
Mario Roberto Alvarez: sólo 90
Lleva 66 años de labor ininterrumpida y, para sus colegas, es uno de los diez mejores arquitectos del mundo. Ya cumplió nueve décadas, tiene proyectos en Japón y se honra de no haberse callado nunca ante la autoridad
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-Buenos Aires es una ciudad tan linda. Pero sus autoridades no han sabido, o querido, cumplir con su Plan Regulador -comenta al pasar el arquitecto Mario Roberto Alvarez, y convida con café.
Es una clara mañana y en el estudio de arquitectura de Solís y Belgrano hay mucha tranquilidad porque es temprano. Aunque no tanto para su titular, que está allí desde las 9 de la mañana, más o menos, y que trabajará hasta alrededor de las 7 de la tarde.
-Como lo hago siempre, incluso vengo a trabajar los sábados toda la mañana, dice.
El motivo de la entrevista son sus 90 años cumplidos hace poco más de un mes. La celebración fue íntima:
-Sí, al mediodía, en el estudio, con la gente del estudio, y a la noche, una reunión con mi familia. Sólo con mis hijos y mis nietos, porque no me he repuesto todavía de la pérdida de mi mujer. Cuando cumplí los setenta y los ochenta hice un fiestón. Los noventa, no, fue algo íntimo, introspectivo.
Pero antes ya había habido festejos por parte de sus colegas. En el Museo Nacional de Bellas Artes; el Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo -el Cepau, para todos los arquitectos- le entregó una medalla y, al día siguiente, en Avellaneda, hubo otro acto.
-Allí trabajé muchos años; por eso, el Colegio de Arquitectos quiso homenajearme por las obras que hice cuando era arquitecto de la Municipalidad, en la década del 40. Hice por primera vez un jardín de infantes, algo que no se había hecho nunca en el país, inspirado en lo que había visto durante mi viaje de becado a Europa; un planteo general para remodelar todo el hospital Fiorito, del cual sólo pude construir un pabellón; un corralón de basura en Lanús, que en esa época estaba unida a Avellaneda, y junté todas las oficinas dispersas de la Municipalidad que estaban en distintos locales alquilados e hice un edificio paralelo a la avenida Mitre, atrás de la vieja Intendencia, un edificio de planta baja y tres pisos. Luché, y conseguí, que no se levantara la avenida y sí, en cambio, que levantaran el ferrocarril en terraplén a la altura de Crucecita. También un asilo de ancianos donado por la familia Fiorito en el camino a La Plata; un pabellón de nichos en el cementerio, donde puse unas obras escultóricas de Labourdette y Castagnino, y un osario, que no había. Hasta llegamos a desarrollar un proyecto de túnel bajo el Riachuelo que no prosperó, quizá porque, como me dijo un colega, "a los políticos les gustan las obras que se ven y no los túneles que están ocultos.
La historia sigue:
-Me retiré cuando un intendente quiso que cambiara las condiciones del pliego de licitación a posteriori de realizarse ésta. Ya había creado una oficina de arquitectura, algunas otras obras, particularmente la primera casa contemporánea, una vivienda en propiedad horizontal, en Mitre esquina Lavalle, lo que significó que no hiciera ninguna otra allí porque a la gente no le gustó. Discúlpeme, me he puesto memorioso.
Entre los 10 mejores
Mario Roberto, como lo llaman amigos y colegas, tiene motivos para sentirse orgulloso. Con 66 años de trabajo, considerado uno de los diez mejores arquitectos del mundo (título otorgado en 1976 por The American Institute of Architects de los Estados Unidos) y con la perspectiva, ahora, de comenzar a construir en Japón, donde su estudio ganó en junio último el Premio a la Excelencia por su propuesta de revitalización urbana para la ciudad de Osaka.
Además, puede decir:
-Me honro de no haber callado nunca ante ninguna autoridad. Una vez le dije a un ministro: Usted será ingeniero, pero yo de arquitectura sé un poquito más. Inmediatamente ¤ me puso en una lista negra. Siempre he tenido este orgullo, tal vez heredado de mi padre, que era castellano. Jerónimo Alvarez de Otín, cuyo diploma exhibo acá, a mis espaldas, fue Medalla de Oro. También desciendo de vascos, por parte de madre. Creo mucho en la confianza y en la lealtad de la gente que trabaja conmigo, cosa que no se paga con nada. Hemos constituido una verdadera familia donde nos apreciamos todos, y nos pasamos más horas acá que en nuestras casas.
-Está conforme con lo realizado en todos estos años, ¿no es así?
-Estoy feliz conmigo mismo y conforme con lo que hago. Yo leo muchas cosas, sobre todo de arquitectura (aunque Ortega y Gasset decía que los que estudian mucho una sola cosa son los nuevos bárbaros), pero hace unos días estaba releyendo una publicación de la Academia de Ciencias (soy miembro desde 1997) en la que decía que, en el momento de la muerte de una persona, Dios, Yahvé, le va a preguntar: ¿Fuiste tú mismo? Eso me reconforta, porque he sabido perder obras, renunciar a obras, sin claudicar, sin callarme, si bien nunca he sabido hacerme marketing, en el sentido de la propaganda. El arquitecto español Helio Piñón, que es vicerrector de la Facultad de Arquitectura de Barcelona y que ha hecho un libro sobre mi estudio, de visita en Buenos Aires pasó un día por delante de mi casa -donde vivo, en Posadas y Schiaffino, que cumple ahora 50 años-, y le gustó la planta baja. Pero esa planta baja ha sido criticada por medio país, porque es muy sobria, muy simple, sin lujos. Con ese motivo empezó a ver otras obras del estudio y le gustaron tanto que en España editó este libro, sin nuestra intervención, incluso con fotos que él sacó en sucesivos viajes que hizo a Buenos Aires. Porque Piñón se preguntó: ¿Cómo este arquitecto no es conocido en Europa?, y así lo pone en el prólogo. Pero Marina (la arquitecta cordobesa Marina Waisman, crítica de arquitectura, ya fallecida) siempre me decía: Mario, dejá que las obras hablen.
Y vaya si hablan. Pocos arquitectos argentinos pueden vanagloriarse de que sus obras estén en prácticamente todo el país: desde la primera, el Sanatorio de la Corporación Médica (1936-1937), en San Martín, provincia de Buenos Aires, pasando por los centros sanitarios en Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Jujuy, Catamarca y Corrientes; o la sede de Radio Aconcagua, en Mendoza, hasta las últimas, el aeropuerto y la sucursal del Museo Nacional de Bellas Artes, ambas en Neuquén. Tampoco son muchos los que han dado a Buenos Aires, la ciudad que Alvarez elige una y otra vez para vivir, tantos edificios emblemáticos, convertidos no sólo en hitos urbanos, sino también en lugares de trabajo, de reunión o de gozo como la Bolsa de Comercio, las Galerías Jardín o el Teatro General San Martín (ver recuadro). Edificios que, sin saber la mayoría de las veces a quién se lo deben, los porteños aman.
-¿Qué significa para usted pasearse por Buenos Aires y reencontrarse con sus obras?
-Realmente, estaría mal si no lo dijera que me siento orgulloso de las obras que ha hecho el estudio. Yo solo no he hecho nada, si bien yo soy el que toma las decisiones. Con satisfacción las veo, porque no las he sabido hacer mejor, en el sentido de que he tratado de que no nos equivoquemos. Y eso lo aprendí de Mies van der Rohe, la única vez que lo visité en Chicago, con el arquitecto Ruiz Guiñazú; nos mostró el proceso con el que él tomaba sus decisiones: es decir que, de una misma solución, él hacía y estudiaba múltiples variantes. Con Leonardo Kopiloff, que es mi socio más antiguo, recuerdo que cuando estábamos por empezar el Teatro San Martín se nos ocurrió que podía haber quizá alguna otra solución, no para toda la obra, sino cómo estaban puestas las escaleras del hall. Nos tomamos el trabajo, a solas él y yo, durante un carnaval -a mi familia, por supuesto, no la llevé a ninguna parte-, y revisamos y desarrollamos otra solución, con las escaleras puestas de otra forma, y juntos, por unanimidad de dos, resolvimos que lo que habíamos hecho primero estaba bien. Siempre me ha quedado, por formación, herencia o lo que sea, el hecho de buscar, buscar y buscar, dudar sanamente, no por indecisión porque somos bastante decididos, sino buscar por si no hay otra solución mejor. Porque creemos que el cliente se confía y uno es el responsable. Tenemos muchas anécdotas de haber hecho de nuevo documentaciones completas y no cobrarlas, cuando descubrimos que podíamos encontrar una solución mejor.
Para saber más
www.datarq.fadu.uba.ar
Su vida
- Nació en Buenos Aires el 14 de noviembre de 1913; estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires, de donde egresó en 1932 con el título de bachiller y Medalla de Oro; en 1936, se recibió de arquitecto, con Medalla de Oro, en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Entre 1937 y 1938 viajó con la beca Ader por Europa; en 1947 conoció a Mies van der Rohe.
- Desde 1976 es miembro honorario del American Institute of Architects de los Estados Unidos, y elegido entre los 10 mejores arquitectos del mundo. Es miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes (1983) y de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires (1997), y doctor honoris causa de la Universidad Católica de La Plata, de la UBA y de la John F. Kennedy, entre otras distinciones académicas.
- En julio de 2000, llevaba inventariados 2.643.707 metros cuadrados construidos. En junio último ganó, junto con los socios de su estudio -los arquitectos Leonardo Kopiloff, Mario Roberto Alvarez (h.), Miguel Angel Rivanera y Hernán Bernabó-, el Premio a la Excelencia en el Osaka Internacional Concept Competition.
Su obra
Este es una lista muy resumida de algunas de sus obras más conocidas:
- Vivienda en propiedad horizontal en Posadas y Schiaffino (1957/1959), 2º Premio MCBA Premio Estímulo a la Propiedad Privada (MRA vive allí desde hace 50 años).
- Teatro General San Martín, en Avda. Corrientes 1530 (1953/1960).
- Ampliación del Teatro Nacional Cervantes, Avda. Córdoba esquina Libertad (1961/1969).
- Túnel Subfluvial Hernandarias, debajo el río Paraná, entre las provincias de Entre Ríos y Santa Fe (1963/1965).
- Teatro Colón, remodelación y ampliación subterránea, en Cerrito, Viamonte, Libertad y Tucumán (1969/1972).
- Edificio de oficinas Somisa, Avda. Belgrano esquina Avda. Julio Argentino Roca (1966/1977), Primer Premio Concurso Nacional.
- Bolsa de Comercio de Buenos Aires, 25 de Mayo 347 (1972/1977).
- Sanatorio Güemes, Acuña de Figueroa 1240, Avda. Córdoba 3933 (1978/1986).
- Edificio IBM Argentina SA, Casa Central, pasaje Della Paolera 275, Catalinas Norte (1979/1983).
- Edificio Le Parc, en Oro, Cerviño, Godoy Cruz (1992/1995).
- Hotel Hilton, en Puerto Madero (2000).
El arquitecto, el hombre
- EL ARQUITECTO: Dice el español Helio Piñón en el libro que dedica a su obra: "El impulso de perfeccionamiento, que subyace en la obra de Mario Roberto Alvarez, es un objetivo irrenunciable del artista que, frente al propósito compulsivo de innovación y sorpresa, orientado al éxito fácil y al reconocimiento por seducción, escoge el criterio de calidad como seña de identidad de lo auténtico". Alvarez es, como siempre, más sintético a la hora de definirse: "Trato de hacer simple lo complicado, en nuestro estudio nos preocupa hacer obras perdurables, no ser los arquitectos de moda. Hemos profesado el uso honesto de los materiales; creo en la indispensable hermandad del ingeniero y del arquitecto, y creo también en la integración de las artes en la arquitectura. El silencio es el mejor discurso: la obra".
- EL HOMBRE: "Doné mi jubilación a Margarita Barrientos. Me emocionó saber lo que ella hacía. Y si bien contribuyo con muchas asociaciones, lo de ella me pareció que era cuestión de que fuera en forma permanente. He dado becas; por ejemplo por mi mujer, para investigaciones en cáncer, a Lalcec, y otra por mi hermano Horacio, ya fallecido, para la Academia de Medicina. Uno tiene que repartir de lo mucho que consiguió trabajando para los que no tienen nada y necesitan".






