con Kirchner, Vázquez solicita a ENCE y a Botnia la suspensión de las obras por noventa días con el fin de permitir la conclusión de un acuerdo bilateral. ENCE acepta. Botnia, que en un principio también concuerda, luego se niega a cumplir ese pedido y propone una suspensión de diez días, coincidente con la semana de vacaciones por Pascuas en Uruguay. Ante la negativa de la empresa finlandesa, se suspende la reunión presidencial prevista en Anchorena, Uruguay, para formalizar un acuerdo.
- 6 de abril. El gobierno uruguayo declara “terminadas las negociaciones directas con el país vecino”.
- 30 de abril. 80.000 personas marchan hacia el puente internacional.
- 4 de mayo. La Argentina se presenta ante la Corte de La Haya y solicita una medida cautelar consistente en la suspensión tanto de la autorización de la construcción de las plantas como de los propios trabajos de construcción.
- 12 de mayo. Evangelina Carrozo, reina del Carnaval de Gualeguaychú, irrumpe en la 4ª Cumbre Unión Europea-América Latina/Caribe, realizada en Viena, con un cartel que dice: “Basta de papeleras contaminantes”.
- 13 de julio. La Corte de La Haya deniega la medida cautelar promovida por la Argentina para detener la construcción, pero reserva para la sentencia definitiva la posibilidad de desmantelar las obras existentes.
- 6 de septiembre. Frente al reclamo del Uruguay ante el Tribunal Arbitral del Mercosur, por los cortes de ruta, el Tribunal resuelve desestimar el pedido uruguayo.
- 21 de septiembre. ENCE anuncia públicamente que retiro su proyecto de construir una planta en Fray Bentos. El gobierno uruguayo autoriza su relocalización en Colonia.
- 4 de noviembre . En ocasión de la Cumbre Iberoamericana, en Montevideo, el rey de España, por pedido de Kirchner, acepta propiciar una comunicación entre las partes y designa al Dr. Yáñez Barnuevo embajador de España en la ONU.
- 20 de noviembre. Se vota en asamblea cortar por tiempo indeterminado la ruta 136, que lleva al puente internacional. Al cierre de esta nota, la ruta permanecía cortada.
- 28 de noviembre. Uruguay presenta ante la Corte de La Haya un pedido de medida provisional en relación con los cortes de ruta. La Corte emite su fallo el 23 de febrero de 2007 y deniega la petición.
2007
- Fines de enero. La Argentina efectúa la presentación de su demanda contra Uruguay ante la Corte de La Haya.
- 9 de marzo. La Legislatura de Entre Ríos aprueba una ley por la que se prohíbe la exportación a Uruguay de madera que pudiera servir como insumo para Botnia. Antes, se había declarado provincia “libre de represas y de plantas de celulosa”.
- 18 de abril. Comienzan en Madrid las reuniones bilaterales de “diálogo directo” entre la Argentina y Uruguay.
- 20 de abril. Se suscribe la Declaración de Madrid. Se restablece el diálogo directo entre ambos gobiernos y se propone la continuidad de la facilitación. Las partes acuerdan que nada de lo que se manifieste en las reuniones supondrá abdicar de las posiciones de los respectivos países en la controversia y, en particular, reconocen que lo dicho por una parte no podrá ser invocado por la otra en apoyatura o beneficio de las presentaciones, escritas u orales, que realicen ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
- 29 de abril. 130.000 personas marchan, en protesta pacífica, hacia el puente internacional Gral. San Martín.
- Ultimo trimestre de 2007. Sin que se aún conozca el fallo final de la Corte de La Haya, se prevé la puesta en funcionamiento de Botnia. Además, el gobierno uruguayo autorizará la construcción de una tercera planta a orillas del río Negro, tributario del río Uruguay.
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