Lou Reed, o cómo era Nueva York antes de Giuliani
El músico, que murió el domingo pasado, sintetizó en sus canciones la áspera y contradictoria atmósfera de su ciudad
NUEVA YORK.- En 1965 o 1966 un hombre sube hasta la esquina de Lexington y la 125, en Harlem. Tiene 26 dólares en el bolsillo, se siente sucio y enfermo y sólo puede esperar. "Eh, blanquito, ¿qué hacés acá?", le preguntan. "¿Querés levantarte a nuestras minas?" No, no, responde el blanquito. "Sólo estoy esperando a un amigo, un amigo muy querido. Ahí viene: es aquel todo vestido de negro."
En la otra punta de Manhattan, en un quinto piso por escalera en la calle Ludlow, Lou Reed y John Cale componen las primeras canciones de Velvet Underground. El barrio, en la frontera entre Chinatown y el Lower East Side, es desolador. A la noche no hay nadie y todo está oscuro. "Sólo se veía la lámpara amarilla del vendedor de té en la planta baja", recordó Cale hace poco. Escuchan a Erik Satie, a Hank Williams y a Bob Dylan. Tocan sus instrumentos en voz baja, para no enojar a los vecinos, y registran sus experimentos en un grabador Wollensak. En esas canciones, que formarán la base de su primer disco, a Reed se le cuelan sus experiencias en Nueva York. No las carga de sentido, porque no quiere escribir sobre la ciudad, pero están ahí. Como ir en subte a comprar heroína a Harlem, los billetes estrujados en un bolsillo, y esperar a que aparezca, en Waiting for my man , el tipo que lo guía hasta el tercer piso de una brownstone llena de gente.
Lou Reed, que murió el domingo pasado a los 71 años, se ha convertido en un símbolo de una época y una estética en Nueva York, pero la ciudad aparece sorprendentemente poco en las letras de sus canciones. Sus calles y sus barrios dejan marcas, como señales de tránsito, o una bitácora urbana, pero casi nunca son referencias románticas o sentimentales.
Lou Reed había nacido durante la Segunda Guerra Mundial en un hospital de Brooklyn, hijo de un contador y una ama de casa, los dos judíos. Unos años después, la familia deja la ciudad y se muda a uno de los nuevos suburbios de Long Island, recientemente loteados y conectados con autopistas. El joven Lewis, o Lou, odia el suburbio desde el primer día. Preocupados por sus cambios de humor y sus problemas con la autoridad, sus padres lo llevan a un psiquiatra, que recomienda electroshocks. Los tratamientos, en un hospital de Queens, lo devuelven a la ciudad, que es donde siempre ha querido estar. En una fiesta en una terraza de Queens, no mucho después, conoce a John Cale, recién llegado de Gales. También conoce a Nico y durante unos meses vive con ella en un departamento en la calle Jane. No se queda quieto, está siempre dando vueltas por la ciudad. Con Nico y Cale tocan sus canciones en bolichitos del Village, como el Café Bizarre y el Electric Circus, en la misma cuadra de St. Marks Place, donde creció Astor Piazzolla. Un día los va a ver Andy Warhol y los lleva a su Factory, primero en la Calle 47, donde ahora hay una playa de estacionamiento, y después en otras sedes.
Aunque el origen de la forma de ser de las personas sigue siendo un misterio, Nueva York ha tenido una influencia clara en su personalidad. Algo que se decía mucho de él era que tenía la viveza de la calle, por haber nacido en Brooklyn, y la alienación del adolescente suburbano. Esa combinación le permitían ser desafiante y melancólico al mismo tiempo, en la misma canción. En Perfect Day , el día perfecto es tomar sangría en el parque, darles de comer a los animales en el zoológico, volver a casa, quizá mirar una película, pasar así el fin de semana: entibiado por la heroína, solo en la multitud, sepultado y separado de la ciudad. Una muy neoyorquina mezcla, todavía vigente en músicos y artistas medio siglo más jóvenes, de romanticismo y sarcasmo.
"Hay negros con cuchillos y blancos con garrotes peleando en Howard Beach", canta Lou Reed en un momento de New York, su furioso disco de 1989. "No existen los derechos humanos cuando caminás por las calles de Nueva York". Es Reed como cronista, mandando despachos desde las epidemias de crack y VIH, la tensión racial, la corrupción política y el crimen desorganizado. En el peor momento de Nueva York, su disco más alevosamente neoyorquino es una queja y un lamento, más de reportero que de poeta, reflejando el hastío que permitirá, unos años después, la llegada de Rudy Giuliani. En el disco, Reed imagina a Giuliani, por entonces un combativo fiscal que perseguía a Wall Street, atropellado por el auto enloquecido de un inside trader , condenado por uso de información privilegiada.
En estos años, la gente lo ha visto en la calle y ha reportado estos encuentros en las redes sociales. Le han sacado fotos comiendo en un restaurante fino con su mujer, Laurie Anderson, o volviendo del supermercado, en jogging y campera de cuero, con una bolsa de plástico en cada mano. El chef de un restaurante japonés del West Village, a menos de dos cuadras de donde vivió con Nico hace medio siglo, le preparaba un menú especial para su diabetes: pescado grillado, vegetales, tofu casero. El cuerpo de Lou Reed se había ablandado, un poco como la ciudad: fue feroz, autodestructivo y conmovedor en los 60; ordenado, gourmet e irónico en 2000.
En 1995, en una tienda de cigarros en Brooklyn, Reed, con los codos sobre un mostrador, la mata de rulos colgándole sobre los anteojos negros, cuenta por qué vive en Nueva York. Una de las razones, dice, es que a Nueva York la conoce bien. "A París no la conozco bien, a Denver no la conozco bien", explica, con un cigarrillo en la mano, en la película Blue in the face . Pero tampoco conoce a nadie que no esté todo el tiempo diciendo que está a punto de abandonar la ciudad. "Yo llevo 35 años pensando en mudarme", dice, sonriendo apenas. "Estoy casi listo."