Desde Borges para acá sabemos que una biblioteca tiene el tamaño de un universo. No importa la cantidad de ejemplares ni los estantes que tenga: algo del orden de lo infinito se manifiesta ahí, al alcance de la mano. Es por eso que alguien que se pone frente a una biblioteca puede darse cuenta de que otra vida –más cercana a lo extraordinario– es posible. El joven poeta Tomás Litta era un niño cuando se sentaba frente a la biblioteca que estaba en el hall de su casa. ¿Para qué? Para investigar: "Los sacaba mil veces de las repisas, los abría, los desacomodaba. Me encantaba. Pasaba horas ahí. Me enganchaba mucho con la colección de enciclopedias. Y con la repisa de arriba de todo, que tenía historietas", cuenta. Con padres periodistas y amantes de la literatura, en su hogar siempre hubo libros de todos los colores. Esa cercanía, definitivamente, marca un camino.
María Elena Walsh fue su primer amor: "Tenía todos sus libros, sus discos, sus cancioneros. Me la pasaba atado a una edición vieja de Dailan Kifki que había sido de mi mamá", recuerda. Ese territorio de educación se fue poblando con otros grandes nombres: Elsa Bornemann, Graciela Montes, Ana María Shua y Luis Pescetti.
La poesía le gustó desde siempre, como un lenguaje inmemorial que lo acompañó: de chiquito su madre le recitaba "Romance de la luna, luna", de García Lorca. El interés en sí por la poesía, que lo llevó a escribirla, lo agarró de grande: "A los 17 en un taller de escritura leímos poesía argentina: Fabián Casas, Marina Mariasch, Mariano Blatt, Cecilia Pavón, entre otros autores y autoras que hoy amo leer y releer", dice. El siguiente paso estaba dado.
En 2013, su anteúltimo año de secundaria, una gran amiga decidió emprender un viaje del que nunca más se supo nada. Le dejó a Litta un vacío que nunca pudo explicarse. Y quiso escribir sobre ella: "Y de la única forma en que me salió fue en un poema, cortito, que todavía guardo.". Se llama "Desvelo". A partir de ahí siguió escribiendo poesía.
Luego de compartir sus creaciones en una gran cantidad de encuentros, se decidió a organizar un ciclo de lecturas en el Camarín de las Musas. Ahora está al frente de El cuerpo expresivo, que una vez al mes convoca a diversos artistas a leer poesía erótica y llena Casa Brandon.
Este mes sale Fruto rojo, su primer libro por la editorial Santos Locos. Se empezó a gestar a fines de 2016, cuando le rompieron el corazón por primera vez. Es el recorrido de un amor frustrado dividido en dos partes: el durante y el post; el enamoramiento y el duelo. Tiene un tono por momentos feliz, surfea la nostalgia, se empodera y también es vengativo: "Hay mucho amor en mi poesía como tema central. Y trato de trabajarlo desde las entrañas, escribo terrenalmente y eso me ayuda mucho a transmitir lo que quiero contar. Con los amores fallidos y las rupturas de corazón encontré un lugar donde puedo desenvolverme en libertad y también donde la gente puede encontrarse. Yo logré tomarlo y rearmarme con poesía", concluye.
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MINIBIO
Tomás Litta nació en 1997 en Buenos Aires. Cursa la carrera de Letras en la UBA y participa de distintos espacios de debate literario y talleres de lectura y escritura. Publicó "Al otro lado del río" en la antología Otra vuelta de letras (Eudeba, 2014), y El "pibe que era el fuego" en plaqueta del Centro Cultural Recoleta (Todxs lxs chicxs, 2017). En 2016 recibió la primera mención en narrativa por su participación con varios textos en la antología Poetas y Narradores Contemporáneos 2016 (De Los Cuatro Vientos, 2016). Produce y coordina El Cuerpo Expresivo, ciclo de poesía erótica. Fruto rojo, su primer libro, sale por la editorial Santos Locos.
Libros
• Árbol de Diana, de Alejandra Pizarnik
• Poemas de amor, de Idea Vilariño
• Romancero gitano, de Federico García Lorca
• Mi juventud unida, de Mariano Blatt
Autores
• Luciana Peker
• Anne Carson
• Ioshua
• Paul B. Preciado
Foto apertura: Juan Francisco Sánchez
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